Lo que sucedió fue que ante la aproximación de una de las columnas de la JP al puente, comenzaron los disparos provenientes desde el propio palco preparado para el acto -en donde desde temprano había apostadas personas con armas largas y automáticas- y se sumaron otros disparos desde zonas arboladas que configuraron un fuego cruzado sobre la movilización. Le seguiría una brutal caza que incluyo secuestros y fusilamientos. Se había montado una base de operaciones para la represión paraestatal en el Hotel Internacional de Ezeiza. Se descuenta que hubo al menos 30 muertes y centenares de heridos de gravedad. Luego de la dictadura sangrienta de Lanusse, la experiencia “democrática” bajo el peronismo -pactada con el alto mando militar y los radicales gorilas- mostraba sus insalvables límites.
La JP movilizó bajo la completamente inviable pretensión de conquistar la tribuna mediante la masividad de sus columnas, acompañadas de grupos armados. La respuesta que recibieron da cuenta de una emboscada absolutamente planificada. Perón conocía todos los detalles de la organización y seguridad del acto. Previamente a la masacre, Perón repudió la masiva movilización a la cárcel de Devoto, el mismo día de la victoria electoral de Cámpora, el 11 de marzo anterior, para exigir la liberación de presos políticos. Asimismo, llamó a una desmovilización completa de las masas, a levantar todas las ocupaciones de fábricas, a dar paso al “acuerdo social” y, en definitiva, a poner fin al proceso abierto con el Rosariazo y el Cordobazo en 1969 y proceder a una regimentación estatal de los sindicatos.
Luego de la masacre, la JP denunció “infiltraciones” que habían desnaturalizado el acto de Ezeiza. Era un manifiesto intento de llegar a una componenda con una derecha fascistizante. Perón finalmente no habló en Ezeiza, jamás condenaría la masacre y tampoco se desarrollaría una investigación oficial. Al día siguiente, responsabilizabilizaría a la JP por la masacre en un claro desmentido a lo de las “infiltraciones”; la derecha, después de todo, había actuado a cara descubierta. En su discurso remarcaría: “Somos jus-ti-cia-lis-tas”, ya no “socialistas nacionales”, como lo había hecho para usar a Montoneros como auxiliar provisorio, y llamó, otra vez, después de treinta años, a ir “de casa al trabajo y del trabajo a casa”.
En 1973, Política Obrera señaló que “es la orientación política de Perón la que ha dado el coraje al extremismo derechista para realizar esta agresión contra las masas” y llamó “a desarrollar una campaña sistemática por el castigo de los culpables de la masacre y por impedir que quede oculta la verdadera trama del complot reaccionario que se está estructurando en el país contra el movimiento obrero y las libertades democráticas” (PO N°160). En realidad, el mismo Perón era el líder abierto de la derecha. Esto quedaría claro enseguida con el golpe de Estado contra Cámpora y varios gobernadores peronistas, incluído el levantamiento policial en Córdoba, en febrero de 1974, contra el gobierno de la provincia.
Luego de la masacre de Ezeza, Perón armaría las bandas asesinas de la Triple A. El 1 de Mayo del año siguiente expulsaría a la JP de la Plaza, que le gritaba “dónde esta el gobierno popular”, algo que no ocurre en la actualidad, porque la JP está en el mismo gobierno, con toda la derecha de antaño, y por sobre todo con la UIA, Adeba y el FMI. Por eso no hay ninguna conmemoración condenatoria de aquella masacre.
Emiliano Fabris
20/06/2023
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