La semana pasada, las fuerzas políticas del gobierno y el ala más conciliadora de la burocracia sindical trataron de darle un entierro de lujo a la lucha del movimiento obrero por la defensa de la jubilación y el pase de 62 a 64 años de la edad jubilatoria. Esta lucha de 6 meses, con 14 jornadas de movilización, tuvo un carácter histórico. Se transformó, por su peso social y político, en un paradigma, en un ejemplo, de la movilización de la clase obrera y de la población en defensa de sus condiciones de vida, contra los planes de ajuste del gobierno de Emmanuel Macron, en nombre de la burguesía, que significan liquidar las conquistas obreras históricas, arrancadas en duras luchas durante más de un siglo.
Para ser más precisos, esta movilización puso de relieve que el gobierno de Macron, como los otros gobiernos burgueses de Europa, sólo puede sobrevivir si golpea lo más duramente posible a la clase obrera. Esta política regresiva está acompañada por un salto cualitativo en la represión de las movilizaciones -que ya se había observado con los chalecos amarillos y las decenas de mutilados por el uso de armas prohibidas de guerra, de granadas de encierro y de la organización de la inmovilización de los manifestantes para ficharlos y golpearlos. Una parte medular del aparato policial funciona ya como un partido político, que aprueba o censura las medidas del gobierno contra las movilizaciones y clama por armas y represión.
En estos mismos días se está discutiendo en el Parlamento la nueva ley de programación militar para el quinquenio 2024-2029, con créditos por 421.000 millones de euros, 450.000 millones de dólares, con un incremento del 25%. Según la doctrina, Francia se tiene que preparar para una “guerra total” y Ucrania es apenas una muestra en desarrollo. La industria del armamento vive una luna de miel, con los pedidos del Estado, las exportaciones y las “innovaciones tecnológicas” con nuevos productos cada vez más sofisticados y cuyo “costo” se mide en centenares de millones de euros. Las tendencias militaristas y de un “Estado fuerte” están dando un salto cualitativo. Las aspiraciones de Macron a una “Europa de la defensa”, que tenga un papel propio en relación a la Otan, van en el mismo sentido. Ucrania es a la vez el campo de batalla y el escenario de estas políticas. Y es, ante todo, la masacre de los pueblos como el fruto podrido de la descomposición del capitalismo.
El desarrollo del movimiento obrero
Pero, claro está, lo que nos interesa en primer lugar es el protagonista central de esta etapa de la lucha de clases, el movimiento obrero y los sindicatos como frente único elemental de clase por la defensa de sus intereses inmediatos. Llegaron a movilizar 3 millones de personas en 250 puntos del país, ciudades grandes, medianas y pequeñas.
Una contradicción aparece de inmediato. La movilización fue histórica por su duración, su amplitud, sus raíces sociales. El 1° de mayo del 2023 es una de las grandes jornadas de la clase obrera francesa, con millones de trabajadores en las calles, a través de todo el territorio. Se sitúa en un período de nuevas movilizaciones obreras en Europa Occidental, en Gran Bretaña, Portugal e incluso Alemania. Pero también resuenan en las fronteras europeas los cañones de la guerra, de la masacre de los pueblos.
Se trató de una movilización de masas, que contenía y podía desarrollar la huelga política contra el gobierno, y provocar una crisis mayor del régimen político, incluida la caída del gobierno. Los sindicatos quedaron colocados como la estructura del movimiento -siguiendo la historia de la lucha de clases en Francia- y las direcciones sindicales burocráticas comprendieron prematuramente que debían lograr la “unidad sindical”, para evitar que el gobierno las despedace y para conservar la iniciativa.
En un primer momento, en el mes de enero, la Francia Insumisa y Jean-Luc Mélenchon trataron de ganar la “representación política” de la huelga y hacer jugar en el Parlamento su rol de bombero en jefe del orden burgués; las burocracias sindicales respondieron con un bloque unitario y como la gran organizadora de la movilización, a través de la convocatoria a las jornadas de “manifestación y huelga”.
En realidad se trataba de mucha “manifestación” y poca huelga, en la tradición de las direcciones del movimiento obrero francés desde el Frente Popular en adelante, sin enfrentamiento con el gobierno y centrada únicamente en la reivindicación del “no” al pase de 62 a 64 años como edad jubilatoria.
En este caso, fue el dúo CFDT-CGT el que jugó el rol de dirección del movimiento, encarnado por sus secretarios generales, Martinez y Berger.
Berger, por la CFDT, confesó hace algunos días en un reportaje periodístico, que esta dirección esperaba una actitud negociadora del gobierno y que se oponía a la huelga general porque las bases no la querían, ante todo por las pérdidas de salario. El dúo quedó así en una situación inestable y condenado a un llamado permanente a la manifestación callejera.
Hubo diversos momentos de crisis. A comienzos de marzo, la dirección unitaria llamó a “parar el país” y se abrió la posibilidad de una huelga que comenzara el día 7 con la manifestación, continuara el 8, día internacional de la mujer, y luego por decisión de las estructuras sindicales de base. El hilo se cortó el día 8. La sanción de la ley sin votación parlamentaria, por una argucia de la Constitución en su artículo 49-3, provocó manifestaciones espontáneas de la juventud y multiplicó los llamados contra el gobierno. En abril, en el congreso de la CGT, Martinez fue desautorizado y diversos sectores reclamaron una línea dura, de huelga general, de manera confusa, sin diferenciarse del carácter burocrático tradicional de la dirección. Se eligió una nueva secretaria general con un “perfil” más combativo. La nueva secretaria general, Sophie Binet, convocó a un 1° de mayo de lucha. La jornada histórica reunió más de 1 millón de trabajadores. Pero la Intersindical convocó una nueva movilización… para el 6 de junio y en apoyo a una maniobra parlamentaria, que tuvo lugar el día 8 y que fracasó.
El desarrollo hacia la huelga general no pudo apoyarse en asambleas de base (hubo muy pocas), en la huelga de ferroviarios (como fue el caso en 1995), en la agitación política, que fue escasa y diversa. Los grupos políticos de lucha de clases plantearon la consigna de la huelga general, pero cada uno por su lado y con su propia estructura de agrupamiento, con una buena dosis de sectarismo. En definitiva, las 14 jornadas de movilización se quedaron en demostraciones de fuerza sin consecuencias. Las direcciones sindicales burocráticas lograron así ahogar el movimiento y darle algo de oxígeno al gobierno de Macron.
Durante los 6 primeros meses de este año 2023 la inflación reapareció en el país con un ritmo de 5 a 10% anual y del 15% para los alimentos, castigando así a los niveles más pobres de la población. El aumento de precios provocó una reanimación de las luchas por aumento de salarios, particlarmente significativas. En diciembre fue el caso de los guardas del ferrocarril, que triunfaron. En las últimas semanas, entraron en conflicto las obreras de la fábrica textil Vertbaudet -que ganaron a pesar de ser un sector de trabajo femenino sin ninguna especialización y contra la represión patronal- y ahora miles y miles de obreres de Disneylandia, con manifestaciones dentro y fuera del parque. Tanto la lucha de los guardas ferroviarios como la de Disneylandia se organizaron fuera de los sindicatos, con grupos de discusión y acción constituidos gracias a las redes sociales.
El gobierno aprovecha la derrota circunstancial del movimiento obrero, para concentrar ahora sus ataques en la ejecución del nuevo régimen de indemnizaciones por despidos y sobre todo en la asignación universal para quienes están de hecho fuera del mercado de trabajo (RSA en las iniciales francesas), imponiendo a los y las beneficiaries una prestación obligatoria de 20 horas semanales. Esta asignación, que es de menos de la mitad del salario mínimo, se convertiría de esta manera en un dispositivo de trabajo gratuito para los capitalistas y las estructuras del Estado. El gobierno de Macron pretende continuar así con su aplanadora. Su objetivo inmediato son las economías en las indemnizaciones y el ataque a los inmigrantes, mientras se derrumban los sistemas hospitalario, educativo y de vivienda.
La miseria de sectores enteros de la población pasaría a ser un elemento de la vida social, en particular en los barrios periféricos. Pero el gobierno de Macron sigue en crisis y las luchas sociales de masas pueden reaparecer en todo momento. El rol de salvavidas de las burocracias sindicales jugó con fuerza en el combate por las jubilaciones y sin embargo puede ser insuficiente para evitar un nuevo movimiento de lucha. La experiencia de los “chalecos amarillos” es evocada una y otra vez.
Roberto Gramar
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