La actual situación en Brasil es un eslabón más en la cadena de acontecimientos que muestran como los procesos progresistas de América latina atraviesan una situación crítica. Se combinan en la coyuntura problemas económicos, retrocesos electorales, crisis institucionales, denuncias de corruptela, pérdida del entusiasmo popular y debilitamiento de los liderazgos. Tendencias estas que se potencian unas con otras favoreciendo el avance de las derechas.
América latina ha sido la región donde mayores resistencias se opusieron al neoliberalismo y de donde surgieron alternativas políticas y sociales que en varios países dieron origen a los gobiernos progresistas. Claro está que esta denominación es un genérico porque hay diferencias entre estos gobiernos. De una u otra manera todos se inscriben en el neodesarrollismo pero algunos con una impronta mucho más social liberal (Brasil, Uruguay) y otros con una mayor presencia estatal (Venezuela, Ecuador, Argentina hasta hace poco), en tanto que algunos para el logro de sus reformas avanzaron en rupturas parciales con el imperialismo y en un discurso y prácticas anticapitalistas (Bolivia, Venezuela).
La década larga
En la llamada década larga la mayoría de estos gobiernos han hecho avances importantes en lo social y en el manejo de las principales variables económicas, así como han buscado posicionamientos autónomos en el plano internacional.
Se beneficiaron ampliamente de los nuevos términos del intercambio internacional, favorables a los países productores de materias primas (granos, minerales y metales, hidrocarburos). El PBI creció, las cuentas corrientes tuvieron saldos positivos, las monedas se revaluaron frente al dólar y la relación deuda/PBI se redujo. Contaron así con recursos suficientes para expandir la acción del Estado y hacer políticas sociales activas. Estimularon el consumo, ampliaron derechos sociales, desenvolvieron fuertes programas asistenciales, subsidiaron a empresas. Todos ampliaron el gasto público social en términos del PBI, destacándose Argentina y Brasil (en ese orden) como los de mayor porcentaje. Todos redujeron los índices de pobreza aunque la región sigue siendo la más desigual del planeta.
En general el ascenso en las condiciones más elementales de vida no fue acompañado por un rápido acceso a los servicios esenciales –salud, educación, comunicaciones, vivienda- lo que generó tensiones de nuevo tipo.
Autonomía e integración
De conjunto puede decirse que modificaron la relación de fuerzas sociales pero no lograron modificar el patrón de acumulación y la inserción subordinada al mercado mundial, ni distribuir la riqueza. Así el extractivismo y la primarización crecieron, mientras descendía la manufactura. “Si en 1998 todos tenían al menos el 15 por ciento de su PBI explicado por la industria, en 2012 solo quedaba Argentina” superando ese porcentual. (Le Monde Diplomatique, Mayo/junio 2014)
El desarrollismo de los años ’60 estaba más centrado en el desarrollo al interior de los estados-nación, por el contrario el neodesarrollismo de esta época necesita de la integración de ahí los éxitos de haber constituido organismos como la UNASUR y la CELAC (que por primera vez excluyen la participación de EEUU y Canadá) o el ALBA (que aún en muy pequeña escala muestra que hay otra forma de comerciar y de relacionarse). La relación con los BRICS y jugar en el marco de la multipolaridad son también muestras de la búsqueda de autonomía. Sin embargo no puede dejar de mencionarse los fracasos con las iniciativas del Banco del Sur, Petrosur o la moneda única, entre otros.
Pasada la década larga
Diez, doce o quince años después la derecha se muestra dispuesta a recuperar el poder político perdido. Todo inició en 2011 con el nacimiento de la Alianza para el Pacífico constituida por México, Perú, Colombia y Chile -países que tienen firmados TLC con los EEUU. Ha continuado con la derrota electoral del kirchnerismo en nuestro país; el triunfo parlamentario de la derecha en Venezuela; la pérdida del referéndum por la re-reelección en Bolivia y en estos días la fuerte ofensiva buscando un golpe jurídico/institucional en Brasil. Cierto es que EEUU juega sus fichas en este tablero buscando recuperar íntegramente su “patio trasero” –los golpes en Honduras y Paraguay junto con intentos desestabilizadores en Venezuela y Bolivia fueron un anticipo. La crisis mundial desatada en 2007-2008, que amenaza con una nueva recesión, juega también su papel, esto es notable en Brasil y Venezuela pero no lo era tanto en Argentina y mucho menos en Bolivia, sin embargo también sufrieron derrotas políticas.
Debates
Ya en el 2013 comenzó un intercambio de opiniones entre analistas e intelectuales comprometidos con los procesos progresistas acerca de si era posible una reversión de los mismos. Estos debates se han incrementado en estos primeros meses del 2016 y ahora se discute si estamos frente a un fin de de ciclo. A riesgo de simplificar demasiado puede decirse que las posiciones pueden agruparse en tres miradas.
La primera es que estos procesos están ligados a la evolución de la renta de la tierra. Si en el inicio del ciclo se beneficiaron de las alzas del precio de los commodities ahora la baja de los mismos determina el fin de ciclo. Como no pudieron romper con la integración subordinada ni con los nudos endógenos que traban el crecimiento emergen ahora problemas económicos no resueltos, dificultades de gestión, estancamiento en las políticas sociales y debilidades políticas.
Una segunda mirada es un poco más compleja. El mundo ha ingresado en zona de estancamiento estructural, empujado por la deflación generalizada, la caída de la demanda internacional y la incapacidad del sistema para recrear nuevos atajos financieros, lo que impacta fuertemente en América latina. La crisis mundial opera como una barrera al crecimiento, para superarla estos gobiernos deberían haber radicalizado sus propuestas, no lo hicieron y terminaron cediendo ante los poderes económicos tradicionales y aliándose políticamente con sectores más a derecha. Queda así expuesta la incapacidad del neodesarrollismo para avanzar en transformaciones profundas.
Una tercera visión se ubica en un plano mucho más político/ideológico. Se trataría de una crisis de la hegemonía que estos regímenes supieron construir. Crisis que se expresa en la ruptura del consenso policlasista, sea por la situación económica, sea por los intentos de continuidad en el tiempo (re-reelecciones), por las corruptelas o por las prácticas desmovilizadoras. Así los gobiernos terminan apoyándose en el clientelismo y el electoralismo para garantizar gobernabilidad.
Futuro en disputa
Esta visiones no son contradictorias ponen el acento en situaciones diferentes pero que pueden verse como complementarias. De conjunto están mostrando que el progresismo al no plantearse un horizonte de superación del capitalismo y quedarse solo en las reformas –con mayor o menor intensidad según los casos- y en una actitud conservadora en cuanto a la autonomía de las masas populares, encuentra allí sus propios límites.
Producto de la combinación de una economía mundial que marcha al estancamiento de largo plazo y de la recomposición de las derechas surge un nuevo escenario y el futuro de nuestra región está en disputa. No pareciera existir mucho margen para los progresismos distribucionistas o capitalismos estatales que requieren cierta autonomía de los poderes mundiales, al mismo tiempo que hay un piso de derechos sociales conquistados que los trabajadores y los sectores populares no cederán sin pelea, en tanto nada garantiza que los nuevos proyectos neoliberales se consoliden.
Nos encontramos entonces en un momento bisagra en que vuelve el enfrentamiento abierto con el neoliberalismo. A diferencia de los ’90 hoy es posible y necesario darle a ese enfrentamiento una perspectiva anticapitalista.
Eduardo Lucita
Integrante del colectivo EDI –Economistas de Izquierda.
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