lunes, octubre 24, 2016

El factor Fidel. El pensamiento político del Comandante



Prólogo del libro de Katrien Demuynck y Marc Vandepitte

Desde el engreído eurocentrismo y como buenos ilusos pragmáticos poco conocemos y menos nos interesan la historia y la realidad de países como Botswana, Burkina Faso, Vietnam, Grenada y otros muchos procesos. Sin embargo, de Cuba todos y todas creemos saberlo todo o casi todo. ¿Será que los cubanos han sabido venderse mejor a pesar del bloqueo criminal? No, los cubanos y las cubanas no solo no se han vendido ni se venden más o mejor que otros sino que la realidad es justo la contraria: en Cuba la gente ha vencido, resistido y siguen construyendo en dirección contraria a los intereses del Imperio y sus lacayos. Por eso precisamente es tan necesario para los poderes de Occidente que lo sepamos todo sobre Cuba, que creamos saberlo incluso mejor que los propios cubanos. Así nos va.
Sobre la revolución cubana se ha escrito mucho, demasiado. Pero los propios actores no son los que más han influido en el conocimiento que de su realidad tenemos en el mundo desarrollado. No es fácil escribir desde la propia realidad histórica y cultural para gentes de otras latitudes. Las distintas improntas dificultan hacerse entender y más aún interesar a los y las lectoras. Ni siquiera cuando el idioma es el mismo, como en el caso de los cubanos y los castellano-parlantes de la putativa madre patria, es posible transmitir el espíritu de la verdad histórica e ideológica y las valoraciones del contexto y la coyuntura que han obligado a tomar decisiones estratégicas de hondo calado siempre entre Patria Libre o Morir.
Al escribir sobre la revolución cubana los europeos siempre tienen sus propias prioridades de las que convencer a los que ya creen saberlo todo. La verborrea occidental sobre Cuba en forma de artículos, reportajes, ensayos, análisis, libros, charlas, noticias y documentales llenos de opiniones, valoraciones, críticas, juicios con intenciones inconfesas, manipulaciones, idealizaciones y mentiras producidas en las más diversas torres de marfil, desde cómodos sofás y siempre subvencionados (directa o indirectamente) y distribuidas por bombardeo a discreción por medios de desinformación masiva o desde medios alternativos como francotiradores, toda esta verborrea, sí ha calado. También en aquellos que nos consideramos de izquierdas, progresistas y auto-críticos. Todo tipo de presuntos y presuntuosos intelectuales, periodistas y escritores especialistas han producido material para explicar la verdad de la Revolución Cubana y mostrar su Santo Grial descubierto individual y personalmente en el caos de sus lecturas y viajes más o menos turísticos sobre por qué todavía resisten estos pobres, bananeros, muertos de hambre, exguerrilleros criados por el oro de Moscú. Empotrados en las tertulias de la Torre de Babel del mundo enriquecido, pocos se han atrevido a morder la mano que les da de comer.
¿Cómo lograr, entonces, que jóvenes vascas y vascos, y no tan jóvenes, no solo conozcan la Revolución Cubana a través de otro libro más, sino que la comprendan, asimilen su espíritu y aprendan algo útil para su propia lucha? ¿Cómo aportar algo revolucionario desde el proceso cubano a la batalla de ideas en Europa? ¿Cómo escribir sobre este proceso revolucionario caribeño sin ser cubano o cubana, sin vivir el día a día, sin estar entregado a la práctica cotidiana, sin tener que asumir las consecuencias, sí o sí, de perder no solo su identidad y su vida sino la Revolución junto con todo el pueblo si se equivoca de estrategia o de ideología?
Entonces ¡que sobre su Revolución escriban solamente las cubanas y los cubanos! Difícilmente podrán sortear el bloqueo occidental que ha sido introducido en nuestras mentes. Para llegar al lectorado occidental hay que conocer y vivir en el día a día la realidad práctica y cotidiana (además de la teoría) de la alienación e impronta eurocéntrica del lectorado occidental y si se escribe sobre Cuba, superar a la vez la impronta eurocéntrica y la alienación propia. ¿Cómo transmitir objetivamente la realidad cubana y al mismo tiempo lograr emocionar y motivar a los lectores, pero sin caer en la trampa de la idealización del buen revolucionario a miles de kilómetros, ya sea en su versión romántico-infantil o en la que surge de la resignación y frustración por sus propias derrotas entre los reyes tuertos de la actual izquierda-geriátrica europea?
No se pueden comparar la realidad cubana y la europea. Europa tiene una historia que no ha tenido Cuba. El pueblo cubano no es una sociedad desarrollada como la nuestra. En Cuba son pobres, tienen una dictadura, hay corrupción y miseria, y todavía están lejos del progreso y del crecimiento económico. Los problemas políticos e ideológicos del pueblo cubano nada tienen que ver con los problemas que hemos solucionado hace mucho en nuestro Occidente desarrollado (o estamos a punto de solucionar), etc. Estos son solo algunos de los innumerables falsos argumentos con los que nos solemos zafar de la responsabilidad de analizar las diferencias antes de comparar, aprender y sintetizar en lecciones tanto si estamos ante un escrito europeo sobre la Revolución Cubana como si estamos ante un análisis cubano de su revolución. De esta forma mostramos nuestro déficit de formación y seriedad autocrítica e impedimos que un conocimiento de la revolución cubana sea útil para nuestra propia desalienación. Esto es así en mayor grado en el caso de aquella población que sufrimos voluntariamente o por imposición imperialista la manipulación a través del curriculum de indoctrinación histórica e ideológica del ministerio de Educación, los medios de desinformación masivos y demás instituciones del Reino.
Cuando las izquierdas de los países desarrollados, siguiendo un hermético manual demócrata electoral, se visten victoriosamente de seda, cuando la incurias prepotentes del enemigo se celebran una y otra vez como victorias estratégicas, cuando los errores propios ya ni se intuyen porque hemos mandado acallar a las niñas y niños del pueblo encerrándoles en ludotecas del pato Donald y guarderías para la izquierda infantil, cuando ocurre todo esto un libro sobre la revolución cubana, exquisitamente veraz que desentona del griterío intelectual, polifónico y atonal con palabras claras y contundentes como las de Fidel, es más necesario que nunca.
Transmitir verazmente una selección de citas de Fidel es harto difícil y requiere técnica literaria, talento y conocimientos de la realidad cubana y, sobre todo, de la sociedad lectora. El solo conocimiento del objeto sobre el que se escribe es insuficiente. Si el contenido es difícil, denso, grande e importante, como la historia de la Revolución Cubana, lograr transmitir algo de la verdad es arte. En su forma más sintetizada es poesía. Fidel es el poeta del pueblo cubano, no por lo escueto sino por la síntesis ideológica y política y lo comprensible de sus discursos hasta para el más sencillo de los cubanos. Sus palabras están hechas de realidad y con ellas hace realidad, hace revolución, hace y se hace pueblo. Nadie puede negar que Fidel ha llegado al corazón del pueblo cubano porque la verdad es poesía y siempre revolucionaria.
Por eso, utilizar las palabras del propio Fidel para escribir sobre el proceso revolucionario cubano como han hecho Katrien Demuynck y Marc Vandepitte tiene muchas ventajas. Se pueden utilizar grandes palabras sin perder la humildad propia. No podrían haber encontrado palabras más dotadas de experiencia práctica y de compromiso hasta las últimas consecuencias y, a la vez, de la objetividad que un héroe tan involucrado en la Revolución Cubana y un político tan longevo como Fidel puede ofrecernos. Nunca hay paja por muchas horas que hayan durado en sus discursos. Nunca ha utilizado palabras altisonantes para esconder desconocimiento y aparentar autoridad que nadie le había otorgado, ni para ocultar contradicciones, disimular intereses inconfesables, engañar, manipular ni para justificarse con la excusa de la ignorancia del pueblo. Esto es lo que sí ocurre sistemática y estructuralmente con los discursos de los dirigentes politiqueros en las democracias capitalistas (valga el oxímoron).
La dificultad de utilizar citas de Fidel para escribir una historia de la Revolución Cubana desde y para el autodenominado mundo desarrollado radica en seleccionarlas y en construir los puentes, las explicaciones entre una y otra cita. ¿Qué palabras usar, con qué estilo y con qué contenidos unir una cita con otra sin evidenciar torpeza, ignorancia o engreída petulancia en comparación con las palabras de Fidel, con sus actos y con los hechos y las victorias de la heroica revolución.
Esta dificultad se ha superado de forma ejemplar utilizando un lenguaje sencillo que se asemeja más a un recorrido de datos y hechos históricos que a un relato. Con ello los autores se mantienen alejados de valoraciones y matizaciones subjetivas y de tentativas de magnificar la historia cubana. Así evitan distracciones del lector y lectora que provocarían con su propia admiración. Con todo ello se permite que brillen las citas de Fidel y se alcen como puños con todo su poder, verdad y razón.
Después de casi seis décadas desde la victoria contra el régimen dictatorial de Batista la historia ha tenido tiempo para absolver a Fidel y lo absolvió con la realidad empírica y la lógica objetiva como prueba irrefutable. La Historia ha demostrado y sigue dando testimonio de lo acertado de sus ideas, análisis, propuestas y sus órdenes que siempre estaba dispuesto a cumplir él mismo y que siempre ordenó obedeciendo al pueblo. Todas sus críticas y autocríticas engrandecen aún más su valor porque nunca las ha utilizado para fines ajenos a enmendar los errores.
Pero la Historia nunca logra convencer siempre y a todos. Hay demasiados intereses inconfesables disfrazados y maquillados como diferencias ideológicas. Sin embargo, ni los enemigos más acérrimos de la revolución cubana, los que la califican de dictadura terrorista que viola los derechos humanos para enriquecerse personalmente, pueden negar la trascendencia de Fidel como político tanto a nivel nacional cubano como del mundo. Cuando lo hacen saben que mienten descaradamente para defender los privilegios o simplemente han perdido todo sentido de la realidad a causa de su odio fanático y miedo enfermizo a perder sus privilegios.
A demasiados políticos, intelectuales y supuestas autoridades varias en los países enriquecidos se les llena la boca con los derechos humanos como lo más importante e inviolable, la prueba de algodón de su sistema democrático y su moral. Con ello tratan de persuadir al electorado de que son merecedores de confianza por su ética pragmática y universal. Bajo ciertas condiciones objetivas incluso puede ser verdad. Sin embargo, un mínimo de crisis económica o electoral es suficiente para que obvien o justifiquen flagrantes violaciones de los derechos humanos con razones de Estado, con otros principios y valores valores como la necesidad cumplir la ley, la Constitución o un supuesto progreso de la humanidad. De esta forma visten de otra seda su intereses más inconfesables. Capitalistas se quedan.
Errar es humano. El peor error es pretender no errar rechazando el riesgo del qué hacer. Nunca nadie puede hacer todo lo que quisiera y debiera hacer. Tampoco nadie puede exigir ausencia de errores, ni a Fidel y menos con todo lo que ha hecho, decidido y arriesgado. Tampoco al pueblo cubano. Pero desde el mundo desarrollado y de sus izquierdas y progresías continuamente se sonsacan errores y critican de forma explícita o sutil al proceso cubano y a su gobierno. Este empecinamiento debería hacer sospechar al más crédulo que el motivo real es la intención de desviar la atención de las propias debilidades, incapacidades, omisiones, negligencias y errores: el placebo con el que dejar de ver la viga en el ojo propio. Frente a la mala costumbre o incapacidad de la izquierda eurocéntrica y engreída de exigir autocrítica, pero siempre a los demás o, cuando ya no hay forma de echar balones fuera, utilizar la necesidad de la autocrítica como valor autoadjudicado y transformarla en fetiche autocomplaciente y propaganda para la próxima campaña electoral, Fidel no solo pone sus errores boca arriba sobre la mesa para el debate y la crítica de la sociedad sino que analiza y concreta el qué hacer, tanto para hacer las cosas mejor en el futuro como para contrarrestar los males causados y pagar por sus errores cometidos. Fidel se responsabiliza tanto de sus errores como de los de los demás y hace de la autocrítica sincera una estrategia revolucionaria para vencer y ganar.
De buenas intenciones están empedrados todos los caminos al infierno, también los de Cuba. La sinceridad de los discursos se demuestra con la cantidad de recursos materiales, económicos y humanos que se invierten para pasar de las palabras a los hechos. La cantidad de recursos que invierte el pueblo cubano y su gobierno en los derechos humanos es despreciada por parte de las democracias de los países enriquecidos. Ni sus izquierdas valoran este esfuerzo en su justa medida. Hay que tasar las inversiones siempre en relación a las riquezas disponibles. Por muy grandes que sean la palabras de Fidel la realidad de los recursos invertidos por la Revolución Cubana los ha superado siempre y nos ha superado con creces en todo y a todos.
En nuestras democracias capitalistas cuando ya no se pueden obviar los delitos y crímenes que requiere el crecimiento económico y la competitividad entre los propietarios privados de las riquezas, se legalizan. Si todavía no se pueden legalizar, directamente se omite realizar inversiones para evitarlos. Se justifican las omisiones aludiendo vagamente a estos otros valores y principios abstractos (marxistas, pero de los hermanos, no de Carlos Marx), a una ley natural del mercado sin definir y a la necesidad de un realismo pragmático. Donde no hay no se puede y asunto zanjado. La omisión del delito de omisión (salvo excepciones puntuales) se aplica sistemática y estructuralmente, y en función de intereses ajenos a los derechos humanos. Si no fuera así nadie (salvo accidente o error) moriría de hambre, de frío, de falta de atención médica, de falta de educación, de falta vivienda, por miseria. Nadie moriría indignamente e innecesariamente porque existen recursos suficientes en la Tierra para satisfacer todas las necesidades básicas de toda la humanidad y de las futuras generaciones.
Desenmascaremos las verdaderas prioridades de nuestras democracias capitalistas según inversiones en relación al PIB: la especulación financiera o juego de Monopoly para ricos, la tecnología de la obsolescencia programada, la propaganda y el marketing, la industria militar ofensiva (es la que da divisas), en drogas y medicamentos enfermantes, en ocio y prostitución frustrante que crea sicopatologías como el consumismo compulsivo, macroproyectos inútiles, productos dietéticos, estéticos y animales de compañía, sistemas de seguridad e inseguridad, etc., tecnología de represión de cualquier alternativa o disidencia por muy pacífica y razonable que sea. ¿En qué invierte Cuba? En producción y distribución de alimento para todos, acceso a la salud (incluido I+D), educación y formación, organización de la defensa militar con todo el pueblo, cultura y solidaridad internacionalista, etc. Con la lectura de este libro nos podemos hacer una somera idea de lo que el pueblo cubano sí invirtió e invierte en garantizar los derechos humanos de todas las personas, especialmente de los más empobrecidos, pero incluyendo también a los opositores y a supuestos disidentes políticos y aportando solidaridad internacionalista. Todo ello a pesar de no disponer ni de lejos de los recursos y riquezas de nuestras sociedades tan desarrolladas y nuestras izquierdas tan autoindulgentes. La riqueza cubana no solo está en su interior. La riqueza cubana está en el modelo de reparto de sus bienes.
En Euskal Herria, por ejemplo, se ha hecho un gran esfuerzo colectivo en formular una Carta de Derechos Sociales. Sin embargo, para evitar discusiones, no se ha analizado la diferencia entre necesidades básicas, derechos humanos, derechos económicos, sociales, políticos, reivindicaciones, privilegios y herramientas. El resultado de ello es que la sociedad vasca ni conoce ni entiende ni le interesa ni se moviliza. Se obvia el problema del dilema entre hacer la revolución con el estómago vacío o con el estómago lleno. Como consecuencia, utilizamos indistintamente el argumento del estómago lleno y el del estómago vacío para justificar cualquier derrota: la gente todavía vive demasiado bien como excusa de nuestra incapacidad de movilizar o nos han faltado recursos para la propaganda y la socialización como excusa de la misma incapacidad. La polarización teórica, los debates estériles y los errores estratégicos que produce el no ser conscientes de esta contradicción y no tratarla dialécticamente pueden ser mitigados con la experiencia práctica y teórica de Fidel. Nos ahorraríamos muchos fracasos y derrotas en nuestros intentos de movilizar a la sociedad vasca si estudiáramos cuándo y en qué condiciones fracasaron y cuándo, por qué y cómo lograron movilizar finalmente a la inmensa mayoría de la población iniciando la revolución una treintena de guerrilleros.
Es imposible garantizar las necesidades básicas y defender los derechos humanos sin una estrategia para mantener a raya a los parásitos privilegiados, los de la acumulación de propiedad privatizada de las plusvalías del trabajo ajeno, el extractivismo de recursos de todas y la destrucción de la naturaleza. Es necesario coartar el derecho a la libertad. Sí, a la libertad de explotar y robar, de oprimir y matar de todas aquellas personas que confunden derecho con su privilegio. En nuestras democracias supuestamente desarrolladas se legalizan los privilegios como si fueran derechos y se legitiman con supuestos principios democráticos y leyes naturales. ¿Cómo no errar si no hacemos pedagogía para diferenciarlos? La experiencia de Cuba en cómo gestionar este problema no nos da ninguna receta, pero nos ayuda a encontrar la nuestra.
No se pueden imitar ni modelos ni aciertos ajenos. Siempre serán errores. Solo si innovamos creamos, solo si superamos la tendencia a imitar y tomamos lo de fuera pero con el fin, no de copiarlo, sino de asumir con criterio propio lo que es acertado, acertaremos. En palabras de José Martí: Crear es la palabra de pase de esta generación. El vino, de plátano; y si sale agrio, ¡es nuestro vino!. O en las de José Carlos Mariátegui: Solamente la completa incomprensión del marxismo puede hacer llegar a la conclusión de que semejante proyecto (la revolución rusa), seriamente abarcado, pueda significar copiar un modelo de revolución estrictamente europeo. O de Simón Rodríguez, maestro de Simón Bolívar: inventamos o erramos. Lo que sí se puede y se debe imitar es la seriedad y la sinceridad con la que en Cuba, desde la gente hasta su Comandante, se comprometen, gestionan y cumplen con sus principios éticos y socialistas estudiando e innovando.
Cuando la izquierda europea confunde la batalla de las ideas, la que se combate en las calles y montañas como pueblo, con una batalla de palabras de vanas disputas teóricas entre intelectuales y desde las académicas torres de marfil; cuando no se diferencia la batalla de ideas de análisis tendenciosos desde privilegiados centros de investigación, universidades o fundaciones; cuando se habla de batalla de ideas aunque solo se haga proselitismo electoral, propaganda y marketing alienante que idiotiza al pueblo; cuando la izquierda, sea de donde sea, confunde dónde, para qué y con quién, algo huele mal en el reino de la Democracia.
Hasta la izquierda en Europa hemos asumido la democracia parlamentaria, formal y representativa como única definición de democracia. Ni siquiera las excepciones, que confirman la regla, concretan una alternativa estratégica práctica y real a esta democracia. Por ello, todas las estrategias ignoran las contradicciones, incoherencias y limitaciones de cualquiera de los métodos democráticos existentes y cuando hay una mínima posibilidad de participar en el reparto de poltronas (que no de poder) simplemente participamos, cada cual en la suya. Algunos demócratas afirman que Cuba es una dictadura (aunque sea nuestra dictadura si nos consideramos socialistas), otros insisten en que Cuba tiene que desarrollar mucho más su democracia, dan consejos desde su convencimiento de estar en la democracia y el menos malo de los sistemas. Lo decimos o solo lo pensamos, porque al decirlo nos chirría. Nuestros actos siempre acaban por descubrir la mentira tras nuestro discurso o nuestro silencio. Desde Cuba se ve mucho más claro que esta democracia nuestra funciona tanto mejor cuanto menor sea la participación del pueblo en ella. La razón radica en que funciona con lógica, racionalidad, valores y sentido común capitalista, como todos nosotros y nosotras. Al negarlo rotundamente solo lo confirmamos.
No debemos ni podemos imitar el modelo democrático cubano. Pero desde una perspectiva autocrítica, de respeto y cierta humildad podríamos aprender a tener en cuenta para nuestra propia democracia interna, sea del partido, de la organización popular, y para las instituciones locales de la futura República Socialista Popular Euskaldun y Feminista Vasca, las paradojas e incoherencias entre fórmulas democráticas tan diversas como cercanas (las de Condorcet, Borda, de mayoría simple, Hamilton, D'Hondt, Jefferson, Adams, Webster…). Seguro que llegaríamos a la conclusión de que quizá la democracia que tenemos no sea la peor, pero seguro que tampoco es la menos mala. Y para Cuba, desde nuestro pobre y limitadísimo conocimiento sobre la historia y las condiciones objetivas y subjetivas cubanas, la valoración más acertada tiene que ser siempre que la democracia existente en Cuba quizá sea como su vino de plátano, agria, pero es la suya y por eso mismo la menos mala. En Cuba sí pueden valorar autocríticamente todo lo que es mejorable y lo hacen, Fidel el primero. Por eso resisten y vencen.
Como izquierda europea estamos enfrascados en nuestros limitados e injustos sistemas electorales. Es nuestra realidad política y social. Esta realidad nos obliga también a las izquierdas a movilizar más y más electorado para ir ganando terreno. Pero invertir más y más en movilización electoral es antagónico con la necesidad de invertir más y más en concienciar y formar ideológica y políticamente a la población para que elija y participe de la democracia con conciencia y conocimiento de causa. Aumentar nuestro índice de audiencia electoral en competencia con partidos capitalistas requiere propaganda, simplificaciones, mentiras creíbles (¡pero mentiras!), de política basura a fin de cuentas. En nuestro sistema democrático la verdad y la razón son insuficientes para ganar electoralmente. La política honesta no es competitiva frente a la política basura. Para cambiar esto hay que cambiar las reglas del juego de este marco democrático. Para cambiar las reglas del juego hay que ganar la mayoría electoral. La imprescindible idiotización del electorado (y la autoidiotización de los propios políticos) dificulta enormemente la concienciación y movilización de la gente o la imposibilita por completo para que se comprometan con cambiar cualquier forma de democracia capitalista. Y es que, nos guste o no, democracia y capitalismo son incompatibles. Qué fácil y cómodo lo tienen las y los cubanos, porque desde el socialismo ¡sí se puede! El único pequeño inconveniente es que están rodeados por el capitalismo mundial. Las palabras de Fidel citadas en este libro deberían logran destapar el persistente constipado ideológico que sufrimos respecto a nuestras democracias. Solo hay que leerlas y comprenderlas.
Hacer una síntesis de la historia y la realidad actual de Cuba mediante las citas de Fidel ofrece no solo una forma de cambiar nuestra visión de la historia cubana sino que nos ayuda a informarnos, formarnos, reformarnos y desalienarnos con respecto a lo que es y lo que no es el socialismo, el comunismo, el marxismo-leninismo, la lucha, la violencia, el derecho, la paz y la revolución. Nuestra lucha contra la injusticia social y por valores alternativos en el marco viciado y enfermizo de nuestra democracia capitalista reproduce las relaciones de dominación más que producir alternativas en las relaciones sociales. Es el mecanismo que crea y manipula los valores en lugar de que los valores conduzcan a mecanismos alternativos de producción y relaciones sociales más justas y dignas. En Cuba sí han logrado revolucionar las relaciones sociales y de dominación en muchos aspectos, por un lado cambiando los mecanismos de producción, políticos, económicos y de la propiedad, y, por otro, desde la ética y los principios de los y las revolucionarias como el Che, Celia Sánchez, Melba Hernández, Frank País, Haydée Santamaría, Delsa Esther Puebla, Armando Hart y el propio Fidel, así como tantos y tantas más. Las citas de Fidel sobre todos estos temas son como puños en pleno plexo solar. Duelen, luego podemos aprender de ello. Así es la revolución.
No hay revolución sin vanguardia. Demasiadas iniciativas han fracasado porque algunos no entendieron que una vanguardia autoproclamada no aglutina sino que provoca división, enfrentamiento interno y derrotas ante el enemigo. La autoridad, para ser vanguardia revolucionaria inequívoca, la dan siempre las demás organizaciones revolucionarias y, sobre todo, el pueblo. ¿Quién mejor que Fidel para explicar en qué condiciones surge y cómo se hace y se organiza una vanguardia? ¿Qué es y qué no lo es nunca? ¿Con quiénes y en qué condiciones objetivas puede darse? ¿Cuáles son las causas que la pueden hacer degenerar y que sea derrotada o que la vanguardia se derrote a sí misma? Si estudiáramos más a Fidel nos ahorraríamos mucho tiempo de debates, tiempo que podríamos utilizar para construir las condiciones subjetivas necesarias para una lucha revolucionaria.
Siguiendo un obscuro manual, cuando disminuye tanto como cuando aumenta la represión, ya sea tras una victoria o después de una derrota, las izquierdas del pueblo unido jamás será vencido comienzan un baile nefasto de división y polarización con insultos mutuos y enfrentamientos no solo verbales que no tiene sentido y solo propician una derrota final. Unos llaman a los otros reformistas, socialdemócratas, liquidacionistas y traidores. Los otros arremeten contra los unos llamándoles sectarios, izquierda infantil, ilusos, utópicos y, cómo no, también traidores. Las emociones encontradas se disfrazan con análisis y argumentos ideológicos y políticos sin pies ni cabeza o que brillan por su ausencia y son sustituidos por tópicos, eufemismos, espacios comunes, generalidades indefinidas y en su acumulación interpretables para llegar a cualquier conclusión y la contraria. Cada sector dividido proclama su intención de aglutinar y coordinar (como vanguardia dirigente) lo que deja el otro, busca alianzas, aunque sean contranatura, y llega a consensos con otros cediendo en sus principios y postulados mucho más de lo que hubiera permitido mantener unido la fuerza. El enemigo se frota ambas manos. ¿Cómo evitar esto o cómo diferenciar este baile de una degeneración ideológica o de una traición verdadera? No es que en Cuba no ocurriera todo esto, incluso con muy graves consecuencias en algún caso. Precisamente por ello y porque finalmente sí vencieron, nos debería interesar la manera de identificar, analizar, gestionar y resolver estos casos. Fidel tiene toda la información para ofrecernos ideas y consejos. Dejemos de creernos más listos que nadie.
¿Cómo ha de ser la relación de las organizaciones revolucionarias y sus militantes con la sociedad, con el pueblo? Confianza absoluta y respeto total de la voluntad del la gente es un principio de la izquierda que es incompatible con la realidad de una sociedad alienada y víctima inconsciente e inocente dispuesta a defender hasta la última gota de su sangre a sus propios verdugos. ¿Qué hacemos cuando la gente tiene intereses y voluntades contradictorias e incompatibles y en contra de sus propios intereses objetivos? ¿Cuándo y cómo hacer una política de alianzas estratégicas, de unidades de acción, coaliciones tácticas, agrupaciones electorales, o diluirse en un Frente Amplio? ¿Cómo gestionar una derrota para recuperarse y cómo gestionar una victoria para que no se transforme en derrota por mala gestión? ¿Dónde quedan la ética y los principios cuando no hay condiciones para lograr los objetivos máximos y hay que invertir todos los recursos en unos objetivos mínimos? ¿Cómo desenmascarar los objetivos inconfesables tras engorrosas y grandilocuentes discursos propagandísticos y evitar que simples tácticas se transformen en estratégicas y objetivos estratégicos se desechen como tácticas trasnochadas? ¿Cómo resolver los problemas de las violencias? ¿Cómo gestionar las dispensas de los principios revolucionarios como mal menor? ¿Qué modelo policial es coherente con los principios del socialismo? ¿Cómo administrar una sociedad sin cárceles si no hay recursos para resolver las necesidades básicas de los niños? ¿Qué tipo de defensa militar hay que organizar frente al gran capital imperialista y con qué coste?¿Cómo articular la solidaridad internacionalista con el principio de no injerencia? En el proceso de la Revolución Cubana han surgido todas estas dudas y muchas más. Si nosotros y nosotras no tenemos estos problemas y peligros es solo que no los vemos y no hay más ciego que el que no quiere ver. Si en Cuba era pecado y delito dormirse durante sus interminables discursos es porque Fidel no dejaba de analizar y explicar cada uno de estos temas neurálgicos por muy complicados que fueran y por muchos riesgos que conllevara equivocarse. Hasta ahora ninguno de los errores que cometieron al intentar resolverlos fue demasiado grave como para impedir la victoria de la revolución hasta el día actual y a pesar del inmenso poderío del Goliath imperialista. No leamos este libro con los ojos cerrados. Cada frase nos muestra un problema, un peligro y una posible solución.
¿Cómo no interesarnos entonces por cada una de las respuestas, intentos, fallos, errores, fracasos, aciertos y victorias del pueblo cubano y su vanguardia? Querámoslo o no, nos guste o nos disguste, la racionalidad de la izquierda europea es una racionalidad capitalista, liberal, (inquisitorial en el caso de España), imperialista y eurocéntrica. Precisamente por eso y a pesar de disponer de recursos infinitamente mayores que Cuba todavía estamos muy lejos de las condiciones subjetivas para una revolución. Con infinitamente menos recursos y condiciones objetivas mucho peores Cuba ha logrado vencer y sigue venciendo. Vence porque consiguió construirse una racionalidad cubana en base a la práctica revolucionaria y el estudio crítico de la teoría. Comprender y hacer es nuestro gran reto. Fidel siempre un ejemplo.
Este libro permite darse cuenta de que la revolución cubana no siempre ha estado ahí sino que se ha hecho a base de mucho esfuerzo de todo un pueblo, de mucho sufrimiento, de compromiso, de confrontación, de logros y victorias, y a pesar de los errores. Por muchos e importantes que sean los temas tratados, otros, como el tema de la juventud, el feminismo, la ecología, etc., faltan por tratar; muchas preguntas quedan pendientes y, por tanto, muchas respuestas sin dar. Aún así, la lectura y el estudio de este libro nos da una buena visión de conjunto, tan necesaria en estos tiempos de información troceada, tergiversada y dispersa en tamaño twitter. Sin embargo, la tarea y responsabilidad del lector y la lectora no acaba con la lectura de este libro. Si es así no se ha captado el espíritu de las palabras de Fidel. A partir de la lectura de este libro se nos abre todo un abanico de nuevas oportunidades para innovar y resolver problemas de nuestra propia lucha estudiando los libros de autores y autoras cubanas que tanto tienen que aportar sobre su revolución y tanto que enseñarnos todavía sobre las nuestras. Pocos o ninguno habrá que no cite al Comandante en cualquiera de los temas que trate.
Un aspecto limitante que conviene tener en cuenta es que este libro solamente lo leerán aquellas personas que ya tienen una buena disposición, están motivadas e interesadas en la Revolución Cubana y en la experiencia y la sabiduría del Comandante de Cuba. ¿Pero cómo llegar a las demás personas, a las reacias, a las desinteresadas, a las necias que han asimilado todos los prejuicios y manipulaciones y creen saberlo todo, a las más empotradas en nuestro sistema? ¿Cómo convencer a estas personas de que sin Cuba nada sería igual y todo sería peor? Esto es uno de los mayores frentes en la batalla de las ideas. Y no se resuelve ni con este libro ni con ningún otro. Se hace sacando conclusiones de los libros y confrontándolas en la calle, en las casas, con la gente, en las tabernas, en los lugares de trabajo; construyendo en la práctica alternativas valientes que muestren en el presente de la lucha de hoy una firme huella del futuro socialista. Esta es la conclusión principal de este libro.

¡Hasta la victoria, siempre mundo libre o morir!

Walter Wendelin

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