sábado, octubre 22, 2016

La Revolución húngara de 1956



Hace 60 años, en el marco de un ambiente de desestalinización cosmética, Hungría va a intentar caminar hacia un verdadero socialismo, un socialismo democrático. Es la revolución húngara de 1956.

El 5 de marzo de 1953 muere Stalin y en febrero de 1956 Nikita Jruschov lee, en el seno del XX Congreso del PCUS, un “informe secreto” denunciando los crímenes de Stalin. Era echar toda la culpa del sistema stalinista sobre un solo hombre, que si bien él había sido su cabeza toda la casta soviética había sido su apoyo -Jruschov entre ellos- y todos ellos los beneficiados ya que disfrutaban de condiciones materiales muy por encima de las que tenía el pueblo soviético. Es en este ambiente de desestalinización cosmética cuando en países como Polonia o Hungría se va a intentar caminar hacia un verdadero socialismo, un socialismo democrático. Va a ser la Polonia de Wladyslaw Gomulka la que se va enfrentar en mejores condiciones con los jerarcas del Kremlin porque Gomulka es un secretario general del partido comunista polaco que tiene el apoyo de su aparato y con manifestaciones de masas a su favor, lo que le hace fuerte ante Moscú.
Las reformas emprendidas por Gomulka en Polonia van a influir de manera directa en Hungría. El Círculo Petöfi, que aglutinaba desde 1955 a los intelectuales no domesticados por el aparato stalinista y que organizara charlas y debates sobre el auténtico socialismo influyendo en amplios sectores de estudiantes, y los estudiantes de la Universidad Politécnica de Budapets tendrán un papel primerizo en la convocatoria para el día 23 de octubre de 1956 de una manifestación en solidaridad con los cambios en la Polonia de Gomulka, que se terminará convirtiendo en el comienzo de la revolución política en Hungría.
Pero la solidaridad con Polonia era simplemente el disparadero de las propias reclamaciones que tenían los obreros y los estudiantes húngaros. El clima social era de descontento por la penuria económica generada por una economía estatalizada y piramidal que no le prestaba ninguna atención a las básicas necesidades materiales de la población y por la brutal represión que se ejercía a través de la policía política, la AVH, cuyos odiados miembros eran conocidos popularmente como los “avos”. Era tal el descontento que latía en la sociedad húngara que el propio Jruschov decía que de continuar con esta situación el líder del aparato húngaro, el secretario general del Partido de los Trabajadores Húngaros (PTH) y primer ministro, Mátyás Rákosi, sería “echado de Hungría con horcas”.
El descontento social va a intentarlo atajar la jerarquía soviética con cambios por arriba. Así, desde Moscú se organizó una reunión con los aparatchitsi húngaros donde se acordó que el stalinista de viejo estilo Rákosi siga como secretario general del PTH pero que Imre Nagy ejerza de jefe de gobierno.
Imre Nagy durante su mandato, 1953-54, quiso implementar reformas. Su programa recogía medidas como reducciones de precios de productos básicos, reducciones de impuestos a las colectividades campesinas, revisar las colectivizaciones forzosas, aumento de salarios, fomento de la industria ligera y abolición de los campos de internamiento. No obstante, este cambio no se profundizará por la resistencia de los stalinistas recalcitrantes que volvieron con la estrategia de que el “Partido seguía considerando como su tarea más importante el desarrollo de la industria pesada”. Ante la vuelta de la vieja política económica stalinista, Imre Nagy terminará siendo tachado de desviacionista y expulsado del PTH en noviembre de 1955. El apartamiento de Nagy estaba relacionado de forma directa con las luchas por el poder en la nomenklatura soviética, donde Jruschov pugnaba por consolidar su liderazgo. Así, la caída en desgracia de Georgi Malenkov, que propugnaba en la URSS una política económica que le diese alguna importancia a la industria de bienes de consumo, llevó a la caída de Nagy ya que el aparato del partido húngaro estaba supeditado a la dirección del PCUS.
El fracaso de las reformas desde dentro no sólo no paraba los problemas económicos y políticos sino que los acentuaba. Ante su agudización la burocracia ejecutó un cambio epidérmico, el 21 de julio de 1956 Ernö Gerö es nombrado secretario general del PTH sustituyendo a Mátyás Rakósi. En vano, las movilizaciones sociales tuvieron una primera multitudinaria manifestación el 6 de octubre en los funerales que rehabilitaban a Lászlo Rajk, un miembro del PTH que había sido condenado en un típico juicio-farsa stalinista y ejecutado. Otro dato informa que la coyuntura política cambiaba, el 14 de octubre Imre Nagy era readmitido en el PTH.
Así andaba el clima político cuando los estudiantes convocaron la manifestación en solidaridad con los cambios en Polonia para el día 23 de octubre. Las autoridades húngaras dudaron, primero negaron su autorización y después la dieron, lo que indica la inseguridad política de la alta burocracia húngara. La manifestación, que empezó sobre las 15.00 horas, pronto se convirtió en una concentración multitudinaria de estudiantes y obreros que tenía diferentes brazos por el centro de Budapest. En esta manifestación el símbolo más portado eran banderas húngaras con el escudo de la “república popular” recortado, también se portaban grandes retratos de Lenin y las consignas se irán dinamizando al calor de la marcha de los acontecimientos, del viva a los polacos se pasará al mueran los stalinistas y al derribo de una colosal estatua de Stalin. Se canta la Marsellesa y se recitan poemas del poeta nacional Sándor Petöfi.
Producto del nerviosismo de la casta burocrática húngara fue el discurso que Ernö Gerö, el secretario general del PTH, dio por la radio. Vino a llamar a los manifestantes “contrarrevolucionarios” y “canallas” con lo que caldeó los ánimos. Por este hecho, una parte de la muchedumbre se dirigió a los locales de la radio con el objetivo de ocuparlo y radiar desde allí las medidas programáticas que el movimiento iba elaborando, medidas como la salida inmediata de las tropas soviéticas del suelo húngaro, la formación de un gobierno bajo la dirección de Imre Nagy y la elección por sufragio universal directo y secreto de un nueva Asamblea Nacional. Pero la radio estaba ocupada por miembros de la policía política, la AVH, esta empezó a disparar contra la muchedumbre entre las 20.00 y las 21.00 horas. Fue una matanza que desencadenó una respuesta popular violenta. Los contingentes más decididos de los estudiantes y obreros, sobre todo jóvenes, fueron a armarse en cuarteles del ejército húngaro donde los soldados no oponían resistencia y entregaban o dejaban coger el armamento. Había empezado la insurrección popular, se combatirá por todo el centro de Budapest y en los alrededores de las fábricas mientras los barrios obreros se convierten en las zonas seguras donde se instalan los cuarteles de la revolución. La juventud obrera y estudiante son el corazón y la masa de las improvisadas milicias populares.
El día siguiente, el 24, fue muy rico en hechos. En las fábricas no se trabaja, se pelea. Comenzó una huelga general, donde los obreros ya plantean sus propias reivindicaciones como es el control de las fábricas y el aumento de salarios. Imre Nagy asume el cargo de primer ministro, en sustitución de András Hegedüs, y forma gabinete. Lo malo es que Nagy no se pone al frente del movimiento, es un honrado reformista pero no un revolucionario. Al no apoyarse decididamente en el movimiento de obreros y estudiantes queda mediatizado por el aparato stalinista controlado por Ernö Gerö. Un hecho nos informa de esto con rotundidad, cuando se reúnen los jerarcas húngaros para decidir el nuevo gobierno Imre Nagy no participa en la reunión, se queda esperando en el pasillo la decisión de los altos aparatchitsi. A su vez, el movimiento no tiene una dirección política propia sino núcleos rectores como comités de estudiantes o comités de fábricas allí donde se pelea. La falta de una dirección política le imposibilita al masivo movimiento de obreros y estudiantes luchar estratégicamente, con el objetivo de tomar ellos mismos el poder.
La casta burocrática húngara, conducida por Gerö, asustada por la insurrección que han desencadenado, ha pedido a Moscú el apoyo del ejército soviético. Así, los tanques soviéticos entran por primera vez en Budapest. Los soldados soviéticos creen que van a luchar contra la contrarrevolución cuando en la realidad de los hechos sus jefes políticos del Kremlin son los contrarrevolucionarios porque quieren ahogar la lucha por el auténtico socialismo, el socialismo democrático. Y esto es así porque desde el movimiento se dirá una y otra vez que la lucha no es para restaurar el capitalismo sino para caminar hacia el socialismo, como explicita la consigna general “no devolveremos ni tierras ni fábricas”. Cuando estudiantes y obreros jóvenes se encaraman a los tanques y les explican a los tanquistas por lo que luchan estos se mostrarán inseguros, decidirá la oficialidad. A la vez, algunas tropas húngaras apoyan a las soviéticas mientras otras están indecisas y otras arman a obreros y estudiantes y se unen al movimiento. El ejército húngaro no bascula sólo en una dirección, duda entre la represión o la solidaridad. De la ambivalencia de los militares húngaros es un ejemplo el general Pal Maléter que primero está en contra del movimiento y después se unió a él.
Antes de estos hechos, Moscú ya había mandado a Hungría para valorar la situación a cuadros stalinistas como el ideólogo Mijaíl Súslov y el tecnócrata Anastas Mikoyán. Estos y otros representantes del Kremlin estarán en permanente contacto con Imre Nagy y su gobierno por lo que en Moscú saben de primera mano lo que quiere hacer el gobierno de Nagy. Este va a intentar armonizar peticiones populares y acuerdos con los representantes moscovitas.
Los acontecimientos se suceden. El 25 de octubre las tropas soviéticas de ocupación recuperan el edificio de la radio mientras otras se apostan frente al Parlamento. Los “avos” harán el clásico papel de provocadores disparando desde el Ministerio del Interior, que está en frente del Parlamento, en dos direcciones, a la multitud y a los soldados soviéticos. En la balacera que se arma a continuación el pueblo húngaro pone los muertos, alrededor de trescientos cadáveres siembran la plaza. Esta matanza incrementa la lucha, extiende la huelga general y azuza la represión popular. Así, no extrañará que se den linchamientos de “avos” en Budapest y que en ocasiones sus cadáveres sean colgados por los tobillos y que desde la muchedumbre se les escupa e, inclusive, que se apagen en sus cuerpos las colillas de los cigarros. También en Mosonmagyaróvar se ajusticiará a “avos” porque estos previamente han disparado a una manifestación asesinando a unas cien personas, entre ellas niños y mujeres, y dejando heridas a otras doscientas. Esto llevó al levantamiento armado y al ajuste de cuentas con los “avos” asesinos.
Imre Nagy sigue negociando con los emisarios moscovitas, fruto de ello es que el ejército soviético se retira y el día 28 se forma oficialmente el gobierno de Nagy. El 30 este gobierno acepta los “consejos” de los trabajadores en las empresas, es decir, que estas sean gobernadas por la clase trabajadora. También anuncia públicamente que se propone llevar negociaciones directas con la Unión Soviética para tener unas auténticas relaciones de amistad, fundadas en el principio de igualdad y de respeto a la independencia nacional. Jánós Kádár anuncia la creación del nuevo partido, el Partido de los Trabajadores Socialistas Húngaros (PTSH), y afirma que sólo podrán ser miembros de él “los que no tengan ninguna responsabilidad en los crímenes del pasado”. Al mismo tiempo, por la geografía húngara se van consolidando los consejos, parlamentos directos de la clase trabajadora, de los estudiantes y de los soldados, como es el caso del Consejo de Miskolc, de Györ, de Sopron, de Magyaróvár, entre otros. La prensa libre fluye como el agua, los trabajadores de las imprentas sólo se niegan a imprimir el periódico Virradat porque es de orientación fascista. Ante estos hechos e intenciones, el día 31 Imre Nagy le dice a la multitud congregada frente al Parlamento: “amigos míos, la revolución ha salido victoriosa”. Parece que todo va sobre ruedas, que un gobierno soberano, las elecciones libres y el control de la economía por los propios trabajadores es el horizonte.
Ante estos hechos el temor de la nomenklatura moscovita, con Jruschov al frente, es doble. Por una parte, tiene miedo a la consolidación de una revolución política ya que esta no se sometería a Moscú e influiría en el movimiento obrero de dentro y de fuera del entorno soviético, y, por la otra, no quiere perder fuerza en la arena internacional ya que entonces los EEUU los verían como “unos tontos” (Jruschov). Así, va a ser la cerrazón de Moscú a una salida negociada lo que traerá el incumplimiento de los acuerdos que sus enviados habían pactado con el gobierno de Nagy lo que llevará, a su vez, a que este formule propuestas nuevas como la salida de Hungría del Pacto de Varsovia y la petición de ayuda a la ONU –esto último demuestra que Nagy también tiene ilusiones políticas irreales al pensar que los EEUU pueden apoyar la revolución política húngara, como está diciendo cínicamente Radio Europa Libre. No obstante, el disparadero de estas intenciones del gobierno Nagy será la noticia de la vuelta de las tropas soviéticas, que no entra en lo acordado. Entonces Imre Nagy le comunicará al embajador soviético, Yuri Andropov, que Hungría dejará el Pacto de Varsovia. Pero para que no se genere confusión sobre el programa, el 3 de noviembre los representantes del gobierno de Nagy dan una conferencia de prensa en la que anuncian que “el gobierno es unánime en lo que respeta a no permitir la restauración del capitalismo”, afirmación que está en armonía con el movimiento. Pero los jerarcas soviéticos ya han tomado la decisión de aplastar la insurrección por lo que los representantes del gobierno de Nagy que están negociando con los supuestos representantes soviéticos son detenidos por los propios soviéticos en la noche del 3 al 4, entre ellos el ministro de Defensa, el general Pal Maléter, que estaba negociando con los mandos del ejército soviético en Tököl, al sur de Budapest.
En la madrugada del 3 al 4 de noviembre el ejército soviético invade por segunda vez Hungría, será la definitiva. Imre Nagy se refugia en la embajada de Yugoslavia, saldrá con la promesa de que su vida será respetada pero lo que ocurrirá es que lo detendrán, lo juzgarán y lo fusilarán el 16 de junio de 1958, el mismo día que se fusilará a Pal Maléter y un día después del fusilamiento de Miklós Gimes, que también fuera expulsado con Nagy del PTH en 1955, editor del periódico 23 de Octubre y fundador del Movimiento Democrático Húngaro por la Independencia. Cuando los stalinistas juzguen a Nagy esté afirmará que “he intentado por dos veces salvar el honor de la palabra socialismo en la cuenca del Danubio: en 1953 y en 1956. La primera me vi impedido por Rákosi, la segunda por el ejército soviético (…). Estoy seguro que la Historia condenará a mis asesinos”.
El Kremlin implanta un gobierno presidido por Jánós Kádár que ha cambiado de bando, del gobierno de Nagy a peón “reformista” de Moscú. Kádar mantendrá un lenguaje reformista que confundirá a las masas de obreros y estudiantes que sin dirección política propia se irán agotando. La revolución política que podía haber traído el socialismo en Hungría socializando la economía estatalizada y destruyendo la política piramidal había concluido. La contrarrevolución stalinista había triunfado. El socialismo se alejaba aún más de la URSS y de sus satélites.

Antonio Liz
Historiador, Madrid

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