domingo, septiembre 30, 2018

7 años en el Tíbet

El 9 de enero de 2006, a los 93 años de edad, falleció el alpinista austríaco Heinrich Harrer, campeón olímpico de su especialidad en 1936.
El nombre de Harrer apenas hubiera recordado absolutamente nada de no ser por el estreno en 1997 de la película 7 años en el Tibet, protagonizada por el famoso Brad Pitt, basada en el libro autobiográfico de Harrer. Pero ni en el libro, publicado en 1953, ni en la película, casi medio siglo más tarde, la expedición de Harrer al Himalaya se relaciona con los nazis y la II Guerra Mundial.
Cuando la revista Stern develó el pasado nazi de Harrer, éste lo negó todo rotundamente; lo suyo era sólo deporte.
Harrer nació en Austria en 1912, en los Alpes de Carintia. Estudió geografía y educación física en la Universidad de Graz, mientras se ganaba algún dinero como guía montañero y entrenador de esquí alpino.
Tras la llegada de Hitler al poder en 1933, Harrer se afilió a las juventudes hitlerianas. Luego él lo justificó diciendo que era para poder competir y realizar sus famosas expediciones montañeras en Asia.

Mentira.

Lo cierto es que desde 1933 Harrer era miembro de las SA y más tarde de las SS, pero no en Alemania sino en Austria, que era peor todavía. En 1933 el partido nazi era ilegal en Austria, que no fue anexionada hasta cinco años después en el ya famoso Anschluss. Al pertenecer a las SA desde 1933, es evidente que Harrer era un traidor a su propio país.
En 1936 Harrer participó en los Juegos Olímpicos en el equipo de esquí austriaco. Dos años después fue pionero en escalar la cara norte del Eiger, hazaña por la que fue llamado por Hitler, que lo recibió personalmente.
Tras la anexión de Austria a Alemania, Harrer se convirtió en entrenador del equipo alemán de esquí femenino de descenso y eslalon.
Al año siguiente Harrer viaja al Himalaya no por razones deportivas sino estratégicas, enviado por la Alemania nazi para preparar el ataque al Imperio británico en sus posesiones coloniales de la India. En el festival de Breslatt, Himmler en persona había invitado a Harrer a participar en una expedición de reconocimiento del Nanga Parbat. Varios años antes Himmler ya había enviado a Lasha, capital del Tibet, un equipo de reconocimiento.
Uno de los hombres de aquella primera expedición, Bruno Beger, era un nazi, luego oficial de las SS que se destacó asesinando y mutilando a varios prisioneros del campo de concentración de Auschwitz. Beger permaneció varios meses en Lasha, donde logró hacerse con el apoyo de Tsarong, el mismo tibetano que luego ayudó a Harrer y a Aufschnaiter a entrar en la ciudad prohibida. Tsarong era uno de los caciques más ricos de Lasha. En el relato 7 años en el Tíbet, Harrer describe con grandes muestras de cariño a Tsarong que se convirtió en protector y amigo íntimo de los dos alpinistas nazis austriacos.
De acuerdo con la estrategia trazada por Himmler, el arquitecto del genocidio de Hitler, con la excusa de eliminar a los judíos del continente asiático, los nazis se proponían aliarse con los tibetanos, a quienes Himmler consideraba descendientes de los arios, para destruir las fuerzas británicas desplegadas en la India.
En 1939 comienza la expedición al Nanga Parbat para exploarar el Diamir, pero la coartada alpinista de Harrer no engañó a los británicos, que le internaron en un campo de prisioneros en la India, donde aprendió tibetano e hindi. En 1944 consiguió escapar y llegar a Lasha, donde conoció a Tsarong, que a su vez le presentó al Dalai Lama (Jamyang Wangchuck), de quien llegó a ser maestro personal así como asesor de ministros y funcionarios en la gestión de un Estado teocrático y esclavista, muy lejano del país idílico y bucólico, lleno de esos hipócritas santurrones que se empeñan en presentarnos los imperialistas.
Las cosas se complican en 1949: los comunistas chinos liberan al país de canallas como aquellos monjes que vivían del comercio y la explotación salvaje de los esclavos que trabajaban las tierras de los monasterios y templos.
El nazi Harrer está en la primera línea de defensa de Lasha frente al Ejército Popular de Liberación. Los monjes no oponen precisamente rezos y plegarias a las tropas revolucionarias y la lucha es muy larga en el techo del mundo. Finalmente la derrota le obliga a Harrer a huir del país en 1951. Dos años después escribe su libro, presentado como una aventura personal y casi mística. Desde los países imperialistas el nazi se convierte en el mayor defensor del independentismo tibetano frente a la invasión de los bárbaros comunistas chinos que habían quemado los templos y santuarios lamaístas.
Tras la victoria revolucionaria la amistad con el Dalai Lama no se interrumpe: Harrer fue condecorado por el Gobierno tibetano en el exilio con la Luz de la Verdad por su apoyo al Tíbet independiente.
Harrer también fue autor de Mi vida en la corte del Dalai Lama del que se vendieron 50 millones de ejemplares. El mito se seguía explotando con buenos beneficios.
Pero los imperialistas tienen que invertir mucho dinero para seguir promocionando la causa del Dalai Lama y las calumnias contra el comunismo. Con 70 millones de dólares (10.000 millones de pesetas) de presupuesto, el director de cine francés Jean Jacques Annaud emprende el rodaje de 7 años en el Tibet en 1997. Desde el principio Harrer en persona fue un colaborador entusiasta de la película, que no se pudo realizar en la India como estaba previsto y se tuvo que desplazar a Argentina y a las montañas Rocosas.
Pero Hitler había muerto hacía mucho tiempo y el Dalai Lama tuvo que buscarse otros patrocinadores para su causa. Nada mejor que Estados Unidos.
... Pero este es otro capítulo de la misma historia.

La CIA y el Dalai Lama

El 14 de agosto de 1999, el Dalai Lama, un figurón religioso del budismo tibetano, se presentó en el Parque Central de Nueva York. Mientras estuvo en esa ciudad, hizo tres presentaciones en el Teatro Beacon y otros eventos en los cuales la gente rica llegó a pagar hasta mil dolares para oirlo hablar. Recibió apoyo oficial, incluyendo importantes artículos de prensa en cada uno de los tres principales diarios y afiches en el Metro con indicaciones para asistir al parque, cortesía de la Autoridad de Tránsito de la Ciudad de Nueva York.
Según el New York Times, cada movimiento del Dalai Lama fue planeado por el Departamento de Estado de EEUU. La policía local bloqueó varias calles. Equipos de television de todo el mundo lo siguieron. Y en cada artículo o nota de televisión se planteó el asunto de la independencia de Tíbet de China Popular.
Puerto Rico tiene casi la misma población de Tíbet, y ha sido una colonia gringa desde hace más de cien años. Ha contado con muchos líderes importantes y dinámicos. ¿Por qué no hay peliculas, afiches y conciertos similares que financien a los líderes independentistas, sólo para dar un ejemplo?
Bandas de rock, estrellas de cine y políticos honran al Dalai Lama y alzan su voz por un Tíbet libre. Esta campaña del Departamento de Estado ha confundido a mucha gente que está profundamente interesada en la libertad para los prisioneros políticos o en asuntos ambientales. Pero bajo una cubierta brillante, esta campaña esconde un tenaz ataque contra la República Popular China y los logros de la revolución china.
El Dalai Lama, con ayuda considerable de los principales medios de comunicación multinacionales, se ha convertido en una figura de culto. Basta preguntarle a cualquier persona informada. Incluso sin saber casi nada de política, dirá que el Dalai Lama es una persona buena, un santo, una fuerza espiritual. Su libro El Arte de la Felicidad, escrito junto a Howard C. Cutler, fue promovido hasta llegar a la lista de más vendidos durante 29 semanas.
¿Pero el Dalai Lama es realmente apolítico? Si es así, ¿por qué este santo, que supuestamente no mataría ni a un insecto, apoya el bombardeo de la OTAN a Yugoslavia?
La gente interesada por los asuntos sociales debe saber que, al igual que el Papa Wojtyla (alias Juan Pablo II) y otros líderes religiosos conservadores, el Dalai Lama se opone al aborto, a toda forma de control de la natalidad y a la homosexualidad.
El imperialismo gringo tiene mucha experiencia en el uso del sentimiento religioso de millones de personas. La CIA se alió con el Papa, a quien obedecen cientos de millones de católicos romanos, para derrocar el socialismo en Polonia. No debería sorprendernos que el Dalai Lama también sea utilizado por la CIA.
Por otro lado, las figuras religiosas que se oponen a la política de los EEUU son satanizadas o se convierten en blanco de asesinatos, desde el Obispo Romero de El Salvador hasta los musulmanes en Líbano y Palestina.
En 1998, Hollywood hizo dos películas importantes sobre el Tíbet. Los estudios de Hollywood aman al Dalai Lama, de quien se nos dice, personifica el espíritu y las aspiraciones del pueblo tibetano. Los ricos conglomerados que ahora controlan Hollywood (Disney y TriStar) apoyan a la organización Tibet Libre.
Hollywood glorifica a la minúscula clase dominante tibetana y su presunto pasado idílico de la misma forma en que la película Lo que el viento se llevó glorificaba la esclavitud y la clase dominante racista en el antiguo sur de los EEUU.
Una de esas películas, Siete Años en el Tíbet, estaba basada en un libro escrito por un nazi austríaco, Heinrich Harrer, quien estuvo involucrado en algunos de los crímenes más brutales de los fascistas en Austria. Harrer llegó al Tíbet durante la Segunda Guerra Mundial en una misión secreta para el imperialismo alemán, que trataba de competir con el imperialismo británico en Asia. Fue aceptado en el círculo de la corte entre la nobleza tibetana.

El imperialismo contra las culturas indígenas

Las sociedades indígenas de Norteamérica, Latinoamérica, África y Australia han sido diezmadas. La rica variedad de sus culturas, música y creencias religiosas ha sido rota, pisoteada y ridiculizada. Los pueblos nativos han sido aplastados por las mismas fuerzas que hoy parecen ser tan respetuosas y reverentes frente a la cultura tibetana.
Tíbet y el budismo tibetano serían de poco interés para el imperialismo gringo o británico si no hubiera sido por la gran revolución china, que barrió con la vieja y corrupta sociedad feudal.
Fue una revolución que incluyó movimientos de masas de millones de campesinos pobres organizados para distribuir la tierra y expulsar a los antiguos terratenientes. Este gran levantamiento social desencadenó la energía creativa y la participación de una cuarta parte de la humanidad. Pero los medios de comunicacion occidentales glorifican en cambio al viejo Tíbet.

La era de la división para vencer a China

Durante más de cien años, las potencias imperialistas de Europa Occidental y Japón se repartieron China en esferas de influencia, así como Europa dividió África en colonias. Washington se opuso a esas áreas especiales de concesión sólo porque quería el acceso a toda China sin restricciones para el comercio gringo.
En el siglo XIX, Gran Bretaña, la potencia dominante, luchó en dos guerras contra la Dinastía Manchú por el derecho a imponer la venta del opio en China. En 1904, Gran Bretaña hizo una invasión militar de gran escala en Tíbet. En el tratado de Lhasa, China fue obligada a garantizarle dos áreas de comercio a Gran Bretaña y a pagar grandes reparaciones militares para cubrir el costo de la guerra británica.
En 1949 el Ejército Rojo estaba acercándose a la derrota final del ejército del Kuomintang, apoyado por los EEUU y dirigido por el general Chiang Kai-shek. Entonces Washington maquinó para que Tíbet se uniera a las nuevas Naciones Unidas como país independiente. El esfuerzo fracasó porque el Tíbet había sido considerado como una provincia china por más de 700 años, e incluso el Kuomintang reconoció que China siempre había incluido al Tíbet y la isla de Taiwan.
Hoy día, mientras el imperialismo gringo se vuelve aún más agresivo, se mueve en varios frentes para presionar por la separación del Tíbet, Taiwan y la provincia occidental de Xinjiang de China.
Así como en los Balcanes y en las repúblicas de la antigua Unión Soviética, las fuerzas de las corporaciones gringas apoyan y animan a los movimientos separatistas para dividir y controlar grandes áreas del mundo que antes se habían liberado de la dominación imperialista.

La vida en el viejo Tibet

El Tíbet prerrevolucionario era una región completamente subdesarrollada. No tenía ningún sistema de carreteras. Las únicas ruedas eran las de la oración. Era una teocracia feudal agrícola basada en la servidumbre y la esclavitud.
Más del 90 por ciento de la población eran siervos sin tierra. Estaban atados a la tierra pero no poseían nada. Sus hijos eran registrados en los libros de propiedad del terrateniente.
No había escuelas, aparte de los monasterios feudales donde un puñado de jovenes estudiaban cantos. La matrícula total en las escuelas privadas antiguas era de 600 estudiantes. No se oyó nunca hablar de educación para las mujeres. No había servicio de salud. No había ni un solo hospital en todo el Tíbet.
Cien familias nobles y los superiores de 100 monasterios grandes, también de las familias gobernantes, eran dueños de todo. El Dalai Lama vivia en el Palacio Potala, de mil habitaciones y 14 pisos. Tradicionalmente era escogido en su juventud de fuera de los círculos gobernantes. Seguía siendo un peón bajo el control de los consejeros de la nobleza.
Para el campesino común, la vida era corta y miserable. Tíbet tenía una de las más altas tasas de tuberculosis y mortalidad infantil en el mundo.
Hoy Tíbet tiene 2.380 escuelas primarias, junto a varias escuelas profesionales, donde la educación se dicta en lenguaje tibetano. Tíbet tiene ahora 2.623 médicos, 95 hospitales municipales y 770 clínicas.

Lucha de clases en el Tíbet

En 1949 la revolución china estableció por primera vez al Tíbet como una región autónoma con muchos más derechos que los que tuvo bajo cualquier gobierno chino anterior. La política del Partido Comunista Chino era esperar a que las condiciones de las clases oprimidas de la población tibetana se desarrollaran para levantarse y derrocar la servidumbre.
La servidumbre sólo fue prohibida en 1959, diez años despues de la revolución china. Esto pasó tras un movimiento de masas que aisló a todo el entorno del Dalai Lama.
Es verdad, sin embargo, que los comunistas chinos se opusieron a las costumbres ancestrales del Tíbet.
En primer lugar, el gobierno chino le pagaba sueldos a los tibetanos que trabajaban en un gran programa nacional de construcción de carreteras. Esto desbarató completamente la costumbre de la servidumbre. Antes de eso, un siervo sólo podía sobrevivir trabajando para un terrateniente, no por un sueldo sino por comida.
Incluso aún más revolucionaria fue la política del PCCh de pagar sueldos a los hijos de los siervos y de los antiguos esclavos para que asistieran a la escuela y entregarles libros, comida y vivienda. En las familias desesperadamente pobres, aún los niños pequeños habían tenido que trabajar para la supervivencia de sus familias. Esta política revolucionaria dio ventajas económicas por primera vez a las capas oprimidas de esta sociedad de clases en decadencia.

La CIA moviliza la resistencia de la clase dominante

A comienzos de 1955 la CIA empezó a construir un ejército contrarrevolucionario en el Tíbet, muy parecido a los contras en Nicaragua y, más recientemente, la financiación y entrenamiento del UÇK en Kosovo.
Un artículo de la revista Newsweek del 16 de agosto de 1999, titulado La guerra secreta en el techo del mundo. Fantasmas, monjes y el juego secreto de la CIA en el Tíbet describe detalles de la operación de la CIA entre 1957 y 1965.
De forma parecida, un artículo importante del Chicago Tribune el 25 de enero de 1997 describía el entrenamiento especial de los mercenarios tibetanos en el Campo Hale en las Montañas Rocosas en Colorado en los años 50.
Estos mercenarios eran entonces enviados en paracaídas al Tíbet. Según los famosos Papeles del Pentágono, hubo al menos 700 de esos vuelos en los años 50. Aviones C-130 de la Fuerza Aerea eran usados para enviar municiones y subametralladoras, como ocurrió después en Vietnam. También hubo bases especiales en Guam y Okinawa para entrenar soldados tibetanos.
Gyalo Thundup, el hermano del Dalai Lama, dirigía la operación. Esto difícilmente era un secreto, pues así se hizo famoso.
El artículo del Chicago Tribune se titula La guerra secreta de la CIA en el Tíbet. Pero, como el artículo dice, poco acerca de las artimañas de la CIA en los Himalayas es realmente secreto, excepto quizás para los contribuyentes de EEUU que la financiaron.
La CIA le dio una asignación especial al Dalai Lama en los años 60 de 180.000 dólares anuales, una pequeña fortuna en Nepal, donde había organizado un ejército y su gobierno virtual en el exilio. Washington también montó emisoras especiales dirigidas al Tíbet y presentando al Dalai Lama como un dios-rey.
Ralph McGehee, que ha escrito varios informes sobre las operaciones de la CIA y tiene un sitio web, describió con algún detalle como la compañía promovió al Dalai Lama. La Fundación Nacional para la Democracia, de la CIA, aportó dinero para el Fondo Tíbet, Voz del Tíbet y la Campaña Internacional por el Tíbet.

Sara Flounders

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