domingo, septiembre 16, 2018

No a otra masacre en Siria



El gobierno de Bashar al Assad ha venido reconquistando el territorio de Siria con la ayuda de los suministros y la aviación de Rusia y con la participación de la Guardia Revolucionaria de Irán y de las milicias de Hizbollah. Ahora se apresta a tomar la provincia de Iblid (donde viven tres millones de personas), en el noroeste de Siria, con la intervención de la aviación rusa y la certeza de que provocará una enorme masacre en la población. La intervención de Rusia en Siria, a partir fundamentalmente de mediados de 2015, ha obedecido a la preocupación de que Siria no acabara dominada por la Otan y descuartizada en el camino, y también a la prevención de que las organizaciones terroristas islámicas pudieran establecer una base para un ulterior cerco a la periferia musulmana de Rusia, que integró la ex Unión Soviética. Irán y Hizbollah, en un sentido opuesto, no han ocultado la intención de crear una zona de protección hasta el Mediterráneo, frente a Israel.

Guerra internacional

La irrupción de Rusia en la guerra siria fue claramente tolerada por la Otan y en especial por Estados Unidos, como lo prueba la contemporización de parte de Obama con esa intervención y luego de Trump, e incluso de parte del estado sionista. Los estados mayores de las potencias imperialistas suponían y lo siguen haciendo, que la guerra entramparía a Rusia en un conflicto sin salida, y por otro lado pretendían alejarse de una intervención directa luego de su propio empantanamiento en Irak y Libia y especialmente Afganistán – más allá de no querer agravar la crisis política que ha provocado en la Unión Europea la tragedia humanitaria de millones de refugiados.
Es un hecho que la intervención militar en Siria representa una carga económica insoportable, en el caso de Irán y Rusia. En la agitación popular en Irán desde principios de año, debido a la crisis social creciente, se han levantado consignas contra la participación en la guerra siria. Las guerras en Medio Oriente tienen para el imperialismo mundial, no hace falta decirlo, un alcance estratégico, que es el apoderamiento de las grandes reservas petroleras, por parte de los monopolios internacionales, y el cercamiento a Rusia, que además de sus riquezas minerales sigue siendo una potencia en materia de tecnología. Mientras tanto, una suerte de sistema de alerta unifica a todos los actores antagónicos en el escenario sirio, para evitar el desencadenamiento de una guerra internacional – en una suerte de guerra concertada.
La injerencia en el conflicto por parte de Turquía, la potencia vecina más importante, ha introducido un factor explosivo adicional a la guerra. Por un lado, Turquía ha debido alojar, en forma precaria, a millones de refugiados; por el otro, lidia en esta guerra con la presencia de la nación kurda, cuya población se concentra en mayoritariamente en la propia Turquía y, asimismo, en sus fronteras con Irak, Siria. El nacionalismo kurdo ha renunciado a crear un estado propio en todo ese territorio contiguo, pero no a la autonomía política dentro de los estados donde se albergan. El gobierno de Erdogan libra, en Siria, una guerra de sometimiento de los kurdos, incluido el condicionamiento político en los estados ajenos a Turquía.
Además de este punto de fricción internacional, Turquía ha entrado en conflicto con varios estados de la región (principalmente, Arabia Saudita, Egipto e Israel), que han desatado una represión rayana en la masacre contra el islamismo político (‘racional’ en lenguaje macrista) del cual Turquía se pretendía servir para extender su influencia económica y política en el ex territorio otomano. La derrota de las revoluciones árabes de 2011 bloqueó una salida popular a los conflictos históricos en la región y agudizaron, de este modo, un cuadro de guerras crecientes. El apoyo del Pentágono a las milicias kurdas de Siria y de Irak, primero en la invasión que derrocó a Sadam Husein en Irak y luego en la lucha armada contra el Estado Islámico, creó una fisura estratégica entre el régimen de Turquía y EEUU (tanto Obama como Trump), se cristalizó en un golpe de estado pro-yanqui, en 2016, y en una reversión de alianzas espectacular por parte de Turquía – que se alineó con Rusia y, sus socios. Sede de la mayor base de la Otan, Turquía acaba de proveerse de misiles antiaéreos 400 de las fuerzas armadas de Rusia.

Fracasa des-escalamiento

El régimen de Erdogan enfrenta una crisis enorme en este conflicto, al cual entró de la mano de los yanquis para derribar a Bashar al Assad y convertir a Siria en un protectorado parcial, para acabar aliado a este último cuando la intervención rusa dio vuelta el curso de la guerra. El asedio a la región de Iblid por parte del régimen sirio y la aviación rusa, plantea a Turquía un conflicto monumental, porque esa provincia se encuentra tomada, desde el inicio de la guerra, por fuerzas islámicas organizadas por la propia Turquía. Tiene al frente una crisis con sus aliados de último momento, Rusia, Irán y Siria, cuando no puede reanudar todavía la que tenía con Estados Unidos. En los acuerdos “de los cuatro” para que Bashar retome el control de Siria, se había establecido el método del ‘des-escalamiento’, o sea la cesión progresiva del territorio ocupado y la posibilidad de que la población pudiera retirarse pacíficamente de las ciudades. La contrapartida era admitir una zona de influencia para Turquía. Este des-escalamiento ha funcionado mal en las ciudades reconquistadas en los últimos meses, Alepo y Ghouta, y amenaza ser peor en Idlib. Trump ha aprovechado esta crisis para anunciar que EEUU podría intervenir militarmente. Trump ha roto el acuerdo de control nuclear firmado por seis potencias con Irán y ha anunciado sanciones contra este país para provocar lo que llama “un cambio de régimen”. Cuenta con el apoyo total del gobierno sionista, aunque con esta salvedad: Netanyahu ha arribado a un acuerdo con Putin para alejar a Irán de Siria, lo que es visto como un paso para que Irán acepte negociar con Trump una modificación de aquel acuerdo nuclear – lo cual pide también la Unión Europea.
Como se concluye de esta caracterización del conflicto, en territorio sirio combaten potencias reaccionarias por el reparto de zonas de influencia en el Medio Oriente. Bashar al Assad asegura que pelea por una Siria autónoma e independiente, pero es su régimen el que ha entregado cualquier forma de autonomía, que no recobrará jamás; su destino se decide en la mesa de negociación de otros conflictos: Ucrania, Crimea, disputas por yacimientos de gas, guerra económica. La oligarquía rusa, al igual que los capitales y las empresas estatales de China libran una pelea económica en el mercado internacional, en el marco de un definitivo entrelazamiento con el capital mundial.

No a otra masacre

El bombardeo y la masacre de la población civil son incompatibles con cualquier posición que se autojustifique invocando una lucha anti-imperialista o revolucionaria, porque la única que puede hacer una revolución es la población trabajadora amenazada por esa masacre.
Esa posición anti-imperialista no está presente en los bandos estatales en disputa. Lo mismo vale contra la expulsión de la población de sus viviendas y ciudades. Putin ha invitado a los estados imperialistas a participar de una “reconstrucción de Siria”, o sea a un negociado inmenso, a una PPP macrista internacional, enseguida de que se alcance la ‘normalización política’. Esa ‘normalización’ no alcanza a la población que ha huido de la guerra, cuyas propiedades están confiscadas. La oposición contra otra masacre civil debe ir acompañada por el reclamo de que todas las potencias extranjeras se retiren de Siria, de que cese el boicot a Irán, de que Israel devuelva las propiedades y territorios confiscados a los palestinos y a favor del derecho al retorno; por el cese de los fusilamientos en Egipto y el derrocamiento de su dictadura militar; por el derecho a la autodeterminación nacional ejercido en forma libre por todos los pueblos del Medio Oriente.
Impedir otra masacre está en el interés de todos los trabajadores del mundo que luchan contra los ataques capitalistas, porque cualquier masacre es una extorsión para que la clase obrera de todo el mundo renuncie a luchar.

Jorge Altamira

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