sábado, abril 11, 2020

El pueblo en marcha combatiente



En protesta por los sucesos acaecidos en la embajada del Perú en La Habana, en los que perdió la vida un custodio cubano, una multitud protagonizó una multitudinaria manifestación

La Habana. 1º de abril de 1980. A las 3:38 p.m., el ómnibus número 5054 de la ruta 79, matrícula HW 5872, partió del paradero de Lawton rumbo a la Playa de Marianao. Cerca de hora y media más tarde, según declaraciones del expedidor de turno de la terminal mencionada, el chofer comunicó telefónicamente que se le había ponchado una goma, por lo cual fue autorizado a regresar vacío. De acuerdo con la posterior investigación policial, seis personas se hallaban además en el vehículo cuando reinició su marcha.
En ese momento el combatiente del Ministerio del Interior (Minint) Pedro Ortiz Cabrera cubría una de las postas principales de la embajada de Perú, ubicada en la Quinta Avenida y calle 72, en el municipio de Playa. Cerca de las 5:00 p.m., vio desde su puesto como una guagua se acercaba a gran velocidad y arremetía contra él en un intento de entrar a la misión sudamericana. Unos compañeros suyos del destacamento de protección a sedes diplomáticas se acercaron rápidamente al lugar. Incrustado en la cerca de alambre que rodeaba la mansión, encontraron al ómnibus con las puertas abiertas; muy próximo al carro, el cuerpo ensangrentado del custodio. Trasladado al Hospital Militar, falleció poco tiempo después
La Cancillería peruana otorgó a los invasores el asilo a pesar de que el embajador de ese país en Cuba, Edgardo de Habich, era contrario a hacerlo. Ante esa actitud, el Gobierno cubano emitió una declaración, publicada en el diario Granma el 4 de abril, en la cual se explicaba que, al acoger en su sede “a tales violadores de la inmunidad diplomática en lugar de rechazar semejante práctica”, se ponía en riesgo la propia seguridad de los funcionarios diplomáticos y estimulaba los actos de violencia contra otras misiones en Cuba.
En la declaración se advertía que ningún individuo que penetrara por la fuerza en una embajada, recibiría salvoconducto para salir del país. También hacía énfasis en que ninguno de los individuos que habían penetrado por la fuerza en la sede diplomática peruana había estado implicado en problemas políticos, por lo que no tenían necesidad de solicitar asilo.
Como consecuencia de los hechos y de la tolerancia del Gobierno sudamericano ante ellos, Cuba decidió retirarle la custodia de su sede diplomática en La Habana. Como era de esperar, al recinto acudieron a las pocas horas miles de personas, quienes ansiaban emigrar no a Perú sino a los Estados Unidos, nación que sistemáticamente hasta esa fecha había incumplido compromisos contraídos, entre otros, con los exreclusos contrarrevolucionarios y sus familias que desde inicios de 1979 tenían la autorización de abandonar la Isla y por argucias burocráticas de los funcionarios de Washington no habían podido hacerlo. También entre los nuevos huéspedes de la misión limeña se hallaron lumpens, delincuentes y vagos, que aprovecharon la ocasión para realizar su sueño de “to live in America”.
Contra Cuba se desató una estruendosa campaña mediática, en la que junto con la prensa yanqui más conservadora participaron los libelos de la derecha europea y de la oligarquía latinoamericana. El presidente estadounidense Jimmy Carter hizo críticas infundadas contra la Isla y el 14 de abril firmó una autorización para admitir a 3 500 de los individuos que se encontraban en la embajada peruana. Paralelamente, dio el visto bueno para la realización de ejercicios militares en el Caribe, el llamado Solid Shield 80, en el que, como provocación, se desarrollaría un desembarco aéreo y naval en la Base Naval de Guantánamo y superbombarderos simularían el minado de mares y puertos cubanos.
La respuesta de Cuba no se hizo esperar.

Cuando retumbó la Quinta Avenida

A las 9:00 a.m., comenzó la marcha. Como escribiría el corresponsal en La Habana del diario mexicano Excelsior, “el pueblo se volcó para repudiar la escoria (sic). Un millón de cubanos marcharon cinco kilómetros ante la Embajada de Perú”. Al frente iban los estudiantes de Medicina del Instituto de Ciencias Básicas Victoria de Girón, a quienes seguían los cederistas del municipio de Plaza de la Revolución. Los manifestantes portaban carteles con consignas. “Abajo la gusanera”, “La embajada del Perú se parece a Cayo Cruz”. Como para dejar sentado que no solo se protestaba por los sucesos de la sede diplomática, otra pancarta afirmaba: “Abajo las maniobras yanqui en el Caribe”.
Entre los manifestantes iba un maestro de Historia acompañado de un grupo de alumnos. Días antes el educador había comentado en el aula que la más gigantesca concentración que había presenciado era la de la Segunda Declaración de La Habana, en la Plaza de la Revolución. Al detenerse momentáneamente la marcha en la calle 42 uno de los estudiantes se subió a un banco de cemento. “Profe, no se ve el final”. “Profe, ¿ésta de hoy es tan grande como aquella que usted nos contó?”, indagó una adolescente. “No, esto no tiene nombre, esta es la más grande”. El profesor no podía suponer entonces que el acto por el Primero de Mayo, unos días después, iba a superar todas sus expectativas.

Marcha del pueblo combatiente ante Embajada de Perú

A la prensa extranjera acreditada en Cuba no le quedó otro remedio que reseñar lo multitudinario del desfile (Foto: ARAMÍS)
A la prensa extranjera acreditada en Cuba no le quedó otro remedio que reseñar lo multitudinario del desfile. Reportó la AP que el Gobierno cubano “movilizó un ejército de pueblo de cerca de un millón de personas (…) Observadores occidentales familiarizados con este tipo de manifestaciones en la capital cubana, dijeron que posiblemente la cifra no sea exagerada”.
Diarios franceses como Le Figaro y otros de marcada tendencia anticubana como Le Matin de Paris coincidieron con la AP en el cálculo de participantes del desfile, mientras que El Sol, de Mexico, estimaba un cómputo de “más de millón y medio de habaneros”. Otro rotativo mexicano, El Nacional, calificó la marcha combatiente como ·una gigantesca demostración de respaldo al Gobierno de Fidel Castro”.

Nueva respuesta de Cuba

Para solucionar los problemas que ocasionaban a la embajada de Perú los “acampados” que allí se hallaban, Cuba propuso su traslado directo a los países que se habían ofrecido para acogerlos. Según expresara el académico Elier Ramírez al autor de este trabajo, “comenzaron maniobras turbias al respecto, se desarrolló un plan de congregarlos en campamentos de Costa Rica y de allí distribuirlos a otros países. Cuba interpretó este método como una provocación más. En primer lugar, porque no se había contado con Cuba. En segundo lugar, porque era muy obvio lo que había detrás de esta maniobra: al crear campamentos de refugiados en Costa Rica, se prolongaba el show y, por lo tanto, se podía seguir explotando la situación propagandísticamente.
“Surgió entonces una solución espontánea por iniciativa de la comunidad cubana en los Estados Unidos y que contó con la anuencia del Gobierno Cubano: empezaron a llegar pequeñas, medianas y hasta grandes embarcaciones al puerto del Mariel a recoger a las personas que deseaban emigrar a los Estados Unidos”.

Retrospectiva desde 2020

Con la apertura del Mariel, más de 125 000 personas emigraron hacia Estados Unidos. Esta solución colocó a la administración Carter en una situación sumamente difícil, pues la mayor parte de la población estadounidense no tenía grandes simpatías o deseos de acoger este nuevo flujo de inmigrantes. Washington tuvo que sentarse a dialogar con Cuba sobre este tema, pero el triunfo de Ronald Reagan en las elecciones de 1980 enrareció el ambiente.
A pesar de la evidente antipatía del actor devenido mandatario hacia el sistema social cubano, las conversaciones se retomaron en 1984 y 1987, suscribiéndose un Acuerdo Migratorio que siempre ha incumplido la parte estadounidense, a veces apelando a festinadas interpretaciones gramaticales; y en otras, a la prepotencia del residente de turno en la Casa Blanca, como sucede hoy día.

Homenaje

Año 1980. Pasaron meses. La mansión de Quinta Avenida y calle 72 dejó de ser sede diplomática y cuando el colega y amigo Julio García Luis pasó casualmente por allí, le vio un aspecto de desolación: cristales y persianas rotas, el antaño césped del jardín había desaparecido y en su lugar podían verse latas, cajetillas y objetos no identificables esparcidos en el barro.
De pronto un auto se detuvo ante él. Descendieron de él una pareja de recién casados que haciendo caso omiso del periodista se dirigieron al custodio. Julio no pudo oír de qué hablaban. Solo entendió cuando los jóvenes, antes de marcharse, se dirigieron al lugar donde había caído Pedro Ortiz Cabrera.
Al conocer el hecho, el fotorreportero Liborio Noval acudió al lugar y dejó constancia para la posterioridad del ramo de flores colocado sobre la cerca de alambre.

Pedro Antonio García

Fuentes consultadas: Los textos El largo camino hacia la normalización de los vínculos migratorios (Periódico Granma, 5-6 de febrero de 2017) y A 30 años de la crisis migratoria del Mariel (material facilitado por su autor). El libro Mártires del Minint. Semblanzas biográficas. Informaciones aparecidas en el periódico Granma (abril-octubre 1980)

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