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sábado, abril 11, 2020
¿China es un país imperialista?
El debate sobre si China es un país imperialista y, de un modo más general, en torno de la naturaleza del estado chino requiere, en primer lugar, volver sobre la noción acerca del imperialismo, desde el punto de vista marxista. El imperialismo, parafraseando el célebre libro de Lenin, es la fase superior del capitalismo, es decir, no constituye un nuevo modo de producción sino una etapa dentro del mismo régimen social capitalista. Una etapa con sus características distintivas -que habla de la decadencia y descomposición de la organización social vigente y que pone al rojo vivo la necesidad del tránsito a un nuevo orden social- pero que sigue teniendo como fundamento la misma estructura social y un mismo sujeto, la burguesía.
En este plano, la burguesía china no se ha terminado de consolidar como clase dirigente. Ocupa todavía un lugar subordinado respecto a la burocracia estatal, encarnada en el PCCH (Partido Comunista) y en el último período,en el liderazgo de signo bonapartista de Xi Jinping que controla los resortes fundamentales políticos y económicos del país.
A la hora de hacer una caracterización, la cuestión del sujeto no es un rasgo más, ocupa una centralidad irremplazable. Constituye un error perderse en algunas características (la presencia china en África, las inversiones chinas en terceros países, en particular de la periferia) que tomadas aisladamente, divorciadas del cuerpo principal, nos llevan a una apreciación errónea. Mal se puede hablar, entonces, de imperialismo, cuando la burguesía no ha logrado catapultarse como el actor y la fuerza principal.
Lo que corresponde decir es que la restauración capitalista en China aún está inconclusa. La burguesía fue creciendo a la sombra del estado chino pero, en la actualidad, dicha tutela se ha convertido en un obstáculo para su desarrollo. La burguesía busca desembarazarse del proteccionismo y regulación estatal (muy marcada en la industria y las finanzas) y la interferencia que ejerce el estado incluso en el ámbito de las empresas privadas, lo cual es un freno y, en última instancia, resulta incompatible con el proceso de acumulación capitalista. La restauración capitalista está aún más rezagada en el campo chino, en el cual, la concentración de la tierra en manos del capital plantearía una expulsión masiva de centenares de millones de campesinos, y por lo tanto, el riesgo de una conmoción social de enormes dimensiones que las autoridades chinas, por ahora, han optado por evitar.
La burguesía china es una clase aún en formación que debe lidiar con la presión cruzada de dos gigantes, el imperialismo mundial y la clase obrera china. La burguesía mundial está pugnando por una apertura de la economía china, pero en su propio provecho, lo que supone confinar a China a la condición de una semicolonia. Derrotar esta pretensión, excede la capacidad de la burguesía china que debería apoyarse y poner en movimiento la clase obrera, lo cual abriría el terreno para la recreación de tendencias revolucionarias (o sea, las bases para una revolución social y política) retomando el rico legado que poseen los explotados chinos en su historia. El destino de China está inscripto como nunca en la dinámica revolución-contrarrevolución en un escenario de creciente polarización no solo a escala de China sino a nivel mundial.
Pablo Heller
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