Un buen ejemplo de esta influencia se desprende de lo que contaba Mika Etchébehére en sus memorias de la guerra. Decía que los soldados que se habían mostrado a una lucha a muerte siguiendo sus órdenes, mostraron que no sabían digerir las acusaciones de “trotskismo” que se vertían sobre su capitana, la única del ejército república, la misma que pudo salvar la vida gracias a protección de la columna anarquista de Cipriano Mera, disfrazándose de “garçon” entre las “Mujeres libres”. Está claro que estos soldados lo ignoraban todo sobre el epíteto, pero no podían por menos que sentirse desconcertados dado que la acusación venía del mismo frente. De “los suyos” que creían lo que se les aseguraba con vehemencia desde la URSS que aparecía como la única potencia que apoyaba a la República española, abandonada por los países democráticos que ahora se lavaban las manos mientras que los aviones de Hitler y Mussolini caían sobre ellos. Este fue generalizado como demuestra el hecho de que los intelectuales catalanes de izquierdas que conocían sobradamente a Andreu Nin y al POUM, no movieron un dedo en su defensa.
Más tarde, cuando el curso de la II Guerra Mundial, la derrota del III Reich se selló en Stalingrado, el reconocimiento de Stalin fue tal que, por citar un caso ilustrativo, no pocos militantes españoles de filiación libertaria y poumistas llegaron a plantearse sí, al final de cuentas, la victoria no era la demostración de que “el hombre de acero” había subido con su dureza ganar previamente la batalla. ¿Cómo?, pues acabando con la “Quinta Columna”, tal como llegó a asegurar Joseph L. Davies, el embajador norteamericano encarnado por Walter Huston en la película “Mission to Moscow” (Michael Curtiz, USA, 1943), realizado a petición del propio Franklin Roosevelt.
Esto explica que durante varias décadas, Trotsky llegara a parecer algo así como un mito histórico perdido que de alguna manera evocaba al de Aníbal, quien después de llegar a las puertas de Roma no hizo más que retroceder para acabar siendo arrollado por los acontecimientos.
Stalin pues pareció llegar al punto más alto de su buena fortuna, la victoria lavaba todos los horrores. Apareció como el hombre que decidió la derrota de la peste nazi. Sin embargo, su estrella comenzó a declinar en vida, a precipitarse en una espiral de desprestigio interminable. Este giro se percibe desde el mismo momento de su muerte, que coincide con un levantamiento obrero en la Alemania del Este que fue comentado sardónicamente por Brecht. En muy poco tiempo comenzó a hacerse evidente que el “líder amado”, se trataba en realidad de un personaje siniestro. Temido y odiado hasta por los componentes de su camarilla. En 1956, la fotografía de su busto rodando por los sueños en el curso de la revolución húngara de Octubre, da la vuelta el mundo. Poco después se da a conocer el “Informe” que Kruschev escribe para el XX Congreso del PCUS, y en el que su culpa a Stalin de horrores sin límites. Su interpretación de que todo se debió a una desviación del “culto a la personalidad”, no convence. En el tiempo que sigue se prodigan las ediciones de denuncias del estalinismo, algunos partidos comunistas toman su distancia. Es la época del “policentrismo” del PCI.
En este nuevo ciclo de radicalización, de creciente crítica al estalinismo, se inserta la recuperación de las obras de Trotsky. Se edita la trilogía de Isaac Deutscher sobre él, amén de las obras de autores del prestigio de Ernest Mandel, y emerge una nueva promoción militante, la primera de la posguerra. Toda una generación que, un poco en todas partes, pero muy concretamente en el caso español, abre un debate sobre “la crisis española de los años treinta” (título del estudio de Carlos Mº Rama), con un abanico de aportaciones como las de José Peirats, los dos volúmenes de Pierre Broué y Emile Términe. Se habla nuevamente del POUM, del “trotskismo” del FLP (exterior). Ruedo Ibérico edita a Andreu Nin y a Joaquín Maurín. Igualmente se anuncia la publicación de unas “obras de Trotsky”, proyecto en el que interviene el veterano Juan Andrade, Fernando Claudín y J. Álvarez Junco. Francisco Fernández Santos escribió una apasionada recepción en la revista, que se hace eco del debate sobre la “cultura proletaria” y desde el que reconoce:
“Son las obras de Trotsky –y no el movimiento por él fundado en el exilio, que nunca pasó de ser una minoría en el movimiento socialista mundial– las que mantienen viva y actualísima su figura. Por ello, el mejor homenaje que se le pueda rendir, en este veinticinco aniversario de su muerte, es hablar de sus obras: ellas nos dicen con toda claridad, por encima de las calumnias y las tergiversaciones del estalinismo, de la verdad perdurable del Trotsky revolucionario y pensador. En ellas encuentra el nuevo pensamiento revolucionario un acicate, un enriquecimiento y una confirmación. (…) Trotsky habrá sido un precursor genial, un hombre que, consciente de la historia y de sus necesidades, no se resignó sin embargo a ellas, sino que, como todo auténtico revolucionario, supo luchar contra la historia para construir el futuro. Y cuando los jóvenes intelectuales y escritores soviéticos reclaman, contra lo que aún queda de estalinismo en Rusia, la libertad, la autonomía y la universalidad de la creación cultural y literaria, tras ellos, aunque no le citen, aunque, incluso, no le hayan leído, se yergue la aguda y penetrante figura de Trotsky, el héroe revolucionario que murió asesinado porque no quiso jamás renegar del espíritu de la Revolución de Octubre, el pensador marxista antidogmático, vibrante de ideas y abierto al universalismo, el gran escritor para quien la creación literaria no podía ser un simple instrumento de la acción política…” (Cuadernos de Ruedo ibérico, París, agosto-septiembre 1965, número 2 páginas 125-128)
Se considera que la derrota del movimiento obrero y socialista bajo el neoliberalismo como la más grave de la historia social. No solamente porque significó el retroceso de los movimientos sociales y de la izquierda en todas sus variantes, sino sobre todo porque se trató de una derrota sin luchas de oposición significadas, incluso con sentidos contrarios como fue el caso de Polonia en una época en la que las mayores huelgas obreras se dieron contra un “Estado obrero” absolutamente desprestigiado. Esto lo ilustra una anécdota completamente cierto y vivida por un grupo de militantes comunistas catalanas que, a principios de los años ochenta, organizaron un viaje a los barrios proletarios de Varsovia con la convicción de que estaban siendo engañados, y que por lo tanto lo que se trataba era de enseñarle la verdad del comunismo. Su ingenuidad les llevó a que los habitantes del lugar los confundieran como provocadores de la policía que solían usar el mismo léxico con propósitos inversos…Semejante perversión del lenguaje. No hay que decir que el nombre de Trotsky y de la historia que conlleva, forma de la “batalla de las ideas” recrudecida con la victoria política y cultural del neoliberalismo, victoria que dio al traste con el mal llamado “socialismo real” y de cualquier oposición al capitalismo liberal (e imperial) como el final de la historia, sobre todo de cualquier alternativa planteada desde el ciclo revolucionario iniciado en Octubre de 1917.Aunque no faltan candidatos para hacerlo, actualmente resulta difícil negar la enorme proyección humana e histórica de un personaje que después de representar las victorias de 1905 (derrota con la cabeza muy alta), de Zimmerwald, de la revolución.
De lo que no hay duda es que la personalidad de Trotsky es tan fuera de lo común como su destino. Su trayectoria fue y sigue siendo un campo de batalla. Él mismo necesitó ofrecer su propia visión en Mi vida, una obra admirada y controvertida que ha sido comparada en su género con la de san Agustín o la de Rousseau o Casanova. Sobre su energía física e intelectual se puede decir algo parecido a lo que él mismo escribió sobre Jaurés y Lasalle (con quien Lukács le comparó por su idéntico carácter prepotente): rigor e imaginación, potencia del sueño y finura en el análisis, claridad en los objetivos y sutileza en los métodos. Así pues, no es casualidad que fuese admirado por algunos de los más célebres literatos del siglo, comenzando por Isaak Babel y siguiendo por tantos otros que fueron asesinados como trotskistas en los años del Gran Terror. Resulta bastante espectacular la lista de grandes nombres que fueron trotskistas a su manera y por un tiempo, o que al menos en los momentos en que opusieron el legado que encarnaba Trotsky frente al estalinismo desde todo y cada uno de los aspectos de su opción política.
Con todo, Trotsky supo distinguir entre la URSS y la gestión burocrática.
Pepe Gutiérrez-Álvarez
1 Jul, 2021
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