Sumario:
— Orígenes del pensamiento científico filosófico
— Idealistas y materialistas en la época de máximo desarrollo del esclavismo
— Idealistas y platonistas
— Los materialistas griegos
— El cristianismo como religión oficial
— La filosofía bajo el feudalismo
— La filosofía en el período de tránsito del feudalismo al capitalismo
— El desarrollo del pensamiento en el período de las revoluciones burguesas
— El materialismo de Spinoza
— Los materialistas ingleses
— Los materialistas franceses
— El idealismo de Leibniz
— La filosofía clásica alemana
— La filosofía crítica de Kant
— La dialéctica de Hegel
— El materialismo de Feuerbach
— La revolución en la filosofía: el marxismo
— La desintegración de la filosofía burguesa
Orígenes del pensamiento científico filosófico
Con el esclavismo como sistema de producción, aparece el pensamiento científico filosófico. Hasta entonces, el hombre, limitado por el escaso desarrollo de las fuerzas productivas, no había pasado de una interpretación mágico-mítica del origen del mundo y de los fenómenos de la naturaleza. Fue la esclavitud -como dice Engels- la que hizo posible la división del trabajo en mayor escala entre la agricultura y la industria, gracias a lo cual pudo florecer el mundo antiguo, la civilización griega. Sin esclavitud no podría concebirse el Estado griego, ni podría concebirse el arte ni la ciencia de Grecia (Anti-Dühring).
En el modo de producción esclavista se reserva exclusivamente a los esclavos el trabajo manual, considerándolo como algo indigno del hombre libre. Esta característica impregna todo el desarrollo espiritual de la sociedad esclavista. La filosofía antigua no nace como materia de investigaciones especiales, sino en nexo indisoluble con los conocimientos científicos: matemáticas, astronomía, cosmología... ciencias, con la mitología y el arte, al servicio directo de una economía en desarrollo. Unido a la aparición de las clases y de la lucha de clases que surge en los estados esclavistas, se va produciendo un cambio en el pensamiento que comienza a poner en duda las creencias religiosas y, de forma ingenua plantea los problemas del fundamento material de la naturaleza y sus manifestaciones.
En los siglos VII-VI a.n.e. surge la filosofía helena en las ciudades jónicas de Asia Menor, fundadas por los griegos. Fue en las ciudades de Mileto y Efeso, grandes centros industriales, donde aparecieron los primeros pensadores que, junto al planteamiento de los problemas filosóficos, desplegaron múltiples actividades científicas (construcción del reloj solar, modelo de la esfera terrestre, el primer mapa de la tierra, emisión de pronósticos astronómicos y meteorológicos...), todas ellas vitales para el comercio y la navegación. Destacados representantes de este período fueron Tales, Anaximandro y Anaxímenes, que trataron de explicar el origen del mundo y las cosas partiendo de elementos corpóreos, como la tierra, el agua, el aire... Los conocimientos que reunieron y aportaron no sólo fueron la base de su actividad práctica, sino, ante todo, elementos de su cosmovisión integral. Surge así el llamado materialismo espontáneo, que alcanza con Heráclito, hacia el final de este período (530-470 a.n.e.), una concepción más desarrollada. Precursor del método dialéctico, Heráclito expuso el carácter transitorio y cambiante de todas las cosas. El mundo no es inmovilidad, sino un proceso en que cada cosa y cada propiedad cambian, pero no de un modo cualquiera, sino que pasa a ser su contrario: lo frío se convierte en cálido y viceversa; lo húmedo se torna seco y al revés... Los cambios no son para Heráclito simples transformaciones, sino pugna, lucha universal, donde se revela la identidad de las cosas; el padre de todo, el rey de todo. En consonancia, y a diferencia de sus antecesores, Heráclito ve en el fuego la sustancia primordial de la que parte todo lo demás, ya que es la sustancia más susceptible de mutación. El mundo, la naturaleza, nos dice Heráclito, no ha sido creada por ningún dios, es y será fuego eternamente vivo que con orden regular se enciende y con orden regular se apaga.
Paralelamente a la concepción del materialismo espontáneo, aparecen primeras concepciones idealistas en las ciudades del sur de Italia, asentadas estas sobre una economía agrícola. Es por lo que estas escuelas no buscan con tanto afán el conocimiento de la naturaleza. En su filosofía se aprecia, en mayor o menor medida, la influencia de viejas representaciones mitológicas y nuevos mitos que aparecen con el desarrollo de la sociedad esclavista. La filosofía de Pitágoras parte de una concepción religiosa que cree en la trasmigración del alma. El alma es, en Tales, algo aparte, distinto del cuerpo -escribe Engels-, en Anaxímenes es el aire... y los pitagóricos la presentan ya como inmortal y ambulante, considerando al cuerpo con respecto a ella, como una morada puramente accidental (Dialéctica de la naturaleza).
Otras escuelas, como los eléatas (de Elea), orientaron su filosofía contra la doctrina heraclitiana del movimiento y los cambios, contraponiéndole una concepción metafísica. Para sus representantes (Parménides y Zenón), el mundo es una esfera material en la que no existe el vacío, en él no existen partes y, por lo tanto, es imposible el movimiento y el cambio. Sus argumentos impulsaron el desarrollo de la lógica y, sobre todo, de la dialéctica, ya que revelaron las contradicciones que encierran los conceptos de espacio, multiplicidad y movimiento y, así, obligaron a buscar procedimientos para eliminar las dificultades halladas.
Idealistas y materialistas en la época de máximo desarrollo del esclavismo
Hasta las postrimerías del siglo V a.n.e., el materialismo primaba entre las doctrinas filosóficas griegas. Las tendencias idealistas aún no se habían configurado en un sistema de modo consciente. En esta época se inicia la crisis de la sociedad esclavista griega, y la lucha de clases imprime a la filosofía un marcado carácter partidista. La clase esclavista necesita fundamentar una ideología que preserve sus intereses, y la encuentra en el idealismo objetivo que, a diferencia del materialismo, intensifica el carácter contemplativo de la filosofía, en contraposición a la práctica. Desde este momento, forman ya, el materialismo y el idealismo, una contraposición plenamente delimitada; son las dos corrientes fundamentales en el desarrollo del pensamiento filosófico griego y de toda la filosofía posterior. En este sentido hablaba Lenin de la contraposición capital entre la línea de Demócrito, materialista, y la línea de Platón, idealista.
El encumbramiento económico y político de Atenas, que a principios del siglo V ( a.n.e.) encabezaba el rechazo victorioso de la invasión persa, creó las premisas del futuro esplendor de las artes, pasando a ser el centro filosófico de Grecia. Para entonces, en muchas ciudades, el poder político de la antigua aristocracia y la tiranía fue reemplazado por el de la democracia esclavista. El desarrollo de sus nuevas instituciones electas, que cumplían un importante papel en la lucha de clases, y de los partidos de la población libre, impuso la necesidad de enseñar el arte de la elocuencia y la persuasión. Aparecen maestros, oradores, juristas... que preparaban a los jóvenes para las actividades políticas y judiciales, ligando a sus enseñanzas a las cuestiones generales de la filosofía y las ciencias. Los nuevos maestros pronto se convertirían en el blanco de la hostilidad de los enemigos de la democracia esclavista, que pasaron a llamarles sofistas, como sinónimo de los que en sus discursos no buscaban aclarar la verdad, sino probar un punto de vista preconcebido y, en ocasiones, formulado con conciencia de falsedad. Esta caracterización se basaba en que los sofistas, si bien partían de bases materialistas, habían empezado a extremar la idea de la relatividad de todo conocimiento, lo que les llevó, finalmente, a impulsar doctrinas carentes de principios y al subjetivismo. Protágoras, el más notable de los sofistas, nos dice que a cada afirmación se le puede oponer la afirmación contraria, tan convincente como ella. La propagación de las doctrinas sofistas por los estados griegos, entre ellos Atenas, levantó en su contra tanto a los idealistas como a los materialistas.
Idealistas y platonistas
El primer pensador que contribuyó al nacimiento de las doctrinas del idealismo objetivo fue Sócrates 469-399 a.n.e., para quien la filosofía deja de ser una concepción especulativa de la naturaleza y pasa a ser una doctrina de cómo se debe vivir. Por ello se opone a los primeros físicos, condena el estudio empírico de la naturaleza y minimiza el valor cognoscitivo de los sentidos. El hombre puede saber sólo lo que está en su poder; más no está en su poder la naturaleza externa, el mundo, sino el alma.
Este idealismo socrático, que se manifiesta, particularmente, en que renuncia a conocer el mundo exterior, objetivo, encuentra su máximo exponente en Platón (427-347 a.n.e.), quien influenciado por los pitagóricos, sostiene que los elementos últimos de todas las cosas son triángulos indivisibles o átomos geométricos inmateriales. El eje de la cosmología platónica es la doctrina mística de un alma del mundo y de la reencarnación de las almas, que son independientes del cuerpo e inmortales. Mientras los atomistas consideraban los átomos entes corpóreos y equiparaban el no ser con el vacío, para Platón el no ser es la materia y el ser, los géneros incorpóreos. De esta suerte, la doctrina de Platón es un idealismo objetivo, toda vez que para este filósofo la materia proviene de los géneros inmateriales y anteriores a ella, o de ideas existentes fuera e independientemente de la conciencia. Esta comprensión del ser y del no ser constituye la base de su doctrina, la cual forma un sistema parecido a una pirámide; en la cima de esa pirámide se encuentra la idea del Bien, la cual condiciona la cognoscibilidad, la existencia de los objetos, y de ella reciben éstos su esencia. Dicha proposición acerca de la idea del Bien confiere al idealismo de Platón un carácter teológico que habría de influir en toda la corriente idealista posterior y especialmente en el cristianismo. Platón fue un digno representante de la aristocracia esclavista, por lo que sus convicciones políticas fueron extremadamente reaccionarias. Consideraba como Estado ideal una república aristocrática dirigida por gobernantes filósofos ( el alma de la sociedad, su parte inteligente) y guerreros guardianes. Con los esclavos mantuvo una actitud de absoluto desprecio.
Entre los discípulos de Platón descuella Aristóteles (384-322 a.n.e.), quien opuso serias objeciones al idealismo de su maestro. Sin embargo, no llevó la crítica hasta el final y cae de nuevo en el idealismo, aunque, eso sí, más elaborado. Los años de vida de Aristóteles coincidieron con el debilitamiento de la democracia esclavista en Atenas y en las demás ciudades griegas, en favor del encubrimiento de Macedonia y el comienzo de la política conquistadora de este país, tendente a dominar Grecia. Aristóteles intentó llenar el abismo, funesto para el idealismo platónico, que separa el mundo de las cosas y el de los géneros. Afirmó que el mundo material existe objetivamente y que la naturaleza no depende de ninguna idea. Manifestó que todos los objetos de la naturaleza están en constante movimiento y clasificó por primera vez los tipos de movimiento, reduciéndolos a tres fundamentales: nacimiento, cambio y destrucción. Sin embargo, a la materia le opone la forma y reconoce la forma de todas las formas como primer motor, definitiva causa creadora del mundo, en la cual no es difícil vislumbrar a dios. En esto se revelan sus titubeos a favor del idealismo. Con todo, podemos considerar a Aristóteles fundador de la lógica, ciencia de las leyes y formas del pensamiento correcto. Además, Aristóteles estudió la dialéctica con bastante aproximación.
Los materialistas griegos
Superando la crítica de los eléatas a la dialéctica de Heráclito, Leucipo expuso el supuesto esencial según el cual todas las cosas se componen de partículas (átomos) diminutas, simples e indivisibles, y de vacío. Su continuador, Demócrito (460 y comienzos del siglo IV a.n.e.), fue el máximo representante del materialismo antiguo y de él se conserva una larga lista de obras relativas a la filosofía, las matemáticas, las ciencias y las artes. Marx y Engels llamaron a Demócrito investigador empírico y primera cabeza enciclopédica entre los griegos.
El supuesto cardinal del sistema atomista democritiano es la existencia del vacío y los átomos que, con sus combinaciones infinitamente diversas, forman todos los cuerpos. La diversidad cualitativa de la realidad transmitida por nuestros sentidos, trata de explicarla partiendo del principio por él formulado. Los átomos se diferencian entre sí por su figura, orden y posición. Estas diferencias primordiales son la base de todas las diferencias observables y, en consecuencia, ninguna de ellas es incausada. Demócrito hace extensivo el atomismo a la teoría de la vida y el alma. El alma está compuesta de átomos de fuego y es una combinación transitoria de éstos. Con ello niega la inmortalidad del alma, atacando la raíz de las ideas religiosas. Si el alma es mortal no existe un mundo de ultratumba.
La filosofía materialista de Demócrito supuso un gran avance, adelantando problemas cuya solución dependía del desarrollo de las ciencias y la filosofía. En Demócrito se aprecia con particular realce el nexo de la filosofía materialista con las ciencias naturales y su significación para éstas. La física no abandonó la idea de la indivisibilidad del átomo hasta los umbrales de nuestro siglo. Por ello, no sorprende que, incluso en los siglos XIX y XX, arremetan contra ella los idealistas que, según dice Lenin, combaten a Demócrito como a un enemigo viviente, lo que ilustra a maravilla el partidismo de la filosofía (Materialismo y empiriocriticismo).
La filosofía de Epicuro (341-270 a.n.e.) constituye la etapa superior del materialismo atomista de la antigüedad, en un período en que se acentúa la crisis de la democracia esclavista griega. Atenas, como otras ciudades, pierde la independencia política y se integra en el Imperio de Alejandro Magno. La rápida desintegración de este dilatado imperio, a la muerte de su fundador, no puede detener la crisis, que tiene profundas raíces en las relaciones sociales esclavistas y que en su desarrollo dan lugar a cambios esenciales en la vida espiritual de la sociedad griega. Se intensifica el carácter contemplativo de la filosofía, dando lugar al surgimiento de degradadas corrientes idealistas (escepticismo, estoicismo) que combaten al materialismo. Por el contrario, Epicuro aspira a demostrar que la doctrina de Demócrito respecto a la necesidad causal de todos los fenómenos de la naturaleza no debe hacer pensar que la libertad es imposible para el hombre. En el marco de la necesidad se debe señalar el camino de la libertad y guiado por esta idea, Epicuro reelabora la teoría atomista de Demócrito. Si para éste la necesidad mecánica exterior pone en movimiento el átomo en el vacío, para Epicuro este movimiento obedece a una propiedad interna del átomo: el peso, que en consecuencia pasa a ser, con la forma, posición y el orden, un importante definidor objetivo interno del átomo. Además, aporta la idea del automovimiento en los átomos, capaces de desviarse de su camino inicialmente recto y pasar a caminos curvilíneos, de lo que deduce que ésta es la condición imprescindible de la libertad del hombre. Igualmente, desarrolla el sensualismo materialista: cuanto percibimos sensorialmente es verdadero. Los errores proceden de una apreciación equivocada de lo que nos testimonian los sentidos; éstos no juzgan y, por tanto, no pueden equivocarse. Para Epicuro, la función principal de la filosofía es crear una ética que conduzca a la felicidad. Mas la ética, a diferencia de la concepción socrática, no puede ser creada sino a condición de definir el lugar que el hombre ocupa en la propia naturaleza. De ahí que la ética deba sustentarse en la física, que incluye la doctrina concerniente al hombre y, a su vez, ir precedida de la investigación del conocimiento y su criterio. La ética epicúrea combate conscientemente los prejuicios religiosos que, a decir del filósofo, hieren la dignidad del hombre. El criterio de la felicidad y el bien es la satisfacción; el mal, lo que genera es padecimiento.
La doctrina de Epicuro fue la última gran escuela materialista de la antigüedad. Los pensadores posteriores admiraron el pensar, el carácter y la austeridad de Epicuro, rayana en el ascetismo, que no pudieron ser empañados por las insidias que contra él vertieron los adversarios de su época, ni por las que más tarde verterían los autores cristianos.
Entre los seguidores de Epicuro en la sociedad romana, destaca Lucrecio (99-55 a.n.e.) como distinguido intérprete del materialismo atomista de Epicuro. Como éste, trata de crear una ética que conduzca a la felicidad. Para Lucrecio, los temores al infierno, a la muerte, y a los dioses dominan al hombre mientras ignora su posición en el mundo. Estos temores pueden y deben ser vencidos por la enseñanza, el saber, la filosofía y, especialmente, por el conocimiento verdadero de la naturaleza. Como Epicuro, Lucrecio no niega la existencia de los dioses, pero los instala en las regiones vacías entre los mundos: allí, lejos de los acontecimientos de nuestra vida, no tienen poder de actuación. De esta manera, todo debe deducirse de causas naturales sin admitir nada sobrenatural.
Lucrecio vive los tiempos de la dictadura del jefe de la nobleza reaccionaria romana, Sila, de la derrota de la clase de los caballeros y de la sublevación de los esclavos dirigidos por Espartaco. Por ello, en cuanto a las concepciones de la vida social va más allá que Epicuro. Mientras éste recomienda no ocuparse de la vida política, Lucrecio reacciona ante los sucesos de la vida social y condena la decadencia moral de la aristocracia romana.
El cristianismo como religión oficial
La orientación y el carácter que la filosofía de la sociedad esclavista toma en sus siglos de decadencia, sólo pueden ser comprendidos a la luz de la influencia que el régimen social de Roma ejerce sobre ella.
La formación del Imperio Romano va acompañada de profundos cambios en la conciencia de las masas oprimidas y de la parte culta de la población. Es la época del hundimiento de los estados nacionales antiguos, absorbidos por Roma; la época del fracaso de las sublevaciones de esclavos; del empobrecimiento de las masas y de la aparición en Roma de un considerable sector de elementos parásitos. En los rápidos cambios políticos que se suceden se ahondan las contradicciones sociales; la desorientación, las calamidades y los desastres de la vida personal menudean. A tono con ello, a comienzos de nuestra era se acentúa entre las clases más diversas de la sociedad romana la tendencia a buscar olvido y consuelo en las filosofías idealistas más decadentes (estoicismo, neopitagorismo, neoplatonismo...) y en la religión. De este a oeste penetra y se propaga una oleada de doctrinas religiosas, cultos y misterios que encuentran el terreno abonado en el Imperio. Respondiendo a las demandas de la época, la filosofía se vuelve religiosa. En esta situación extremadamente adversa para la gran masa de oprimidos, en la que no existe el elemento revolucionario consciente, capaz de destruir las viejas estructuras del régimen esclavista en pos de otro nuevo, la única salida o solución que se encuentra es en el reino de los cielos.
La necesidad de hallar consuelo en una nueva religión era sentida, en primer lugar, por los esclavos y oprimidos. Para éstos, arrancados de su tribu o de su pueblo, las religiones y cultos locales no servían, como no servían ninguna de las religiones del mundo antiguo, ya que todas ellas eran estatales y aristocráticas por su carácter. Surge así el cristianismo primitivo que, como señala Engels, aparece en un principio como la religión de los esclavos libertos, de los pobres despojados de todos sus derechos, de los pueblos sometidos o dispersados por Roma (C. Marx y F Engels. Sobre la religión).
El cristianismo primitivo surge de una mezcla del estoicismo greco-romano y del monoteísmo judaico, mejor adaptado que ninguna de las religiones nacionales moribundas para satisfacer las exigencias de universalidad que requería la nueva religión del Imperio.
Cuando se construyen los cimientos del régimen feudal, la fe adquiere rango estatal y se impone por la fuerza de la espada. Ya antes, en el siglo IV, en la prédica de resignación por parte del cristianismo para las amplias masas, ve el Estado Romano el papel aglutinador que desde el comienzo de la formación del Imperio ha venido buscando inútilmente; Constantino lo declara religión oficial en el Edicto de Milán del 313.
La filosofía bajo el feudalismo
Sobre las ruinas del régimen esclavista surge la sociedad feudal, cuyo lento desarrollo dio lugar a un período de estancamiento (cuando no de retroceso) del nivel alcanzado en el pensamiento científico-filosófico por la sociedad esclavista. Con el triunfo del cristianismo, la Iglesia quedó depositaria del arte y la cultura, pero la hostilidad de los Padres de la Iglesia hacia la filosofía pagana y, sobre todo, hacia el materialismo hizo que toda la herencia filosófica se reelaborara de acuerdo con las necesidades de propagación de doctrinas idealistas. Durante diez siglos, la ideología dominante es la ideología religiosa, y la lucha de clases que tiene lugar durante todo el período de la Edad Media se refleja en la conciencia como lucha religiosa. La filosofía se convirtió en sirvienta de la teología.
La orientación filosófica principal de la sociedad feudal, la llamada escolástica, se ocupa de la relación entre el conocimiento y la fe, y da a ésta primacía sobre el anterior. La escolástica pronto se convertiría en sinónimo de ciencia muerta, distanciada de la vida, de la observación y el experimento, y tiene por base la aceptación acrítica de los dogmas religiosos. La escolástica fue una forma específica de la filosofía, propia de la vida espiritual de la sociedad feudal, en la que se expresó del modo más pleno la subordinación del pensamiento investigador a la fe religiosa. Los resultados de más de mil años de desarrollo filosófico fueron escuálidos, tanto para la filosofía como para la ciencia, pues incluso pensadores eminentes (como Roger Bacon) lo que buscaban no era la verdad, sino medios para fundamentar las verdades reveladas. Una filosofía erigida sobre tales cimientos tenía que declinar en cuanto la ciencia se fortaleciera y conquistara una esfera de investigación relativamente independiente. Así sucedió cuando, dentro del sistema feudal, comenzó a surgir un nuevo modo de producción, cuando empezaron a formarse unas relaciones nuevas que preparaban la aparición de la sociedad capitalista.
La filosofía en el período de tránsito del feudalismo al capitalismo
Las formas embrionarias del modo de producción capitalista, que aparecen en los siglos XIV y XV, provocan radicales cambios socioeconómicos y técnicos que comportan toda una revolución en la vida espiritual de los pueblos de Europa. El surgimiento de monarquías absolutas supuso un debilitamiento considerable del poderío económico y la influencia política de la Iglesia de Roma, que durante todo el medievo había sido la fuerza ideológica determinante y la ley suprema del feudalismo. Los movimientos reformadores -luterano y calvinista, principalmente- que tienen lugar en la primera mitad del siglo XVI constituyen las más claras manifestaciones de la tendencia, dentro de la fortalecida burguesía, a liberarse de la tutela de la Iglesia católica romana y a instituir su propia organización eclesiástica burguesa, como medio para facilitar el desenvolvimiento de sus incipientes negocios.
Los numerosos cambios habidos propiciaron el nacimiento de una intelectualidad burguesa, de la que un sector muy importante está relacionado directamente con la ciencia y las artes. Surge así una nueva cultura que recibe el nombre de Humanismo.
Ante la obediencia acrítica al dogma, la ausencia de observación empírica y experimentación, la inconsistencia en las generalizaciones y primacía de la deducción de la Edad Media, en el Renacimiento se propone una conciencia científica puesta al servicio del hombre, cuyo anhelo principal es el dominio de la naturaleza. La particularidad de aquella naciente cultura burguesa consistió en un aprovechamiento a fondo de la civilización greco-latina, más afín con la burguesía embrionaria que la ideología feudal. Su rasgo característico fue su individualismo, que en aquellas circunstancias era un fenómeno progresista, pues expresaba la necesidad de liberar al hombre de los grilletes gremiales, estamentales y eclesiásticos de la Edad Media. Resplandecieron en este período la literatura, pintura, escultura, arquitectura, ciencia y filosofía y en general todas las artes.
La filosofía de los humanistas dejó de ser la sirvienta de la teología, pasando a tener un marcado carácter antiescolástico. Contribuyó a ello la teoría de la doble verdad, separando el objeto de la ciencia (el estudio de la naturaleza) del de la religión (la salvación del alma), lo que propició la formación de la conciencia científica y el desarrollo de la corriente materialista. También cooperaron a ello el renovado interés por las doctrinas materialistas de la antigüedad, en particular el epicureísmo, y más adelante el progreso de las ciencias naturales.
El enorme avance del saber científico natural del Renacimiento se expresó en descubrimientos de importancia primordial. Notables progresos se registran en matemáticas, en el esfuerzo de los científicos dedicados a esa materia por ponerla al servicio de la producción en desarrollo, tendencia ésta casi desconocida hasta entonces. Tuvo significación extraordinaria el surgimiento de la ciencia experimental de la naturaleza. Los descubrimientos más importantes de la época corresponden a la astronomía, en especial la teoría copernicana heliocéntrica, con lo que el sabio polaco arrojó el guante -como dice Engels- a la autoridad de la Iglesia en las cuestiones de la naturaleza. De aquí data la emancipación de las ciencias respecto a la teología (F. Engels: Dialéctica de la naturaleza). Dicho descubrimiento, que rechazaba la representación directamente sensorial de una Tierra inmóvil y un Sol en rotación, venía a fortalecer la convicción de que el intelecto humano era capaz de alcanzar la verdad. Este optimismo gnoseológico fue descubriendo poco a poco las ideas materialistas revolucionarias que se desprendían de la teoría de Copérnico (1473-1543), desarrollada más tarde por Giordano Bruno (1548-1600).
Acometido el problema de la doble verdad, posteriormente se hace lo propio con el del método del conocimiento. Aparece una generación de pensadores y naturalistas -Galileo, Bacon, Descartes...- que abrieron una nueva fase al desarrollo del materialismo. El experimento se convierte en la forma más importante de la investigación, de acuerdo con una clase que nace y necesita poner todos los conocimientos al servicio de sus intereses. La teoría de la causalidad adquiere con el materialismo mecanicista una nueva dimensión: las causas son susceptibles de medida y pueden ser expresadas matemáticamente. Para los ideólogos burgueses progresistas, las nuevas concepciones que más cuadraban a los intereses de la ciencia de la naturaleza eran la filosofía materialista y el materialismo -por lo general espontáneo- de los naturalistas.
Galileo (1564-1642) fue el fundador del método experimental matemático de investigación de la naturaleza y fundamentó los principios más importantes de la interpretación mecanicista del Universo, realizando fundamentales trabajos en la esfera de la mecánica y la dinámica.
A Francisco Bacon (1561-1626) se le considera como el fundador del materialismo moderno. Para él el medio principal de investigación es el método empírico, experimental. La materia posee pluralidad infinita de cualidades sensibles; la forma es la esencia de la cualidad y ésta coexiste en el objeto, llegando a afirmar que la forma es un género de movimiento de las partículas constitutivas del cuerpo.
Descartes (1596-1650) admite la existencia de una sustancia material y otra inmaterial; la propiedad básica de la primera es la extensión, de la segunda el pensamiento. Por ello, en cosmogonía, cosmología, física y filosofía es materialista y en psicología, gnoseología y doctrina del ser es idealista. Pese a todo, lo fundamental en su filosofía es la doctrina de la naturaleza. Creó la geometría analítica, signos algebraicos, la relatividad del movimiento mecánico y la ley de la conservación de la cantidad de movimiento. Para él, la materia es ilimitada, homogénea, infinitamente divisible y no tiene vacío, ideas éstas que demuelen las medievales de finitud y jerarquía y la antigua teoría de los átomos.
El rasgo característico de la filosofía de estos pensadores es el dualismo, que consiste en admitir la existencia de la doble verdad, lo que viene a determinar las limitaciones de su pensamiento y deducciones no exentas de panteísmo. Con todo, sus aportaciones son inmensas, dando principio a una nueva etapa en el desarrollo del pensamiento y de las ciencias naturales.
El desarrollo del pensamiento en el período de las revoluciones burguesas
Primero en Holanda, inmediatamente en Inglaterra, y un siglo después en Francia, se consolidan las revoluciones burguesas. En estos siglos, la nueva clase en ascenso, la burguesía surgida en el seno de la sociedad feudal, mina por completo el poderío feudal de las monarquías absolutas y conquista el poder político en los países más desarrollados de Europa.
Precediendo a las revoluciones burguesas, gracias al avance imprimido a las ciencias en los siglos precedentes, surgen las ideas de la Ilustración que, a su vez, son un poderoso medio propagador de la ciencia. La Ilustración fue el ariete con que la burguesía arremetió contra los puntales del pensamiento instituidos por la sociedad feudal, que legalizaban el dominio ideológico de la Iglesia y sostenían el poder político de las monarquías absolutas; la Razón, con mayúscula, fue su bandera. En consonancia con la instauración de la sociedad burguesa en Europa, la Ilustración se propagó al principio en Holanda e Inglaterra, luego en Francia y más tarde en Alemania y otros países.
La nueva ciencia se apoya, sobre todo, en la práctica de la producción material. El invento y el empleo de máquinas acabaron por ofrecer a los grandes matemáticos de la época un punto real de apoyo y un estímulo para las investigaciones de la mecánica moderna. Evangelista Torricelli, notable discípulo de Galileo, establece por vía experimental la presión atmosférica, inventa el barómetro de mercurio y la bomba de aire. El genial naturalista inglés Isaac Newton formula las leyes fundamentales de la mecánica clásica, entre ellas la ley de la gravitación universal. Robert Boyle aplica la mecánica a la química, elabora los problemas del atomismo, define la noción del elemento químico. En 1600 aparece el libro del físico inglés William Gilbert, De Magneto, que, además de temas físicos, contiene importantes ideas acerca del papel del experimento y de la medición cuantitativa en todas las ciencias de la naturaleza. William Harvey descubre la circulación de la sangre e investiga empíricamente su papel. A las valiosas aportaciones hechas por Descartes, se le unen las de Leibniz en el desarrollo de las matemáticas, la mecánica, la física y la fisiología. El siglo XVIII culmina con el invento de la máquina de vapor. Su posterior aplicación a la industria desemboca en la revolución industrial.
En los diversos campos del arte, dominados por la reacción feudal, la nueva clase realiza conquistas importantes, apoyándose en los grandes hallazgos del Renacimiento; poco a poco va imponiendo el realismo y haciendo del arte una poderosa arma crítica. Surgen genios como Cervantes o Shakespeare que recrea en sus tragedias un mundo que sucumbe, el feudal, o los pintores Velázquez o Rembrandt de cuyas obras es ya protagonista la nueva burguesía holandesa; críticos despiadados de las lacras sociales en Inglaterra como Jonathan Swift o Daniel Defoe; toda la Ilustración francesa, los Voltaire, Diderot... o en Alemania, hombres universales como Goethe o Beethoven; son los primeros pasos geniales en el arte de la ascendente clase burguesa, que conquistó plena libertad de creación en el siglo XIX e impondrá entonces sus gustos a toda la sociedad.
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