Jordi Rosich
El desmoronamiento de la dictadura de Batista y la victoria de la guerrilla desataron una dinámica de polarización política que hundía sus raíces en intereses sociales confrontados, en odios sociales acumulados durante décadas. Fue una conmoción que afectó a la psicología de todas las clases sociales provocando un huracán cuyas fuerzas motrices tenían una gran independencia de los propios protagonistas políticos de aquel efervescente momento histórico.
Por parte de la burguesía, o más bien de lo que quedaba de ella, pues una parte había huido del país siguiendo la estela de Batista, no cabía otra posibilidad, en un primer momento, que esperar y ver. Su ejército se había descompuesto, su viejo aparato estatal estaba muy mal trecho, políticamente los partidos burgueses estaban totalmente deslegitimados ante las masas. Tenían por lo tanto un escaso margen de actuación política, y menos aún para organizar a corto plazo alguna maniobra de fuerza que pudiese descarrilar el proceso revolucionario en marcha. En gran medida la burguesía cubana era víctima de su propia decadencia. A sus menguadas fuerzas sólo les quedaba una opción, apuntarse a la fiesta de la revolución para tratar de mantenerla dentro de unos límites tolerables, de que no traspasase las barreras de la formalidad de la democracia burguesa.
Para las masas cubanas, para los trabajadores del campo y de la ciudad, el desplome del régimen de Batista y la victoria rebelde era una señal inequívoca de que era el momento propicio para cambios profundos en lo social y lo político. Realmente se produjo una explosión reivindicativa, de mejoras salariales, sociales; se produjo una eclosión de participación en la vida política y cultura del país.
En los primeros años que siguieron al triunfo guerrillero es extraordinariamente interesante ver cómo actuaron las distintas clases sociales y sus actores políticos, ya que ésta no tiene nada que ver con una línea recta en la que todo estaba previsto y decidido de antemano. Fue un periodo de grandísimas tensiones entre las clases, de crisis y de rupturas en el mismo campo de la revolución.
Es muy significativo que el primer gobierno que se forma después del triunfo de la revolución estaba compuesto por la vieja oposición burguesa con algunas "incrustaciones" del M 26-J. El presidente del primer gobierno era Urrutia, un demócrata conservador, sin avales revolucionarios. Felipe Pazos, designado como presidente del Banco Nacional de Cuba, era una persona de prestigio en el mundo financiero cubano y norteamericano. Fue uno de los miembros de la delegación cubana a la Conferencia de Bretton Woods (1944) de la que surgieron el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Ya había ejercido de presidente del Banco Nacional en anteriores gobiernos auténticos y durante la lucha contra Batista se prestó a la maniobra del Pacto de Miami, que ya explicamos, y que tuvo que ser desautorizada desde la Sierra. Y así podríamos seguir, con Miró Cardona y otros muchos abiertamente conservadores.
En un interesante libro, llamado Gobierno Revolucionario Cubano. Primeros Pasos, escrito por Luis M. Buch, que vivió desde dentro de lo que podría denominar el "ala izquierda" del gobierno aquel periodo, se dan muchos detalles que ayudan a comprender las claves de aquellos primeros momentos después del triunfo revolucionario. Según Buch, "con estas características" refiriéndose al gobierno, "no es de dudar que en los Estados Unidos y entre los grandes intereses económicos hubiera un clima de relativa confianza, y que los compañeros que habían proclamados la necesidad de una revolución profunda tuvieran ciertas reservas, algunas de las cuales persistirían por meses o años sobre algunos de nosotros".
Bohemia¸ que entonces era la publicación de la burguesía nacional que tenía una pose más radical, apoyaba públicamente a la revolución. Sin embargo su apoyo se expresaba sobre todo en la vertiente nacionalista abstracta que aún tenía la revolución, al mismo tiempo que mostraba un pánico extremo a una radicalización del proceso revolucionario en una dirección opuesta a la propiedad privada. Durante un periodo, hasta que sus propietarios huyeron a EEUU, confiaron en poder jugar el papel de buenos consejeros de la revolución, confiaban en poder conducir el proceso por la vía de la democracia burguesa.
El carácter moderado del gobierno implicaba que las reformas esperadas no llegaban y esto generaba un creciente malestar e impaciencia en la propia base social de apoyo a la revolución.
La primera crisis de gobierno sucedería en febrero, cuando Fidel se incorpora al gobierno como primer ministro. Las medidas que se toman al calor de este primer giro a la izquierda, aún moderado, son no obstante significativas: el 7 de febrero se crea el Ministerio de Recuperación de Bienes Malversados (MRBV) que se encargaría de confiscar las propiedades de la burguesía comprometidas en la malversación de los gobiernos anteriores. Este ministerio actuó de verdad y jugaría un papel cada vez más decisivo en el futuro. El 2 de marzo se interviene en Cuban Telephone Co. (no es todavía una nacionalización) y se rebajan las tarifas telefónicas. El 10 de marzo se impone una reducción de alquileres, que llega a ser hasta del 50%, y que afecta los intereses de la burguesía rentista. El 21 de abril son declaradas de uso público todas las playas del país.
Estas medidas, aún siendo perfectamente compatibles la existencia del capitalismo, pues aún no tocaba las propiedades fundamentales del capitalismo imperialista y nacional, empezaron a crear propiciar una "opinión" cada vez más hostil de la burguesía y los medios de comunicación que tenían a su servicio en la Isla. Sin embargo, no fue hasta el anuncio de la primera ley de reforma agraria, el 17 de mayo de 1959 (una reforma moderada que se tiene que completar con medidas más radicales más adelante) cuando se produce una ruptura evidente de este clima de "luna de miel" que había acompañado la revolución hasta el momento. Fue al calor de la reforma agraria cuando se produce, el 11 de junio, la mayor renovación ministerial hasta el momento, siendo sustituidos cuatro ministros. La dinámica de los acontecimientos, muy desde el inicio del proceso revolucionario, fue escorando gradualmente la actuación y la composición del gobierno hacia la izquierda. En todo ese proceso, obviamente, uno de los factores clave era la radicalización que se estaba produciendo entre los dirigentes más importantes de la revolución.
Es importante señalar --para comprender la dinámica real, los impulsos profundos que llevaba a la burguesía a una actitud cada vez más hostil-- que a pesar de que la reforma agraria en un primer momento fue aplaudida por la burguesía, y que no afectaba los intereses de la burguesía industrial no azucarera, acabó dándose cuenta, en el momento de la verdad, que estaba sentando un "mal precedente" porque legitimaba una actuación contra la propiedad privada en general. Los aplausos iniciales se tornaron hostilidad visceral. La explicación hay que buscarla en el ambiente general, en las pasiones de clase que la dinámica de la revolución estaba desatando.
El 30 de junio se produce la deserción del primer alto jefe militar (Díaz Lanz, jefe de la Fuerza Aérea del Ejército Rebelde) esgrimiendo la "contaminación comunista" del gobierno. Había claras evidencias que estaba conspirando contra la revolución, basándose en pilotos de ex ejército de Batista que había conservado en el servicio activo. A raíz de este hecho, el propio presidente Urrutia ve una oportunidad para expresar abiertamente su preocupación por el "comunismo", provocando una crisis presidencial que desemboca en su sustitución, en julio, y en otro giro a la izquierda en la composición del gobierno.
Era evidente que la contrarrevolución trataba de levantar cabeza, aprovechando todos los recursos a su alcance y cómo no, basándose en los viejos elementos del aparato estatal que se habían mantenido a pesar de la revolución. Sobre todo la contrarrevolución tratada de involucrar a oficiales y clases de las antiguas Fuerzas Armadas aún en servicio en el Ejército Rebelde y en ala moderada que existía en el propio M 26-J.
La prensa norteamericana, por su parte, ya señalaba insistentemente en el peligro de intoxicación del gobierno cubano, apuntando al Che y a Raúl como "agentes" comunistas. Así, la designación de Raúl Castro, en octubre, como ministro de las Fuerzas Armadas revolucionarias, aceleraron las conspiraciones que se estaban fraguando contra la revolución dentro del ejército.
En octubre se produce la crisis de Hubert Matos. Al frente del Regimiento nº 2 de Agramante, en la provincia de Camaguey, realizó una intensa labor conspirativa dentro y fuera del ejército contra el carácter que iba tomando la revolución. Tenía contactos con el dimitido presidente Durrutia, y con dirigentes de varias organizaciones sociales y del M 26-J de Camaguey. En el mencionado libro de Buch se señala que los discursos de los dirigentes sindicales y del M 26-J de la provincia "fueron desacostumbradamente vacilantes en el apoyo a la reforma agraria y a la Revolución". Había una gran conspiración en marcha. De hecho, fue el intento más peligroso para la revolución hasta el momento. Había tejido entorno a su persona una red de relaciones con el fin de socavar la autoridad revolucionaria. Su renuncia era una maniobra política para aglutinar a todos aquellos sectores sociales y políticos que pensaban que la revolución estaba llegando demasiado lejos. Él mismo dijo que había actuado "para que la revolución definiera su rumbo". En otras palabras, estaba tramando una demostración de fuerza para poner límites a la revolución.
De todo eso podemos sacar una conclusión: a finales de 1959 la reacción interna y externa ya estaba bastante provocada y la polarización había alcanzado de lleno al M 26-J. Esto presenta paralelismos evidentes con los acontecimientos actuales en Venezuela. De hecho el paralelismo se ve en todo el proceso. Al principio hubo un periodo de luna de miel de la burguesía con Chávez, un sector de la burguesía albergaban la esperanza de que podía ser un buen recambio para sus desacreditados políticos. Pronto se ve que eso no iba a ser así, vino la Constitución, las leyes habilitantes y se produce una ruptura que lleva al golpe. No fueron medidas socialistas las que provocaron a la reacción, sino la dinámica de los hechos, que llevaban a una confrontación cada vez mayor. Cuando se produce el golpe, en 2002, Chávez no hablaba de socialismo y todavía no se había nacionalizado nada. Es después que Chávez llega a conclusiones, basadas en su experiencia, en la hostilidad de la burguesía y del imperialismo y en la incapacidad de resolver los problemas sociales en el marco capitalista, de que es necesario optar por la vía socialista. El proceso en Venezuela aún debe completarse, pero la dinámica de los acontecimientos es evidente.
El caso de la revolución cubana es parecido en muchos puntos. Al principio hubo una luna de miel, todos defendían la revolución mientras la revolución era algo indefinido. Fidel fue incluso aplaudido por banqueros norteamericanos e un sector del imperialismo albergó la esperanza de poder controlar la nueva situación. Tampoco Fidel tenía un programa de ruptura con el capitalismo. Si tenía claro que la revolución debía significar un cambio social y político profundo, que no se podía repetir la historia de traiciones y vacilaciones del pasado, que tantos desastres habían provocado para las aspiraciones de las masas pobres de Cuba. Tenía una firme decisión de cambiar las cosas y la dinámica real de los hechos hizo el resto. Medidas en realidad tímidas provocaron la mayor hostilidad del imperialismo y de la burguesía y el margen para terceras vías se fue estrechando. Creció la conspiración interna, se polarizó el debate sobre el carácter que debía tener la revolución en el M 26-J, el imperialismo organizó la gran guarimba contra la revolución, propiciando actos terroristas, el sabotaje económico, alentaba por todos los medios la guerra civil, intento de invasión etc. Eso a su vez obligaba a la revolución, a riesgo de perecer, a radicalizarse todavía más. Igual que en Venezuela hoy.
Los efectos que tenía aquella situación, por arriba, era de búsqueda de ideas, de alternativas, que tendían hacia el socialismo, al marxismo. Sobre este tema, cito otra vez a Buch porque me parece una descripción muy natural de aquel proceso de radicalización que operaba en el ala más decidida de la revolución. "La inmensa mayoría de los que nos involucramos en la lucha contra la tiranía no tenía una ideología definida. Nos impulsaba el inmenso amor a la patria. Yo no era comunista, ni aspiraba a serlo, y como yo, la inmensa mayoría de militantes del M 26-J. Nos hicimos marxistas y comunistas sobre la marcha, como un acto de incorporación sobre la marcha".
La revolución cubana, para ser genuinamente democrática, para alcanzar verdaderamente la independencia política del imperialismo, para reorientar realmente su economía hacia los intereses colectivos de la nación, tuvo que hacerse socialista. Martínez Heredia, uno de los intelectuales cubanos contemporáneos más profundos y destacados, dijo en relación a aquel periodo: "Aunque el entusiasmo de unos y el dogmatismo de otros llevó a creer que el proceso en su totalidad se inspiraba en el marxismo, eso era inexacto. Sería un error creer que porque nos hicimos marxistas sucedió todo, cuando la verdad es que nos hicimos marxistas por todo lo que sucedió".
A finales del año 59 el Che es nombrado presidente del Instituto Nacional de la Reforma Agraria y del Banco Nacional de Cuba, lo cual era un signo inequívoco de un giro a la izquierda. Ya en marzo de 1960 se implementa el Juceplan, que es un intento de ordenar la economía. En marzo de 1960 se produce la última dimisión de conservadores que aún estaban en el gobierno.
A caballo entre el año 59 y el 60 las tensiones con el imperialismo norteamericano eran ya claras. El reordenamiento de las concesiones petroleras y mineras, para acabar con la impunidad y la arbitrariedad de las multinacionales, era uno de esos focos de tensión, igual que ahora ocurre con Venezuela, Bolivia o Ecuador. No eran medidas socialistas, era medidas puramente democráticas, de soberanía nacional. Pero esta es una de las cuestiones clave del proceso: "ordenar" la economía nacional implicaba, cada vez más, el control del Estado sobre la economía y la movilización de las masas contra una reacción interna y externa cada vez más dura y beligerante. Así, las tareas democráticas nacionales, si se llevaban a la práctica de manera consecuente, derivaban necesariamente hacia medidas de tipo socialista.
Como siempre ocurre cuando hay una situación revolucionaria es difícil para imperialismo calcular cual es la mejor línea a seguir. Una acción desproporcionada puede empujar la revolución hacia delante... pero una actitud de tibieza puede revelar debilidad y también animar a la revolución, una revolución que había desatado una energía social tremenda y que había que satisfacer.
Una de las bazas que tenía el imperialismo era la amenaza de no comprar la cuota azucarera. La economía cubana dependía fundamentalmente de la exportación de azúcar a EEUU. New York Times defendía en aquellos momentos que el chantaje de la cuota azucarera acabaría fortaleciendo a Fidel Castro. The Washington Post defendía una postura similar, que era preferible sufrir el riesgo de una política de no intervención que tal vez a la larga permitiese reconducir la situación a una política beligerante que crease mártires y complicase irremediablemente la situación; que ambas líneas de actuación eran peligrosas, pero que riesgo por riesgo era preferible la segunda.
Lo impresionante de los procesos históricos es su independencia del deseo de los individuos que teóricamente manejan la situación. Todavía a mediados de 1960, Aníbal Escalante, dirigente del estalinista PSP, insistía que la revolución tenía que tratar de mantener a la burguesía "dentro del campo de la revolución". El hecho es que ni las advertencias del sector más cauto del imperialismo ni el conservadurismo de los dirigentes estalinistas pudieron evitar que finalmente la revolución llegase al punto de nacionalizar toda la economía, llevase al armamento general de la población y a la destrucción de los residuos de la vieja maquinaria estatal.
Cuando terminó la zafra de 1960 el INRA expropió, compensando con bonos pagaderos en 20 años, a casi todo el terreno azucarero perteneciente a los molinos, afectando a grandes compañías norteamericanas. Todavía no se habían tocado los molinos propiamente dichos, que pudieron comprar la caña producida en las cooperativas. En junio de 1961 las refinerías de las multinacionales instaladas en Cuba se niegan a refinar el petróleo importado de la URSS. En julio el gobierno de Eisenhower suspende la compra de la cuota azucarera cubana. En respuesta el gobierno cubano envía órdenes a 600 compañías norteamericanas de presentar declaraciones juradas de las materias primas, archivos, con que contaban, anticipando lo que sería la nacionalización completa de la propiedad norteamericana en la Isla. Entretando EEUU aparta de Cuba a todos los diplomáticos y puestos de relevancia que habían apostado por la suavización de las tensiones con Cuba. En plena campaña electoral norteamericana hay una competencia entre demócratas y republicanos para ver cual de los dos candidatos es más contundente en la política de "extirpación del comunismo" del área de influencia de EEUU. En octubre Eisenhower suspende todas las relaciones económicas con Cuba. Kennedy, su rival demócrata, califica las medidas como insuficientes y tardías y aboga por una intervención militar. Por lo visto los sectores más cautelosos de la burguesía no tenían gran influencia en la acción del gobierno y de la oposición. En Cuba la respuesta fue rápida, a mediados del mismo mes el INRA se apodera de 382 empresas privadas en Cuba, incluyendo la Banca y los molinos. El proceso de nacionalizaciones se completa diez días después con otra oleada que afecta a 166 empresas norteamericanas, incluyendo Westinghouse y Coca-Cola.
Fue la invasión imperialista de playa Girón, en abril de 1961, ya bajo con Kennedy al frente del gobierno de EEUU, la que galvanizó definitivamente el proceso revolucionario. El gobierno revolucionario hizo un masivo reparto de armas a la población, realmente se trataba de una "democracia armada" lo que había en Cuba. Los campesinos y trabajadores cubanos no sólo se lanzaron a la defensa de su país en abstracto, sino a la defensa de las conquistas de la revolución, que estaban en peligro con el sabotaje, el boicot económico y finalmente la invasión militar directa. Es en este momento álgido de movilización de las masas y de enfrentamiento abierto con la maquinaria imperialista más poderosa de la tierra cuando Fidel proclama el carácter socialista de la revolución.
La nacionalización de la economía era la única manera de controlar los recursos económicos y orientarlos hacia las necesidades que la revolución tenía la obligación de satisfacer. La nacionalización y planificación de la economía permitió avances sociales espectaculares y consolidó todavía más el apoyo a la revolución.
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