David Markovitch
El cerco israelí de la franja de Gaza ha sido un duro golpe. El presidente egipcio, Hosni Mubarak, tuvo que permitir a las hambrientas masas palestinas que cruzaran la frontera de su país para conseguir comida, medicinas y otras necesidades básicas.
Según la ONU, unos 350.000 palestinos entraron en Egipto el miércoles y más de la mitad de la población de Gaza cruzó la frontera durante esos días de la crisis. El periódico israelí Haaretz informó que los habitantes de Gaza se apresuraron para comprar comida, combustible y otros productos que escasean debido al bloqueo israelí, todo después de que varios guerrilleros hicieran explotar 17 bombas a primera hora de la mañana, destruyendo dos tercios de la valla metálica que separa Gaza de Egipto.
Hamás dice que no tiene ninguna responsabilidad en la rotura de la valla, pero los militantes de Hamás son los que rápidamente tomaron el control de la frontera, sin que los guardias egipcios hicieran nada para detener la situación. Israel dijo que esperaba que Egipto resolviera la crisis, pero es evidente que Egipto está en una situación difícil y cualquiera de las alternativas que tiene sólo provocará más inestabilidad en el país.
Haaretz informaba de que "la destrucción de la frontera continuó hasta la mañana del miércoles. Palestinos conduciendo bulldozer llegaron a un punto de la frontera caracterizado por su baja altura y construida con alambres, tiraron la valla y abrieron un agujero por el que podían pasar fácilmente los coches. La policía de Hamás dirigió a la multitud a través de los dos sectores de la frontera, inspeccionaba los maleteros, confiscó siete pistolas que llevaba un hombre a su regreso a Gaza.
"Otros caminaban sobre lo que antes era la valla metálica y llevaban cabras, pollos y cajas de coque. Algunos llevaban televisores y neumáticos, uno había comprado una motocicleta. Los vendedores vendían bebidas y comida".
El lunes, unas 60 personas resultaron hedías en una manifestación en el cruce de Rafah cuando la multitud intentaba derribar la valla de la frontera, los guardias egipcios utilizaron contra ellos cañones d agua. Este hecho y los intentos posteriores de sellar la frontera por parte de Egipto, indican que Mubarak ha tenido que permitir el paso de esta multitud porque el ejército egipcio se vio superado por la presión de la gente. Cualquier intento de recurrir a la represión sangrienta habría abierto un escenario aún más peligroso para la estabilidad del régimen.
Israel impuso el cierre total de Gaza el 17 de enero como respuesta a los masivos ataques con misiles Qassam sobre el sur de Israel. El ministro de defensa, Ehud Barak, permitió entradas limitadas de combustible el martes, destinado a la planta energética y para suministros médicos en los hospitales.
Fuentes de los servicios de seguridad dijeron a Haaretz el martes que Israel pretendía mantener cerradas las salidas de Gaza de modo permanente, sólo se permitiría la entrada de las necesidades humanitarias básicas. Esta nueva política permitiría, según el gobierno israelí, la transferencia de la ayuda y materiales necesarios para que los palestinos no sufrieran una crisis humanitaria y minimizar así las críticas internacionales. Lo que realmente ocurrió fue que la carga sobre la vida de las masas palestinas es ya tan pesada que toda la situación explotó.
El presidente del politburó de Hamás, Khaled Meshal, declaró que los ataques continuarían hasta que Israel "terminara la ocupación y la agresión, la resistencia, incluidos los misiles, no cesaría". El martes se dispararon al menos 20 cohetes contra Israel, además de unos cuantos morteros. La clase dominante israelí por otro lado da la bienvenida a este tipo de ataques indiscriminados porque no perjudican en absoluto el poder del estado israelí. Todo lo contrario, en secreto dan la bienvenida a cada uno de los cohetes disparados desde Gaza, porque hacen que para el ciudadano israelí corriente no le quede otra elección que apoyar el estado sionista.
¿Cuáles son los motivos de Mubarak?
Mubarak no siente una simpatía especial hacia los palestinos. Cuando Yasser Arafat dudaba si firmar los Acuerdos de Oslo con el primer ministro Rabin, Mubarak le espetó furiosamente: "¡Firma, hijo de perra!" En realidad, Mubarak durante décadas han intentando mantener a su régimen con la mínima tensión, intentando presentar la cuestión palestina como un problema que no guarda ningún tipo de relación con Egipto. Su país no ha hecho absolutamente nada para ayudar a los refugiados palestinos, permitiendo una terrible miseria y trágica pobreza en los campos de refugiados.
Como el reino hachemita de Jordania y si líder Hussein, Mubarak siempre intentó jugar un papel de conciliador desinteresado entre Israel y los palestinos, disfrutando con ellos de un generoso apoyo económico del Tío Sam.
La pregunta interesante es ¿por qué Mubarak decidió entonces abrir la frontera y permitir el paso de los palestinos? ¿Encontró algo de humanidad escondida en su corazón? ¿Lo hizo para ayudar al famélico pueblo palestino?
La razón principal por la que Mubarak no ordenó al ejército egipcio perpetrar una masacre sangrienta contra los palestinos es su temor a que el ejército no cumpliera sus órdenes.
Además, temía que la represión fuera un detonante de una respuesta aún más furiosa de las masas palestinas y que finalmente se iniciara un terrible escenario para el régimen.
La tercera razón está relacionada con el malestar social creciente que hay en Egipto. Las condiciones de las masas egipcias han empeorado durante los últimos años, a pesar de las altas tasas de crecimiento económico. La inflación supera el 10 por ciento y los precios subieron entre un 30 y un 50 por ciento en productos básicos como la carne, la verdura, la harina, el pan, el combustible, la energía, etc., afectado duramente a los sectores más pobres. En los últimos dos años se ha producido una oleada de huelgas y luchas obreras militantes. El régimen no ha tenido otra alternativa que conceder lo que pedían los trabajadores, para evitar así una generalización de las luchas.
El periódico egipcio Al-Masry Al-Youm, el 14 de enero informaba de que unos 300 trabajadores de la fábrica Manotex se manifestaron en la ciudad de Menoufia porque llevaban dos meses sin cobrar, mientras que otros 200 de la fábrica Aalaf Kar Saad en Damietta amenazaban con la huelga para evitar la venta de la fábrica. El 9 de enero, un miembro del Comité Coordinador para las Libertades y Derechos Sindicales de los Trabajadores, Khaled Alí, decía a Al-Masry Al-Youm que "es inaceptable un salario mínimo mensual en Egipto de 35 libras cuando el precio del kilogramo de carne estaba a 40 libras, y cuando el mínimo para seguridad social era de 104 libras".
Cada una de las huelgas ha chocado con la burocracia sindical oficial, que forma parte del Estado y a través de su propia experiencia, sectores de los trabajadores más militantes han llegado a la conclusión de que deben formar sindicatos independientes.
El blog 3Arabway, escrito por un periodista egipcio, informaba de que el Centro de Estudios Socialistas había publicado una declaración sobre la victoria de los dos meses de lucha de los Cobradores de Impuestos Inmobiliarios, decía que esta victoria abría las puertas a la lucha de otros sectores de funcionarios. Se podía leer lo siguiente: "Otra lucha se avecina... Una vez más por encima de los sindicatos... La huelga fue dirigida por el Comité Huelga de los Cobradores de Impuestos, encabezado por el dinámico Kamal Abu Eita y en teoría incluía a un representante de cada una de las 26 provincias del país.
"¿Dónde estaban los miembros del Comité Sindical patrocinado por el Estado? No participaron. Es una prueba humillante de su ilegitimidad y falta de credibilidad, no fueron ni invitados a las negociaciones finales entre el ministro de economía y los miembros del comité de huelga, que eran los verdaderos representantes de los funcionarios..."
El mismo blog anunciaba que el Observatorio de los Sindicatos y Trabajadores Egipcios había publicado un nuevo informe, en él se citaban 35 luchas industriales durante las primeras dos semanas de noviembre de 2007, en estas huelgas habían participado 8.000 trabajadores, huelgas de brazos caídos, huelgas de hambre, etc., mientas que otros 33.000 amenazaban con ir a la huelga.
La situación en Egipto es clara: el movimiento obrero comienza a ser una fuerza importante en la sociedad, además está al margen de la burocracia sindical y está encabezado por sindicalistas militantes. Está jugando un papel crucial poniendo en el orden del día la lucha de clases y sentando las bases para una organización política de masas de la clase obrera egipcia.
Los explotadores egipcios sienten una enorme simpatía por sus hermanos y hermanas oprimidos de Gaza. Ven las imágenes por la televisión, leen las noticias en los periódicos, siguen internet, y les enfurece esta situación. Pero no dirige su furia contra la clase dominante israelí, porque siempre las masas egipcias la han visto con recelo y hostilidad. No esperan nada de la decadente burguesía israelí ni de los camisetas marrones de la derecha racista israelí. Exigen que su gobierno emprenda acciones, comprende su papel traidor, aborrece su política como representante del imperialismo norteamericano, al que consideran un enemigo de los trabajadores y la juventud.
Mubarak teme que al movimiento obrero y no es casualidad que después de tantas huelgas y presión desde abajo para que ponga fin a sus medidas de austeridad, el bonapartista egipcio tema la reacción de las masas si no permite la entrada a su país de las masas palestinas empobrecidas. Mubarak sabe muy bien que su régimen es inestable, que después de su jubilación (tiene ya casi 80 años de edad) el país podría hundirse en el caos, el Partido Democrático Nacional pierde apoyo entre las masas. Su hijo, Gamal, no es considerada una figura con autoridad dentro de la política egipcia.
En determinado momento esta oleada de furia hacia el gobernante PDN se puede transformar en una situación prerrevolucionaria. Egipto depende de occidente, desde 1979 el país ha recibido 2.200 millones de dólares anuales de la clase dominante norteamericana. A cambio, los gobernantes egipcios han estado esclavizando a las masas a la burguesía mundial. El FMI, en su informe anual, ha colocado a Egipto entre los primeros países del mundo en implantar reformas económicas. Una intensificación seria de la lucha de clases amenaza ahora al PDN y crea un conflicto abierto entre las masas. EEUU y la UE esperan que Mubarak responda oprimiendo al movimiento obrero, Mubarak, consciente de su frágil gobierno, no desea entrar en esa situación que erosionaría aún más el régimen.
El camino de Egipto a la revolución
La república de Egipto ha atravesado un largo camino durante estos últimos cincuenta años. La revolución del 23 de julio de 1952, encabezada por un grupo de jóvenes oficiales del ejército que se autodenominaron Movimiento de Oficiales Libres, fue un paso adelante decisivo, la monarquía se transformó en república mediante una revolución nacional burguesa. Las razones de la revolución se parecen mucho a las actuales, la elite gobernante egipcia era corrupta y pro-británica, con un estilo de vida ostentoso y provocador, las masas en cambio vivían en una miseria terrible. Las masas consideraban que el establishment era corrupto y que no se podía confiar en sus instituciones ni en los partidos políticos. La derrota sufrida por Egipto en la guerra de 1948 provocó una crisis nacional, el rey era considerado como un derrotista que carecía de un programa capaz de hacer avanzar a la sociedad egipcia. Como resultado de esta situación, Gamal Abdel Nasser fue nombrado presidente.
En la política egipcia se fue produciendo un cambio después de que el régimen pidiera dinero prestado al Banco Mundial para financiar la construcción de la prensa de Aswan. Después de la retirada británica y norteamericana del proyecto, el presidente egipcio emprendió un proceso revolucionario y anunció la nacionalización del Canal de Suez. Nasser prometió que los beneficios de esta nacionalización financiarían la construcción de la presa. El nasserismo tenía un componente nacionalista burgués radical que hablaba de "socialismo" (en algunos aspectos se parecía a Zulfiqar Alí Bhutto en Pakistán). Esta situación creó grandes tensiones entre Egipto, Gran Bretaña y Francia. El imperialismo francés y británico decidió congelar los bienes egipcios y puso en alerta a sus respectivos ejércitos.
La burocracia estalinista consideraba a Egipto como un país importante para consolidar el campo pro-soviético en Oriente Medio, mientras que Israel era el aliado del imperialismo norteamericano. La URSS ofreció financiar el proyecto de la presa. La elite dominante israelí vio su oportunidad en la pelea entre Egipto y los imperialistas europeos, se inició así una agresión tripartita (anglo-francesa-israelí) contra Egipto en 1956. Este país respondió a la guerra nacionalizando todos los bancos y empresas francesas y británicas. Más tarde, Nasser nacionalizó otras empresas extranjeras y egipcias.
El proceso revolucionario se profundizó en 1962, cuando el régimen nasserista apoyó al estado obrero deformado de Abdullah Al-Sallal en Yemen. La revolución yemenita derrocó a Imam Badr e inició un proceso revolucionario que tenía como objetivo la construcción de una "república socialista", es decir, un estado obrero deformado a imagen y semejanza de Moscú. Este apoyo hizo que Egipto entrara en un conflicto político con Arabia Saudí, el socio de los monárquicos yemeníes.
La industria egipcia progresó mucho durante el gobierno de Nasser, el capital para invertir en la industria y la minería aumentó considerablemente. Nasser llevó a cabo una reforma agraria. En 1962, esta política hizo que el 51 por ciento de la economía fuera propiedad del gobierno. Egipto se movía en dirección hacia un estado obrero deformado, es decir, un estado donde los medios de producción estaban nacionalizados pero sin la democracia obrera.
Sin embargo, después de la derrota de la guerra de 1967 de Israel contra Egipto, en junio de 1967, Nasser decidió dimitir. Millones de trabajadores y jóvenes salieron a las calles en manifestaciones de masas en Egipto y Oriente Medio. Fue el momento en que Nasser podía haber terminado la tarea de expropiar a los capitalistas, pero la burocracia estalinista de Moscú, que no tenía ningún interés en el avance de la revolución en Oriente Medio, le frenó.
Cuando Nasser murió de un ataque al corazón en septiembre de 1970, más de cinco millones de personas asistieron a su funeral. Con todos sus fallos, las masas admiraban a Nasser por su política antiimperialista y anticapitalista, por las reformas que permitieron la educación gratuita a los pobres, el desarrollo de la industria egipcia, la eliminación de la bota monárquica sobre el cuello de las masas. También apoyó el arte, como fue la industria del cine, el teatro y la música, además de la literatura egipcia.
No obstante, después de la muerte de Nasser, Egipto emprendió la dirección contraria. Sufrió otro golpe cuando fue derrotado en la derrota de la guerra de 1973, iniciada por el sucesor de Nasser, Anwar Sadat. Su economía pasó por un período de estancamiento serio. El giro a la derecha de Sadat culminó con los acuerdos de Camp David con Israel, bajo la tutela del presidente norteamericano Jimmy Carter, que provocaron frustración entre las masas. Se negó a insistir en la retirada israelí de los territorios palestinos ocupados ni tampoco a la extensión del movimiento de colonos. El acuerdo de paz con Israel fue considerado una terrible traición para las masas y fue una de las causas de su asesinato.
Por la revolución de los trabajadores egipcios
El nasserismo tenía sus propios problemas. En primero lugar, su concepto del socialismo era nacionalista, no existía la democracia obrera y tomó como modelo el degenerado estado soviético como su modelo de "socialismo". Esta circunstancia condenó la revolución egipcia, que ni siquiera fue capaz de establecer un estado obrero deformado como el de Yemen. Nasser no sabía nada de la revolución permanente, aunque mantuviera una enérgica posición antiimperialista. Su política fluctuaba entre la revolución y el nacionalismo, o para ser más exactos, entre el panarabismo, una tendencia que quiere unificar a las masas árabes de la región en líneas antiimperialistas. En este "socialismo desde arriba" las masas no jugaban ningún papel real en la política, mientras que una capa de la burocracia, arribistas, centristas de derecha y oportunidad, se formaban a imagen de Moscú.
La derrota de la guerra en junio de 1967 no destruyó la confianza de las masas en Nasser, pero si animó a la burocracia a dar pasos adelante e hizo retroceder la tendencia a una mayor estatalización de la economía. La formación del Partido Democrático Nacional en 1978 profundizó la retirada. Nasser era un bonapartista pequeño burgués, que se equilibraba entre la clase obrera y la burguesía, pero también entre el imperialismo norteamericano y la URSS.
Mubarak es un bonapartista burgués que ha abandonado toda la demagogia "socialista" de Nasser y es un aliado abierto del imperialismo y la burguesía. El experimento nasserista llegó a su final con años de estancamiento, dictadura brutal, alianza con el imperialismo estadounidense y, en los últimos años, con la privatización, medidas antiobreras, opresión de los derechos civiles y el fortalecimiento de un régimen autoritario.
El renacido movimiento obrero egipcio no tiene ninguna confianza en el burgués PND. Pero tiene aún menos confianza en la burocracia sindical. Quiere utilizar los sindicatos y el poder de los trabajadores para cambiar el rumbo del país. La actitud conciliadora del gobernante PND es un reconocimiento de su debilidad. Esta debilidad se expresa ahora en la decisión de Mubarak de permitir la entrada de las masas palestinas y así romper el asedio israelí. El gobernante egipcio teme a las masas.
Pero la lección más peligrosa (desde el punto de vista del régimen) que surge de la crisis en Gaza es que cuando las masas se movilizan, se convierten en una fuerza poderosa y los métodos normales de represión se vuelven inútiles. Los intentos de sellar la frontera han fracasado y es evidente que la situación no podrá volver a la "normalidad", a menos que la movilización de masas retroceda. Estamos seguros de que esta lección no será ignorada por las masas egipcias ni en todo Oriente Medio.
Sin embargo, el movimiento obrero egipcio no debería utilizar esta crisis sólo para derrocar a Mubarak. El reaccionario movimiento de la Hermandad Musulmana, aplastado por Nasser, lleva tiempo esperando para llegar al poder. Los islamistas quieren vengarse, aplastar el secularismo nacional burgués y construir una república islámica. Eso sería un desastre para la clase obrera. Los trabajadores de Egipto deben construir sus propias organizaciones de clases y luchar por su independencia política. Los trabajadores y jóvenes más avanzados defenderán el programa socialista y lucharán por una verdadera república obrera en Egipto, y en toda la región. Lucharán por un programa de clase, basado en una política secular y democrática, desarrollarán la solidaridad con todos los explotados de la región, construyendo lazos fraternales no sólo con los palestinos, sino también con la clase obrera israelí, defendiendo una perspectiva internacionalista.
Mediante la acción, los trabajadores egipcios tarde o temprano comprenderán la necesidad de crear su propio partido obrero. En una situación como la de Egipto, la actividad sindical militante necesariamente llevará a sacar conclusiones políticas. Al final el único camino será que los trabajadores egipcios tomen el poder en sus manos.
Los sectores más avanzados de los trabajadores y jóvenes egipcios se interesarán en las ideas del marxismo. Estudiarán los problemas y las conquistas del pasado, sacarán las conclusiones del fracaso del nasserismo y defenderán el verdadero socialismo, el marxismo elaborado por Lenin y Trotsky. Sólo de esta manera se puede forjar una verdadera dirección revolucionaria, un ala verdaderamente socialista del movimiento obrero egipcio. El socialismo es la única salida para los explotados y pobres de Egipto.
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