Allá por los orígenes del capitalismo, cuando los negros no salían de África en patera y por su propia voluntad sino a golpe de latigazos, para ser vendidos como esclavos en América, antes de partir, los traficantes de fuerza de trabajo enseñaban a su mercancía a disparar los cañones del barco que los iba a alejar para siempre de su tierra. En alta mar los negreros corrían el riesgo de ser abordados por otros de su misma calaña con la pretensión de robarles aquella mercancía humana, y los ladrones también tienen que protegerse de otros ladrones. Lo verdaderamente significativo de todo aquello es que fueran los esclavos los mayores defensores de su propio régimen de esclavitud. Lo mismo sucedía en los campos de algodón americanos, donde los esclavos no podían trabajar de sol a sol, sometidos a su amo sólo por la coacción y la violencia; además de la fusta y de los golpes es necesario algo más para sostener la esclavitud, tanto si los esclavos son pura mercancía o asalariados libres. Ese algo más es la ideología dominante.
Así expuesto parece sencillo de comprender y, sin embargo, muchos hoy se lamentan ingenuamente de que los obreros no tienen conciencia (y se supone que pretenden decir que esa conciencia debe ser una conciencia de clase). Ellos creen que la conciencia es algo inherente a la condición de clase. Si así fuera ya estaría toda la tarea terminada, pero las cosas no son tan simples. Por eso, en buena parte los obreros piensan como la burguesía y es un proceso muy largo y muy difícil cambiar esa concepción. Lo que se trata de saber precisamente es cómo hacerlo. En cualquier caso, es importante tener en cuenta que el hecho de que los explotados no tengan conciencia de su explotación no es algo nuevo sino tan viejo como la historia misma y, por consiguiente, nunca ha impedido la lucha de clases ni las revoluciones. También es muy importante dejar claro que cuando hablamos de falta de conciencia, no se trata de un vacío sino de que la conciencia subjetiva no se corresponde con la situación objetiva, de que la conciencia burguesa domina sobre la proletaria (y parece claro que las cosas no podían ser de otra forma).
Alienación
Para describir la falta de correspondencia entre una situación material de explotación y la falta del reflejo subjetivo de ella, Marx hablaba de alienación, aunque por esa vía algunos entran en los terrenos de la sicología (y del sicoanálisis), en cualquier caso muy lejos de la política y, lo que es peor, del materialismo histórico, que es la única forma de explicar este fenómeno y, por tanto, de comprender los motivos por los cuales el capitalismo perdura en el tiempo manteniendo millones de esclavos sin necesidad de recurrir a la represión más que en los momentos críticos.
La explicación está en la noción de ideología dominante que, según los materialistas, como cualquier otro fenómeno ideológico, no se explica por sí mismo sino que tiene su raíz en las relaciones de producción capitalistas, que son las dominantes. La ideología dominante es un reflejo de algo externo, de algo que está fuera de la conciencia, en la vida material de la sociedad. La ideología dominante es la ideología burguesa porque la burguesía es la clase dominante en la economía, en la sociedad y en la política.
Además, como cualquier otro fenómeno relativo a la conciencia, la ideología dominante no es algo subjetivo (o no es sólo ni principalmente subjetivo) sino objetivo, común a toda la sociedad y a todas las clases y sectores sociales. La ideología burguesa no es sólo la ideología de la burguesía. Por eso cuando suena el despertador a las siete de la mañana millones de obreros se levantan de mala gana simultáneamente para acudir a que les exploten, sin necesidad de que nadie les golpee con el látigo en la espalda. Indudablemente son libres pero no tienen alternativa: están obligados a ir al trabajo por pura necesidad de supervivencia, y cuando eso no sucede sólo con unos cuantos sino con todos absolutamente, no podemos hablar de algo subjetivo sino de algo objetivo: la conciencia, decían Marx y Engels, es un producto social (1). Eso quiere decir que lo que cada uno de nosotros consideramos como nuestra conciencia, tampoco es nuestra. Ni siquiera eso nos pertenece: como los medios de producción, la conciencia también pertenece a la clase dominante; es su conciencia y lo que se trata de explicar es cómo logran que su conciencia la consideremos como algo nuestro. Como llevamos nuestra cabeza llena de ideas y es nuestra, nos creemos que la ideas también son nuestras, y no es así. Esas ideas nuestras no se nos han ocurrido a nosotros sino que nos las han metido en nuestra cabeza sin que nos demos cuenta. La conciencia es una fuerza, decían Marx y Engels (2), y la burguesía no quiere que los explotados tengamos ninguna fuerza. Hasta de eso nos tienen que privar.
Política y pedagogía
Está muy extendida la idea de que para que triunfe la revolución antes que nada es necesario que los explotados tomemos conciencia de nuestra explotación y que esa es una tarea pedagógica, es decir, que se logra con la propaganda y la agitación exclusivamente. Parece que se puede modificar la ideología dominante dentro del propio capitalismo, o bien que esa modificación es un paso previo para poder desencadenar una revolución.
Pero la ideología burguesa no dejará de ser dominante sino en la medida en que triunfe el socialismo; comenzará a dejar de ser dominante en la medida en que el poder de la burguesía comience a tambalearse:
Tanto para engendrar en masa esta conciencia comunista como para llevar adelante la cosa misma, es necesaria una tranformación en masa de los hombres, que sólo podrá conseguirse mediante un movimiento práctico, mediante una revolución (3).
Por tanto, la conciencia comunista en masa no llegará como consecuencia de un trabajo teórico sino de un trabajo práctico, es decir, tanto propagandístico como político, económico y militar.
Si cada uno de nosotros piensa un poco en su propia biografía se dará cuenta de que lo que nos ha llevado a la lucha no es la lectura de El Capital sino todos esos ejemplos de explotación, de represión y de injusticia que hemos vivido en nosotros mismos, en nuestro trabajo, en nuestra familia, en nuestro barrio. Fueron esas vivencias cercanas las que nos llevaron a una reunión o a conocer y a leer para saber más acerca de los motivos por los cuales todas esas situaciones se producen y por qué estuvimos engañados y ciegos hasta entonces. Lo que educa, por tanto, no son sólo los libros ni las revistas sino la terrible realidad que nos rodea; es esa realidad la que nos lleva al libro y a la revista, a tratar de saber y de conocer. Y finalmente hay que añadir que necesitamos saber y conocer para intervenir y para cambiar. Todo nace de la práctica y camina hacia la práctica:
El problema de si al pensamiento humano se le puede atribuir una verdad objetiva, no es un problema teórico, sino un problema práctico. Es en la práctica donde el hombre tiene que demostrar la verdad, es decir, la realidad y el poderío, la terrenalidad de su pensamiento (4).
Nosotros, los comunistas, educamos a la clase obrera y a todos los revolucionarios y antifascistas (y a la vez somos educados por ellos) ejerciendo el papel de vanguardia que nos hemos impuesto, que no es un título honorífico sino una línea de actuación que venimos siguiendo durante décadas sin desmayo. Perseverar en ella ha demostrado que se puede resistir y combatir al fascismo, que nosotros estamos en la primera línea de fuego de manera que si cedemos luego irán a por todos los demás, que nosotros sí estamos dispuestos a soportar todo el peso de la represión porque el tiempo ha demostrado que acertamos en todo aquello que planteamos hace ya muchos años y que poco a poco se ha ido abriendo camino entre las masas... 30 camaradas asesinados, decenas de años de cárcel, miles de detenciones y torturas, una clandestinidad estricta que nos impide un contacto más directo con los obreros: eso es lo que verdaderamente abre los ojos acerca de qué tipo de régimen nos gobierna, de manera que nosotros sí podemos contar la historia de la transición desde dentro y en primera persona. En todos estos años no hemos sido espectadores sino actores, tenemos un cúmulo de experiencias para transmitir a los que quieren luchar y, en consecuencia, las teorías que exponemos en nuestras revistas y libros están indisolublemente ligadas a una práctica, o dicho de otro modo: las divergencias que cualquiera puede apreciar entre lo que nosotros decimos y lo que dicen otros, no son divergencias de opinión sino divergencias prácticas muy profundas, de principios y de línea política porque nosotros no nos hemos enfrentado al fascismo escribiendo comunicados sino peleando por todos los medios a nuestro alcance y con todas nuestras fuerzas.
La lucha ideológica
A causa de esa unidad entre la teoría y la práctica, los comunistas no hablamos de debate sino de lucha ideológica que no es más que la lucha contra la burguesía en forma de lucha de ideas. Nosotros no debatimos con la burguesía ni debatimos las ideas burguesas: las combatimos, y ese combate no puede relajarse por el hecho de que quien las sustente no sean un burgués sino cualquier otro. Es evidente que si luchamos contra la ideología burguesa, mucho más debemos intensificar esa lucha cuando esa ideología se infiltra en las filas del proletariado.
La dominación ideológica de la burguesía hace que la tarea de los comunistas se desenvuelva en un ambiente hostil y, en muchas ocasiones, contando con la incomprensión de aquellos que deberían estar más cerca de nostros, de nuestro propio entorno laboral, familiar y vecinal, como todos hemos tenido ocasión de comprobar en multitud de ocasiones. Nadamos contra la corriente y no es nada fácil conseguir que esa corriente no nos acabe arrastrando finalmente.
La lucha ideológica es extraordinariamente complicada y puede dar la impresión de que nada de lo que burguesía (y otras clases dominantes) han elaborado a lo largo de la historia nos sirve, que todo -absolutamente todo- lo tenemos que arrojar por la borda. Sería una gravísimo error por nuestra parte. Como hicieron Marx y Engels, tenemos que partir de las ideas avanzadas y progresivas que son verdaderas adquisiciones de toda la humanidad, defenderlas, desarrollarlas y actualizarlas, una tarea realmente ardua que afecta a la política, a la economía, a la filosofía, al arte y a todos los ámbitos del conocimiento.
Todo esto lo que demuestra es el arraigo de la ideología dominante que se viene transmitiendo (y por tanto afianzando) durante siglos. Es tal su poder que incluso después de una revolución será difícil que nos quitemos de encima una ideología clasista de un golpe. Nacionalizar la banca será siempre relativamente fácil, pero convencernos a nosotros mismos de que podemos vivir sin clases sociales, sin lucha de clases y sin Estado, es mucho más complicado y todo el esfuerzo de la burguesía se concentra en sostener que eso es una utopía, un sueño (por supuesto irrealizable). Sin embargo, a muy pocos se les ocurre defender que lo realmente utópico es afirmar que el capitalismo es eterno, que perdurará para siempre y que -por fin- el reloj de la historia se ha detenido, que ha llegado a su punto final. ¿Quién es verdaderamente utópico?
Contrainformación
También hay quien piensa que puede competir en el terreno ideológico con la burguesía, y por eso se han difundido expresiones tales como contrainformación para dar la idea de que frente a las mentiras de los medios de información de la burguesía dominante, nosotros debemos contrainformar, poniendo ambas cosas en el mismo plano, como si pudieran equipararse.
Es obvio que la agitación y la propaganda forman parte históricamente de la mayor parte de los esfuerzos de cualquier organización que se pretenda revolucionaria y su importancia no se puede minimizar. Pero eso no es contrainformación sino información pura y simple porque son los medios de propaganda burgueses los que no informan, sino que desinforman. Además, hay que tener en cuenta que jamás ningún medio de información verdadero puede competir en plano de igualdad con las técnicas de que dispone la burguesía para engañar y manipular a grandes masas de explotados del mundo entero. La contrainformación entendida como un contrapoder que se puede alzar en medio de la sociedad capitalista es otro error.
La burguesía no sólo logra modular la conciencia de millones de explotados a través de sus medios de propaganda (televisión, radio, prensa, internet, cine) sino a través de miles de pequeños y grandes canales de influencia. La universidad no sólo difunde conocimientos sino que con ellos difunde también el punto de vista burgués acerca de la historia, la vida y el universo entero; la música, desde la ópera al hip hop, es otro de los grandes instrumentos de transmisión de la concepción burguesa del mundo y las calles de todos los países del mundo están repletas de gente que camina con los cascos en las orejas durante horas escuchando los grandes éxitos; la publicidad, en la que las grandes empresas capitalistas invierten miles de millones de euros crea un ciclo que se alimenta a sí mismo: la publicidad financia a los medios de desinformación burgueses, sometiéndolos a sus intereses y, además, en sí misma también es un medio de desinformación.
En fin, también la burguesía hace propaganda y agitación entre las masas, y su capacidad es muy superior a la nuestra. Nosotros no disponemos ni podemos disponer bajo el capitalismo de sus técnicas; nuestra fuerza no está en los medios sino en el mensaje mismo: nosotros decimos la verdad y la verdad, como bien se ha dicho siempre, es revolucionaria. Pero eso supone reconocer que la verdad existe y que la verdad es objetiva, lo que no todos están dispuestos a sostener, porque la ideología burguesa también tiene su antídoto frente a eso: Nada es verdad ni es mentira, todo es según el color del cristal con que se mira. El relativismo burgués, que está muy extendido, es una de sus armas ideológicas más importantes y los que luchamos contra él somos insultados como dogmáticos porque queremos imponer nuestra verdad a los que no piensan como nosotros. A lo máximo son capaces de reconocer que lo que nosotros decimos es una opinión tan respetable como cualquier otra, de la misma manera que Copérnico exponía una mera opinión -también muy respetable- cuando afirmaba que era la tierra la que daba vueltas en torno al sol, y no al revés.
Cuando las masas están hambrientas de saber, de conocer y de aprender, hablar de que la verdad no existe, de que todo es subjetivo, es verdaderamente sucio, propio de intelectuales descarriados. Ese tipo de concepciones burguesas, por más extendidas que se encuentren, hay que combatirlas sin contemplaciones.
Lo que resulta una ingenuidad es pensar que la verdad se abre camino por sí sola, que basta con propagarla para que la mentira se desplome estrepitosamente. Nosotros los comunistas pensamos, por el contrario, que la agitación y la propaganda forman parte de una formidable batalla ideológica contra la burguesía que, en definitiva, no es diferente de cualquier otra que tenemos entablada en su contra. Separar la batalla ideológica de la política, económica y militar, es un error; creer que se puede emprender una de ellas al margen de cualquiera de las otras, también es un error.
La conciencia partidista
Si la verdad existe y es una verdad objetiva, esto es, correspondiente a algo anterior e independiente de la conciencia, parece que sólo cabe en quienes están adornados por el don divino de la objetividad y la imparcialidad. Por el contrario, los que nos reclamamos como beligerantes y partidistas dicen que sólo alcanzamos a exponer una verdad parcial, limitada y subjetiva, como si nos lanzáramos al mundo a buscar en él aquellos datos que confirmen lo que previamente tenemos por cierto. Además los marxistas tenemos la fea costumbre de mezclar la política con todo, embrollarlo y buscar burgueses y proletarios donde no hay más que sabios amantes del conocimiento que, partiendo de sus infantiles mentes en blanco, quieren acercarse a la certeza. Por ejemplo, ya en el mismo prólogo de un libro sobre ciencia, Jorge Wagensberg advierte a los lectores de lo siguiente: No hay duda de que el marxismo contiene más ideología que el psicoanálisis, que el psicoanálisis contiene más ideología que la física atómica y que la física atómica contiene más ideología que la topología algebraica. El que no tiene ninguna ideología debe ser Jorge Wagensberg, a pesar de dirigir el Museo de la Ciencia de La Caixa de Barcelona. Y el libro que prologa Wagensberg es ciencia pura, no tiene ninguna ideología. Por eso en él podemos leer cosas tan científicas e imparciales como la siguiente: La ciencia tiene que callarse sobre las cuestiones últimas porque no son para los hombres, sino sólo para Dios (5). Sin comentarios...
En fin, no nos explican los motivos por los cuales el marxismo tiene más ideología que la topología algebraica pero nos da la impresión de que eso debe ser malo (para el marxismo naturalmente) porque es algo así como si nuestro partidismo nos cegara, no nos dejara ver otras ideologías interesantes que también hacen sus aportaciones al acervo científico general.
Vivimos en una sociedad clasista y nadie, absolutamente nadie, escapa a ese condicionamiento; la diferencia es que mientras nosotros, los comunistas, lo reconocemos abiertamente, la burguesía se camufla bajo una apariencia de neutralidad. Marx ya explicó por qué la burguesía necesita operar de esa forma, mientras que la burguesía no puede entender por qué nosotros operamos de la forma inversa; mucho menos podrá comprender -ni aceptar- jamás que es eso precisamente lo que conduce a la verdad, es decir, que la verdad es partidista, como decía Lenin:
Cuando se trata de la filosofía no puede ser creída ni una sola palabra de ninguno de esos profesores, capaces de realizar los más valiosos trabajos en los campos especiales de la química, de la historia, de la física. ¿Por qué? Por la misma razón por la que, tan pronto se trata de la teoría general de la Economía política, no se puede creer ni una sola palabra de ninguno de los profesores de Economía política, capaces de cumplir los más valiosos trabajos en el terreno de las investigaciones prácticas especiales. Porque esta última, al igual que la gnoseología, es una ciencia de partido dentro de nuestra sociedad contemporánea. Los profesores de Economía política no son, en general, y en su conjunto, más que sabios recaderos de la clase capitalista, y los profesores de filosofía no son otra cosa que sabios recaderos de los teólogos (6).
Por tanto, no sólo el proletariado sino también la burguesía, por más que trate de disimular, también es partidista y las cosas no pueden ser de otra manera. De ahí que la pregunta tenga que ser la siguiente: ¿qué es lo que garantiza que el punto de vista del proletariado nos acerque a la verdad mientras el burgués nos aleja de ella? La respuesta no está, una vez más, en la naturaleza de una u otra teoría sino, como hemos expuesto en otro artículo (7), en la distinta posición social de ambas clases.
A pesar de esto, todos tenemos la experiencia de que cuando vinculamos determinadas ideas con la burguesía como clase, saltan chispas, de manera que quien defiende ideas burguesas jamás quiere reconocerse como burgués, y muchas veces no es efectivamente un burgués. Como suele suceder, la culpa siempre la tenemos nosotros que vemos burgueses por todas partes (incluso donde no los hay). Pero necesariamente eso tiene que aparecer así, incluso entre los trabajadores, muchas de cuyas ideas no son suyas sino importadas de su enemigo de clase. Evidentemente de ahí esas ideas pasan a las organizaciones populares y sindicales, incluso a las que se consideran comunistas, habiéndose engendrado toda una corriente, el revisionismo, que no es más que una expresión de la enorme influencia de la ideología burguesía sobre el marxismo mismo. Esa influencia está también estimulada por la falta de lucha ideológica contra el revisionismo que es fácilmente constatable, aquí y ahora, en casi todas las publicaciones que se pretenden progresistas, de manera que está quedando como una obsesión enfermiza por nuestra parte. Pero cuando se abandona el campo de batalla, el enemigo ocupa el terreno; si además el marxismo y el revisionismo se ponen en el mismo plano y se pretende entablar el famoso debate, la cosa es mucho peor. Lo mismo decimos si ese debate no tiene nada que ver con la práctica (con la lucha revolucionaria) o si hay que parar la lucha para ponerse antes a debatir.
El debate está de moda
Somos conscientes de que todo eso está de moda en algunos círculos, de que la política, como la economía y la filosofía, también tiene sus pasarelas, sus Armani y sus Versace. La ideología dominante es eso precisamente; responde a la pregunta: ¿A dónde va Vicente? Donde va la gente. Pero los marxistas siempre vamos contra la corriente, contra el tópico y el estereotipo que prevalecen en cada sociedad dividida en clases.
La ideología dominante no puede ser uniforme porque para que pueda penetrar en los más variados sectores sociales, tiene que diversificarse, e incluso tiene que adoptar ademanes críticos hacia la propia burguesía. Tiene que ser lo suficientemente abstracta tanto para poder dominar como para poder expandirse adoptando múltiples variantes que, a su vez, siembran la confusión y nos inundan la cabeza con teorías y corrientes a cada cual más peregrina. Los ismos son para nuestra cabeza lo que las marcas para el supermercado, con la diferencia de que hay más ismos que marcas de galletas: consejismo, estructuralismo, situacionismo, lambertismo, bordiguismo...
Pero sólo hay un punto en el que necesariamente la ideología tiene que exhibir sus vergüenzas: la práctica, como siempre. A algunos les entusiasma seguir la pista de todos los ismos y sus correspondientes escisiones y subdivisiones, que son lo que Marx y Engels decían de la lógica de Hegel: cómo llegar a la nada partiendo de la nada y a través de la nada (8). Los teóricos de salón, como Antonio Negri, por más que nos los pretendan meter por los ojos a golpe de editorial, son esa nada que a nada conduce. A los que no estamos para reinterpretar el mundo ni para perder el tiempo, sólo nos interesan quienes escriben sobre la práctica, la han vivido y pueden reflexionar sobre ella porque han formado parte de ella. A los otros los vemos como charlatanes de feria cuyas disertaciones farragosas nos importan un bledo. Como buenos dogmáticos nosotros repetimos lo que decía Lenin:
El punto de vista de la vida, de la práctica, debe ser el punto de vista primero y fundamental de la teoría del conocimiento. Y conduce infaliblemente al materialismo, apartando desde el comienzo mismo las elucubraciones interminables de la escolástica profesoral. Naturalmente, no hay que olvidar aquí que el criterio de la práctica no puede nunca, en el fondo, confirmar o refutar completamente una representación humana cualquiera, que sea. Este criterio también es lo bastante ‘impreciso’ para no permitir a los conocimientos del hombre convertirse en algo ‘absoluto’; pero al mismo tiempo, es lo bastante ‘preciso’ para sostener una lucha implacable contra todas las variedades del idealismo y del agnosticismo (9).
Es muy difícil que conozca el mundo quien nunca se ha enfrentado a él, quien no ha luchado por cambiarlo. Por eso nosotros no perdemos mucho tiempo en escuchar a los intelectuales de salón. Pero decimos más: alguien así incluso es muy difícil que nos entienda siquiera cuando le hablamos.
Notas:
(1) La ideología alemana, Pueblos Unidos, Montevideo, 1959, pg.31.
(3) La ideología alemana, cit., pg.506.
(3) La ideología alemana, cit., pg.82.
(4) «Tesis sobre Feuerbach», en Obras Escogidas, Editorial Fundamentos, Madrid, tomo II, pg.426.
(5) Proceso al azar, Tusquets, Barcelona, 2ª Edición, 1986, pgs.16 y 32.
(6) Materialismo y empiriocriticismo, 6-4.
(7) Dialéctica del conocimiento científico
(8) La ideología alemana, cit., pg.168
(9) Materialismo y empiriocriticismo, 2-6
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