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jueves, abril 07, 2016
Podemos, la ilusión devaluada
Hace pocas semanas renunciaron diez cargos de Podemos al Consejo Ciudadano de Madrid. Desde entonces, Podemos atraviesa una crisis interna. Pero ¿dónde está la génesis de esta crisis?
Hace pocas semanas renunciaron diez cargos de Podemos al Consejo Ciudadano de Madrid. Una acción de presión para desestabilizar al secretario general de Podemos de esa comunidad, Luis Alegre, un hombre de Pablo Iglesias. Quienes renunciaron, afines a Íñigo Errejón, lo hicieron cuestionando la “deriva” del órgano de dirección madrileño.
El episodio tiene una historia detrás. El errejonismo madrileño llevaba meses negociando con el PSOE (y Cs) una moción de censura a Cifuentes en la Comunidad de Madrid. Un apaño que se fue al garete con aquello de la “cal viva” de Iglesias en el Parlamento.
La crisis interna, en medio de los debates de investidura y los intentos de Podemos de retomar las negociaciones con el PSOE, atrajo todas las miradas y sirvió en bandeja un festín para los grandes medios de comunicación.
Pablo Iglesias y Errejón intentaron dibujar las brechas internas con mensajes poco creíbles de apoyo mutuo, pero la respuesta de Iglesias llegó con la destitución de Sergio Pascual, secretario de organización de Podemos. “En Podemos no hay ni deberá haber corrientes ni facciones que compitan por el control de los aparatos y los recursos”, sentenciaba el líder, decidido a cortar de raíz el problema. Poco después, Iglesias designó “a dedo” como nuevo secretario de organización nada menos que a Pablo Echenique, líder en Aragón y quien fuera junto con Teresa Rodríguez de “Anticapitalistas” la cara visible de la “oposición” al modelo organizativo oficialista presentado en Vistalegre.
La secuencia de renuncias, cartas públicas y acusaciones cruzadas, con mucho aire de disputa de apparatchiks y métodos de secretario general todopoderoso, son expresión de una aguda crisis en Podemos. Pero, ¿dónde está la génesis de esta crisis?
Podemos, hijo legítimo del desvío de la lucha de clases
Podemos –como también Syriza-, es en última instancia un epifenómeno del desvío y posterior bloqueo del proceso ascendente de la lucha de clases posterior a la crisis, el cual podría haberse desarrollado si las direcciones burocráticas del movimiento obrero aliadas a los partidos tradicionales y los aparatos reformistas no lo hubiesen impedido. Por ello Podemos es expresión política y negación a la vez del proceso de movilización que se abrió en los últimos años contra las consecuencias de la crisis capitalista.1
Sin embargo, a diferencia del reformismo clásico, en los que prevalecía una estructura de partido y un profundo anclaje social en la clase trabajadora y los sectores populares, Podemos surge como una organización amplia, tributaria de la videopolítica y dependiente de figuras mediáticas como Pablo Iglesias.
Esta fisonomía permitió a su jefatura gozar desde su fundación de un amplio margen de maniobra, mediante una brutal autonomización de “la cúpula” respecto de “la base” (los famosos y cada vez más desaparecidos “círculos”). Un proceso coronado en la Asamblea de Vistalegre, en la que Iglesias, Errejón y Monedero se hicieron del control absoluto de la organización, imponiendo una acelerada moderación de su ya limitado programa inicial, un discurso populista y un método plebiscitario de votaciones online para la toma de decisiones.
En este camino, recordemos, Iglesias fulminó a sus socios iniciales de Izquierda Anticapitalista, imponiéndoles su disolución como partido (en el movimiento “Anticapitalistas”) para seguir integrados en Podemos. Una rendición incondicional que los seguidores de Miguel Urbán y Teresa Rodríguez no sólo no combatieron, absteniéndose de presentar una sola batalla política seria contra la naciente burocracia dirigida por Iglesias, sino que para peor, santificaron con un pacto en Andalucía.
Iglesias, Errejón -y entonces también Juan Carlos Monedero “el breve”-, salieron de Vistalegre con el convencimiento de que podían “asaltar” electoralmente La Moncloa en un año, sobrestimando al infinito las capacidades performativas de un discurso cada vez más moderado –para atraer votos del espacio de representación socialista- y negando de plano la movilización y la lucha de clases como terreno de disputa política.
A pesar de los éxitos en las municipales y los excelentes resultados electorales del 20D para una formación nacida poco más de un año, el avance de Podemos fue insuficiente para realizar el sorpaso al PSOE. Pero la culpa de aguarle la fiesta no la tienen sólo los votos y la antidemocrática la Ley electoral. Hay una razón más de fondo: la pasivización social está permitiendo al PSOE y Cs, el ala derecha de la “segunda transición” que promueve Iglesias, pasar a la ofensiva a costa suyo.
El fracaso del intento de imponerle al aparato del PSOE un gobierno de coalición con vicepresidencia y ministerios incluidos, deja a Podemos en una “encrucijada”: aceptar ser furgón de cola de una regeneración light del decadente Régimen del 78, pactando con el PSOE en malas condiciones; o jugarse a un segundo round electoral con la ilusión de que la relación de fuerzas parlamentarias cambie y sobrevenga un pacto que lo tenga como gran artífice de la “segunda transición”.
Las maniobras de Errejón, abriendo una crisis interna en el peor momento, expresan su desesperación por pactar “sin condiciones” con el PSOE. Una apuesta arriesgada, a la que Iglesias ha reaccionado con un golpe de mano, algo esperable por otro lado, tanto por su personalidad de megalómano como su rol de pequeño Bonaparte, sancionado por los estatutos de Vistalegre.
Pero a no equivocarse, esta acción no responde a un giro “a izquierda” contra el moderantismo de Errejón. Es un intento de imponer su autoridad política y mantener el control de cualquier negociación. No por nada, después de despacharlo a Pascual, la prensa informaba de la cita acordada entre Pablo Iglesias y Pedro Sánchez para retomar conversaciones.
La devaluación de la ilusión
Desde su irrupción en la escena política tras las europeas de 2014, Podemos pasó varias etapas. Primero fue la expresión más pura del paso de la “ilusión de lo social” a la “ilusión de lo político”. Su emergencia electoral expresó la superación de un momento inicial de la movilización donde había primado una “ilusión social”, la idea autonomista de que se puede “cambiar el mundo” sin intervenir en el terreno político. Sin embargo, esta superación se produjo dando lugar a una nueva “ilusión política” de que es posible lograr “recuperar la democracia” o salir de la crisis en los marcos del actual sistema capitalista y la democracia liberal. 2
Sobre esta base, Podemos –junto a Izquierda Unida y diversas plataformas ciudadanas provenientes del 15M- fue el vehículo de la “ilusión gradualista”3 que tuvo su momento de esplendor en las elecciones municipales. La ola del 15M aterrizó así en las playas del “municipalismo” y las “confluencias ciudadanas”, creyendo encontrar en estas una posible salida capaz de dar expresión institucional a su propósito democratizador.
Las elecciones del 24 de mayo del 2015 cambiaron en gran medida el mapa político español. En las principales ciudades del Estado como Madrid, Barcelona, Valencia, Cádiz, Zaragoza, Santiago de Compostela y otras, candidaturas “ciudadanas” integradas por Podemos y otras fuerzas de la izquierda llegaron al gobierno de los Ayuntamientos. Pero a poco de andar, esta primera “prueba del poder”4 del neorreformismo, mostró sus límites insalvables.
Insertas en la lógica de la “gestión”, estas candidaturas comenzaron a estrechar velozmente los “márgenes de lo posible” en el proceso de “cambio”. Habiendo abdicado de toda perspectiva de movilización social, a la hora de implementar su limitada agenda social, los nuevos gobiernos reformistas se topan con el límite de su respeto absoluto por la “sagrada” propiedad de los bancos y la legalidad capitalista. Así lo estamos viendo cada vez más en Madrid o Barcelona, con una serie de renunciamientos programáticos y enfrentamiento abierto a justas demandas obreras y populares,5 o en el Ayuntamiento de Cádiz, donde queda en evidencia la impotencia de los “anticapitalistas” al mando de la gestión del Estado.6
En el caso de Podemos esta dinámica tuvo como correlato, como decimos antes, la estructuración de un partido monolítico dirigido desde arriba, pero también en la moderación infinita del programa, la consumación de una estrategia reformista de explícito cuño socialdemócrata y una verdadera orgía de videopolítica opuesta a cualquier atisbo de impulso de la lucha de clases.
Pero el salto cualitativo de este proceso tendrá lugar después de las elecciones del 20D, dando lugar a un pronunciado giro a la derecha con el llamado a los social-liberales del PSOE a formar gobierno. Una intentona por ahora fracasada que terminó catalizando una crisis interna y busca saldarse con purgas y las batallas de aparato, en una aplicación sincrética de viejos métodos estalinistas y otros propios de la política burguesa.
Todos estos momentos, incluido el último giro bonapartista de Iglesias, salvo excepciones, han sido “justificados” como “males necesarios” por Podemos, como lo “único posible” en los “estrechos márgenes para el cambio”. En primer lugar, desde la cúpula y la mayor parte de sus bases. Pero también por su “ala izquierda”, Anticapitalistas. Es el nuevo “espíritu” de Podemos, el de “la ilusión devaluada”.
Las paradojas de los “Anticapitalistas”
En un reciente artículo7, el eurodiputado Miguel Urbán y Brais Fernandez, referentes de Anticapitalistas en Podemos, explicitaban su visión sobre la “crisis de Podemos”. Partiendo de “la necesidad de echar a los viejos partidos” y aceptando la fraseología que popularizó Pablo Iglesias sobre la “urgencia de superar la constricciones culturales y políticas de la vieja izquierda”, Fernández y Urbán rinden tributo al “el liderazgo popular de Pablo Iglesias”, al que consideran “un dirigente de gran valía intelectual, capaz de conectar como ninguno con los y las de abajo”.
En sus críticas apuntan al “modelo plebiscitario”, la transformación de Podemos en una “máquina de guerra electoral” contrapuesta a la vaga idea de un “partido-movimiento” y el abandono de las “grandes líneas programáticas rupturistas como los procesos constituyentes, la democratización de la economía a través de la socialización de los sectores financieros y productivos estratégicos, o medidas radicales contra la crisis y el ataque a los salarios como la renta básica”, para optar por un programa keynesiano.
Sin embargo, sostienen también un argumento que, aunque a primera vista parece una crítica, resulta en una insólita justificación: “como Podemos es un partido de paradojas, el modelo vencedor adoptado, curiosamente, se vuelve contra quien lo fomentó”, o sea contra Iñigo Errejón. Pablo Iglesias utilizó sus atribuciones de “super” secretario general contra el supuesto ideólogo del modelo centralista y autoritario de Vistalegre (Errejón). Pero esto se produce, supuestamente, cuando Pablo Iglesias pega un “giro a izquierda”.
“Estamos, digámoslo con palabras de Gramsci, ante un caso de ‘cesarismo progresivo’”, dicen los “anticapis”, y apuntan que “el cesarismo es progresista cuando su intervención ayuda a las fuerzas progresivas a triunfar, aunque sea con ciertos compromisos y temperamentos limitativos de la victoria”.
La alusión a las categorías de Gramsci es, por lo menos, desafortunada. En sus cuadernos, el comunista italiano se refería a un “cesarismo progresivo” en el caso de Cesar o Napoleón. Atribuirle este papel a Pablo Iglesias resulta increíblemente desproporcionado (y hasta ridículo), si no fuera la expresión de una completa justificación política. En el caso de Napoleón, según Gramsci, lo que estaba “resolviendo” con métodos “bonapartistas” era la contradicción -nada menos- entre el avance de la revolución burguesa y la posibilidad de restauración del antiguo régimen, impidiendo el retorno a las viejas relaciones sociales de producción. En el caso de Pablo Iglesias, ¿qué dinámica social progresiva está “resolviendo” con su propuesta de un gobierno del cambio con el PSOE? Porque mostrar a Pablo Iglesias como un “representante” del movimiento social que irrumpió desde el 15M, aunque se matice como una “representación burocrática”, es una completa falsedad. Iglesias defendió e ideó tanto como Errejón el modelo de Vistalegre, y tanto como él defiende un pacto con el PSOE, algo que los “anticapi” parecen querer olvidar.
Queda demostrada así la impostura de postulados tan naif como que “el ‘príncipe’ del siglo XXI, el partido organizado, debe vivir en una tensión creativa con el movimiento”, sobre todo viniendo de un partido -ahora movimiento- que se liquidó y pactó con el aparato para ser parte del partido poco plural de Pablo Iglesias.
Desde la fundación de Podemos, Anticapitalistas ha sido apenas una tibia oposición a su majestad. Si en la crisis actual asoma un poco la cabeza –recostada sobre el hombro del pequeño Bonaparte Iglesias- es por puro cálculo político: la posibilidad de que haya nuevas elecciones, una salida por la que los “anticapi” vienen bregando desde el 20D.
Su especulación es que la apertura de una nueva negociación de listas puede resultarles beneficiosa (ya que en las del 20D Pablo Iglesias impidió que pudieran colocar a un solo militante). Así, de haber sido los paladines de la democracia partidaria en abstracto, sin estrategia política alternativa, hoy se han transformado en los justificadores “por izquierda” de los zig zags burocráticos de Iglesias. Y a esta penosa política la llaman “anticapitalista”… y hasta “gramsciana de izquierda”. Pobre Gramsci.
Las “dos almas” de Podemos y una nueva hipótesis anticapitalista
Tiene razón Emmanuel Rodríguez8 cuando sostiene que el revival de “reforma o ruptura” que trajo la crisis del Régimen es en realidad una licencia terminológica que no da cuenta de la realidad. Más ajustado es hablar de “reforma o restauración”, es decir “renovación del sistema de partidos y de las leyes constitucionales con algo de reparto social, o simulacro de todo lo anterior, encauzado por los viejos actores” dice Rodríguez. Lo que se presenta como “ruptura” o “rupturismo” no es más que un cambio cosmético.
También acierta Rodríguez, contra la idea de un “retour à la normale”, ya que la crisis de los de arriba excede la crisis del Régimen de la Transición (y su sistema de representación política). El sustrato de la crisis está en las tendencias desintegradoras dentro de la Unión Europea (con el auge de la extrema derecha y la llamada crisis de refugiados, el Brexit, etc.), en la dinámica de la crisis capitalista, en la persistencia de la crisis social en el Estado español. Algo de esto dijimos con Santiago Lupe en un artículo antes citado.9
La gran crisis de Podemos es que quiso resolver el entuerto con una campaña de blitzkrieg electoral, asaltando la Moncloa en sólo un año. El fracaso de esta ilusión está en la base de su crisis actual. El problema es identificar por qué. Y aquí es donde se equivoca Rodríguez, cuando sostiene que en Podemos hay dos almas: la de la vuelta a la “normalidad democrática” (Errejón) y la de la “protesta” (atribuida por omisión a Iglesias). Que Errejón sea el representante del alma “normópata”, es posible. Pero, ¿Iglesias es el representante de la otra?
Rodríguez señala con picardía que al “Gramsci de Pozuelo de Alarcón” le ha fallado “la (crítica) de la economía política, la ausencia de la dimensión europea de la crisis, el desprecio al análisis de las fracturas sociales, el elitismo congénito de la hipótesis (…) la minusvaloración de la movilización social, la centralidad obsesiva de lo “discursivo”, etc. Es cierto. Pero lo mismo podemos decir de Iglesias.
En Podemos no hay dos proyectos políticos ni ideológicos enfrentados, un ala “radical” contra un ala “moderada”. Ni mucho menos tres, como viene ventilando la prensa dando aire a Anticapitalistas. Tanto Iglesias como Errejón, con el vergonzoso consentimiento de Anticapitalistas, defienden un programa y una estrategia de reforma del capitalismo en los marcos de la democracia liberal, apelando a una mezcla ecléctica de ideas extraídas del arsenal del eurocomunismo (y los métodos estalinistas), la vieja socialdemocracia y el posmarxismo de Laclau.
Si existe una contradicción en Podemos, esta no se expresa mediante una división vertical de “dos almas” en su cúpula, sino en todo caso, entre las ilusiones de amplios sectores que confían en que el ascenso electoral de Podemos pueda servir para conquistar sus reivindicaciones y la estrategia reformista de Podemos, que llevará esas aspiraciones a chocar contra la pared. Una contradicción que se resolverá inevitablemente en la arena de la lucha de clases.
No está claro cómo evolucionará la crisis de Podemos, si continuarán las “purgas” o si habrá fumata de la paz. Tampoco se sabe cómo discurrirá la nueva ronda de negociaciones con el PSOE. Lo que sí está claro es que siendo furgón de cola de la regeneración del Régimen del 78 o apostando a nuevas elecciones con la esperanza de pactar en mejores condiciones con el PSOE,10 Podemos no será una alternativa para la resolución íntegra y efectiva de todas las reivindicaciones democráticas y sociales pendientes.
Porque para ello hace falta desplegar una estrategia que se enfrente con los poderes fácticos del régimen capitalista español, no buscar nuevos “compromisos históricos” para salvarlo. Hace falta una nueva hipótesis política anticapitalista, de los trabajadores, las mujeres y la juventud, cuyo eje esté puesto en la lucha de clases. En esa perspectiva ponemos todos nuestros esfuerzos las y los militantes de Clase contra Clase.
Diego Lotito
Madrid | @diegolotito
NOTAS
1 Santiago Lupe y Diego Lotito, “Europa. Entre la reacción y el neorreformismo”, Estrategia Internacional Nº 29, enero 2016.
2 Josefina Martínez y Diego Lotito, “Syriza, Podemos y la ilusión socialdemócrata”, Contracorriente Nº 43, marzo 2015.
3 Josefina Martínez y Diego Lotito, “La ilusión gradualista”, Ideas de Izquierda Nº 12, agosto 2014.
4 Josefina Martínez y Diego Lotito, “La ‘hipótesis Podemos’ a la prueba del poder”, Ideas de Izquierda Nº 21, julio 2015.
5 Ver Cynthia Lub, “Podemos, Ayuntamientos del “cambio” y lucha de clases”, en este número de Contracorriente.
6 Asier Ubico y Diego Lotito, “El `Kichi’ las paradojas de los ‘anticapitalistas’ gestionando el Estado capitalista”, IzquierdaDiario.es, 26/03/2016.
7 Miguel Urbán y Brais Fernández, “La ‘crisis’ de Podemos”, eldiario.es, 17/03/2016.
8 Emmanuel Rodríguez, “Podemos y la ilusión de la normalidad”, ctxt.es. 16/03/2016
9 Santiago Lupe y Diego Lotito, “Europa. Entre la reacción y el neorreformismo”, op.cit.
10 Ver Santiago Lupe, “El nuevo reformismo presenta su proyecto de restauración del Régimen del 78”, en este número de Contracorriente.
* Artículo publicado originalmente en la revista Contracorriente, abril 2016.
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