El día 2 de septiembre de 2015, en la plaza Ba Đình, de Hanoi, se celebraba el septuagésimo aniversario de la proclamación de la república vietnamita que puso fin al colonialismo. Era un día soleado, luminoso, que hacía resaltar el bosque de banderas rojas del Partido Comunista y del Vietnam, enarboladas por jóvenes del Ejército Popular con uniformes blancos frente al túmulo de Hồ Chí Minh, bajo cuya tribuna se encontraban los principales dirigentes del país, entre enormes carteles con las dos fechas que resaltaban la trascendencia del momento: 2-9-1945 y 2-9-2015. El teniente general Võ Văn Thuận encabezaba el desfile, donde brillaban las boinas azules de las mujeres médicos militares, los monos fabriles de las chicas de la Defensa civil o los uniformes negros de las guerrilleras del sur. Presidiendo la ceremonia, Nguyễn Phú Trọng, secretario general del Partido Comunista; el presidente del país, Trương Tấn Sang, y el primer ministro, Nguyễn Tấn Dũng. La plaza Ba Đình es el corazón del Vietnam: allí está el mausoleo de Hồ Chí Minh, pero la gente se agolpaba por todas partes. En la cercana calle Nguyễn Thái Học o en el alejado lago Hoàn Kiếm, que guarda en una pequeña isla el templo de Ngọc Sơn, decenas de miles de vietnamitas saludaban el paso de las unidades. La ciudad era una fiesta. Significativamente, tras la celebración, el presidente viajó a Pekín, para participar en los actos de conmemoración del septuagésimo aniversario de la victoria china sobre el fascismo nipón.
En su discurso, el presidente recordó a los millones de vietnamitas que murieron por la libertad: primero, en la guerra contra los franceses; después, contra los norteamericanos. La “revolución de agosto” de 1945 acabó con la colonia y con la monarquía, pero el sur del país siguió controlado por gobiernos títeres hasta la victoria sobre Estados Unidos que inauguró por fin el Vietnam libre de tutelas, aunque a un alto precio: todas las infraestructuras, y la mitad de las construcciones de Hanoi quedaron destruidas. El país tenía millones de refugiados internos, y millones de parados; todas las carreteras y vías férreas estaban destruidas, no había escuelas ni hospitales, porque también habían sido bombardeados, y el hambre era una lacra: una situación de emergencia. La reconstrucción, que continúa, ha sido una tarea titánica. Hoy, la propia FAO pone a Vietnam como ejemplo para la erradicación del hambre.
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Vietnam tiene ya casi cien millones de habitantes, y cuenta con enormes ciudades: Hanoi alberga a siete millones de personas, y Ciudad Hồ Chí Minh, a diez. El país ha cambiado mucho: más del ochenta por ciento de la población no profesa ninguna religión, y la mayoría de los ciudadanos nacieron tras el final de la criminal guerra norteamericana. En las tres últimas décadas, treinta millones de vietnamitas han salido de la pobreza, pero la tarea no está terminada. Algunos años fueron especialmente fructíferos: entre 2002 y 2006, el país consiguió reducir la tasa de pobreza desde el 29 al 15 %. Hoy, la tasa es del 3 %; la economía ha crecido a un ritmo medio del 7 % en los últimos veinticinco años, y Vietnam se ha convertido en uno de los principales exportadores mundiales de arroz, café, caucho, madera y pescado, pero la industria sigue siendo muy débil, según reconoce el propio gobierno. Es una industria manufacturera, que importa la mayoría de los materiales que utiliza, y que se basa en el ensamblado y en la mano de obra barata. Un ejemplo bastará: se calcula que unas cien fábricas y unos cien mil trabajadores vietnamitas trabajan para Inditex, con jornadas de diez horas que, pese a su duración, son asumidas por los obreros como una forma de mejorar sus salarios, que, no obstante, han aumentado considerablemente en los últimos años, en todo el país. Al mismo tiempo, aspiran a reducir sus jornadas y a mejorar las condiciones de trabajo: excesivo calor en las fábricas, ritmos de producción. La Confederación General de Trabajadores de Vietnam (CGTV) colabora con CC.OO en programas destinados a los trabajadores de la industria textil. El sector privado de la economía representa casi la mitad del PIB, entre compañías extranjeras y nacionales; de éstas, el 95 % son pequeñas empresas, muchas veces unipersonales o familiares.
Los trabajadores de las fábricas coreanas, taiwanesas y de Hong Kong han protagonizado en los últimos años numerosas huelgas, como en la fábrica Samsung en Thái Nguyên, cerca de Hanoi, a principios de 2014. Las huelgas no cuestionan el socialismo vietnamita, ni el papel del Partido Comunista, sino que son expresión de las contradicciones de un país en desarrollo: Vietnam necesita inversiones y puestos de trabajo creados por empresas extranjeras, pero, con frecuencia, eso trae de la mano imposiciones y abusos empresariales (muchas empresas incumplen a veces la legislación laboral) que los sindicatos vietnamitas y el propio gobierno tienen dificultades para evitar.
En septiembre de 2015, la ONU publicó un informe donde daba cuenta de que Vietnam había conseguido algunos de los objetivos de desarrollo del milenio (MDGs, en las siglas inglesas), como la erradicación del hambre y la extrema pobreza, el impulso a la igualdad de género en la educación y una enseñanza primaria gratuita y universal. En el VI Congreso del Partido Comunista de Vietnam, en 1986, se aprobó la estrategia de Đổi Mới o “renovación”, que supone el mantenimiento del estado socialista, aunque admite la propiedad privada excepto para la tierra (que sigue siendo la principal riqueza del país). El modelo tiene muchas semejanzas con el seguido por China, y su éxito llevó a incluir a Vietnam entre los llamados “tigres asiáticos”, o economías medias en rápido crecimiento, pero ha incrementado las diferencias de renta entre ciudades y zonas rurales. El desarrollo de los últimos años ha traído beneficios pero también contradicciones y problemas: millones de personas han salido de la pobreza, pero ha aumentado la distancia entre quienes tienen más recursos y los ciudadanos más vulnerables. A finales de 2013, el parlamento aprobó la Ley del suelo para estipular con rigor y garantías las condiciones de revocación del derecho de uso de la tierra, que pertenece al Estado. La economía crece aproximadamente un seis por ciento anual: es, tras China, en porcentaje, el país de mayor crecimiento económico del mundo, hasta el punto de que el PIB se ha duplicado en veinte años. Las empresas estatales están siendo el instrumento elegido por el gobierno para impulsar la economía, aunque, debido a la enorme inversión que exigen, otros sectores se han resentido por la falta de recursos. Para complicar las cosas, la corrupción y la evasión de impuestos son uno de los problemas que tiene que enfrentar el gobierno: en junio de 2014, por ejemplo, fue condenado a 30 años de prisión Nguyễn Đức Kiên , uno de los empresarios enriquecidos en los últimos tiempos, acusado de un fraude millonario. El socialismo como objetivo es la guía del Partido Comunista y del gobierno, pero las diferencias de ingresos y la corrupción generan fuertes contradicciones.
Vietnam libra la batalla del desarrollo, de la industrialización. Los nuevos objetivos se centran en el medio ambiente, las reformas estructurales, el desarrollo de las minorías étnicas, y la justicia social. No sin problemas: el diputado Nguyen Ngoc Hoa alertaba en la Asamblea Nacional (parlamento) sobre la “alarmante fuga de cerebros” del país. El acuerdo comercial con Estados Unidos, que entró en vigor en 2001; la incorporación a la OMC, en 2007, y los acuerdos con países vecinos como Tailandia, China, Singapur, Malasia, Corea del Sur, junto con la entrada en el TPP, buscan un fortalecimiento de la economía vietnamita, no exento de riesgos, porque Vietnam sigue teniendo una estructura económica vulnerable ante la competencia internacional. El futuro tampoco va a ser fácil. La incorporación al Acuerdo de Asociación Transpacífica (TPP, Trans-Pacific Partnership), impulsado por Estados Unidos, y la consiguiente reducción de aranceles en los intercambios, augura un mayor crecimiento económico: el gobierno cree que abre nuevas oportunidades para la agricultura vietnamita, tanto para la salida de la producción como para la llegada de inversiones, y sectores como el textil, el calzado y la pesca esperan aumentar sus exportaciones. Sin embargo, muchas empresas públicas, que cuentan con una tecnología deficiente, pueden empezar a tener problemas con la nueva competencia, para la que no están preparadas. Las críticas al acuerdo proceden de quienes creen que el TPP es, sobre todo, un intento norteamericano para limitar el crecimiento y la influencia de China en el mundo, y que, además, otorga grandes beneficios a las compañías multinacionales, como la ampliación de patentes de productos farmacéuticos, que cerrará el paso a los remedios genéricos más baratos, y encarecerá los medicamentos; así como por la posibilidad de que las multinacionales puedan demandar a los países que promulguen leyes que afecten a sus ganancias: esa evidencia ensombrece los esperados beneficios para el país.
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La política exterior es una de las prioridades del gobierno vietnamita, en un mundo cambiante que asiste al declive norteamericano y al reforzamiento chino. Sus intereses están situados en el sudeste asiático y en la ASEAN, sin descuidar sus relaciones con las grandes potencias. Vietnam opta por el multilateralismo en su análisis planetario, algo que le acerca a Moscú y Pekín, y le aleja de Estados Unidos, aunque tiene serias diferencias con China sobre la soberanía de los archipiélagos Paracelso y Spratly (compuestos por unos centenares de arrecifes e islotes) que tienen riqueza pesquera e hipotéticos recursos de petróleo y gas natural. Hanoi mantiene que esos archipiélagos forman parte de Vietnam desde el siglo XVII, y la disputa con Pekín ha enfriado sus relaciones, aunque ello no impide que China sea el principal abastecedor de productos para Vietnam. Hanoi dirige el llamado grupo CLMV (Camboya, Laos, Myanmar y Vietnam), organizado como una plataforma para la defensa de proyectos conjuntos en el seno de la ASEAN. Ese es el escenario principal donde desarrolla su acción.
Vietnam estableció relaciones diplomáticas con Estados Unidos hace veinte años, y en 2000 se firmaron los primeros tratados comerciales que han culminado con el Acuerdo de Asociación Transpacífica (TPP) que agrupa a doce países del Pacífico entre los que se encuentran, además de Estados Unidos y Vietnam, Japón, Malasia, Singapur, Brunei, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Chile, México y Perú. El acuerdo es la apuesta norteamericana para contener a China, y es uno de los instrumentos de su “giro a Asia”. Estados Unidos intenta atraerse a Vietnam en su duelo estratégico con China, aprovechando las diferencias entre Pekín y Hanoi, y, por ello, Washington levantó parcialmente, a finales de 2014, el embargo de armamento que mantenía a Vietnam desde el final de la guerra. Hanoi busca inversiones de empresas norteamericanas, y, pese al recuerdo de la guerra con Estados Unidos, aún tan presente, no desdeña los gestos de apoyo norteamericanos en su reivindicación de los archipiélagos del Mar de la China del Sur (o Mar Oriental, para los vietnamitas).
Durante su reciente visita a Estados Unidos, el presidente del Parlamento vietnamita, Nguyễn Sinh Hùng, se entrevistó en la ONU con responsables de China, Japón, Mongolia, Bielorrusia, Cuba, Mozambique y Siria. La lista es significativa. Antes, había viajado a Estados Unidos el secretario general del Partido Comunista, Nguyễn Phú Trọng. Las cuestiones que abordaron ambas partes están relacionadas con la seguridad en las rutas marítimas y aéreas, y con el terrorismo. En las disputas sobre los archipiélagos del Mar de la China del Sur, Estados Unidos suscribió la tesis de Hanoi para resolver el asunto pacíficamente… aunque esa es también la posición que mantiene Pekín. Washington trata de atraerse a Vietnam: se ha convertido en el séptimo país inversor, y tiene previstas inversiones por valor de once mil millones de dólares, además del Tratado de Asociación Transpacífica.
Japón es uno de los países con quien Vietnam quiere aumentar sus intercambios y atraer inversiones: Nguyễn Phú Trọng, secretario general del Partido Comunista Vietnamita, visitó Japón en septiembre de 2015 con ese objetivo. Con Corea del Sur, Vietnam ha establecido una relación amistosa que se concreta en el Foro Económico de Asia-Pacífico (APEC), en el Foro regional de la ASEAN, y en la Cumbre de Asia Oriental (EAS). Corea del Sur apuesta por la libertad de navegación en el Mar de la China del Sur, y en abordar las disputas en negociaciones entre las partes, mientras que Vietnam defiende los lazos entre los dos países coreanos, (aunque sin mencionar la reunificación, defendida por Corea del Norte y vista con desconfianza por Corea del sur), así como la desnuclearización de la península. Grandes empresas coreanas, como Samsung, disponen de fábricas en Vietnam, desde donde exportan a Europa. Además, los aumentos salariales en China, están llevando a empresas coreanas a trasladar fábricas desde China a Vietnam, y aumentado el peso de Seúl en la economía vietnamita. Las relaciones comerciales con Indonesia, el mayor país del sudeste asiático, y cuya economía multiplica por cinco la vietnamita, han mejorado, y el presidente indonesio Joko Widodo apuesta por incorporar a su país al TTP, decisión que incrementará los intercambios con Vietnam. Vietnam suscribió con Indonesia un acuerdo de “asociación estratégica”, firmado por el presidente Trương Tấn Sang en Yakarta, en 2013, con el objetivo de incrementar el comercio entre los dos países, que alcanzó en 2015 la cifra de cinco mil millones de dólares: la previsión es doblar esa cifra para 2018.
Con Rusia, Vietnam conserva los lazos históricos, y no tiene diferencias políticas, aunque es consciente de que la actual Rusia no tiene el potencial de la Unión Soviética. Hanoi ha participado en el Foro de Economía Oriental, celebrado en Vladivostok, para colaborar en energía, madera, textiles y agricultura, y ve con interés las propuestas de colaboración de Moscú en el proyecto de Putin de la Unión Euroasiática. De igual forma, Vietnam mantiene buenas relaciones con la India, desde la época de la guerra contra Estados Unidos, y ambos países han suscrito una Declaración conjunta para el quinquenio 2015-2020. Con Cuba, las relaciones son magníficas, y Hanoi asiste a la isla en programas de desarrollo agrícola.
China es, junto a Estados Unidos, el otro punto de referencia de la política exterior vietnamita. Hanoi coincide con Pekín en el multilateralismo, la defensa de la paz, y el reforzamiento de los instrumentos de cooperación internacional como la ONU, y quiere una colaboración estratégica que, no obstante, se ve dificultada por las diferencias sobre los archipiélagos del Mar de la China del Sur, como se constató en el encuentro entre Xi Jinping y Trương Tấn Sang de septiembre de 2015. Hanoi se muestra muy interesado en la iniciativa china sobre la “nueva ruta de la seda”, y en conseguir inversiones chinas para el desarrollo de infraestructuras y de proyectos con tecnología avanzada. La proximidad y solidaridad entre ambos países está basada en la ideología comunista que sustenta a los dos partidos gobernantes, aunque la guerra de 1979 (que apenas duró un mes, tras la intervención vietnamita en Camboya, que puso fin al delirio polpotiano) sembró la desconfianza y sus efectos, aunque muy mitigados más de tres décadas después, no se han disipado por completo: en el mes de noviembre de 2015, cuatrocientos soldados chinos iniciaron una tercera campaña de eliminación de minas en la frontera vietnamita, que pretende culminar los trabajos anteriores, realizados en los años noventa y entre 2001 y 2008.
En mayo de 2014, China construyó una plataforma petrolera (Haiyang-981) en el archipiélago de las Paracelso, en aguas que ambos países consideran propias, lo que llevó al estallido de una disputa que originó manifestaciones contra China en Hanoi y otras ciudades vietnamitas. Finalmente, China retiró la plataforma. Fue el momento más tenso de las relaciones entre ambos países, que, ahora, ha cerrado la visita de Xi Jinping. Ambos países quieren llegar a un acuerdo, aunque la reclamación de soberanía complica la disputa. El marco para las negociaciones es el llamado Comité Directivo de Cooperación bilateral Vietnam-China que se reúne con regularidad con ministros de los dos países, donde, además de abordar el asunto de los archipiélagos, se perfilan acuerdos económicos, comerciales y la colaboración en agricultura, salud, transporte, y cooperación tecnológica. Se han establecido, por ejemplo, patrullas pesqueras conjuntas en el golfo de Tonkín. Vietnam quiere que China incremente la importación de productos agrícolas y pesqueros vietnamitas, estimule los intercambios entre las regiones fronterizas, y ayude al desarrollo. La colaboración económica se centra en dos “corredores económicos” que unen las ciudades chinas de Kunming y Nanning con Hanoi, Haiphong y la región de Quảng Ninh, con la pretensión de articular diez zonas costeras de China y Vietnam. Sin olvidar que dieciséis millones de turistas chinos visitarán Vietnam en 2015, y todo indica que aumentarán cada año.
La visita que Xi Jinping hizo a Vietnam, a principios de noviembre de 2014, se cerró con acuerdos sobre la demarcación de la frontera terrestre común y del golfo de Beibu; un convenio para impulsar una nueva vía férrea entre Lào Cai (ciudad fronteriza con China), Hanoi y Hai Phòng, en el norte de Vietnam; créditos chinos (como el de 300 millones de dólares para la construcción de la autopista entre Móng Cái y Vân Đồn), el compromiso para reducir el déficit comercial vietnamita, y para aumentar las inversiones chinas en infraestructuras y transferir tecnología avanzada, así como el deseo de resolver las diferencias sobre el Mar de la China del Sur. Con ocasión de la visita de Xi Jinping, Vũ Văn Hiển, dirigente del Partido Comunista de Vietnam, recordó que "Vietnam y China son países próximos geográficamente que comparten la meta de construir el socialismo. Los dos países cuentan con muchas cosas en común, como sus trayectorias revolucionarias dirigidas por partidos comunistas". La asociación con China es una prioridad para Vietnam.
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Estados Unidos lanzó 15.000 toneladas de bombas sobre Hanoi en la navidad de 1972. Joan Baez y Telford Taylor (que fue uno de los fiscales en el juicio de Nuremberg contra los dirigentes nazis y, después, activo opositor al senador M cCarthy de la caza de brujas anticomunista) estaban allí, en el refugio antiaéreo del hotel Metropole de Hanoi, donde ahora descansan los turistas ricos. Todo ha cambiado, pero la guerra no es sólo un recuerdo, porque las consecuencias del agente naranja sigue oprimiendo al país. El veneno fabricado por Monsanto arrasó millones de hectáreas de cultivos: setenta millones de litros fueron lanzados por los aviones norteamericanos; más de ciento cincuenta mil niños nacieron con deformidades, y hoy, miles de niños, hijos y nietos de quienes sufrieron el agente naranja , siguen naciendo con cánceres y otras enfermedades. Y no es raro que mueran campesinos cuando explota una mina de las miles que sembró Estados Unidos. Cuando Vietnam culminó la victoria, era también un territorio destruido con saña, y uno de los países más pobres del mundo. Pero el país quiere construir su futuro, aunque el escalofrío por la firme dignidad de tantos vietnamitas que resistieron al horror, vuelve en ocasiones. La muerte del general Giap, en octubre de 2013, y la despedida pública organizada por el gobierno y el Partido Comunista, congregaron en Hanoi a centenares de miles de personas, así como en Ciudad Hồ Chí Minh y otras poblaciones, y levantó una imparable oleada de emoción, en una muestra de que, si bien el país mira hacia el mañana, el recuerdo de la guerra y de las atrocidades perpetradas por Estados Unidos, y el orgullo por la victoria, siguen estando muy presentes entre los vietnamitas.
En el riquísimo delta del Mekong se consiguen tres cosechas de arroz anuales, y otras dos recolecciones de mangos, papayas, pomelos, mandarinas. Aquí y allá, surgen las cicatrices de la guerra, y estremece recorrer los infinitos canales que ayer patrullaban los grupos de operaciones especiales norteamericanos ametrallando a los vietnamitas, y que hoy son apacibles cursos de agua donde tranquilos campesinos se afanan con el futuro. Las grúas dragan los brazos del Mekong, y los niños ríen mientras se bañan, ajenos a los gallos rojos que picotean en las riberas. Los barcos, con los ojos de Buda en la proa, bajan por el río.
En el norte del delta del Mekong, Hồ Chí Minh es una ciudad bulliciosa: el actual presidente de la república, Trương Tấn Sang, nació en una población cercana, My Hanh. También el primer ministro, Nguyễn Tấn Dũng, es del sur, de Cà Mau. La vida rebosa en las calles. En esa antigua Saigón, justo detrás del ayuntamiento, se encuentra el parque de Bách Tùng Diệp, que fue territorio español durante sesenta años, después de que las tropas francoespañolas tomasen la ciudad en febrero de 1859, cuando el gobierno de O’Donnell quiso ayudar a Napoleón III en sus aventuras coloniales. La vía donde compran muchos musulmanes no está lejos de la estatua con que Vietnam honra a Hồ Chí Minh: la mayoría son propietarios de sus negocios, y se afanan atendiendo a los clientes. Muy cerca, en la terraza del hotel Continental, donde los mandos militares norteamericanos descansaban de sus misiones de bombardeos con napalm, los turistas admiran el Teatro de la Ópera, que recuerda al Petit Palais parisino, y los nuevos rascacielos construidos, y, en la anexa Nguyễn Huệ, centenares de adolescentes recorren la calle y se fotografían con sus teléfonos móviles. Apenas a doscientos metros, se halla ahora la estatua del tío Hồ, mirando al horizonte.
También Cholón, el gran barrio chino de Hồ Chí Minh, hierve de actividad. Roland Dorgelès lo describió en los años veinte del siglo pasado en un libro, Sur la route mandarine, donde da cuenta del frenesí, de la vertiginosa sucesión de escenas y de vida que estallaba en mil rincones. Ahora, parece no haber cambiado nada, aunque todo sea distinto. Aquí, unas chicas que venden tazas para el té, unos porteadores que arrastran cargas imposibles; allí, los richshaws que se apresuran a cruzar; el ruido que surge del inmenso mercado, la gente que recorre los infinitos pasillos atiborrados de mercaderías y sale a las calles repletas, donde miles de personas van arriba y abajo, como en los días de la colonia. Sin embargo, también se encuentran islas de tranquilidad. La fachada del mercado ostenta ahora la bandera roja vietnamita, y la de hoz y el martillo. Dos serpientes de cerámica bajan desde el tejado, y el reloj azulado de la torre indica el paso del tiempo. “Tự hào hàng việt nam” es la leyenda impresa en un gran rótulo rojo que corona la entrada al gran mercado de Cholon. A ambos lados de la entrada, las galerías están cubiertas con persianas azules. Delante, una madre y su vigorosa hija mantienen una gran terraza y sirven agua, té y refrescos: el establecimiento es apenas un carrito, con muchas mesas y sillas de plástico, que pueden apilarse cuando el día termina. En los alrededores, miles de motos, bicicletas que son tiendas, mujeres con el sombrero cónico de paja, chicas que se afanan, hombres con fardos. Todo está limpio, y, en el mercado, no hay olores agresivos, ni moscas. Huele a productos de limpieza, a pescado seco, especias, setas. Hay centenares, tal vez miles de puestos y tiendas, que se desparraman por el interior y por los alrededores de la plaza, en un orden que parece imposible, con pasillos donde apenas cabe una persona, pero donde todo circula, incluso carritos y plataformas con ruedas que llevan las mercaderías a su lugar preciso. Los vietnamitas son un pueblo afable y sencillo, orgulloso de haber derrotado a las potencias capitalistas más importantes del planeta: Japón, Francia, y Estados Unidos. En Nguyễn Huệ, la calle donde desfilaron tropas japonesas, francesas y norteamericanas, Hồ Chí Minh, que había proclamado la República Democrática de Vietnam un 2 de septiembre de 1945 y murió ese mismo día veinticuatro años después, mira hacia el horizonte, con la fuerza apacible del Vietnam.
Higinio Polo
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