Liricografía IX, Mar del otoño, de Rafael Alberti.
A la bien temprana edad de 15 años, Rafael Alberti (el mismo que va a contar después entre los más grandes poetas españoles de “La generación del 27”, junto a Vicente Aleixandre, Dámaso Alonso, Luis Cernuda, Gerardo Diego, Federico García Lorca, Pedro Salinas, et quelques autres…), descubre su vocación por la pintura cuando por primera vez, viniendo de El Puerto de Santa María, Cádiz, entra en el Museo del Prado, uno de los más caudalosos, brillantes y representativos de Europa. De ello, y de su pasión artística por la imagen y el trabajo manual con los objetos, que lo colmó toda la vida, testimonia el libro que escribe hacia comienzos de su largo exilio en la Argentina y que publica aquí, primero en 1945, en edición privada, y luego como A la pintura. Poema del color y la línea (1945-1948).
Ha expuesto muy joven, colectivamente, en 1920, en el Salón Nacional de Otoño de Madrid, y más tarde en el Ateneo de la misma ciudad. Se trata, en esa primera instancia, de una pintura vanguardista que lo acerca por entonces a Vasili Kandinsky, aunque después del golpe de la muerte de su padre empiezan a surgir los primordiales versos que guardaba en su interior y que serán en adelante su modo determinante de expresión. Trata de fusionar, en aquel momento, ambas vocaciones, y crea las “líricografías”, en las que dibuja versos: “Diérame ahora la locura / que en aquel tiempo me tenía / para pintar la poesía / con el pincel de la pintura”. Ese deseo de trasvasar, de fundir las dos prácticas estéticas, lo persiguió insistentemente, quizás porque nació en una época en la que estallaban las “correspondencias”, reveladas o descubiertas e impulsadas por el Simbolismo y el Parnaso, y explotadas en toda su extensión por las Vanguardias.
Aunque dedicado desde esos días con ahínco a la poesía y a la literatura, no abandona del todo sus trabajos pictóricos. Durante el exilio de un cuarto de siglo en la Argentina, pinta para exponer desde 1947 en el salón Arte Bella de Montevideo, y también, junto a sus dibujos y liricografías, en la sala V y en la Galería Bonino, de Buenos Aires. En 1954, hará una nueva exposición en Galería Galatea, y al año siguiente la Galería Bonino le edita la carpeta Liricografías, poemas ilustrados con diez dibujos en color. En 1960 exhibe sus cuadros en la Galería Acquarella, de Caracas, y en el Museo Histórico Nacional, de Bogotá.
Cuando en 1963 llega a Italia, dispuesto a vivir cerca de quince años en el barrio judío del Trastevere, de Roma, se relaciona, más que con literatos, con pintores y grabadores como Carlo Quatrucci, Emilio Vedova, Corrado Cagli o el escultor Umberto Mastroianni. (sobre todos ellos hay poemas de su hechura, y sobre el último escribe: “el amor mastroianni, el dolor mastroianni,/ el terror mastroianni, bajo un tiempo de delirio / la materia excavada del corazón de un hombre, / sometida al potente desvelo de sus manos”). Carpetas de sus serigrafías y litografías se expondrán en salas prestigiosas de la península.
También será cartelista: algunas de sus artísticas pancartas se difundieron por toda Italia, como Rapporto tra l´uomo e l’ambiente naturale y No allo sterminio degli ucelli, en defensa de la naturaleza y del medio ambiente. Al volver a España, realizará durante varios años los carteles para los Cursos de Verano de la Universidad Complutense en El Escorial y de los Cursos celebrados en Almería. También se le encargarán, entre otros, carteles para A orillas del Guadalquivir, Bienal de Flamenco de Sevilla, Homenaje a Antonio Machado, Claveles rojos para Mao-Tse Tung, Centenario Jorge Guillén, Centenario Gerardo Diego, Amnistía Internacional... Su amistad con Joan Miró, Antoni Tàpies, Manolo Rivera, Antonio Saura, Roberto Matta, lo llevará a la producción de trabajos en colaboración con la mayor parte de ellos. Sus dibujos ilustran libros propios y de otros autores, portadas de discos, carteles de toros, así como campañas del Partido Comunista español.
Todavía en Italia, presenta X Sonetos romanos
Hacia finales de tan vasto periplo, presenta en Madrid Las 4 estaciones
No ha sido rara, ni excéntrica, aunque sí llamativa esta relación que se establece en Rafael Alberti entre dos formas, levemente alejadas, de una parecida “inscripción”. Es muy interesante ver en él (como en otros artistas del siglo XX) esta consubstanciación, esta adhesión simultánea a dos prácticas estéticas, aparentemente tan distintas, pero que sin duda tienen una raíz común, y comunes gestos y manifestaciones. La quizás utopía derridiana de “la huella” encontraría en esta obra plástica y poética una prueba más y valiosos fundamentos.
Mario Goloboff
Escritor, docente universitario.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario