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domingo, junio 26, 2016
Un año más sin Gardel, el morocho del Abasto que revolucionó el tango
Hace 81 años fallecía en Medellín el cantor de tango más famoso de la historia. Se iba Carlitos, el morocho, glorioso, engominado y eterno como un Dios o como un disco.
Hablar de Gardel es redundar. Los gardelianos, esa categoría que en el tango marca una admiración profunda por el cantor, querríamos inventar otras palabras, otras metáforas, para referirnos a él. Quizás porque el tipo, como nos ha llegado a nosotros, es inefable. No lo alcanzan las palabras, y a nosotros eso nos angustia; queremos explicar lo que sentimos cuando lo escuchamos.
Carlos Gardel (Charles Romuald Gardes) nació en Toulose el 11 de diciembre de 1890. El francesito, como le decían de pibe, se crió con su madre, de oficio planchadora, en conventillos de algunos barrios de Buenos Aires.
Trabajó desde niño, como tantos otros hijos de inmigrantes, en un montón de cosas. Fue tramoyista, utilero, hasta de aplaudidor trabajó. Siempre dando vueltas por esos teatros de la calle Corrientes en los cuales se acercaba curioso a los artistas. Y empezó a yirar por el barrio del Abasto, ese que hoy está lleno de carteles con sus fotos.
De adolescente nomás empezó a cantar en público, primero en los comités del PAN, como protegido de algunos caudillos de barrio, mecenas habituales de la época, cantando estilos criollos, canciones criollas, zambas y otras músicas que hoy metemos en la amplia bolsa del folklore.
Cantaba sólo y luego en agrupaciones con algunos músicos, quedando registros grabados de su sociedad musical con José Razzano. Por estas épocas hizo giras, recibió balazos, y tantas otras cosas que escapan a esta breve reseña.
Pero Gardel fue Gardel, entre otras cosas, porque un día de 1917, en el teatro Esmeralda, cantó un tango. Había tangos ya que se cantaban hacía varios años, e incluso habían llegado a discos, generalmente con letras más bien picarescas o risueñas. Pero esto era otra cosa. Poética y musicalmente se estaba encontrando otro rumbo. El rumbo de poder decir la ausencia, lo perdido. Y fue Gardel el que marcó la impronta de ese derrotero. Inició la que para muchos es la época más virtuosa y creativa que haya visto la producción artística popular en el Río de la Plata.
Tuvo éxito, grabó muchos discos, actuó en películas, viajó a Europa y EEUU. Se convirtió en el artista latinoamericano más famoso. También compuso, y sus composiciones se convirtieron en algunos de los clásicos más perdurables en el afecto de millones de latinoamericanos.
El avión tenía que pasar a cargar combustible por Medellín, una de las ciudades que ya había visitado en su gira. Era tan querido por el pueblo colombiano que sus admiradores se acercaron al aeropuerto para verlo siquiera unos instantes en esa parada técnica.
Hubo una mala maniobra en el despegue, algunos dicen que fue una ráfaga de viento. Fueron 17 muertos. Uno era Gardel. También estaban Alfredo Lepera, poeta y colaborador de muchos de sus tangos y películas, y sus guitarristas Barbieri y Riverol.
Pasaron 81 años y en el cementerio de la Chacarita no faltarán las flores, las lágrimas, y los cigarrillos encendidos en su mano, en su honor.
Luis Urzúa
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