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sábado, junio 25, 2016
Un terremoto llamado Brexit
El triunfo del Brexit es, hasta el momento, el punto más alto de la oleada “populista” y “antiestablishment” en los países centrales. Sus consecuencias se sentirán más allá de la Unión Europea.
Finalmente sucedió lo que muchos encuestadores, editorialistas liberales y líderes occidentales temían pero no querían asumir en el universo de lo posible: el “Leave” hegemonizado por fuerzas de la derecha y extrema derecha se impuso sobre el “Remain” y así la Unión Europea perdió al Reino Unido, nada más y nada menos que la segunda economía de la UE y la principal potencia militar y diplomática, además del aliado fundamental de Estados Unidos.
Todavía es muy pronto para tener la dimensión precisa de las consecuencias políticas, económicas y geopolíticas de la separación del Reino Unido de la Unión Europea. Muy probablemente, el significado pleno de este hecho de magnitud histórica se irá desplegando por “etapas” y sus efectos dominen la escena política británica (e incluso europea) de los próximos años.
En lo inmediato, se abrió un período signado por la incertidumbre y la inestabilidad política y económica. Para empezar, se desplomaron los “mercados” en todo el mundo. La libra tuvo se peor caída en un solo día (10% contra el dólar) desde 1985. El primer ministro, David Cameron, que había llamado al referendum en gran medida para resolver la crisis interna de su partido, renunció al gobierno. Jeremy Corbyn, que fue elegido para “renovar por izquierda” al Partido Laborista, difícilmente pueda mantenerse. Se fortalecieron las variantes de la extrema derecha nacionalista y xenófoba a ambos lados del Atlántico. Se reactivaron las tendencias separatistas de Escocia, poniendo en cuestión la continuidad misma del Reino Unido, fragmentado por líneas etarias, geográfica y de clase, en el marco de una profunda polarización política y social. El asesinato de la diputada laborista Jo Cox a manos de un lunático de extrema derecha fue la expresión más trágica y violenta de esta polarización.
Desde el punto de vista político, el cimbronazo recién está en sus inicios. El gran ganador del referéndum fue el UKIP (Partido de la Independencia del Reino Unido) un partido de extrema derecha, racista y xenófobo. El partido tory (conservador) del primer ministro David Cameron está profundamente dividido, con casi la mitad a favor del Brexit, lo que dificulta el reemplazo de Cameron como primer ministro. Por lo tanto no se puede descartar que se tengan que convocar a nuevas elecciones.
Pero estas reacciones de corto plazo, con todo lo catastróficas que puedan parecer, quizás no sean más que un anticipo de las profundas contradicciones que, a la manera de la famosa “caja de Pandora”, abrió la salida del Reino Unido.
La mayoría de los economistas dan por descontada una recesión en Gran Bretaña que tiene en la UE su principal mercado (es el destino de alrededor del 47% de sus exportaciones) y se ha beneficiado con su pertenencia a la UE a pesar de no haber adherido a la moneda común. Además de una notable disminución del rol de la City de Londres como centro financiero para las transacciones denominadas en euros. La onda expansiva amenaza incluso a la economía mundial.
El proceso de separación de la UE
Gran Bretaña debe poner en marcha el proceso de separación de la UE, previsto en el artículo 50 del Tratado de Lisboa, que garantiza la separación unilateral de cualquier Estado miembro, aunque no existen precedentes históricos para su aplicación. Técnicamente, este proceso podría ser negociado “amablemente” en un plazo de hasta dos años, pero políticamente no está claro cómo va a responder la dirección de la UE con sede en Bruselas. No es descabellado que Alemania y Francia intenten disuadir a otros de seguir el camino británico. Además los representantes del Reino Unido ya no tendrán derecho a participar de las reuniones de los otros 27 miembros que discutirán su destino. Esto anuncia nuevas tensiones entre los socios europeos.
Ante esto ya se habla de dos tipos de acuerdo posibles. Uno es la “vía Noruega”, es decir, integrarse con este país al Área Económica Europea que le permitiría mantener el acceso al mercado común a cambio de hacer una contribución económica al presupuesto de la UE, someterse a las regulaciones del mercado común sin el derecho a discutirlas y de aceptar el libre movimiento de personas dentro de la UE. El otro es establecer acuerdos de libre comercio o regirse por las normas de la OMC lo que inevitablemente restablecerá tarifas sobre exportaciones y limitará el rol financiero del Reino Unido. Ambas parecen malas opciones.
La crisis de la UE, incluso su posible fragmentación como bloque, plantea serios problemas geopolíticos para Estados Unidos y para “Occidente” en general. En particular es una derrota para Obama, que hizo campaña abiertamente por el “Remain”. Con la salida del Reino Unido de la UE, Estados Unidos perdió la capacidad de tener una influencia directa en la política exterior europea. Ahora tendrá una “relación privilegiada” con un país aislado lo que disminuye su rol en los asuntos internacionales a pesar de ser una de las potencias con asiento permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y tener armamento nuclear. Además, la UE ha sido uno de los pilares de la estabilidad y un socio importante en la guerra contra el terrorismo, en tratar de alcanzar algún grado de estabilidad en los conflictos del Medio Oriente y en mantener a raya a Rusia por la vía de las sanciones económicas.
El Brexit es un golpe en la línea de flotación de la Unión Europea, considerado por varios analistas como el proyecto burgués más ambicioso de la posguerra fría.
Crisis de la unidad imperialista de Europa
La crisis capitalista de 2008 puso de relieve las líneas de falla de la construcción de la UE y el intento de Alemania de imponer su hegemonía sobre el conjunto del bloque en detrimento de los países endeudados y potencias menores que ven perder grados de soberanía a manos de la burocracia de Bruselas. El caso paradigmático fue Grecia, obligada a aplicar durísimos planes de austeridad bajo supervisión de la “troika” a cambio de mantenerse dentro de la Unión.
La crisis del proyecto europeo dio un salto con el arribo de oleadas de refugiados provenientes de África y Medio Oriente, que huyen de las guerras en las que intervienen varias potencias de la UE.
Estas tendencias centrífugas encontraron expresión política en los partidos euroescépticos, principalmente de la extrema derecha, con un fuerte discurso antiinmigrante y xenófobo que en muchos países de la UE ya han estado en el gobierno o están en condiciones de disputarlo.
Existe también un “soberanismo de izquierda” (incluso hubo una campaña de sectores de la izquierda por la salida del Reino Unido) que tomó más forma a partir de la crisis griega y las imposiciones de la troika pero es mucho más débil.
En el bando “soberanista” de derecha militan el Frente Nacional en Francia, el UKIP en Gran Bretaña, el Partido de la Libertad en Austria; Alternativa para Alemania, los Verdaderos Finlandeses, los Demócratas de Suecia, la Liga Norte y el Movimiento Cinco Estrellas en Italia, que acaba de ganar las alcaldías de Roma y Turín, Jobbik en Hungría, Amanecer Dorado en Grecia, y sigue la lista.
La oleada llegó hasta Estados Unidos con la emergencia del “fenómeno Trump” que tiene la misma base en las condiciones creadas por la Gran Recesión y en la pérdida de hegemonía de la globalización y el modelo “neoliberal” sobre amplios sectores de la población, principalmente en sectores de la vieja clase obrera industrial, que ve peligrar su empleos y donde entra un discurso de “soluciones sencillas” como el proteccionismo económico y el nacionalismo.
Indudablemente el triunfo del Brexit fortalece a estas variantes demagógicas de extrema derecha. Pero los partidos tradicionales conservadores y socialdemócratas no pueden hacerse los distraídos. Ellos han ayudado a crear este monstruo con políticas estatales brutalmente racistas, como hemos visto en los últimos meses en la crisis de los refugiados. Campos de concentración, deportaciones masivas, y el Mediterráneo convertido en una tumba no son obra de la extrema derecha, sino de los gobiernos liberales bienpensantes que transformaron a la UE en una fortaleza.
Si comparamos la situación en Estados Unidos con la de varios países de la UE, vemos que la crisis o el hundimiento de los partidos tradicionales y la polarización social y política a derecha y a izquierda parecen ser nuevo “espíritu de época”. Esto podría ser una mera coincidencia o podría estar expresando un sustrato común, lo que parece ser lo más probable.
En las primeras décadas del siglo XX el comunista italiano A. Gramsci teorizaba que un fracaso de una gran empresa de la clase dominante podía abrir un período de “crisis orgánica”, es decir, una crisis que a diferencia de los “movimientos de coyuntura” ponía de relieve contradicciones fundamentales que no se pueden resolver por la política as usual. Eso llevaba a que amplios sectores de masas se separaran de sus representaciones políticas tradicionales y surgieran nuevas formas de pensar. Gramsci lo pensó para un Estado nacional en las condiciones de entreguerra. Salvando las distancias, si consideramos a la Unión Europea, o mejor dicho al neoliberalismo, como la “gran empresa” fallida de la burguesía de las últimas décadas que entró en crisis con la Gran Recesión de 2008, podemos decir que estos fenómenos tan disruptivos en los países son expresión de tendencias a la crisis orgánica. Ni en la época de Gramsci ni ahora eso implica necesariamente giro a la izquierda. Sin embargo, afirmar que el Brexit ya anuncia un período oscuro dominado por la xenofobia, el racismo, y el proteccionismo sería pecar de unilateralismo. Hay importantes contratendencias, como la imponente lucha obrera en Francia, los millones de jóvenes que votaron a Sanders en las elecciones primarias norteamericanas y que se identifican con el “socialismo” que pueden cambiar drásticamente el panorama. Esta batalla aún está por delante.
Claudia Cinatti
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