jueves, noviembre 17, 2016

A una semana del triunfo de Trump



La victoria de Trump es una expresión del “racismo y xenofobia de la clase obrera blanca”, explican algunos analistas.

Esa lectura no se compadece con la realidad. La clase obrera blanca que le dio el voto a Trump es la que históricamente votaba al partido Demócrata, Obama incluido. En las filas de ese electorado, lo que primó no fue el “racismo” sino los estragos de la bancarrota capitalista. Hillary perdió muchísimos votos de esa población en comparación con Obama en las elecciones de 2012. En los Estados industriales más disputados de Michigan, Wisconsin y Pensilvania, su voto se redujo en 13, 10 y 9 puntos porcentuales respectivamente. Un retroceso parecido se constató en Ohio y Iowa.
En las últimas cuatro décadas, a esa franja amplia de la población trabajadora, se le han erosionado de manera continua sus condiciones de vida. Entre los hombres blancos sin título universitario el salario promedio, ajustado por la inflación, se desplomó en más de un 20% entre 1975 y 2014. Esa tendencia se profundizó especialmente durante el mandato de Obama.
Solamente entre 2007 y 2014, los ingresos promedio disminuyeron un 14%. En los umbrales de la elección, fue anunciado un incremento en las primas de los seguros médicos del Obamacare en un promedio de 25%, una carga económica que reposa íntegramente sobre los trabajadores.
Pero si hay algo que echa por tierra la tesis del “racismo“ es que, en esos estados, Sanders había triunfado en la interna demócrata apenas unos meses antes. La capitulación del senador de Vermont, quien optó por ir a la cola de la alternativa “liberal” frente a la fascista y renunció a una postulación independiente, contribuyó al triunfo de Trump. Sanders le pisó los talones a Hillary en las primarias y se alzó con el triunfo en 22 estados, incluidos los principales centros industriales.
Estas evidencias desmienten la existencia de una derechización general de la situación política. En verdad, las elecciones revelaron un principio de polarización política que Sanders renunció a desarrollar. A ello hay que agregar la responsabilidad de la burocracia sindical. Gran parte de la clase obrera blanca está nucleada históricamente en los sindicatos y atada políticamente al partido Demócrata. Su dirigencia, una vez más, llamó a apoyar a Hillary y puso el aparato a su servicio.
Pero, además, los 6 millones de votos que perdió Clinton incluyen a una parte de la población afroamericana que no fue a votar, y a otra parte de las minorías latinas. Asistimos a una reacción de los sectores más sumergidos, cuya decepción frente al gobierno de Obama fue proporcional a las expectativas que despertó su asunción ocho años atrás.

Los planes de Trump

Algunos analistas señalan que las medidas planteadas por Trump no pasarán de un anuncio de campaña. Ven con alivio las declaraciones del magnate que solamente deportará a aquellos inmigrantes con antecedentes criminales -ello, frente a la promesa de campaña de echar a 11 millones de indocumentados ilegales. De todos modos, la anunciada deportación “limitada” abarcaría a unas 3 millones de personas y representaría un salto respecto de las abultadas expulsiones llevadas adelante por Obama. En relación con sus promesas de reforzamiento del Estado policial, el ex alcalde de Nueva York Rudolf Giuliani, conocido por la “tolerancia cero”, suena como uno de sus principales colaboradores en el futuro gabinete.
También abundan las referencias a un supuesto “aislacionismo” de Trump, omitiendo que el nacionalismo de un país opresor implica una política expansionista y, por lo tanto, de intromisión en todos los rincones del planeta. El “proteccionismo” de Trump irá unido a un aumento de las rivalidades con las otras potencias, a un salto en las tendencias a la guerra comercial y a la guerra misma. El presidente electo había anunciado trabas comerciales a los productos extranjeros, en especial los provenientes de China y México. El propósito sería “disuadir a las compañías de despedir a sus trabajadores con el fin de trasladarse a otros países y enviar sus productos a Norteamérica libres de impuestos” (Financial Times, 14/7). Sin embargo, esta política de “relocalización” industrial entra en colisión con los intereses de las corporaciones norteamericanas que han globalizado sus esquemas de negocios y producción. Independientemente de ello, la muletilla de la defensa del empleo norteamericano servirá como pantalla para alentar una rebaja de los salarios y condiciones de trabajo en Estados Unidos.

Belicismo

El ascenso de Trump representa un salto en la desintegración del orden económico mundial. Una escalada proteccionista podría terminar de dislocar el comercio internacional, y desencadenar guerras monetarias y financieras. Una represalia yanqui en materia comercial podría conducir, como contraparte, a una venta masiva de títulos de la deuda norteamericana, la mitad de la cual está en manos extranjeras, en primer lugar, de China.
Esto tiene su implicancia en el plano militar. Trump tendría en carpeta un aumento del gasto armamentista, después de que Obama hizo lo propio en materia nuclear. El magnate había dicho que pondría fin en un mes al conflicto con el EI, como anticipo de un protagonismo mayor de Estados Unidos en Medio Oriente. Trump reclama que una cuota mayor de esa escalada sea costeada por la Unión Europea. El aumento de las tensiones con este bloque se produce cuando la Unión Europea ha reactivado sus planes a favor de una mayor autonomía militar respecto de la histórica tutela norteamericana.
En el plano interno, los anuncios simultáneos de aumento de la obra pública con recortes de impuestos constituyen una mezcla explosiva, pues llevarían al déficit fiscal a niveles siderales. Ello después de que el Estado ha ido agotando sus municiones para salir al rescate del capital como consecuencia de la crisis que estalló en 2008.
En lo inmediato, la victoria de Trump ha provocado una devaluación de algunas monedas, especialmente de la periferia -incluidos los países latinoamericanos- y un fortalecimiento del dólar. Esto podría agudizarse aún más si la Reserva Federal aumentara la tasa de interés antes de fin de año. Este reforzamiento del dólar, sin embargo, socavaría la competitividad de la producción local en relación a la extranjera, lo que va a contramano de los planes del magnate. Por eso, Trump estaría buscando, para la presidencia del Banco Central yanqui “a alguien que maneje la política monetaria asumiendo una expansión del gasto publico. El resultado sería la clásica mezcla populista de políticas fiscales y monetarias ultrablandas” (ídem).
Los planes de Trump están atravesados por un sinfín de contradicciones, pero apuntan en una dirección estratégica: reforzamiento de las tendencias a la guerra comercial, un Estado policial y un ataque a las condiciones de vida de los trabajadores.

Independencia de clase

Tan solo un día después de la elección de Donald Trump, los líderes demócratas se movieron aceleradamente para declarar su apoyo al presidente electo. A esta defensa de la gobernabilidad se sumó Sanders: “En la medida en que Trump sea serio en la búsqueda de políticas que mejoren la vida a las familias trabajadoras de este país, yo y otros progresistas estamos preparados para trabajar con él”. Esta política de colaboración con el presidente electo está a contramano de las protestas que miles de jóvenes y trabajadores vienen realizando en contra de Trump, y que son un adelanto de los movimientos de lucha de mayor alcance que se avecinan en la nueva etapa política que se abre en Estados Unidos.
La tarea no es radicalizar al Partido Demócrata o empujarlo hacia la izquierda. La experiencia de Sanders, incluyendo este vergonzoso final, es lapidaria. El desafío es hacer emerger una salida política independiente de los trabajadores. La clase obrera debe conquistar su autonomía política y construir un partido propio.

Pablo Heller

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