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martes, noviembre 15, 2016
Trump, una manifestación de la crisis capitalista
Después del triunfo del Brexit en Inglaterra y de la opción "no" en el plebiscito de Colombia, nadie puede declararse realmente sorprendido por el triunfo de Donald Trump en las elecciones de los Estados Unidos. Todos los casos citados tuvieron en común que el electorado votó de manera contraria no sólo a lo que las encuestas de opinión anticipaban, sino a la preferencia manifestada por los principales gobiernos, grupos económicos y medios de comunicación. Se puede objetar que la analogía no tiene en cuenta que en Estados Unidos hubo una elección y no un plebiscito o un referéndum, pero se trata de una formalidad. Bien visto, el triunfo de Trump expresa una forma de plebiscito en el que salió rechazada la política llevada adelante por Barack Obama-Hillary Clinton.
El trasfondo de este rechazo es el brutal retroceso en las condiciones de vida del pueblo norteamericano en los últimos años. Las estadísticas, en ese sentido, son abrumadoras: un tercio de los hombres en edad de trabajar está fuera del mercado laboral, sea porque estén desocupados, sea porque dejaron de buscar trabajo. Sólo en los últimos años fueron eliminados cinco millones de puestos de trabajo en la industria. Los nuevos empleos, con los que Obama se jactó de reducir la desocupación, son de naturaleza descalificada. Para mantener los mismos ingresos, muchos trabajadores deben tener ahora dos trabajos en lugar de uno. Esto dificulta el acceso al trabajo de la juventud, que tiene una tasa de desocupación del 15 por ciento.
Esta crisis social de magnitud se enlaza con el retroceso económico. Durante los primeros seis meses del 2016, la economía se expandió a un ritmo del 1,1 por ciento. La tasa de crecimiento potencial anual bajó al 1,2%, lo cual pinta una perspectiva recesiva en el largo plazo. Estos datos alcanzan para desmentir que Estados Unidos había logrado superar la crisis del 2008 que tuvo en jaque a su sistema bancario y financiero. Por el contrario, cuando ya pasaron 8 años, la deuda pública se multiplicó. Si se suman las deudas de los estados a la del Gobierno federal, el total asciende al 120% del PBI, cuyo acreedor principal, después de la Reserva Federal, es China.
Frente a la crisis, Trump desarrolló un planteo proteccionista mediante el cual buscó atraer los votos de los trabajadores que sufren la desindustrialización, la falta de trabajo y la caída del salario. A la vez, lo presentó como el intento de abrir un nuevo ciclo de acumulación capitalista, que supere el retroceso agudo del capital yanqui, tanto en materia de infraestructura como de obsolescencia industrial. Con este programa, Trump asumió de entrada el liderazgo de la campaña electoral, contra un Hillary Clinton sumida en el inmovilismo. Al final, la candidata demócrata hizo suyos varios planteos del rival, como por ejemplo la promesa de revisar el Tratado Transpacífico. Otro tanto hizo Obama, cuando reclamó a China una revaluación del yuan, lo cual se asemeja a la propuesta de Trump de declarar en default la deuda pública —una devaluación del dólar frente a la moneda china equivale a una reducción de la deuda.
Sin embargo, el giro nacionalista que pregonó Trump en la campaña choca con el tejido armado por el capital norteamericano, a la postre el más internacionalizado del mundo. El gran capital no se va a privar de aprovechar la mano de obra barata disponible en México, China o Vietnam, donde fueron transferidas fábricas que antes estaban en territorio de los Estados Unidos. Tampoco el sistema financiero respaldará un repliegue a las fronteras nacionales. ¿Qué quedará, entonces, del planteo nacionalista de Trump?
En lo esencial, una presión contra los trabajadores de los Estados Unidos para que equiparen, desvalorización mediante, las condiciones de trabajo y de salario de los trabajadores de las semicolonias, y sobre estas para que admitan una mayor penetración del capital yanqui.
Los primeros anuncios de Trump, referidos a llevar adelante un plan de obras públicas, plantean un nuevo endeudamiento que sólo es compatible con una suba de la tasa de interés. Pero justamente la Reserva Federal se ha negado en todo este período a aplicar una suba por miedo a hundir al país en una larga depresión. Las contradicciones que deberá afrontar el Gobierno de Trump están marcadas a fuego por la envergadura de la bancarrota capitalista.
Es la crisis capitalista, entonces, la que explica el triunfo de Trump, lo que desmiente, de paso, a los que representaban a la sociedad norteamericana como inmune a los cambios políticos. Este cuadro debe completarse con la extraordinaria elección realizada en las primerias demócratas por el senador Bernie Sanders, a quien todas las encuestas unánimemente daban ganador en una competencia mano a mano con Trump. Los diez millones de votos obtenidos por un senador que se autodenominó como "socialista" expresan un principio de polarización de clases, y potencialmente la ruptura del régimen bipartidista que ha caracterizado a los Estados Unidos.
El cuadro internacional que se abre implica un salto en las crisis políticas y económicas. La suba de la tasa de interés puede significar un golpe demoledor para el plan de endeudamiento serial del macrismo, que prevé para el año entrado tomar nueva deuda por casi cincuenta mil millones de dólares. Lo mismo vale para los planteos favorables a acuerdos de libre comercio con los Estados Unidos que fueron formulados por sus ministros en las últimas semanas.
Los planteos nacionalistas y proteccionistas en un país con una estructura económica imperialista-monopólica suponen explotar tendencias fascistizantes en el plano tanto interno como de política exterior. Estas tendencias ya están presentes en los Estados Unidos bajo el Gobierno de Obama, como lo prueban los permanentes crímenes contra la población negra por parte de las fuerzas de seguridad, que usan hasta armamento militar, y en el plano externo, con el crecimiento de las guerras. Trump no empieza un cuaderno con hojas en blanco, sino que viene a profundizar una política que ya está en marcha.
El triunfo de Trump es una manifestación reaccionaria de la crisis capitalista. Debe ser tomado como una advertencia severa a los trabajadores y a la izquierda de que es necesario intervenir con un planteo estratégico de lucha contra el capitalismo si no queremos que la explotación derechista y hasta fascista dé la bancarrota del presente régimen social.
Gabriel Solano
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