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miércoles, noviembre 30, 2016
El “misterio” de la reactivación y la incertidumbre por Trump
Cambiemos se pregunta cuando llegarán los “brotes verdes”. Mientras se especula sobre las medidas que tomará Donald Trump. En el interregno domina la incertidumbre.
Nadie duda que el año terminara con una caída económica de alrededor de 2,5 %. Se trata de una retracción mayor a la prevista por el Gobierno en el Presupuesto 2017. El “segundo semestre” nunca llegó.
En algunas actividades la recesión es más pronunciada. Según Orlando Ferreres, en el acumulado hasta octubre la industria tuvo una baja de 2,8 %. El Indec comunicó que la producción de energía retrocedió 4,2 % en el tercer trimestre en relación al año pasado. El dato de energía actúa como un indicador transversal de toda la economía. Según la Confederación Argentina de la Mediana Empresa (CAME), el fin de semana largo el consumo fue 5 % menor que en 2015. Son solo algunos indicadores que ilustran la situación general.
"Anoche, Felipe Larraín (ex ministro de Economía chileno del gobierno de Sebastián Piñera) me preguntó cuándo arranca y le respondí que es un misterio", esta declaración fue un sincericidio en que incurrió la semana pasada el ministro de Producción, Francisco Cabrera. El “misterio” se refiere al momento en que comenzará la reactivación.
Es un “misterio” que invade al gobierno en pleno. Transcendidos mediáticos indican que desde la Jefatura de Gabinete los funcionarios más encumbrados iniciaron consultas a algunos especialistas para ver cuándo estiman que aparecerán los “brotes verdes” en el consumo y la economía.
La única noticia buena para el Gobierno viene de los fugadores de capitales y evasores de impuestos que están entrando al blanqueo. Es algo, pero no alcanza. Pocos economistas arriesgan que habrá una reactivación fuerte en 2017. Los más sensatos asumen que a lo sumo se verá un rebote de la caída de este año. Por ahora, públicamente pondera más el optimismo de la voluntad que el pesimismo de la razón.
Por debajo, la falta de reacción de la actividad económica se traduce en internas en el gabinete (la más notoria entre Alfonso de Prat Gay y Federico Sturzenegger), reclamos industriales que en algunos casos llegan al pedido de una nueva devaluación “light” y malestar social. El hándicap oficial es la gobernabilidad prestada por la oposición patronal y la tregua de las cúpulas sindicales.
Dominio imperialista
En 2015, Estados Unidos fue el tercer destino en importancia de las exportaciones argentinas: con U$S 3.346 millones explicó el 6 % de las ventas externas. A su vez, Argentina realizó importaciones desde el país del norte por U$S 7.700 millones, representando el 13 % del total de las compras externas. Para nuestro país, el saldo del comercio exterior fue negativo en U$S 4.268 millones.
Estados Unidos pasó a ocupar el tercer lugar entre los socios comerciales de Argentina, detrás de Brasil y China. Algunos analistas se basan en este hecho para poner límites a los efectos que el proteccionismo del nuevo presidente pueda tener sobre nuestro país. Se trata de una visión parcial debido a que las relaciones económicas no se reducen al intercambio comercial.
El capital yanqui tiene un peso predominante en la economía nacional, disputando el primer lugar en la inversión extranjera radicada en estas pampas. Según la Cámara de Comercio de Estados Unidos en Argentina (AmCham), esa entidad cuenta con 622 empresas asociadas que emplean a 360 mil trabajadores, explican el 18,6 del Producto Interno Bruto y el 38 % de la recaudación fiscal. El 44 % de los socios son empresas de origen estadounidense, 10 % representantes de empresas norteamericanas y el 46 % restante con capital proveniente de otros orígenes.
Hoy otros factores, como, por ejemplo, el peso del capital financiero y la estructura de dominación mundial a través de organismos multilaterales. Pero los datos expuestos exhiben las fuertes relaciones económicas y dan una dimensión del impacto que puede tener el giro en las políticas de Estados Unidos a partir de la asunción de Donald Trump. Pero no es todo.
Efecto Trump
Las repercusiones de las medidas que tome Trump no puede medirse solamente por el efecto directo sobre el comercio y las inversiones en Argentina, sino por las modificaciones que puedan implicar sobre los parámetros sobre los que se movió la acumulación de capital a nivel mundial en los años recientes.
Muchos analistas exhiben cierto consenso en el muy probable inicio de una época de dólar fuerte, incluso algunos aventuran una muy dudosa vuelta al patrón oro, producto de la combinación de estímulo fiscal y mayor restricción monetaria en Estados Unidos. En simultáneo, avizoran el regreso a escena cierto nivel moderado de inflación en el país del norte.
Para nuestra región, los especialistas del establishment financiero prevén que la llegada a la Casa Blanca del nuevo presidente podría hacer caer a la mitad las ventas de bonos globales de América Latina y el Caribe, ya sea de gobiernos o de empresas. No se trata sólo de opinólogos. Los que hacen estas afirmaciones son ejecutivos del J.P. Morgan y otros bancos de inversión que operan con la deuda pública.
Las posibles causas que señalan son varias. El proteccionismo que promete Trump afectaría a los prestamistas latinoamericanos por la baja de impuestos a las corporaciones que retornen capitales al país del norte. No sólo eso. El plan de infraestructuras que proyecta el nuevo presidente, más allá de la escala que alcance, aumentaría el costo de la deuda pública de Estados Unidos vía incremento del déficit estatal, y encarecería, a su vez, el crédito internacional.
La dosis real de cada una de las iniciativas de Trump está por ver, pero de conjunto presionarían en el sentido de una salida de capitales de países “emergentes” en un vuelo a la calidad. Además, podrían empujar hacia la baja los precios de las materias primas que exporta América Latina.
Las novedades acentuarían un proceso previo. Las materias primas cambiaron de tendencia en 2014 y los datos para Latinoamérica ya mostraban un descenso en la inversión extranjera directa que alcanzó un máximo de U$S 147 mil millones en 2012 bajando a U$S 129 mil millones en 2015. Ni que decir que el capital especulativo (no el de inversión) tendría más motivos para iniciar el viaje hacia economías centrales.
Desde la asunción de Cambiemos, Argentina está viviendo una realidad relativamente distinta en relación a los flujos de capitales, esencialmente por el ingreso de divisas con fines especulativos y la escalada de deuda externa. Sosteniendo las altas tasas de interés que paga el macrismo por la emisión de deuda tal vez logre capear la tormenta frente a las medidas de Trump. Todo entra en el terreno de la especulación.
Aun así, América Latina y el Caribe están atravesando su segundo año consecutivo de recesión. Este hecho no puede pasar inadvertido en nuestro país. No sólo porque es un fenómeno que, según la Cepal, no ocurría desde la década perdida del ochenta, sino porque la recesión de la región la explica en gran medida Brasil, el principal socio comercial de Argentina. Allí la recuperación esperada para el año próximo también se está revisando a la baja, tanto que casi no va a crecer.
Ni siquiera las transformaciones que pudiera tener el, para Argentina lejano, Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) que “integra” económicamente a México y Estados Unidos sería neutral. Un analista local habló, para establecer algún tipo de comparación, de “efecto tequila” II. Hay que recordar que el primero sacudió al esquema de la convertibilidad de Domingo Cavallo y Carlos Menem. Hoy las condiciones son distintas, pero no está de más tenerlo como referencia.
La recuperación hacia el año próximo a la que apuesta Cambiemos está apoyada en el endeudamiento externo para empujar la obra pública. Por lo cual, en gran medida, todas las proyecciones están sujetas a lo que haga Donald Trump. Esperar y ver.
Giros
Los cambios en la política económica de Estados Unidos siempre impactaron fuertemente en América Latina y en Argentina.
Hacia fines de los años 1960 se comenzó a verificar el fin del “boom” de la posguerra. Una expresión sintética fue fin del sistema de las paridades cambiarias fijas que perduraron hasta 1971. Estados Unidos abandonó el patrón oro y en marzo de 1973 se autoriza la libre y total flotación del dólar, de tasas de interés y de precios. Las materias primas variaron en tendencia alcista hasta 1980, cuando comienza un período de amortiguación.
Dictaduras mediante, el endeudamiento de los países de América Latina que en 1970 llegaba a un total de U$S 20.900 millones de dólares pasó a ser en 1980, luego de absorber eurodólares y petrodólares, de U$S 243.000 millones. Ese esquema para la región se modificó cuando Paul Volcker decidió subir en 1979 la tasa de interés que establece la Fed de los Estados Unidos. Así condujo a crisis de deuda externa. Hoy los países de esta parte del mundo están con mejores guarismos de deuda, pero el ejemplo histórico sirve para ver el impacto que tienen los cambios bruscos en la política yanqui.
Durante la década de 1990, el auge neoliberal llegó a América Latina a través del “Consenso de Washington” que, con desigualdades, condujo a privatizaciones y ataques profundos a las condiciones de vida obrera. Esa situación trastocó en el nuevo milenio cuando varios gobiernos neoliberales de la región quedaron, o fuertemente deslegitimados o directamente impugnados en las calles.
El “viento de cola” por la plena incorporación de China a la economía mundial y la política crediticia laxa de Estados Unidos favoreció a Latinoamérica que tuvo su “década ganada”. Desatada la crisis mundial de 2008 la región tuvo un interregno en el que logró despegarse en simultáneo que desaceleró su crecimiento hasta la actual recesión.
Entre la demagogia de Trump en la campaña electoral y el programa que llevará a la práctica intervendrá la política y la negociación con el establishment económico de la principal potencia mundial. Pero no hay dudas que giros importantes, de mayor o menor proporción, están inscriptos en la situación. Por el momento reina la incertidumbre.
Pablo Anino
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