miércoles, noviembre 09, 2016

Terremoto político por el triunfo de Trump



Tras conquistar los estado clave, Trump queda a un paso de la Casa Blanca.

Pasada la medianoche del martes 8, Donald Trump conquistaba uno a uno los estados clave para conseguir los 270 delegados al Colegio Electoral. Los resultados de la elección presidencial de Estados Unidos confirmaron en toda su magnitud la crisis del bipartidismo estadounidense. Los temblores que se habían sentido en las primarias, estallaron con la virtual llegada de Trump a la Casa Blanca.
Contra todos los pronósticos, pesó más la bronca contra el establishment de Washington. Incluso más que la “campaña del miedo” impulsada por el partido Demócrata, los grandes medios de comunicación y las encuestadoras, alrededor de una potencial presidencia del magnate neoyorkino.

Todos son perdedores

Sin duda, la principal perdedora es Hillary Clinton. El apoyo de las dos figuras más populares del partido Demócrata, Barack y Michelle Obama, no fue suficiente para compensar el magro entusiasmo que generó al exsecretaria de Estado en la base del partido.
Para el partido Demócrata representa una derrota en todos los campos: no solo perdieron la Casa Blanca (siendo gobierno), también perdieron la posibilidad de tener la mayoría del Senado y el Congreso (aunque en este último eran remotas). Con Obama fuera la Casa Blanca en 2017, el partido pierde peso en las tres instituciones de escala nacional.
A pesar de contar con una base expansiva, compuesta por los sectores demográficos más dinámicos como los afroamericanos, los latinos y las mujeres, cada vez con más peso en el electorado, Clinton no logró movilizar la fuerza necesaria para llegar a la Casa Blanca.
El partido Republicano, aunque ganó la elección y las mayorías en ambas cámaras, queda golpeado internamente. El establishment del partido le había “soltado la mano” a Trump después de su nominación y dedicaron todos sus recursos a mantener la mayoría en el Capitolio. Paul Ryan, el líder del bloque legislativo, que fue uno de los principales voceros de la oposición al magnate, ahora deberá redefinir la estrategia para unificar al partido al mismo tiempo que negocia con un Trump en la Casa Blanca.
Bill Kristol, un analista conservador del partido Republicano, resumió la situación en un tweet: “Este es mi análisis profundo de la carrera, basado en un estudio cuidadoso de los resultados: OH, MI DIOS”.

La juventud

Uno de los mayores interrogantes sigue siendo la participación de la juventud. La generación de los millennials, hija de la crisis capitalista de 2008, que motorizó movimientos como Occupy Wall Street, el movimiento por el salario mínimo o Black Lives Matter es también la que menos confianza expresó con respecto a los candidatos.
En 2016, el 62 % de los millennials creía que “hay mejores formas de cambiar las cosas que votar”. El 46 % creía que, “mi voto no importa en realidad”, y entre quienes no planeaban votar, dos tercios dijo que no lo haría porque “no le gusta ningún candidato” (Harvard IOP).
Si bien este bloque creció en su peso social, transformándose en la generación viva más grande de Estados Unidos, superando en número a los baby boomers (nacidos en la posguerra), su peso electoral no ha variado. Según la CNN, representaron el 19 % de los votantes, el mismo porcentaje que en 2012.
Estos jóvenes, desilusionados con dos mandatos de Obama, le fueron esquivos a Clinton desde las primarias. No está de más recordar que los millennials votaron mayoritariamente por Bernie Sanders (71 %) en la interna demócrata contra la exsecretaria de Estado (28 %) hace tan solo unos meses.
Es posible que la receta del “mal menor” no haya sido suficiente para convencer a la juventud de que fuera a votar por una candidata que ven como representante del establishment, ni siquiera contra Trump a quien rechazan mayoritariamente (75 %, según Global Strategy Group).

Los perdedores de la globalización

El fracaso de las encuestas para prever resultados como el del Brexit o la elección de Trump comprueban la imposibilidad de las consultoras para captar fenómenos sociales y políticos profundos. La crisis de los partidos tradicionales, la fuerte polarización social y el sentimiento antiestablishment están estrechamente relacionados con los perdedores de la globalización, que se vieron aún más golpeados desde la crisis de 2008.
Franjas enteras de la población vieron cómo mientras se degradaban sus condiciones de vida y se precarizaban sus empleos, los Estados gastaban miles de millones de dólares para rescatar a grandes bancos y empresas. Gobiernos de derecha y social liberales indistintamente se arrojaron a la tarea de aplicar primero la agenda neoliberal en la década anterior y rescatar al sistema financiero durante los últimos 8 años.
Esta comunión, que Tariq Ali define como el “extremo centro”, desembocó en un desprestigio generalizado del sistema general de partidos, dando lugar a nuevos fenómenos políticos. Por izquierda surgen neorreformismos como los europeos Podemos o Syriza, que vienen integrándose rápidamente al sistema tradicional de partidos. Mientras que es la extrema derecha la que más provecho ha sacado de la degradación de la democracia y del cuestionamiento generalizado al establishment político y económico.
Si Sanders expresó en Estados Unidos algo de estos fenómenos neorreformistas, Trump es el reflejo de las tendencias nacionalistas, aislacionistas, proteccionistas y xenófobas que se ven en las formaciones de la extrema derecha europea. Como decíamos en otro artículo, “El discurso nacionalista y conservador de Trump busca reafirmar el voto republicano en el electorado mayormente cristiano, concentrado en las áreas no metropolitanas, masculino, de mediana edad, nivel educativo medio o bajo, en particular en un sector amplio de trabajadores del sector manufacturero (los trabajadores de ‘cuello azul’)…”
Uno de los principales caballitos de batalla de Trump fue el rechazo a los acuerdos de libre comercio, que la mayoría percibe causante de la desocupación y la precarización de los empleos (un fenómeno extendido en toda la clase trabajadora y sobre el que también se apoyó Sanders en las primarias).
Sin embargo, la retórica que animó la campaña de Trump difícilmente pueda trasladarse automáticamente a un programa de gobierno. De llegar a la Casa Blanca, será necesaria una negociación con el parlamento y su propio partido. Su política aislacionista se choca de frente con los intereses de la burguesía imperialista, que es la principal impulsora de los acuerdos de libre comercio. Así como es imposible que Estados Unidos se desconecte económicamente de un mundo globalizado, la principal potencia militar del mundo tampoco puede renunciar a sus intereses geopolíticos sin horadar aún más su golpeada hegemonía.
El terremoto político que significa un triunfo de Trump se sentirá más allá de las frontera de Estados Unidos. Cuando aún no terminaba el recuento de votos, caían las bolsas en Asia y se depreciaba el dólar, como muestra del malestar de los mercados financieros.
Si en Estados Unidos, la llegada de Trump a la Casa Blanca augura una mayor polarización social y política y una agudización de la crisis del bipartidismo, las turbulencias que puede generar en el plano internacional son aún inciertas.

Celeste Murillo
Juan Andrés Gallardo

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