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martes, septiembre 11, 2018
Elecciones de crisis en Suecia
Las elecciones en Suecia cobraron repercusión internacional este año ante la posibilidad de una gran elección e inclusive un triunfo de los Demócratas Suecos, una formación ultraderechista que algunos calificaron –si se permite el oxímoron- como un “fascismo soft”. Y pese a que este último pronóstico no se concretó, los buenos resultados obtenidos por esa fuerza replantean las coaliciones políticas que existían hasta la actualidad en el país nórdico.
En buena medida, el crecimiento de la ultraderecha sueca es el reverso del derrumbe de la socialdemocracia y del “estado de bienestar” en el que asentó su poderío. Los socialdemócratas se mantienen como la principal fuerza política de Suecia (con el 28,4% de los votos y 101 escaños conquistados para el parlamento), pero en esta elección volvieron a retroceder y han quedado lejos de sus registros históricos de 40 a 45% de los votos. Un proceso de declive análogo al de otros países europeos, como Francia y Alemania.
La socialdemocracia (y la centroderecha en el período que le tocó gobernar) ha aplicado una política de salvataje del capital ante la crisis. Esto incluyó la rebaja de impuestos al capital y el recorte del gasto público. Se acentuó la concentración capitalista al punto que según un analista “unas 15 familias controlan el 70 por ciento de las compañías en la bolsa” (Página 12, 9/9). Mientras tanto, creció el desempleo y se verifica un “empeoramiento de las escuelas públicas, las colas en el servicio de salud –también público– que muchas veces conduce a que individuos mueran por enfermedades graves antes de recibir tratamientos, y el desmejoramiento de las condiciones económicas de jubilados y pensionados” (ídem). El socialismo e igualitarismo nórdicos son en realidad un mito. Esto se completa con una colaboración activa con la Otan y el patrocinio de algunas de las compañías que dominan el planeta, como Electrolux y Volvo.
Los Demócratas Suecos
El progresivo deterioro en la tierra de Roxette posibilitó el desarrollo de los Demócratas Suecos (DS), que nace en 1988. Su política consiste en un rechazo a la inmigración (muy alta en Suecia, con récord de pedidos de asilo y casi 2 millones de extranjeros sobre una población de 10 millones de habitantes), usada como chivo expiatorio ante la crisis, y al mismo tiempo en una reivindicación del “estado de bienestar” perdido. En su plataforma, los DS reivindican el folkhemmet (hogar del pueblo), una “comunidad nacional uniforme y protectora”, bandera histórica de la socialdemocracia (La Nación, 10/9). Pero al mismo tiempo, defienden planteos económicos neoliberales y de rebajas impositivas para el capital. Esta amalgama los transforma en una formación derechista sui generis, para algunos en un “fascismo soft”, como hemos dicho. Plantean un referéndum para definir la continuidad del país en la Unión Europea.
Hasta fines de los ’90 los DS eran una formación marginal. Obtuvieron el 0,4% en las elecciones de 1998. Pero desde entonces ascienden hasta lograr ingresar en el parlamento en el 2010 y dan un salto aún más vertiginoso en las elecciones sucesivas al conseguir un 13%. En estas cosecharon el 17,6%, obtuvieron 62 bancas y se convirtieron en la tercera fuerza política del país. Su líder, Jimmie Akesson, depuró a los elementos más extremos del partido, que han formado la Alternativa por Suecia. Los DS han logrado cierto apoyo en los sectores populares más golpeados por la crisis mundial que estalla en 2008 e inclusive, según Página 12 (10/9), “lograron meterse en el corazón de la Central Única de Trabajadores, histórico bastión de la socialdemocracia”.
Robando las ideas
El ascenso de los DS ha sido usado como pretexto por los partidos históricos de la burguesía sueca, o sea la socialdemocracia y el bloque centroderechista, para adoptar y aplicar ellos mismos una parte de sus recetas. Por ejemplo, el gobierno socialdemócrata impuso restricciones a los inmigrantes, al poner fin a la política de asilo automático. Y en esta campaña el primer ministro Stefan Löfven “insinuó la posibilidad de sacar el ejército a la calle” (La Nación, ídem) para afrontar la inseguridad.
No hay un muro infranqueable entre la derecha de los DS y el régimen político sueco. De hecho, de cara a las negociaciones para la formación de gobierno, un sector de la centroderecha no descarta recurrir a los DS para dejar a los socialdemócratas en la oposición. Otro sector de la centroderecha repele esta posibilidad, lo que indica una división en la burguesía sobre el punto, que implicaría una importante reconfiguración política (en la vecina Finlandia, un partido semejante a los DS, los Verdaderos Finlandeses, se integró al gobierno centroderechista hace algunos años). Una variante más ‘moderada’ es que un sector de la centroderecha se una a la socialdemocracia. Y se evalúan también otros escenarios. Por ejemplo, que la socialdemocracia (que ya cogobierna junto a los verdes) recurra a un auxilio mayor (o la integración) del Partido de Izquierda, que creció en esta elección llegando casi al 8% de los votos. Esta formación, que hasta ahora ha sostenido una política de colaboración puntual con la socialdemocracia, hizo su campaña bajo el lema de una Suecia “para todos, no sólo para los más ricos”.
En cualquiera de las variantes, Suecia parece haber ingresado en un período de inestabilidad y turbulencias políticas. La socialdemocracia tiene dificultades para mantenerse en el poder y si lo hace sería con una coalición precaria. En definitiva, los vientos de la crisis soplan inclusive hacia los lugares que comúnmente se suponen indemnes a ella.
Gustavo Montenegro
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