Lo que importa, sin embargo, es que el Congreso deberá votar un convenio sin el conocimiento de los compromisos que contrae con ese voto. ¿Podría ser motivo de un juicio político contra aquellos que voten a favor de un acuerdo cuyas cláusulas ignoran? Si la doctrina judicial respondiera esto por la afirmativa, se llegaría a la conclusión de que los parlamentos – ‘baluartes de la democracia’ – han producido legislación de mala fe. Para disimular el ilícito, el memorando en discusión con el Fondo dice, por ejemplo, que Argentina debe aumentar sus reservas internacionales en cinco mil millones de dólares, pero oculta cómo alcanzar ese resultado. ¿Con una gran devaluación, con muchas minidevaluaciones, con un préstamo del BID o, con uno de Putin o Xi Jing Ping? Votar la cláusula de las cinco lucas verdes, significa votar un cheque en blanco.
Visto desde este ángulo, todo el procedimiento asignado a la aprobación del acuerdo con el FMI está invalidado de antemano. La determinación de las tarifas de los servicios públicos se encuentra establecida en contratos y marcos regulatorios. Es resorte de la Administración Pública, con cabeza en el Poder Ejecutivo. No la podría derogar una ley del Congreso que apruebe el memorando que el gobierno está negociando, también en secreto; los contratos deberían ser renegociados, con un éxito incierto. El capitalismo, como se ve, necesita violar el sistema constitucional en general y el parlamentario en particular, con el consentimiento de legisladores y funcionarios judiciales, para sortear sus contradicciones. A esto se le llama, en la jerga del periodismo corriente, “seguridad jurídica”.
Lo que agrava este dislate es que los bloques parlamentarios en presencia, se interpelan a sí mismos acerca de si votar o no el acuerdo. Ahora se agregó la disputa de si el proyecto debe entrar por el Senado o por Diputados. Los macristas quieren ver cómo CFK disciplina al bloque oficial de senadores, antes de aportar a un voto mayoritario en Diputados. Es que la carga para JxC es bien pesada si se tiene en cuenta que los dieciocho votos de la Cámpora podrían inclinarse por la abstención, En el Senado, en cambio, la designación de las presidencias de comisiones demostró que el oficialismo cuenta con la mayoría necesaria. Si este pase de pelota queda sin resolver, se podría aprobar el acuerdo por el Ejecutivo, como lo establece la Ley de Administración Financiera, pero AF ya dijo que no lo va a hacer, y el FMI de que no lo va a aceptar. En síntesis: un convenio que es secreto y un Congreso que no sabe cómo legislar, incluso si está de acuerdo con ese documento secreto y tiene los votos para aprobarlo.
En el balurdo, sin embargo, parió la abuela. Porque Martín Guzmán, el muchacho que aprendió a ‘sarasear’ en Columbia, decidió quedarse en Moscú y no acompañar a su jefe a la inauguración de los Juegos Olímpicos en Pekín. El motivo es que quiere un crédito a largo plazo de Rusia por los mencionados cinco mil millones que ordenó acumular el FMI. A Putin el dinero le sobra, a pesar de los gastos de movilización militar en la frontera con Ucrania, el Báltico, el mar Negro y el Océano Índico – más otras maniobras conjuntas en el Golfo Pérsico con Irán y China. Gracias al gas, al petróleo y al ajuste contra los trabajadores rusos, tiene reservas por 650 mil millones de dólares – suponemos que “netas”. O sea, si entendemos bien, Putin pondría la plata para que los Fernández le paguen a los bancos de inversión de Biden, Johnson, Macrón y Schloz. El ‘mangazo’ de Guzmán apuntaría, sin embargo, en otra dirección – que Putin organice un fideicomiso con una porción de la parte que le corresponde del dinero que ha emitido el FMI, conocido como DEG. Rusia y otros asegurarían el ingreso de los cinco mil millones al Banco Central, como lo establece el memorando con el FMI, que los prestamistas descontarían en cuotas e intereses del saldo del comercio exterior de Argentina. Alberto Fernández denominó a esta combinación financiera “dejar la dependencia que Argentina tiene con el FMI y Estados Unidos”. El Presidente, en la visita, confundió la venta de vacunas Sputniks, por parte de Rusia, con un préstamo de la misma Rusia a un deudor internacional que se encuentra en quiebra.
Este ajetreo con Rusia, confinado a la cuenca del Plata, se complica con la amenaza de Estados Unidos de que asestará sanciones económicas y políticas, dice que “demoledoras”, a Rusia, en el caso de que incursione militarmente en Ucrania o la ocupe. Putin no está para regalarle plata a nadie, incluso si es con intereses añadidos. Al arribar a Pekín, él también para inaugurar los Juegos, Putín y el presidente de China, XI, replicaron que desafiarían las sanciones de EEUU y la OTAN, mediante la creación de un sistema de pagos independiente del que rige a nivel internacional, bajo batuta norteamericana y hegemonía del dólar. Esto, si ocurre alguna vez, será como consecuencia de una guerra – no de un reparto consensuado de esferas de influencia financiera.
El ‘sistema de pagos’ se encuentra, sin embargo, él mismo en un proceso de derrumbe, con independencia de los tambores de guerra. Mientras la directora del FMI, Kristalina Georgieva, atemoriza a los Fernández y al Congreso, advirtiendo acerca de la inflación nacional y popular, Turquía ha entrado por la senda de la híper, al anunciar en estos días una inflación de arriba del 50%, cuando hace dos años era del 7 por ciento. La conexión del mercado financiero turco con el de Europa es descomunal, en especial para la banca italiana y las plutocracias del Golfo, y, enseguida, para la francesa y alemana. Estados Unidos, con un crecimiento de precios del 7.5% anual, derrama una potencial licuación de monedas, por su condición de patrón de moneda internacional. Un sistema internacional de pagos, como ocurre con cualquier “clearing” bancario, subsiste en ausencia de bancarrotas glamorosas.
La prensa ha interpretado las negociaciones con Moscú y los coqueteos con Putin como una expresión de “afinidad ideológica” izquierdista. Nadie ha salido a refutar el absurdo. Putin forma parte de un frente de derecha internacional, en el que participan el ‘proto-fascista’ húngaro Orban, el presidente vitalicio XI, la ultraderecha francesa de Le Pen, el dictador de por vida Lukashenko, el mismo Bolsonaro y hasta Steve Bannon, el asaltante al Capitolio de Trump. Es cierto, sin embargo, que Cristina Kirchner hace gala, siempre que puede, de su “bonapartismo”, ahora venido considerablemente a menos, como el que representa en gran parte el propio Putin. Alberto Fernández no ha ido a Moscú y a Pekín, por afinidades ideológicos ni porque tenga un sendero político, como tampoco ocurrió cuando fue a ver al Papa, a Merkel, a Sánchez o a Macrón. Esta clase de presidentes viaja, como lo hará ahora incluso Bolsonaro, para distraer la atención política de su derrumbe interno y hacer notar que todavía existen.
Jorge Altamira
04/02/2022
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