domingo, junio 05, 2016

“Palabras a los intelectuales” y los peligros de una guerra cultural.



(…) “La Revolución solo debe renunciar a aquellos que sean incorregiblemente reaccionarios, que sean incorregiblemente contrarrevolucionarios”.

Fidel Castro Ruz, junio 1961

En pocos días se celebrará el 55 aniversario de aquel trascendente encuentro entre el Comandante en Jefe, Fidel Castro Ruz, y un grupo de escritores y artistas, que durante los días 16, 23 y 30 de junio de 1961, en la Biblioteca Nacional, sostuvieron intercambios que marcaron las bases de la política cultural de la Revolución. Destacados intelectuales como Roberto Fernández Retamar, Alfredo Guevara, Graziella Pogolotti, Lisandro Otero, Pablo Armando Fernández, Lezama Lima, Virgilio Piñera y Miguel Barnet, fueron protagonistas de aquellos encendidos debates donde algunos de los presentes discutían sobre temores acerca de la influencia del “realismo socialista” en la naciente Revolución.
¿En qué contexto se desarrolló aquel acontecimiento que estimuló el pronunciamiento por nuestro Fidel de tantas ideas que trascendieron de su oratoria a una Revolución en el arte y la cultura?
La dirección del joven gobierno revolucionario estaba enfrascada en un proceso de unidad entre las tres fuerzas políticas que habían derrocado a la tiranía: el movimiento 26 de julio, el Partido Socialista Popular (PSP) y el Directorio Revolucionario 13 de marzo.
El pueblo cubano acababa de derrotar la invasión mercenaria en abril de 1961 en las arenas de Playa Girón y permanecía alerta para una guerra que pudo estallar y que fue neutralizada por la resistencia y unidad de los cubanos en torno a la defensa de la patria. Precisamente, en noviembre de ese año, la Administración estadounidense de turno aprobó la operación Mangosta, el plan subversivo más grande orquestado contra Cuba desde Washington, que debía culminar con la intervención directa en la Isla, de las Fuerzas Armadas estadounidenses en octubre de 1962.
Persistían bandas armadas en zonas montañosas del país y los planes de atentados contra la vida de los dirigentes de la nación se incrementaban. La guerra psicológica de los enemigos del proceso revolucionario intentaban demonizar al proyecto político y social que se construía, influyendo en la mente de familias que llegó a separar a padres de sus hijos, mediante la llamada operación Peter Pan [1].
Se necesitaba, entonces, unir también a escritores y artistas, en un contexto donde se experimentaba sobre la URSS y las repúblicas socialistas de Europa del Este, la más entretejida Guerra Cultural, instrumentada y promovida por la CIA, desde los primeros años de la Guerra Fría, cuando la idea de que tras el hundimiento del Eje fascista, la URSS dejaba de ser el aliado solidario para aparecer como un estado totalitario, que imponía su sistema de gobierno a aquellos países ocupados por el Ejército Rojo y que reconocía la imposibilidad de convivir con el “mundo capitalista”, por lo que un nuevo conflicto mundial se hacía inevitable.
En ese escenario, un grupo de figuras de la vida política y académica norteamericana animaron la creación de un centro de inteligencia exterior. Entre sus funciones estaría la de combatir la propaganda comunista, que encontraba un campo abonado entre los intelectuales europeos. La CIA recibió el encargo de apoyar la labor que venían realizando personajes de la vida cultural occidental a favor de la democracia. Con la discreción que las labores de inteligencia requieren, se fueron estableciendo plataformas para proyectar el mensaje deseado. La acción exterior norteamericana tenía que combatir contra estas actitudes en un teatro de operaciones donde lo ideológico tenía enorme importancia.
En medio de esos acontecimientos, Fidel se lanza con los artistas e intelectuales, durante tres días, a escuchar pacientemente sus preocupaciones y demandas. Se le hacía necesario extender también un proceso de unidad en el terreno cultural, donde existían conflictos y divisiones. Estaba en marcha la Campaña de Alfabetización; se fortalecía el que devendría emblemático Ballet Nacional de Cuba y la propia Biblioteca Nacional; se había terminado de construir el Teatro Nacional y se gestaba la prestigiosa Unión de Escritores y Artistas de Cuba. También se habían creado el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), la Casa de las Américas, la Orquesta Sinfónica y la Imprenta Nacional. Todo un efervescente movimiento para consolidar la institucionalidad en el ámbito de la cultura.
Lejos de las malintencionadas interpretaciones de lo que Fidel expuso como transparentes premisas, su discurso ratificó un deber, más que derecho, de la Revolución a defenderse, como obra transformadora que ha seguido a lo largo de más de medio siglo, costando esfuerzos y sacrificios. Tres décadas después de “Palabras a los intelectuales”, en años tan difíciles como el Período Especial en la década del 90´, Fidel planteó que lo primero que había que salvar era la cultura. Esa cultura que ha estado en el centro de la defensa de una ideología de resistencia y sobrevivencia frente al poderío global del capitalismo, en momentos donde esta Isla se quedó sola debido al desplome del campo socialista, contexto en que los más acérrimos adversarios compraban almanaques para marcar los días que a Cuba le restaban como proyecto político.
En 1961, a dos años del triunfo revolucionario, Fidel no solo concentraba su intervención en lograr unidad entre artistas e intelectuales y defender el principio martiano de que “Ser culto es el único modo de ser libre”. Hacía, además, un llamado al bombardeo que nos venía encima como nación en el terreno ideológico, disfrazado de simbolismos y banalidades, que han intentado introducir en la conciencia de los cubanos.
Precisamente, Fidel convocó a los escritores y artistas revolucionarios a crear dentro de la Revolución porque desde ese momento, solo una genuina obra cultural para el pueblo y no de élite, sería el arma necesaria para defender a Cuba de una maquinaria propagandística imperial instrumentada a lo largo de estos 56 años. Proféticamente, el Comandante en Jefe fue al futuro, regresó y pudo contarlo.
“Palabras a los intelectuales” es un acontecimiento que se generó en un contexto para solucionar demandas sobre dudas e incertidumbres acerca de la Cuba que se deseaba construir y el papel de la creación artística y libertad de expresión en esa nueva sociedad. Sin embargo, tuvo otros efectos que trascendieron aquel problema y aseguraron respuestas a fenómenos actuales. Posiblemente, los que tuvieron el privilegio de asistir aquellos encuentros no imaginaron que a más de cinco décadas aquellas iluminadas palabras de Fidel tuvieran vigencia. Asistieron al nacimiento de las bases de la política cultural de nuestra nación y se apropiaron de un arma clave para la guerra cultural que nos hacen los enemigos de nuestra soberanía.
En lo que fue el primero de tantos diálogos abiertos y transparentes entre la dirección del país y los creadores, emergió también, como estrategia subyacente, los mecanismos para afrontar en el terreno ideológico y cultural los desafíos que actualmente afronta la nación, devenidos de los contenidos ajenos a los valores culturales de la patria de José Martí. Al respecto, Fidel alertaba en aquel encuentro de 1961:
“No se trata de que nosotros vayamos a invocar ese peligro como un simple argumento. Nosotros señalamos que el estado de ánimo de todos los ciudadanos del país y que el estado de ánimo de todos los escritores y artistas revolucionarios, o de todos los escritores y artistas que comprenden y justifican la Revolución, es qué peligros puedan amenazar a la Revolución y qué podemos hacer por ayudar a la Revolución”.
Dicho esto por Fidel y trasladado a los escenarios actuales, podemos afirmar que “Palabras a los intelectuales” se cimentó como un instrumento para volver siempre a él y acudir a ese potencial de intelectuales, artistas, académicos, jóvenes con que cuenta la nación para defendernos de esa guerra cultural que, en su sentido más amplio, Cuba está librando frente a las campañas de desinformación política promovidas por círculos de poder imperialistas, así como los intentos por socavar su historia y cambiar los valores.
Esa guerra a símbolos en vez de misiles, va dirigida a intentar transformar nuestros hábitos, gustos, costumbres y pensamiento, mediante la imposición sutil de prácticas banales, que van desde el deporte, la moda, los juegos, los entretenimientos, el lenguaje, la música y los espectáculos. No es más que la extensión hasta nuestros días de la operación “Santa Fe I”, instrumentada por Washington a partir de 1980, donde se orienta la necesidad de captar a la élite intelectual latinoamericana, mediante la radio, la televisión, los libros, artículos y folletos, bolsas de trabajo, becas, premios y donaciones, estrategia que la Casa Blanca intentó consolidar con la segunda parte de ese engendro, dirigiendo los esfuerzos a lanzar una verdadera guerra cultural para influir decisivamente en los sistemas educativos y ejecutar medidas más extremas contra Cuba.
En los últimos 20 años, los millonarios fondos aprobados por el Congreso estadunidense destinados a la subversión contra Cuba, van dirigido a promover cientos de programas para dañar el movimiento cultural cubano e invadir con sus contenidos nuestro cine, la música, la literatura y las artes plásticas. Bajo esos objetivos han puesto a disposición de contratistas, subcontratistas y medios de comunicación, toda una industria del entretenimiento, como única vía posible para influir en la mente de los cubanos.
Ante ese escenario, nuestros intelectuales y artistas revolucionarios han mantenido una actitud tan digna y firme como aquellos que hace 55 años, junto a Fidel, consensuaron las premisas de la política cultural cubana y han denunciado la estrategia neoliberal puesta en marcha para minar nuestro patrimonio cultural.
Son los intelectuales y artistas de ahora los primeros, junto al pueblo, que defendieron la soberanía e identidad nacional cuando el presidente Obama pretendió hacernos creer que se acabó la historia y que debíamos “cambiar” el rumbo de nuestro proyecto político y social. Los mismos que en aquel 1961, junto a Fidel, dieron una muestra fehaciente e imperecedera de cómo la Revolución, para poder sobrevivir y avanzar tenía que ser por sobre todas las cosas un hecho cultural. Son ellos los que, desde los propios inicios, constituyeron un motor impulsor del proyecto socialista cubano, defendiendo siempre el principio: “Dentro de la revolución todo, contra la revolución nada”.

Reydel Reyes Torres

Notas
[1] La conocida como “Operación Peter Pan” fue una acción de guerra psicológica organizada por el gobierno de los EE.UU. contra la Revolución Cubana, al manipular el tema de la patria potestad de los padres cubanos sobre sus hijos. Por esta vía salieron de Cuba un total de 14 048 niños, muchos de ellos nunca volvieron a encontrarse con su padres.

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