El fallecimiento reciente de Shimon Peres es el de uno de los últimos miembros fundadores vivos del Estado de Israel, fundado en 1948 como Estado gendarme del imperialismo angloyanqui para el control del Medio Oriente.
Por sus servicios prestados al imperialismo, que incluyeron la desposesión y masacres contra el pueblo palestino, ha despertado los lamentos elogiosos de una amplia lista de gobernantes (entre los que se cuentan los imperialistas Merkel, Hollande y Obama) y del Papa. Pérfidamente, lo recordaron como “un hombre de paz”, en particular por su activa participación en los Acuerdos de Oslo celebrados entre Israel y la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) en 1993.
Junto al gobernante israelí Isaac Rabin y el líder de la OLP Yasser Arafat, Peres recibió el Premio Nobel de la Paz en 1994 por tales acuerdos, a pesar de ya contar para ese entonces con un extenso prontuario como criminal de guerra: participante de operativos terroristas en Palestina en 1947, responsable del programa nuclear israelí en 1952, líder como ministro de Defensa de usurpaciones masivas de hogares palestinos en 1953, y canciller co-responsable de la matanza de más de 6500 palestinos en las represiones de 1987. La aparente contradicción se resuelve fácilmente: tales tratados de paz implicaron una continuidad con la política genocida del Estado de Israel.
Fruto de un acuerdo entre la burocracia soviética y el imperialismo norteamericano, el Estado de Israel nació como un enclave de este en el Medio Oriente. En pos de este objetivo reaccionario se procedió a la matanza y al desplazamiento en masa de los palestinos, y se estimuló el odio nacional entre los judíos y estos.
La línea central de los Acuerdos de Oslo era la llamada “solución de dos Estados”, que convalidaba la partición de la región y el hacinamiento de la población palestina en la Franja de Gaza y en Jericó (Cisjordania), e inclusive las colonias israelíes en aquella zona, monopolizando las mejores tierras. El “Consejo Palestino” que se constituía como gobierno provisorio no tenía, sin embargo, el manejo de la economía de la región, de las fuentes de energía, del abastecimiento de agua (lo que bloqueaba toda posibilidad de desarrollo agrícola) ni de la moneda.
El llamado “proceso de paz” era, ante todo, una maniobra de Estados Unidos y el sionismo para frenar la Primera Intifada, una intensa rebelión del pueblo palestino que se prolongó de 1987 a 1993 contra la brutalidad sionista. La rúbrica de este pacto por parte de la OLP constituyó una capitulación en toda la línea, afín a las aspiraciones de la burguesía palestina, en la que incluso se comprometían al cese de la Intifada y a operar como policía interior (sin que, por otra parte, se les permitiera controlar las fronteras).
Los Acuerdos de Oslo fueron una conquista estratégica para el imperialismo estadounidense, que buscaba garantizar la estabilidad en la región. Sin embargo, agudizaron todas las contradicciones en Israel -al año siguiente fue asesinado Rabin, en el marco de una reacción israelí por derecha al tratado- y en Palestina, donde se procesó una creciente ruptura entre la población frustrada y la OLP.
El fracaso de la estabilización tuvo su expresión más aguda en el desarrollo de la Segunda Intifada a partir del año 2000. Edward Said, activista e historiador palestino, describe en 2002 la respuesta del Estado de Israel, destacando el carácter desigual de la disputa: “Todo un conjunto de ejército, marina y fuerza aérea, con el apoyo generoso e incondicional de los norteamericanos, ha llevado la destrucción al 18% de Cisjordania y el 60% de Gaza (…) Hospitales, escuelas, campos de refugiados y viviendas civiles han sido blanco de una agresión despiadada y criminal de las tropas israelíes en sus helicópteros de ataque, sus F-16 y sus Merkavas y, aun así, sus combatientes, pobremente armados, se enfrentan a esa abrumadora fuerza sin rendirse y llenos de valentía.”
En aquel artículo, Said afirmaba que “El pueblo palestino está pagando un precio desorbitado por Oslo, que, tras 10 años de negociaciones, le dejó con unos trozos de tierra sin coherencia ni continuidad, con unas instituciones de seguridad destinadas a garantizar el sometimiento a Israel y con una vida que le empobrecía para que el Estado israelí pudiera prosperar.” La limpieza étnica palestina prosiguió: en 2008 y en 2009, Gaza fue arrasada en la Operación Plomo Fundido de las Fuerzas de Defensa Israelíes, donde tuvo responsabilidades el propio Shimon Peres (uno de muchos episodios). Hamas, relevo clerical de la OLP en Gaza, demostró también su incapacidad para llevar a buen puerto la lucha nacional palestina.
Este derrotero ha confirmado el verdadero carácter imperialista de la “solución de dos Estados”. En tal cuadro, el histórico planteo de la unidad de palestinos y judíos en una República socialista única, exhibe toda su vigencia.
Los líderes del imperialismo lloran la muerte de este “hombre de paz”, partícipe e idéologo de las numerosísimas masacres ejecutadas por el Estado de Israel en su historia, mientras experimentan el agravado empantanamiento de sus políticas en Medio Oriente.
Tomás Eps (@tomaseps)
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