jueves, noviembre 03, 2016

Laos, vivir con las bombas



Han pasado cuarenta años desde el final de la guerra de Vietnam, que arrasó también Laos y Camboya, pero los laosianos saben que la muerte puede esperar agazapada en cualquier sendero del país, en un arrozal, en la ribera de un río, o en esas verdes colinas que guarda el corazón de Asia. La guerra aérea sobre Laos fue la más prolongada de toda la historia de la humanidad: Estados Unidos lanzó más bombas sobre el país que todas las que arrojó sobre Alemania y Japón en la Segunda Guerra Mundial. Los norteamericanos tienen mucha experiencia para bombardear países. Aquí, Estados Unidos jamás construyó un puente sobre el Mekong, pero dejó millones de bombas sin estallar, y el bucólico paisaje, las colinas verdes y onduladas donde, a veces, un campesino se detiene a mirar el cielo, esconden el horror de la guerra, el fragor de los bombarderos norteamericanos, porque estaban decididos a borrar de la faz de la tierra la ruta Ho Chi Minh y buena parte de Indochina si era necesario. Laos es hoy un país tranquilo, austero, sorprendente, cuya historia es casi desconocida para Occidente; que indaga el futuro del socialismo y que está libre del odio pese a tanto sufrimiento. Su memoria está llena de episodios dramáticos, como los niños reventados por las bombas, los militares norteamericanos que participaban en el tráfico del opio, o el silencio y las mentiras que ocultaron el ejército secreto de la CIA.
Desde el Patuxai, una peculiar puerta de Vientián que recuerda la victoria sobre el colonialismo francés, se divisan ahora los ordenados jardines de la plaza y las largas avenidas de la soñolienta ciudad, capital del país, que un día vio a los militares norteamericanos imponer la severa democracia de las bombas. No lejos de allí, en la calle Khouvieng, una tranquila vía arbolada escondida tras el Mekong, se encuentra el COPE (Cooperative Orthotic & Prosthetic Enterprise), un centro de rehabilitación y de fabricación de prótesis para quienes han perdido manos, brazos o piernas por esas bombas lanzadas hace más de cuarenta años que siguen estallando hoy. La cooperativa trabaja con el Ministerio de Sanidad laosiano e intenta conseguir ayudas internacionales, aunque no es fácil, porque quienes tienen recursos en el mundo no quieren mirar el rostro de su propia responsabilidad. Washington entrega unos pocos millones de dólares, que alivian en una ínfima parte la matanza y la muerte agazapada que dejó tras su retirada. Colaboran también con UXOLaos, un programa del gobierno para detectar las bombas enterradas. En su sede de la calle Khouvieng, aquí y allá, se ven prótesis de piernas, colocadas sobre bancos como inquietantes extremidades sin cuerpos; fotografías de víctimas, de niñas adorables que sonríen con su nueva pierna de plástico, bombas de racimo, muchachos con brazos articulados, con una mano de plástico en uno y un garfio al final del otro.
No se puede vivir con el odio, pero no hay más remedio que vivir con las bombas, y los laosianos han aprendido a hacerlo, e incluso a mirar a los viejos enemigos sin las cadenas del rencor. Las escasas relaciones de Laos con Estados Unidos durante los últimos cuarenta años empezaron a cambiar con la visita del ministro de exteriores, Thongloun Sisoilith, a Washington, en 2010, y con la llegada de Hillary Clinton a Vientián en 2012, la primera desde que Foster Dulles viajó a Vientián en 1955. La secretaria de Estado no viajaba para interesarse por el dolor causado, por las muertes de todos estos años, aunque tuvo que hablar de ello: el objetivo de Clinton era el mismo que el de su previa visita a otros países de la zona: limitar la influencia de China, y, para ello, había que cerrar con Laos el capítulo de la guerra de Vietnam, tenía que hablar de las bombas. El país sufrió el embargo norteamericano hasta mediados de los años noventa, y las relaciones diplomáticas se normalizaron en 2004.
Lejos de Vientián, los signos de la guerra siguen presentes: en una casa en el bosque puede verse la chatarra de una bomba, y en una humilde casa de comidas ofrecen palillos del metal ardiente que un día cayó sobre la jungla. Suophanouvong, llamado el príncipe rojo, vivió durante diez años de bombardeos norteamericanos en las cuevas de Vieng Xai. Están en el norte de Laos, cerca de la frontera vietnamita, en una región selvática donde hoy existen dos hermosos parques nacionales, Nam Xam, y Nam Et - Phou Louey (el último refugio del tigre en Indochina), y sirvieron como cuartel general del Phatet Lao, la guerrilla comunista que combatió contra la invasión estadounidense. Los feroces bombardeos norteamericanos, que obligaban a los campesinos a trabajar las tierras por la noche, hicieron de esos centenares de cuevas el refugio de miles de guerrilleros comunistas, en una estrategia similar a la que siguió el vietcong vietnamita con los túneles de Cu Chi cerca de la vieja Saigón (hoy, Ciudad Ho Chi Minh). Aquí, en Vieng Xai, llegaron a tener un hospital de campaña y sencillas escuelas o escenarios para representaciones teatrales, y mercados para atender las necesidades de los combatientes.
Se conserva la humilde casa de Kaysone Phomvihane (el principal dirigente comunista laosiano y fundador de la República Democrática Popular de Laos), la sala donde se reunía el buró político del partido, donde ahora se ven un par de mesas rústicas con las fotografías de los dirigentes. En la cueva de Tham Xieng Muang llegaron a actuar artistas soviéticos, chinos y vietnamitas que llegaron hasta allí, arriesgándose a los bombardeos, para mostrar la solidaridad de los países socialistas con la lucha del Phatet Lao. El Pathet Lao, equivalente del vietcong vietnamita, fue la organización guerrillera comunista en Laos. Kaysone Phomvihane se convirtió en el principal dirigente del nuevo Laos socialista que emergió en 1975, hasta su muerte, en 1992. Hoy, Choummaly Sayasone es el secretario general del Partido Popular Revolucionario, nombre que recibe el Partido Comunista. Sayasone es también el presidente de la república, desde 2006, cuando sustituyó a Khamtai Siphandon. El primer ministro laosiano, Thongsing Thammavong, ocupa el cargo desde 2010. Todos fueron guerrilleros del Pathet Lao durante los años de la guerra.
Se encuentran a cada paso restos de los feroces bombardeos, pero la vida sigue adelante, y los laosianos van ahora armados con sus teléfonos móviles. Hacia el interior, en Luang Prabang, la vieja y hermosa capital llena de templos budistas, el rumor del agua en el río Nam Khan, afluente del Mekong, se detiene un instante, mientras los motores de las largas barcazas petardean en el silencio de la selva. Los elefantes vadean el río, y los turistas van encaramados en unas sillas, dos personas por elefante, felices de estar en contacto con los animales, completamente ajenos a que no muy lejos de allí, en Long Chen, se hallan las ruinas de la base secreta de la CIA desde donde partían los bombarderos norteamericanos para verter el veneno del agente naranja y las bombas que arrasaban todo a su paso.

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Laos es un país joven, de poco más de siete millones de habitantes. La edad media de la población no llega a los 25 años, y está lleno de bosques: más de la mitad de la superficie del país. Su economía se basa en la agricultura, aunque la abundancia de bosques y montañas hace que la tierra disponible para la agricultura sea poca. Agricultura y ganadería son la riqueza más importante, junto con la madera. Han luchado sin descanso durante estos cuarenta años para salir de la pobreza, y siguen haciéndolo, para vencer la destrucción que dejaron los norteamericanos, pero no es fácil. Fuera de las principales ciudades, Vientián, Savannakhet o Luang Prabang, Laos es un universo campesino, austero, que mira con calma de siglos el rugido de los nuevos tiempos.
Como Vietnam con el Đổi Mới, Laos impulsó en 1986 el Nuevo Mecanismo económico, permitiendo una mayor intervención privada en la economía, y, desde 2010, se ha establecido un nuevo sistema impositivo y el país se ha incorporado a la Organización Mundial del Comercio, OMC, en 2013, y participa en el proyecto de eliminar las barreras aduaneras en todo el sudeste asiático, que puede cambiar la fisonomía de la región. La incorporación del país a la ASEAN (Asociación de Naciones del Sudeste Asiático) en 1997, ha creado oportunidades comerciales y de inversión, pero amenaza a las pequeñas empresas laosianas que tienen dificultades para competir. El gobierno confía en sus buenas relaciones con China y con Vietnam, consciente de que Laos es un pequeño país junto a dos gigantes. La construcción de la nueva línea de ferrocarril que comunicará Vientián con Kunming, en el sur de China, impulsará los intercambios económicos: frente a los siete millones de laosianos, sólo la región china de Yunnan tiene cuarenta y cinco millones de habitantes. Pekín, además, ha lanzado con éxito un satélite de comunicación de Laos que ayudará al desarrollo del país. China es el principal inversor extranjero.
El IX Congreso del Partido Popular Revolucionario examinó el cumplimiento del VII plan quinquenal, que abarca los años 2011–2015, y cuyos principales objetivos son la modernización de las infraestructuras y el crecimiento económico para reducir la pobreza. Tailandia, China y Vietnam son los destinos principales de las exportaciones laosianas, con materias primas como el cobre y la madera, además de los combustibles; mientras que Laos compra al exterior maquinaria y vehículos, sobre todo a Tailandia, aunque Vietnam está ganando terreno. Con Vietnam, por ejemplo, Laos suscribió acuerdos comerciales con el fin de alcanzar intercambios comerciales por valor de dos mil millones de dólares. El X Congreso del partido comunista se celebró en marzo de 2016, para hacer balance del plan quinquenal, y decidió el relevo del actual secretario general y presidente del país, Choummaly Sayasone, que ocupa el cargo desde 2006, por Bounnhang Vorachith.
Vientián confía en el desarrollo de un plan de centrales hidroeléctricas que le permitiría la exportación de electricidad a los países vecinos. La presa de Xayaburi, en el norte de Laos, casi terminada, que producirá energía para Tailandia, ha creado muchos problemas, así como el proyecto de otra gran represa en Don Sahong, en el sur del país, y la preocupación de Vietnam sobre el efecto que puede tener la construcción de decenas de represas, como tiene previsto hacer Laos, para la estabilidad del delta del Mekong y para los cultivos, la pesca y la salinización de las tierras de Long An, Tien Giang, Ben Tre, Tra Vinh, Vinh Long y otras poblaciones del delta, añade incertidumbre a los planes.
El proyecto de construcción de una represa en el Mekong, firmado por Vientián con la empresa malaya Mega First Corporation Berhad, y aprobado por el parlamento, podría acabar con las cataratas de Khone Phapheng, en Laos; con especies animales y con buena parte del pescado capturado en el río (casi un millón y medio de toneladas anuales), además de afectar a la población de la zona, y perjudicar a Camboya y a todo el sur del Vietnam. Las aguas del Mekong están reguladas por un acuerdo entre los seis países que recorre (China, Tailandia, Birmania, Laos, Camboya y Vietnam), firmado en 1995, que fuerza a un acuerdo conjunto para realizar cualquier cambio en el curso del río. El gobierno de Laos se debate, así, entre la voluntad de desarrollar el país y los riesgos que comportan proyectos que no tengan en cuenta el equilibrio ecológico.
La economía planificada y la centralización de los primeros años del socialismo han dejado paso hoy también a la actividad privada y a la inversión extranjera, protegidas ahora por la constitución. Dos terceras partes de la población activa del país son campesinos; y en las zonas rurales donde ha avanzado la alfabetización desde las campañas lanzadas en los años ochenta, se nota la llegada de los nuevos tiempos; además, tanto en el campo como en las ciudades se ha limitado el poder del clero budista, que históricamente había sido determinante, aunque el control sobre los religiosos se ha relajado en los últimos años.
Las importaciones proceden sobre todo de Tailandia, por razones de proximidad, aunque también China y Vietnam desempeñan un papel relevante. Vietnam, es uno de los principales países inversores en Laos, y colabora estrechamente con el gobierno laosiano, aportando experiencia en la planificación urbana y en la gestión municipal, así como en innovaciones agrícolas, y en educación y sanidad. Vietnam ha concedido a Laos un programa de Asistencia Oficial para el Desarrollo y realiza inversiones en el país en el marco de los ministerios respectivos de Planificación económica. Además, ambos países crearon un Subcomité de Cooperación Laos-Vietnam que está presidido por Somsavat Lengsavad, vice primer ministro laosiano.
Los principales bancos laosianos son del Estado, y dominan las tres cuartas partes del sistema financiero, y aunque existen bancos extranjeros y privados su actividad está limitada por la ley. No hay desempleo, aunque muchos puestos de trabajo son de baja calidad para los niveles europeos, y la deuda pública es de casi dos terceras partes del PIB. El aumento del nivel de vida ha sido palpable en los últimos años, consiguiendo superar al de la vecina Camboya, aunque la vida sigue siendo austera.

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En 2003, un periodista descubrió en las selvas de Laos, los restos del ejército que Estados Unidos había organizado para luchar contra el Pathet Lao. Eran miles de personas, que vivían aún como si la guerra no hubiese terminado. Eran los hmong, una minoría étnica laosiana (aunque también está presente en el sur de China, Vietnam y Tailandia) cuyos dirigentes se asociaron con los militares norteamericanos durante la guerra y los arrastraron a una aventura que los diezmó.
Entre 1960 y 1975, la CIA organizó en Long Cheng (al norte de Vientián) un centro secreto desde cuyo aeropuerto salían centenares de misiones diarias para bombardear. Ni siquiera el Congreso norteamericano conocía su existencia, y, oficialmente, Washington afirmaba que sus aviones hacían sólo vuelos de reconocimiento. En realidad, destruyeron todo lo que encontraron: los aviones salían a bombardear Vietnam y la ruta Ho Chi Minh que serpenteaba por el sur de Laos, y si no podían alcanzar sus objetivos vietnamitas, descargaban las bombas sobre Laos, porque no podían aterrizar con ellas. De manera que los pilotos estadounidenses, además de bombardear deliberadamente a la población civil vietnamita, también sembraban la muerte al azar cuando volvían. No les importaba demasiado.
Laos se había declarado neutral en 1954, pero Estados Unidos empezó a intervenir a partir de entonces para utilizar al país como plataforma contra Vietnam del Norte y China (Vietnam estaba entonces dividido en dos mitades, y el sur era controlado por Estados Unidos y sus títeres). En Laos, Washington apoyaba oficialmente a Suvanna Fuma, primer ministro, pero introducía armas para los sectores más derechistas del país con objeto de que se opusiesen a los comunistas, hasta que estalló la guerra civil. El estatus neutral de Laos llevó a Estados Unidos a simular ante la ONU que retiraba sus tropas aunque, en realidad, violando los acuerdos de Ginebra, empezó una operación encubierta. Consiguió que los hmong, con su líder (el sanguinario Vang Pao, que murió en 2011, en California), se convirtieran en mercenarios para luchar contra los comunistas laosianos y vietnamitas: enrolaron a treinta mil hombres, y los norteamericanos utilizaron instructores tailandeses para entrenarlos y, después, los lanzaron contra el Pathet Lao y para atacar en la ruta Ho Chi Minh que servía al vietcong para llevar combatientes y suministros al sur del Vietnam. La CIA y sus mercenarios, con Vang Pao, llegaron a reclutar a miles de niños de doce y trece años para combatir, y traficaban con opio para conseguir recursos, comprar voluntades y financiar la guerra.
Con el pretexto de llevar ayuda humanitaria a la población, los norteamericanos construyeron cuatrocientas pistas de aterrizaje por todo el país, desde donde podían lanzar sus operaciones militares. Utilizando al general Vang Pao (que había estado al servicio del ejército real laosiano, y de la Francia colonialista), hombre de la minoría hmong y con gran ascendiente entre los suyos, los militares estadounidenses entrenaron a miles de hombres, crearon grupos de operaciones especiales a quienes adiestraron para asesinar a miembros del Pathet Lao y para infiltrarlos en territorio vietnamita. Los hmong fueron cipayos al servicio de Washington, hasta que fueron abandonados: cuando los norteamericanos perdieron la guerra, sólo una mínima parte de los hmong fue acogida en Estados Unidos, entre ellos Vang Pao, y aún fueron utilizados en organizaciones, que todavía existen, para denunciar al Laos socialista, igual que el gobierno norteamericano había hecho antes con grupos de tibetanos, uigures, ucranianos y otros. Estados Unidos los olvidó, y sólo fueron recordados efímeramente porque los vecinos del personaje que interpreta Clint Eastwood en su película Gran Torino son hmong.
Después de que un periodista los descubriese ocultos en las selvas, en 2003, empezó a escribirse el último capítulo de su abandono. En 2006, se entregaron los últimos hmong que se ocultaban en las selvas laosianas. En Long Cheng, la casa de Vang Pao está en ruinas, igual que los edificios de la CIA, y las cicatrices de la guerra siguen allí. Todavía en 2009, Tailandia deportó a la fuerza hacia Laos a más de cuatro mil refugiados hmong que vivían en su territorio.

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Laos es el país más bombardeado de la historia de la humanidad. Durante años, Estados Unidos bombardeó el país: cada ocho minutos, sin descanso, sus B-52 lanzaban un diluvio de bombas. Los pilotos tenían órdenes de disparar a todo lo que se movía. En los prados que rodean Long Cheng, los campesinos laosianos caminaban, literalmente, pisando los cadáveres. En menos de una década, desde 1964 hasta el final de la guerra, Estados Unidos realizó sobre Laos más de medio millón de misiones de bombardeo. Es difícil imaginar un apocalipsis semejante, porque un bombardeo diario durante todos los días a lo largo de diez años, no alcanza a cuatro mil misiones, y Washington hizo 580.000 bombardeos: arrojaron media tonelada de bombas por cada laosiano. Algunas fuentes calculan que los aviones norteamericanos lanzaron doscientos setenta millones de bombas sobre Laos, castigando la “ruta Ho Chi Minh”, y a los comunistas vietnamitas y laosianos. Esa maldición sigue pesando sobre el futuro de Laos.
Desde el final de la guerra, miles de laosianos han sufrido amputaciones, y más de ocho mil han muerto a causa de explosiones de bombas que no estallaron durante la guerra y que matan años después. Estados Unidos lanzó sobre el país millones de bombas de racimo. Siempre lo han hecho, porque los gobiernos de Washington han bombardeado decenas de países, dejando territorios arrasados, sin preocuparse, porque el mundo olvida el sufrimiento de los demás. Se calcula que existen cuatro o cinco millones de minas y bombas dispersas por las zonas rurales, y se han desactivado menos del cinco por ciento del total. A ese ritmo, pasarán décadas antes de terminar con esa muerte agazapada que espera a cualquier laosiano en un arrozal o en un camino. Cada año, equipos con pocos recursos retiran decenas de miles de bombas, pero la tarea es abrumadora: los laosianos sueñan con completar la desactivación para 2020, pero es un trabajo de titanes. La mitad de los muertos que causan ahora las bombas son niños. Cualquier campesino atareado en un arrozal puede tropezar con una mina enterrada, y cualquier niña que juega con un objeto extraño sin saber que es una bomba, puede morir.
Anthony Poshepny (Tony Poe) que murió en 2003, era el agente de la CIA en Laos que premiaba con un dólar cada oreja cortada a un comunista, y con diez si era la cabeza. Esas son las historias atroces que Estados Unidos dejó en las tierras de Indochina, junto a las bombas que siguen sembrando la muerte, y aunque los días de la guerra quedan ya lejos, las cicatrices siguen presentes, mientras Laos lucha contra el tiempo. Los laosianos conocen todo eso, saben que tienen que vivir con las bombas, y trabajan para construir el futuro.

Higinio Polo
El viejo topo

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