La idea dominante en buena parte de la izquierda es que el gobierno de Macri expresa los intereses del capital especulativo y del capital imperialista, fundamentalmente de EEUU. Estos habrían sido, además, los responsables de la corrida cambiaria y los principales vehículos de la fuga de capitales. A su vez, sigue el razonamiento, el acuerdo con el FMI sella el sometimiento de Argentina a los poderes imperiales. De ahí que la demanda de la liberación nacional vuelva a estar en el primer plano. La consigna de la hora es “Patria sí, colonia no”.
Naturalmente, este discurso conlleva la noción de que el kirchnerismo y las corrientes nacionalistas burguesas o pequeño-burguesas afines, son progresivas en relación a los “financistas apátridas, el capital imperialista y el FMI”. Un razonamiento que impregna no solo el análisis del presente, sino también del pasado. Por ejemplo, si hoy el pedido de un crédito al FMI es sinónimo de sometimiento colonial, la cancelación de los préstamos del Fondo por parte del presidente Kirchner habría sido un paso hacia la liberación nacional. Podrá decirse que la medida fue vacilante o incompleta, pero puestos en la lógica de la “liberación nacional o neocolonialismo”, no hay manera de refutar la afirmación “ahora somos más independientes” (Kirchner, julio 2006, después de la cancelación). Y con el mismo argumento ahora se concluirá que las fracciones que expresan los intereses del capital productivo y nacional son progresivas frente al gobierno de los CEO y sus negociados con el capital financiero.
En definitiva, todo empuja a reforzar la estrategia de “derrotar al enemigo principal y urgente”. Después de todo, si los padecimientos de los trabajadores se deben principalmente a los especuladores y al FMI, los mismos se aliviarán cuando llegue al gobierno algún representante del capital productivo (y argentino, faltaba más). Por eso, muchos dirigentes del campo “nacional y popular” convocan a la izquierda (incluidas las organizaciones que se referencian en Marx, Lenin, Trotsky, Che Guevara) a unir fuerzas “contra el enemigo principal”.
En este respecto, son llamativas las piruetas dialécticas de algunos dirigentes de la izquierda cuando, apurados por el envite, tratan de explicar por qué no se unen con el kirchnerismo, habiendo coincidencia en el diagnóstico sobre el “peligro inmediato”. El tema tiene importancia porque buena parte de la militancia kirchnerista, o filo stalinista, considera que el rechazo a formar un frente único anti-Cambiemos es sectario y divisionista. De hecho, el problema ya se planteó en ocasión del ballotage de 2015, cuando la izquierda llamó al voto en blanco, o la abstención. Es que si Scioli era el candidato de la burguesía “nacional y popular” (con todas sus “vacilaciones e inconsecuencias”), y Macri el candidato del capital financiero imperialista (principal responsable de los males del pueblo), ¿por qué votar en blanco? Para colmo, la izquierda consideró que el triunfo de Macri representó un “giro a la derecha”. ¿Por qué entonces no llamó a votar a la fracción “menos mala” para evitar, al menos, algunos de los sufrimientos actuales al pueblo? Son las preguntas que en su momento se hicieron muchos militantes y simpatizantes del campo nacional y popular. Y que hoy vuelven a preguntar ¿por qué no nos unimos contra el enemigo urgente? Pero aferrados a la defensa de la patria frente a las finanzas imperiales, los marxistas nacionales no pueden ofrecer respuestas coherentes.
Una visión alternativa
Mi interpretación acerca de qué expresa el gobierno de Cambiemos es distinta de la que prevalece en la izquierda marxista y nacionalista. En mi opinión, el programa del gobierno de Macri expresa los intereses del conjunto del capital, ya que su objetivo es mejorar las condiciones de explotación de la fuerza de trabajo, con independencia de que el capital sea grande o pequeño, nativo o extranjero.
Por eso, al margen de tensiones y matices, la clase dominante tiene un acuerdo sustancial en, al menos: eliminar o reducir subsidios estatales; eliminar o reducir planes sociales; disminuir jubilaciones (en el mediano plazo, elevar la edad de jubilación); reducir impuestos; reducir el costo “de la política”; sostener un tipo de cambio real alto; impedir que los salarios se ajusten según la inflación y bajarlos en términos reales; debilitar el derecho de huelga (la represión a los huelguistas de subterráneos Buenos Aires es ejemplar); profundizar la flexibilización laboral; abaratar los despidos; acabar con lo que llaman “la industria del juicio”; y debilitar, o suprimir, a las corrientes sindicales combativas (de nuevo, véase subterráneos). Estas reivindicaciones son levantadas por empresarios y voceros de la industria, el comercio, la minería, el agro, el transporte, la banca y demás instituciones financieras. Por eso la corrida cambiaria fue aprovechada por prácticamente todas las fracciones para pedir al gobierno que acelere “el ajuste”, y a la oposición parlamentaria “que deje hacer al gobierno”. Y si hay cuestionamientos, estos apuntan a la capacidad del gobierno para hacer el “ajuste” a fondo.
Es absurdo entonces, y contrario a los hechos, sostener que se trata solo de reclamos del capital financiero, o del capital financiero imperialista. Pero por esto mismo, también es absurdo, y contrario a los hechos, decir que la devaluación del peso y las medidas de ajuste ocurren porque las “ordena” el FMI. Por supuesto, el FMI refuerza la orientación en curso, pero lo esencial es que existe una convergencia de intereses objetivos entre el Fondo y la clase capitalista local. Más aún, la demanda de avanzar en el ajuste la formulan, de hecho, los capitalistas a través de la huelga de inversiones y la fuga de capitales. Por eso, también es contrario a toda la evidencia afirmar, como leo en algún periódico de la izquierda radicalizada, que la devaluación del peso se produjo porque la dispuso el FMI. La realidad es que la corrida comenzó antes del pedido de crédito al FMI, y obedeció a la pura lógica de la ganancia, el único criterio que cuenta en estas cosas. Ante estas evidencias, la afirmación de que todo se debe al FMI y los poderes foráneos solo puede explicarse por el afán de exaltar, a cualquier precio, el nacionalismo. Es el tipo de argumento que a lo largo de décadas presentaron las organizaciones stalinistas (el PC en primer lugar) para disculpar a los capitalismos “nacionales” y apoyar a la fracción “progre y nacional” de la clase dominante.
En base a lo anterior, también sostengo que la clase obrera no debería encolumnarse detrás del discurso patriótico, que hoy todo lo inunda. Para la clase explotada, que el capital sea propiedad de Lázaro Báez o de Cristóbal López, y no de Techint o Coca Cola, es un tema irrelevante. En cuanto al FMI, y el capital financiero internacional, no se los puede derrotar sin romper con la burguesía nativa (y en última instancia, el resultado de esta lucha dependerá de la relación de fuerzas entre el capital y el trabajo en el plano mundial; no es un tema meramente “nacional”). Es esencial retener que la burguesía argentina no tiene ninguna progresividad histórica.
En el mismo sentido, que el capital sea pequeño o mediano no es razón para asignarle algún rol progresivo, o para depositar confianza en sus representantes políticos. En este punto es conveniente recordar el viejo consejo de Lenin a los obreros rusos: “No confiéis en ningún pequeño propietario, por pequeño que sea, incluso trabajador” (citado por Trotsky). Esta recomendación tiene vigencia.
En definitiva, las caracterizaciones alternativas del gobierno de Cambiemos conectan con una de las cuestiones que tradicionalmente más se han discutido en la izquierda, a saber, cuál es la “contradicción principal” (para usar una expresión de los sesenta). Por un lado, la que dice que es entre el capital especulativo-imperialista y el resto de la población (o “el pueblo”). Por otro lado, la que dice que la contradicción principal es entre el capital y el trabajo. La primera induce al conciliacionismo de clase. La segunda es el fundamento de la independencia de la clase obrera con respecto a toda ideología burguesa.
Rolando Astarita
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