Síntesis de los planteamientos principales del Seminario «Problemas teóricos de la cultura y de las políticas culturales», que se desarrolló en el Instituto Cubano de Investigación Cultural «Juan Marinello» entre septiembre de 2019 y marzo de 2020.
El presente artículo tiene como objeto socializar los principales contenidos expuestos en los seminarios sobre el concepto de cultura y las políticas culturales organizados por la Dra. Mildred de la Torre Molina, con el apoyo de la Cátedra de Oralidad «Carolina Poncet» del Instituto Cubano de Investigación Cultural «Juan Marinello». En dichos seminarios, de carácter mensual y concebidos para motivar la relectura y discusión de las ideas de los clásicos cubanos sobre la cultura, intercambiar experiencias y enriquecer la agenda de las investigaciones sobre esos temas, cada sesión fue introducida por un especialista en la materia seleccionada y finalizó con un debate con el público presente. El resumen incluye algunos de los aportes introducidos por los participantes en los debates, y responde a los apuntes personales de quien esto escribe.
Con la maestría que la distingue, la Dra. Graziella Pogolotti dejó inaugurado el ciclo con una sustanciosa conferencia sobre los problemas de la cultura y la política cultural cubana en la etapa revolucionaria,[1] un tema según ella muy investigado –pero poco sistematizado– que requiere un «enfoque procesual referido a la vida espiritual de la sociedad, que marcha con el tiempo». Motivada por la necesidad de reinterpretar la historia nacional, la disertante abordó las complejidades del concepto antropológico de cultura como herramienta indispensable para las investigaciones científicas en la actualidad y destacó el aporte de la memoria, aunque no siempre sea justa, exhaustiva e inclusiva. También referenció la concepción tradicional, que entiende a la cultura como lo relativo a los problemas de la creación y el consumo de arte y literatura, aludiendo así a un debate vigente.
No faltó en su exposición la mirada, siempre abarcadora y sintética a la vez, acerca de la formación de la cultura cubana, las influencias seminales provenientes del entorno geográfico, la reflexión sobre la identidad y el lugar de los prejuicios y los estereotipos en todo proceso de formación cultural. Asimismo destacó en su análisis la importancia de no olvidar el legado intelectual y artístico de la República, a pesar de las múltiples rivalidades y luchas ideológicas que tuvieron expresión incluso durante los primeros años del proceso revolucionario, cuando de la articulación descolonizadora de políticas educacionales y culturales derivó por fin la construcción del consenso, que dio lugar al diseño de un proyecto de futuro inclusivo, basado en la justicia social y en la potenciación de la creación artística, en tanto el arte se entendió desde entonces como puente de comunicación con el conjunto de la sociedad.
Sin concesiones al secretismo, la Dra. Pogolotti se refirió a momentos de retroceso y dogmatismo por los que transitó la política cultural después de haber auspiciado la mayor campaña de extensión cultural de toda nuestra historia, y se refirió a la necesidad de que las investigaciones contribuyan, con pequeños y grandes estudios, a recuperar para las generaciones futuras el clima predominante de construcción social y cultural que se ha vivido, a pesar de los problemas de acceso a la tecnología y otros que dificultan hasta hoy el logro de más altos resultados. Respecto a las políticas culturales advirtió que, al analizarlas, no se puede de dejar de considerar los contextos complejos en que unas y otras se produjeron, antes de llegar a conclusiones definitorias acerca de su mayor o menor ajuste a la demanda social concreta.
El profesor Sergio Valdés Bernal abordó la relación lengua-cultura, como parte del rescate del concepto etnográfico esgrimido por Fernando Ortiz en su búsqueda de los orígenes de la sociedad y la cultura cubanas partiendo de sus fuentes nutricias.[2] De esa manera estableció el lugar que corresponde a la lengua como herramienta de comunicación y articulación entre lenguaje y pensamiento, y en tanto resultado de un acuerdo social que participa en el proceso de construcción de la nación, así como en el nacimiento de la diferenciación cultural que da sentido a la identidad nacional. En su conferencia se refirió también a la religión como elemento insoslayable e inclinado de manera particular al sectarismo, que contribuye a consolidar el sentimiento de pertenencia a una cultura diferente; explicó además cómo el hecho de conocer la historia de la lengua permite entender la formación de la cultura nacional y las luchas por preservarla, describirla, apropiársela, y la función que desempeña en la búsqueda de independencia y autonomía cultural.
Mencionó asimismo conflictos surgidos de los intentos de determinar un sentido de identidad en contrapunto con la idea de territorialidad, y señaló el valor icónico de la lengua y su capacidad para medir la salud de una sociedad, considerando que los procesos de democratización pueden contribuir a expandir la vulgaridad si la indisciplina social, la discriminación, la injusticia, el racismo, la xenofobia y otros males no están regulados por una política lingüística que marche junto a la política educacional y funcione como un complemento indispensable de la política cultural del Estado. En su criterio, el insuficiente conocimiento y respeto por la norma culta del español de Cuba, la pobreza del lenguaje de los medios y las redes sociales, adoptado de manera habitual como norma general, podrían haber conducido a descuidar la expresión oral y escrita y a acentuar la naturalización del empobrecimiento cultural y la pérdida de valores, un proceso generalizado en el mundo contemporáneo por la fuerza de la cultura audiovisual. Frente a tal desviación mencionó como el mejor antídoto el mantener viva la lucha por la estética del buen decir y la hermosa escritura en todos los escenarios posibles.
Al presentar las ideas de Martí acerca de la cultura, el historiador Pedro Pablo Rodríguez aseguró que las mismas se encuentran dispersas a lo largo de su obra y que precisan de un estudio más profundo;[3] sin embargo, no escatimó reflexiones acerca de los cambios que pueden identificarse en ellas al considerarlas en estrecha interdependencia con el desarrollo científico de su tiempo. Lo valoró como un precursor de la mirada antropológica sobre la cultura, un concepto que bien pudiera relacionarse con el carácter martiano y anticipador que la Dra. Pogolotti depositó en Fidel Castro, el constructor del consenso político y cultural cubano en los sesenta.
En la conferencia el historiador se detuvo en las crónicas, donde prevalece la búsqueda del sentido de actualidad que permeó todo el pensamiento martiano, las huellas que dejó en el patriota emigrado la observación del desarrollo tecnológico de su tiempo y las transformaciones del sistema social en un momento de profundo cambio de época histórica. Neologismos, imágenes inéditas, son la huella de la mirada universal que lo caracteriza. Martí fue valorado como precursor que identificara la cultura con las formas de vida y existencia, una perspectiva renovadora avalada por el espíritu de avanzada, la curiosidad intelectual y quizás también por haber conocido los primeros trabajos de Tylor, que sólo llegó a expandirse en la ciencia medio siglo después. Esa visión le permitió entender la época y crear un programa original para el futuro de los pueblos americanos, necesitados de una educación integral, capaz de formar a la sociedad nueva, superadora de la descolonización.
El debate se centró en torno a la necesidad de profundizar en la obra martiana como forma de crecimiento personal en cada uno de los presentes, y de aplicar su pensamiento creador desde una óptica contemporánea para superar el dogmatismo y llegar a las profundidades de la cultura cubana a la vez que se aprende y entrena cada ser humano para pensar con cabeza propia. El conferencista señaló el llamado a transformar la enseñanza en vehículo para formar creadores de pensamiento independiente, capaces de superar el escolasticismo mediante la lectura inteligente y sustanciada, que se ubica en el plano de lo humano y no de lo divino, el registro de los modelos impecables, intocables, que nadie ambiciona repetir. La interpretación se propuso como una manera de leer la historia con criterio propio y asumirla con dignidad, honestidad, veracidad, alejándose de toda banalización y subestimación de lo respetable, de lo culto, a menudo desfavorecido por las tensiones cotidianas y las exigencias burocráticas.
El encuentro sobre educación y cultura constituyó una interesante lección de Yoel Cordoví,[4] acerca de la importancia de ver la Historia como texto y no como contexto para ser capaces de interpretarla como representación de la realidad, como lectura situada en tiempo y espacio; el suyo fue un análisis de historia cultural, de gran utilidad para superar las muy extendidas concepciones escolásticas y contribuir a acercar la Historia a la reflexión contemporánea. Respecto a la tradición pedagógica cubana propuso una lectura de las etapas por las que transitó la institución escolar desde mediados del siglo XIX, cuando se concebía como un calabozo, hasta mediados del XX, cuando la novedad era la república escolar, pasando por una etapa intermedia en que fue manejado el símil de la puesta en escena.
Profundizando en aquellas concepciones obsoletas que, de alguna manera permanecen hasta la actualidad, se refirió a grandes pedagogos cubanos como Luz Caballero, el primero en denunciar la extrema violencia de la sociedad esclavista como referente obligado de la concepción de escuela-calabozo, entendida como herramienta para disciplinar a los jóvenes sin importar la crueldad de muchas de las prácticas punitivas. Acerca de la segunda de las etapas referenciadas apuntó que la escuela era tratada como templo donde el maestro era equivalente a un evangelio, impuesto desde una imagen teatral destinada a imponer respeto mediante el miedo. Sobre la tercera de ellas agregó que cambia la imagen de cárcel o templo por la de «república», mejor adaptada a los tiempos de la democracia, donde se generalizan sin embargo los reclusorios como instituciones de nueva factura dirigidas a vencer la rebeldía de los jóvenes para convertirlos en piezas de un tablero donde cada quien debe continuar siendo una herramienta para garantizar el equilibrio del sistema. El uso de la vara de castigos, la idea de que la letra «con sangre entra» y otras prácticas heredadas de la época colonial, cambian muy poco el panorama de la educación republicana, aunque la etapa se beneficia con el desarrollo exponencial de la escuela pública donde los pedagogos cubanos tuvieron oportunidad de consagrarse a la labor formativa de la ciudadanía.
Como aspecto notable, atendiendo al interés por enriquecer las necesarias investigaciones sobre la disciplina escolar y para cumplir con el objetivo de aprendizaje del formato de seminario, Cordoví se refirió a los tres niveles de análisis que le fueron útiles para aproximarse a la historia de la escuela cubana: las normas, el pensamiento pedagógico y las prácticas educativas. Terminó con una breve referencia a esas metáforas sobre la escuela que lo son también sobre la sociedad, a los prejuicios y prácticas punitivas que sobreviven en el imaginario contemporáneo sobre la educación y no dejó pasar la ocasión de volver sobre el tema de la capacitación de los maestros en la actualidad, y de la importancia de recuperar los métodos disciplinarios y formativos propios del pensamiento pedagógico cubano, marginado de manera injusta en los años en que predominó el modelo de «socialismo real», como una forma de retomar la educación patriótica sin dogmas, ya que la política educacional hace parte del proceso político en general, en tanto es la principal responsable de formar a los ciudadanos.
El conjunto de seminarios sobre los principales temas del pasado y la formación nacional, fueron el antecedente necesario e imprescindible para tratar más a fondo algunas de las carencias y experiencias del presente y los modos en que la sociedad socialista ha ido buscando y encontrando soluciones y respuestas a los problemas heredados y a las apuestas actuales. No podía haber mejor continuidad para ese antecedente que la disertación de la profesora María Isabel Landaburo sobre el pensamiento del primero de los ministros socialistas cubanos, Armando Hart.[5]
Humanista, filósofo de la cultura, hombre de pensamiento y acción, Hart conoció la filosofía cubana y conminó a estudiar la ética de la República y el legado cultural de la nación, como fuentes de donde dimanan los valores que es preciso preservar y difundir a través de la educación y la cultura, esa «cultura de liberación», como gustaba llamarla por su fuerte tendencia a la transformación social. Como martiano convencido, no concibió la labor cultural separada de la reflexión sobre la educación, ni la cultura sin un trabajo intensivo para estimular la creatividad, el pensamiento propio, el conocimiento de la tradición cubana y sin una amplia e inclusiva labor de difusión cultural. Su categoría central y la divisa de su actuación fue, como lo demuestra día a día su vasta obra en pleno proceso de rescate, la justicia social. Su legado imborrable está en la democratización de la cultura, en el estímulo a la creación, en la enseñanza de sembrar la semilla del respeto, el amor hacia lo cubano, y la cordialidad social.
Detenerse en los años 60 era un destino obligado en un seminario sobre la cultura cubana y sus problemas actuales. El politólogo Rafael Hernández se concentró en la extrema complejidad de aquella década,[6] pletórica de cambios y alejada del ideal de «prodigiosa», como algunos le han llamado. Años de verdadera guerra civil, prolongados desencuentros, y de mayor distancia con el modelo soviético de desarrollo, en un país que ya conocía de la cultura autoritaria y del trabajo y el estudio como castigo por experiencias anteriores que, no obstante, logró en un tiempo relativamente breve vencer la soledad geopolítica, gracias a una irrebatible política antimperialista y a su apuesta definitoria por la descolonialización. Nunca antes [ni después] ha habido una parecida coyuntura de creatividad en el proceso cultural cubano, con tantos resultados y de tan renovadora calidad. Sin embargo, falta aún la disponibilidad de una historia social documentada de esos años irrepetibles por el extraordinario clima de expansión social y cultural; una historia del triunfo de la unidad revolucionaria en el respeto mutuo y a pesar de la diversidad. En los 60 quedó establecido el programa del socialismo cubano y consolidado el liderazgo político, que era también intelectual. Las UMAP y otros desaciertos que se mencionan después, fueron herederos de la misma cultura de violencia arriba mencionada. La conferencia culminó con un llamado a trabajar por una nueva cultura cívica para hacer concordar viejas y nuevas tradiciones en el proyecto social común.
El último tema considerado, la Ética, contó con el magisterio de la filósofa Olga Fernández,[7] y fue una disertación que redefinió a la ética como el conjunto de normas y principios que rigen el comportamiento de los seres humanos dentro de una sociedad determinada. Es precisamente su condición la que define a la ética como algo que permea y consolida todo el tejido social, al igual que la política; debatir sobre su importancia es entrar en una batalla cultural a todos los niveles sociales. Partiendo de ese concepto la Dra. Fernández expuso un conjunto de resultados de investigación sobre los problemas éticos identificados dentro de la sociedad cubana contemporánea, resultantes de una inadecuada construcción de consenso sobre la base de la política compartida, que reclama una visión inclusiva desde lo nacional hacia lo local, una política que potencie la autonomía, la cooperación y el respeto entre los ciudadanos.
Reconoció que esos problemas en ocasiones han llevado a entronizar errores como soluciones, a desatender los beneficios del control social sobre la gestión estatal, lo cual ha dado lugar a diseños por debajo de las necesidades sin desarrollar una ética de lo colectivo ni un debate abierto sobre los problemas. En la nociva costumbre de descalificar lo que no se comparte pervive una relativa incapacidad para la crítica constructiva y una desconfianza mutua, reforzada por malas prácticas desde la educación y otras rémoras del pasado.
La conferencista destacó, para terminar, el papel y lugar insustituibles de las ciencias sociales y de las investigaciones culturales para contribuir a localizar problemas y proponer soluciones.
Llegados al final del ciclo, nos queda reconocer que el cierre anticipado[8] al que nos obligó la pandemia de este memorable año bisiesto no permitió llegar a un verdadero debate conclusivo sobre lo que fuera nuestra motivación principal: la reflexión teórica sobre la cultura y la política cultural.
Sin embargo, el conjunto de temas abordados aporta ideas de indudable valor en la necesaria revisión actualizada de los problemas, y su relato se convierte en un recorrido coherente por grandes temas de nuestra cultura, que no aspira a agotarlos, pero deja abierta la invitación a futuras profundizaciones.
Llama la atención la presencia de temas que transversalizan el conjunto tales como la prioridad a la justicia social, el énfasis en la creatividad y el diálogo social, el llamado a diseñar el futuro sobre un adecuado conocimiento del pasado, la importancia de la lengua como producto cultural y de la educación como herramienta para formar a una sociedad cada día más consciente de sus valores y derechos, el imperativo de actualizar las agendas de la investigación cultural y de aportar resultados para la construcción social, mediante una adecuada comprensión de la historia como aprendizaje para la vida futura.
El antimperialismo como divisa, la voluntad democratizadora de las expresiones artísticas, de los proyectos sociales y de las prácticas culturales contrahegemónicas, el necesario balance entre tradición y modernidad, la conciencia de la utilidad de la reflexión continua sobre la cultura y algunos otros temas tenidos en cuenta de manera insuficiente como pueden ser la mediación que ejercen los procesos de comunicación en todos los ámbitos de la vida cultural, o la valoración de las políticas culturales en relación con los diferentes contextos en que se produjeron, son asuntos que justifican la pertinencia de continuar el debate sobre la base de profundizar en un entendimiento científico de la historia cultural cubana y de contribuir a su socialización.
Ana Vera Estrada
La Tizza
Notas:
[1] Septiembre 9, 2019. Todas las conferencias tuvieron lugar en la sede del Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello.
[2] Octubre 7, 2019. «Los conceptos de cultura, políticas culturales, prácticas culturales y lenguaje».
[3] Diciembre 2, 2019. «Pensamientos de Martí sobre la cultura. Usos actuales de su pensamiento, ¿continuidad o discontinuidad?».
[4] Enero 13, 2020. «De la escuela-calabozo a la república escolar. Conceptos y construcciones lingüísticas en torno a la escuela y al maestro, 1793–1902».
[5] Noviembre 4, 2019. «El debate cubano sobre la cultura. ¿Cultura como resistencia o emancipación? Las ideas de Armando Hart».
[6] Febrero 3, 2020. «Los 60. ¿Mito o realidad?».
[7] Marzo 2, 2020. «Imperativos éticos de la sociedad cubana actual».
[8] Previsto para el mes de julio 2020.
Fuente: https://medium.com/la-tiza/problemas-te%
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