sábado, noviembre 05, 2016

Venezuela marcha a un desenlace

El arco “dialoguista” que participa de la mediación se extiende desde los “hijos de Chávez” hasta los funcionarios de Barack Obama. Las negociaciones en curso están dictadas por el temor a la creciente posibilidad de un estallido de consecuencias impredecibles. De este modo se explica una suerte de “tregua” que acaba de darse a conocer entre el chavismo y la oposición. Luego de que tanto el gobierno como la MUD (oposición derechista) tuvieran respectivas reuniones con Thomas Shannon (Departamento de Estado norteamericano), sobrevinieron los "gestos". El gobierno de Maduro liberó cinco presos políticos y, en contraparte, la coalición derechista decidió postergar la movilización hacia el palacio presidencial prevista para el 3, "a pedido del Vaticano".

Límites

Esta distensión no pasa de ser, sin embargo, un episodio efímero, porque la mediación llega tardíamente. Reconociendo este escenario extremo de confrontación, el arzobispo de Caracas había declarado antes de la suspensión que “ir a Miraflores el jueves no conviene” (El Nacional, 31/10). La jornada del 3 había sido presentada por numerosos comentaristas como la de un choque callejero decisivo, que podría incluso precipitar una intervención militar. Istúriz, el vicepresidente, había anticipado que recibiría la marcha “con caballos de hierro” (bandas parapoliciales), evidenciando que la pretensión de valerse de él como carta “moderada” para una transición consensuada entre oficialismo y oposición quedó en la nada. La suspensión de la marcha no cancela administrativamente el polvorín que hay detrás; la derecha emplazó públicamente al gobierno a resolver sus demandas el próximo 11. "Si no hay resultados tangibles en las próximas horas, esto no va para ningún lado" declaró Capriles.
Las fuerzas que intervienen en el arbitraje manifiestan severas debilidades para encauzar la situación. El imperialismo, que promueve la mediación, ha cosechado por esta orientación varios reveses en América Latina: entre ellos, la derrota del “sí” en Colombia y el inmovilismo tras los rimbombantes anuncios sobre Cuba. La Casa Blanca atraviesa numerosos frentes de conflicto en Siria y Medio Oriente, y transita la recta final de unas elecciones explosivas y con final incierto. El Vaticano, de su lado, acompañó al imperialismo en casi todas estas empresas. Maduro y su camarilla, por su parte, se encuentran en el máximo aislamiento posible; la oposición, a su turno, afronta la mediación profundamente dividida. Más de 10 partidos de la MUD rechazaron la participación en ella, y destacaron que carecía de sentido sin cambios radicales y efectivos inmediatos -por ejemplo, liberación de sus presos-. La fractura alimenta el escepticismo de un sector del imperialismo respecto de la viabilidad de esta experiencia (“El gobierno de Venezuela comienza diálogo con una oposición dividida”, The Wall Street Journal, 31/10) El único “acuerdo” es que las masas paguen los costos de la crisis, lo cual ya está en marcha.
Todo parece indicar que marchamos a un desenlace, que se dirimirá en las calles y no en el marco de un acuerdo palaciego; están en gestación salidas de fuerza. El revocatorio o el adelantamiento electoral son, bajo una pantalla institucional, golpes de estado. La respuesta del chavismo es promover un “autogolpe”, lo cual apunta a consagrar un régimen de facto. Ambos bandos procuran atraer el respaldo de las fuerzas armadas, acrecentando su rol de árbitros en la situación política
Es importante destacar que la hoja de ruta surgida del primer encuentro plantea objetivamente el problema del cambio de régimen. Así, se han constituido “cuatro mesas”, que serán dirigidas por el enviado del Papa, el titular de UNASUR Samper, y los ex presidentes Fernández, Torrijos y Rodríguez Zapatero. Entre ellas, se destacan los temas “cronograma e institucionalidad electoral”. Por tanto, la mediación incluye en su agenda el relevo del gobierno.

Por una intervención independiente de la clase obrera

Venezuela atraviesa una crisis de poder: ha caducado la forma previa de gobernar, y en medio de enormes desequilibrios y luchas se dirime la nueva. La clase obrera, sin embargo, está ausente como tal. La responsabilidad de la izquierda, que se anuló como factor independiente, oscilando entre el seguidismo al chavismo, primero, y a la derecha, después, es inocultable. La falta de preparación para superar la declinación de la principal expresión de nacionalismo burgués latinoamericano en la última década debe ser revertida partiendo, en primer lugar, de una intensa agitación política. Más allá de las consignas elementales antiajuste, debe plantear el reclamo de una asamblea constituyente y soberana, para reorganizar el país sobre nuevas bases sociales, y la convocatoria a un congreso obrero, que parta del enorme activismo existente en el país, y delibere para contraponer un plan político y económico de los trabajadores a las variantes patronales en disputa.

Ale Lipco

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