sábado, octubre 12, 2019

Greta Thunberg, “cambio climático” y capitalismo

La “Flor de las Indias”, como las llamara Marco Polo cuando las conoció, es decir: las mil doscientas pequeñas islas e islotes de coral desperdigadas por el Océano Indico más conocidas como Islas Maldivas, con sus 400.000 habitantes (hoy día paraíso turístico … para quienes pueden pagar el viaje), están condenadas a desaparecer bajo las aguas oceánicas en un lapso no mayor de 40 años si continúa el calentamiento global de nuestro planeta -fundamentalmente debido a la sobreemisión de gases de efecto invernadero, en especial de dióxido de carbono (CO2)- y el consecuente derretimiento de casquetes polares y glaciares con el subsiguiente aumento de la masa líquida de la superficie terrestre. Lo curioso -¿tragicómico?, ¿incomprensible?- es que los habitantes de esta región geográfica no han vertido prácticamente ni un gramo de este agente contaminante.
Este desgarrador ejemplo es claramente demostrativo de cómo funciona el desastre ecológico en curso: no hay habitante del planeta, en ningún punto, que esté al margen de las graves consecuencias de los efectos que están teniendo lugar a partir de las variaciones en el clima. La progresiva falta de agua dulce, la degradación de los suelos y la consecuente merma en su fertilidad, los químicos tóxicos que inundan el globo terráqueo, la desertificación creciente, el calentamiento global, el adelgazamiento de la capa de ozono que ha aumentado un 1,000% la incidencia del cáncer de piel en estos últimos años, el efecto invernadero negativo que nos ahoga, el derretimiento del permagel, las interminables toneladas de desechos no biodegradables que pululan por los océanos o la posibilidad de un descalabro universal a partir de la contaminación genética producto de los transgénicos son todas consecuencias de un modelo depredador que no tiene sustentabilidad en el tiempo. ¿Cuánto más podrá resistirse esta devastación inmisericorde de los recursos naturales?
Hoy día pasó a hablarse repetidamente de cambio climático. Hay ahí una falacia, un engaño bien pergeñado -de ahí que lo pongamos provocativamente entre comillas en el título-. Presentarlo como “cambio climático” puede dar a entender que se trata de un fenómeno natural, de una modificación espontánea de factores ambientales. La realidad, sin embargo, es muy otra. No hay cambio climático sino desastre, catástrofe medioambiental consecuencia del modelo de producción y consumo vigente. Dicho de otro modo: es el capitalismo imperante, en tanto sistema dominante a escala global, el que está produciendo estas tremendas modificaciones que, como ejemplo, inundarán las Islas Maldivas, por decir lo mínimo.
Pero las consecuencias van infinitamente mucho más allá de la inundación de este paraíso tropical, punto por excelencia de un turismo sofisticado. Millones y millones de personas ya se están viendo gravemente afectadas: tierras que se vuelven incultivables, ríos que se secan, aguas oceánicas que avanzan sobre los continentes, insoportables ondas de calor que matan, tormentas inusitadamente devastadoras, hambre, sed y desesperación constituyen el panorama global que ya se está teniendo. Y que, si no se cambia el curso de los acontecimientos, amenaza con tornarse mucho más grave.
Todo ello no es un simple “cambio” natural; tiene causas bien precisas y claramente identificables, por tanto, corregibles. Es el modo de producción que se impuso triunfal hace 200 años, hoy día absolutamente globalizado, centrado en una descomunal producción para el mercado, haciendo que todo sea renovable, se vuelva obsoleto pronto y haya que cambiarlo, fomentándose una alocada e insostenible cultura del consumo y del derroche. Lo que sucede es que el planeta Tierra, fuente última de toda la materia prima que la industria transforma y nos lo vende a través de atractivos escaparates manipulándonos con frenéticas publicidades, tiene límites. Y estamos llegando a ese límite infranqueable.
Ello lleva a pensar, quizá con un aire de ciencia-ficción, que los responsables últimos de todo esto, los propietarios de los grandes capitales que fijan las líneas maestras de cómo va el mundo, sabiendo de toda esta catástrofe, probablemente ya tengan su alternativa armada: una vida “perfecta” en algún punto fuera del planeta, totalmente artificial, alejados de la decadente catástrofe mundana. Insisto: sin saber si esto fuera posible, los responsables de la catástrofe -que no son exactamente los gobiernos, sino los que mandan a los gobiernos: los monstruosamente grandes mega-capitales globales- no parecen tener interés en detener el desastre en curso. Mientras haya petróleo para explotar, esta modalidad depredadora seguirá.
Desde hace algún tiempo el sistema capitalista ha advertido la gravedad en juego. Algunos lo siguen negando, pero en general hay cierto reconocimiento. Lo que sucede es que el tema se banaliza, se pone el acento en la desaparición de los osos polares o los ositos panda -sin negar que ello sea sumamente importante- olvidando la dimensión de catástrofe humana presente. Y mucho de lo que se hace es llamar a la población, como responsable del asunto, a tener conductas “menos agresivas” contra el medio ambiente. De ahí que se desarrollan campañas de “conciencia ecológica”: reciclar, no usar plásticos, emplear más la bicicleta, cerrar bien los grifos, no utilizar pajillas para las bebidas, y un largo etcétera.
Todo ello es correcto, pero no se tocan los fundamentos mismos de lo que está a la base: el sistema capitalista depredador. Lo que puede llevar a pensar que no es posible un verdadero cambio en la situación climática si no cambia el sistema. Por eso es posible -¡y necesariamente urgente!- hablar de un eco-socialismo.
En medio de esta discusión cobró una relevancia inusitada una joven sueca de 16 años de edad: Greta Thunberg, que se ha hecho ya figura pública internacional. Con claridad expresó recientemente: “Los que nos dirigen no han entendido en absoluto la magnitud del problema. Están totalmente fuera de lugar. Piensan que los pequeños ajustes, las pequeñas acciones, las pequeñas cosas, pueden resolver el problema cuando nos enfrentamos a una gran crisis existencial”. Lo que se ha dado en llamar “el fenómeno Greta” está en auge.
Sin quitarle en lo más mínimo relevancia a esta joven activista ambientalista, y sin caer en esa infamia misógina y adultocéntrica de denigrarla por su condición de autista, burlarse por su edad o ver su mensaje como algo trasnochado, cabe la pregunta: ¿por qué el sistema todo lo transforma en show?
Un problema tremendamente complejo, grave, de consecuencias fatales si se quiere como es la CATÁSTROFE ECOLÓGICA debido al capitalismo -y no un “cambio climático”, con lo que se aguada la cuestión- tiende a ser presentado como espectáculo audiovisual, centrando todo en la figura de una persona, evitando así ver la magnitud global del asunto. Greta Thunberg, finalmente, puede ser usada como distractor.
Saludamos a esta joven mujer que denuncia lo que acontece, y complementamos su mensaje con un llamado a entender que no puede haber solución real -y no meros paliativos- en los marcos de la producción y consumo capitalista.

Marcelo Colussi

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