miércoles, enero 12, 2022

Bergoglio y la caída de la población


En la primera audiencia general del año, el Papa aludió al “Invierno demográfico” y la “dramática caída de la natalidad”. Bergoglio instó a que las familias tengan hijos por la vía de la procreación o adopten, entendiendo a la “familia” como la unión sacramental y heterosexual entre un hombre y una mujer. "Tener un hijo siempre es un riesgo, ya sea natural o adoptado. Pero más arriesgado es negar la paternidad, negar la maternidad, ya sea real o espiritual", dijo el célibe, y advirtió que la humanidad practica “una forma de egoísmo”, porque “algunos no quieren tener hijos. A veces tienen uno, y ya, pero en cambio tienen perros y gatos que ocupan ese lugar”. Hace años, Bergoglio había definido el amor por los animales como una “degeneración cultural”.
 Las respuestas no se hicieron esperar: algunos cuestionaron que un militante del celibato diera lecciones de procreación, otros recordaron la pedofilia clerical, el papel de la Iglesia en la violación y tortura de cientos de miles de niñas, niños y jóvenes, confinados en sus instituciones católicas urbi et orbi, de la Araucanía al Congo, de Canadá a Irlanda.
 La dimensión “espiritual” de la Iglesia como promotora de la adopción de supuestos huérfanos incluye el tráfico de bebés y niños “rojos” durante el franquismo y de los hijos de desaparecidos en la Argentina a través de Movimiento Familiar Cristiano. Además del negocio de la compra y venta de bebés sin más objeto que las ganancias, como ocurrió por décadas en Añatuya, Santiago del Estero. 
 Sin embargo, más allá de las hojarascas espirituales o la pérdida de negocios vinculados a la adopción, Bergoglio expresó: "La negación de la paternidad y de la maternidad nos menoscaba, nos quita humanidad, la civilización se vuelve más vieja". Así que de eso se trata. 

 Menos humanos, y envejecidos

 Que la civilización se vuelve más vieja y que la tasa de fecundidad va en caída libre está fuera de discusión. Lo controversial son las razones. En 1950, las mujeres tenían en promedio 4,7 hijos. Si bien hay grandes diferencias regionales, la media actual se sitúa en 2,4. De mantenerse la tendencia en dos décadas el número de hijos promedio bajará de la tasa de reemplazo –al menos 2,1 niños por pareja. 
 En Italia, todos los años desaparece el equivalente de una ciudad de 200 mil habitantes. En Estados Unidos, la proporción de hogares formados por parejas con hijos cayó del 40% en 1970 al 20% en 2012. A fines del siglo XXI, 23 países, incluidos Japón, Corea, Tailandia, Italia y España habrán perdido más de la mitad de sus habitantes (BBC, 21/7/20). 
 Durante la pandemia de Covid-19 la caída de la tasa de natalidad fue aún más marcada. En Italia, nacieron un 22% menos de bebés en diciembre de 2020 que en el mismo mes del año anterior. En España la caída fue del 20% y en Francia del 13%. En Buenos Aires, el descenso orilló el 25%. El anunciado baby boom del aislamiento no existió. Vivido muchas veces en condiciones de hacinamiento intolerable o en el agobio de cuidar a los chicos y el teletrabajo, terminó en violencia, desamor y desaparición del deseo sexual. 
 A la caída de población se suma su envejecimiento, producido porque nacen menos niños pero también por la extensión de la esperanza de vida. Mientras que los menores de 5 años bajarán de 681 millones en 2017 a 401 millones en 2100, los mayores de 80 subirán de 141 millones en 2017 a 886 millones (Instituto de Métricas y Evaluación de la Salud de la Universidad de Washington). 
 Naciones Unidas bate el parche con la prédica de una “vejez productiva”, en buen romance retrasar la jubilación y “extender el ciclo productivo” -la explotación- a la mayor cantidad de años posible. La miseria jubilatoria es un estímulo implacable para “mantener la movilidad en la edad avanzada”. El concepto de que todo avance en la sociedad de clases redunda en mayor sufrimiento de los explotados es mucho más infalible que el papa.

 El (fracasado) modelo chino 

Para atenuar las consecuencias económicas y sociales del envejecimiento, China en 2015 abandonó la política del hijo único y autorizó hasta tres por familia. Las chinas no respondieron y la tasa de natalidad está en su nivel más bajo desde la formación de la República Popular de China hace 70 años. 
 Bergoglio les echa la culpa a los perros, a los gatos, al aborto legal. Otros entienden que las mujeres no quieren tener hijos porque disfrutan de la educación, el trabajo y los métodos anticonceptivos. ¿Ignorarán que los índices de desocupación más altos los padecen las mujeres más jóvenes, en edad de procrear? The Economist exhibe otras razones: “La mayoría de las familias chinas no puede afrontar el gasto de tener más de un hijo”. Si no se implementan subsidios, licencias y otros beneficios, lamenta, “China podría perder su posición como principal proveedor mundial de mano de obra barata. 
En la actualidad, hay seis trabajadores activos por cada jubilado, pero esa relación podría llegar a ser de dos por cada uno, entre 2030 y 2050”(https://www.redalyc.org/journal/586/58650386010/html/).

 América latina, también 

El envejecimiento de la población no es privativo de países desarrollados. En América latina, según la CEPAL, hace 70 años, los menores eran más de diez veces más numerosos que los ancianos. Ahora se calcula que hacia 2100 los viejos triplicarán a los niños (DW, 26/8/2020).
 La natalidad también es baja. El índice promedio, de 2,06 hijos por mujer, no llega a los 2,2 necesarios para lograr la tasa de reemplazo. Ya hay siete países por debajo de la tasa de reemplazo: Cuba, Chile, Costa Rica, Uruguay, El Salvador, Brasil y Colombia. Como se ve, la caída se expresa tanto en países donde el aborto es legal como donde está prácticamente prohibido. 
 Las grandes diferencias que hace décadas se daban entre el número de hijos según el grado de instrucción de la mujer, su nivel social y su procedencia (urbana o rural), se redujeron enormemente.
 La familia que ama la Iglesia, reproductora de todas las opresiones, que condena a las mujeres a la cocina, el trabajo precario y la sumisión, que asfixia la rebeldía de los jóvenes, cruje por todos lados, arrasada por un régimen social tan descompuesto como la quimera del hogar dulce hogar.
 Lo que el Papa tampoco menciona y sí comparten los países de la región -y de todo el mundo- es una caída vertical de las condiciones de vida de la clase trabajadora. La pandemia que forró los bolsillos de las industrias de la salud y otros sectores del capital dejó un tendal de muerte y agudizó la miseria social, incluida la participación femenina en el mercado de trabajo, y la destrucción de la infancia.
 Según Naciones Unidas, 5.300.000 niños menores de 5 años mueren al año en el mundo por desnutrición y otras causas evitables. 
 La destrucción del trabajo bajo convenio y con contrato indefinido. La precarización y el desempleo. La falta de guarderías. La falta de acceso a la salud y a la vivienda. Todos estos factores desalientan la voluntad de procrear. Los que hablan de hedonismo y de individualismo tratan de tender un telón para ocultar la miseria. 
 Las jóvenes de las barriadas porteñas han retrasado drásticamente la edad de ser madres: el embarazo adolescente tiene una caída del 40% a partir de 2014. No es un fenómeno local. Los datos de la Universidad Católica de Chile “muestran una importante disminución en el embarazo adolescente desde el año 2000”. Para 2017 la caída era del 57%. ¿Éxito de las campañas que disuaden el embarazo precoz? Para el estudio, las razones están en otro lado: “Si a nivel país la pobreza multidimensional llega al 20,7%, para las madres adolescentes la cifra llega al 50,3%” (La Tercera, 12/6/19). 
 Con toda justicia se podría decir que las jóvenes han dejado de embarazarse en defensa propia. Es imperativo construir una sociedad donde disfrutar de la maternidad no signifique ahondar la miseria, renunciar a educarse, a trabajar y a disfrutar de la vida. Y donde ser viejo no sea una condena. 

 Olga Cristóbal 
 10/01/2022

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