domingo, diciembre 08, 2013

Irán: el acuerdo nuclear y la declinación del régimen



El acuerdo que suscribieron Irán y las principales potencias imperialistas es la culminación de varios meses de negociaciones secretas. El pacto congela por seis meses una parte significativa del programa atómico iraní y abre los laboratorios a las inspecciones de Occidente.
Como parte de este congelamiento, Teherán se compromete a dejar de enriquecer uranio y cesar con varias construcciones relacionadas con la industria nuclear.
En todo este período habrá un monitoreo constante por parte de las principales potencias. El pacto representa, sin lugar a dudas, un avance en la injerencia del imperialismo en la región. Sin embargo, varios observadores han planteado reservas sobre su alcance. La más importante consistiría en que no se establece una moratoria global en la construcción de la planta de Arak, la principal fuente doméstica de plutonio con fines supuestamente militares.
Quien fue más lejos en la oposición al acuerdo es Israel, que viene fogoneando la necesidad de una salida militar contra el régimen iraní. A su turno, las monarquías árabes, en especial Arabia Saudita, siguen con desconfianza el arreglo, recelosas de que termine por minar su protagonismo en la región.
En contrapartida, los países del G5 firmantes del acuerdo (Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Rusia y China, al que se agregó Alemania) se comprometieron a levantar algunas sanciones económicas contra Irán, pero en forma muy circunscripta. Washington liberaría en cuotas activos bloqueados de Irán. En una primera etapa, apenas 4.000 de los 80.000 millones del erario nacional congelados en los bancos del mundo. Esto se complementaría con la flexibilización del intercambio comercial. En cambio, continuaría el embargo al petróleo iraní.
Occidente iría haciendo concesiones en dosis homeopáticas, a la espera de pasos efectivos por parte de Irán.

Siria

Este giro de Teherán viene precedido por el cambio del nuevo régimen iraní respecto de Siria. Irán “encara la posibilidad de una transición en Damasco sin el presidente Al Assad, y viene entablando un diálogo con la oposición siria y oficiando de mediador” (Le Monde Diplomatique, octubre 2013). Hay importantes voces que vienen alentando este cambio, como el ex jefe del estado mayor, Aleaei. “Poco a poco, Irán también piensa en una Siria sin Assad” (Le Monde, ídem).
La postura de Teherán está en sintonía con el pacto entre Obama y Putin para Siria, que apunta a una transición controlada en ese país. Al igual que en el conflicto sirio, la diplomacia rusa viene jugando un papel muy activo, presionando a Irán en la dirección del viraje que se viene operando. Rusia ha sido uno de los principales artífices de la ronda de conversaciones entre Irán y el G5, que desembocó en el presente acuerdo.

Cambio de frente

El colapso económico está en la base de este viraje político del régimen iraní. Las sanciones de Occidente han tenido un enorme impacto. La exportación de crudo ha caído en dos años de 2,5 millones de barriles diarios a menos de un millón. La inflación supera el 40% y la desocupación asciende al 35%. El valor de la moneda iraní, el rial, se ha reducido a casi la mitad en un año, conduciendo a una drástica reducción en las importaciones y a un incremento en la inflación a su nivel más alto en 18 años.
El descontento es generalizado y abarca a todas las clases sociales, aunque por motivos distintos y hasta antagónicos. “Los principales perdedores son las clases media y baja. Su prioridad ahora es la supervivencia económica” (BBC, 30/6).
La burguesía iraní, por su parte, ha visto comprometidas sus inversiones y está fogoneando un cambio de frente. El nacionalismo iraní ha entrado en franca declinación y es incapaz de enfrentar la presión imperialista. Este proceso se ha profundizado bajo el mandato de Ahmadineyad, el antecesor del presidente actual.
El empresariado está alentando una distensión con Occidente, como parte de un cambio de la política económica dirigido a reinsertar a Irán en un nuevo ciclo de endeudamiento. El triunfo de Rohani, apoyado por el gran capital, apunta en esa dirección. El nuevo presidente ha logrado concitar, en ese cuadro, un respaldo popular. Existe la ilusión de que la “apertura” podría darle salida a una situación insostenible. La cúpula clerical musulmana, que sigue manejando los resortes claves del Estado iraní, ha debido echar lastre y abrir una válvula de escape, temerosa de que la situación “derive en estallidos sociales” (BBC, ídem).

Nueva etapa

Rohani deberá gobernar en medio de este tembladeral y poner a prueba su capacidad para pilotear el proceso económico, atravesado por intereses encontrados. Por lo pronto, la nueva gestión acaba de señalar “la necesidad de una restructuración de libre mercado en la economía”. Ello comprende una poda importante “de los inmensos subsidios estatales que han mantenido a bajo precio interno las naftas y la energía domiciliaria” (El País, 24/11), lo que entra en choque con demandas populares apremiantes. Una tentativa parcial en esa dirección ya la ensayó Ahmadineyad, quien introdujo en 2010 un plan de reformas para paliar el déficit fiscal. Ese plan llevó a un incremento de los precios de alimentos y de energía, un alza de los costos de producción, un parate de la actividad económica y la caída del empleo. Un ajuste de este tipo, sin embargo, es el que quieren profundizar ahora el FMI y los organismos multilaterales de crédito.
Irán no escapa al cuadro de crisis políticas de fondo y de convulsiones sociales que hoy domina el escenario del Medio Oriente y del planeta. El pacto nuclear impuesto por el imperialismo es inseparable de esta declinación del régimen de los ayatollahs.

Pablo Heller

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