La guerra, es una institución más (la más cruenta y sangrienta) de las sociedades de clase y muy en particular del sistema capitalista y su régimen de dominio. Será también una institución inevitable de la época de transición al socialismo, época de guerras crisis y revoluciones, hasta que el derrocamiento del imperialismo acabe con las bases que la provocan. En Estrategia Internacional N°19 de 2003 escribíamos que para Trotsky “La “política militar proletaria” (PMP) fue una guía para intervenir activamente en la guerra, la más reaccionaria de las “instituciones” burguesas, pero una institución al fin tan utilizable por los revolucionarios, según lo definía, como lo era el parlamento”. Por eso los revolucionarios no podemos posicionarnos de antemano por lo progresivo o reaccionario de una guerra así como de alguno de sus bandos en pugna, sin distinguir previamente el carácter de la guerra particular frente a la que nos encontramos. Y esto sólo puede hacerse definiendo qué clase la dirige y con qué objetivos. Como decía Lenin en plena revolución rusa, “desde el punto de vista del marxismo, es decir, del socialismo científico contemporáneo, lo fundamental, para los socialistas que discuten cómo juzgar la guerra y cómo enfocarla, consiste en aclarar los fines de esta guerra, qué clases la han preparado y la dirigen. Nosotros, los marxistas, no pertenecemos al número de los enemigos incondicionales de toda guerra. (…) Hay guerras y guerras. Es necesario discernir de qué condiciones históricas surge la guerra, qué clases la sostienen y en nombre de qué.” (La guerra y la revolución, mayo de 1917).
En innumerables ocasiones, las clases dominantes han utilizado la guerra para enfrentar unos pueblos contra otros, por sus intereses de clase y evitando que dirijan su lucha contra los verdaderos opresores en sus propios países. El llamado a la guerra, la agitación del chauvinismo y patrioterismo, sirvieron no pocas veces para amortiguar temporalmente los antagonismo de clases y permitirle a la burguesía encabezar “una gran empresa nacional” desviando sus problemas al exterior. Ha sido utilizada a favor de los intereses de las burguesías imperialistas para disputarse territorios y mercados, utilizando a las masas laboriosas como carne de cañón en grandes y brutales matanzas .
La guerra se convierte en este caso en una institución reaccionaria y el proletariado no tiene ningún interés en ella, por el contrario, debe oponerse decididamente. Su vanguardia más consciente explicará a las masas explotadas y oprimidas dónde está su verdadero enemigo, su propia burguesía, y dónde sus aliados de clase, los trabajadores y el pueblo pobre del otro lado de las fronteras. Así, los revolucionarios durante la Primera Guerra Mundial, agrupados como el ala izquierda de la Segunda Internacional, entre ellos Lenin, Trotsky o Rosa Luxemburgo, lucharon primero contra el advenimiento de la guerra denunciando los objetivos y planes reaccionarios de cada burguesía “nacional”. Luego, cuando las burguesías desataron la carnicería mundial, levantaron la posición de principios del “derrotismo revolucionario”, basado en la idea de que el verdadero enemigo estaba en el propio país, es decir en los capitalistas franceses, alemanes, ingleses o en la aristocracia rusa, por lo que se trataba del objetivo estratégico de “transformar la guerra imperialista en guerra civil (de los explotados contra los explotadores, NdA)”, o sea, revolución.
Décadas más tarde, y frente al inminente estallido de la Segunda Guerra Mundial, Trotsky elaboró junto a los fundadores de la IV Internacional, tres “Manifiestos sobre la Guerra” en los que denunciaba la nueva carnicería humana que perpetraban los explotadores en todo el mundo. En ellos desarrolló, sobre la experiencia anterior del “derrotismo revolucionario” y teniendo en cuenta el fenómeno nuevo del fascismo y el nazismo, la “Política Militar Proletaria”. Ella planteaba que “Los triunfos y bestialidades de Hitler provocan naturalmente el odio exasperado de los obreros de todo el mundo. Pero entre este odio legítimo de los obreros y la ayuda a sus enemigos más débiles pero no menos reaccionarios hay una gran distancia. El triunfo de los imperialistas de Gran Bretaña y Francia no sería menos terrible para la suerte de la humanidad que el de Hitler y Mussolini. No se puede salvar la democracia burguesa. Ayudando a sus burguesías contra el fascismo extranjero los obreros sólo acelerarán el triunfo del fascismo en su propio país. La tarea planteada por la historia no es apoyar a una parte del sistema imperialista en contra de otra sino terminar con el conjunto del sistema” (Manifiesto, mayo 1940). Y continuaba planteando luchar por que el proletariado a través de sus organizaciones (sindicatos, etc.) se instruya militarmente y se arme bajo el objetivo estratégico de que “Al mismo tiempo, no nos olvidamos ni por un momento de que esta guerra no es nuestra guerra. A diferencia de la Segunda y la Tercera Internacional (socialdemocracia y stalinismo, NdA), la Cuarta Internacional no construye su política en función de los avatares militares de los estados capitalistas sino de la transformación de la guerra imperialista en una guerra de los obreros contra los capitalistas, del derrocamiento de la clase dominante en todos los países, de la revolución socialista mundial.” (ídem). Al mismo tiempo esta política para que el proletariado pudiera intervenir revolucionariamente en la guerra, daba respuesta a los nuevos problemas planteados en la arena internacional como era la defensa incondicional del estado obrero de la URSS erigido a partir de la gran revolución de Octubre, sin por ello subordinarse en lo más mínimo a la política y estrategia de Stalin.
Otros tipos de guerra que no apoyamos
Tampoco el proletariado tiene interés ni “toma partido” en guerras fratricidas entre países semicoloniales o coloniales de las que podemos citar la Guerra del Chaco (1932-1935) entre Bolivia y Paraguay que expresaban los intereses de los imperialismos yanqui e inglés, la guerra entre Perú y Ecuador de 1995 y otros casos similares. Allí, claramente, lejos de optar por uno u otro bando correspondía luchar contra la guerra, con un programa revolucionario, en ambos lados.
De la misma manera, los revolucionarios nos oponemos a las guerras civiles fratricidas entre etnias o minorías por ejemplo de varios países y regiones de África a menos que expresen la lucha de una nacionalidad o minoría sojuzgada (como sucedió en la Guerra de los Balcanes en la década de 1990 donde apoyamos a bosnios y albano kosovares y decididamente estuvimos contra la opresión Gran Serbia) o que algún imperialismo o potencia opresora esté detrás de alguno de los bandos en lucha. No sirven a los intereses del proletariado nacional e internacional por ejemplo las guerras civiles religiosas como la desatada en Irak entre suníes y chiítas durante la ocupación norteamericana que fue funcional a discutir el reparto de poder post ocupación y no parte, aunque sea muy distorsionada, de una resistencia nacional al ocupante imperialista.
Guerras justas y progresivas
Como definió Lenin, a su vez existen guerras justas y progresivas como pueden ser las guerras de liberación, entre países semicoloniales y el imperialismo, o de estados obreros frente al imperialismo como en el caso de la invasión norteamericana en Bahía Cochinos en abril de 1961 contra la Cuba revolucionaria.
También puede haber guerras revolucionarias, por ejemplo, de un país donde los obreros tomaron el poder, en ayuda de los obreros insurrectos de otro país donde se lucha por el poder, o para derrotar la agresión contrarrevolucionaria de países vecinos agentes del imperialismo, u otras variantes, donde no sólo “apoyamos” al campo progresivo, sino que “es” sin más nuestro campo: el del proletariado revolucionario en armas.
Otro tipo de guerras en las que los revolucionarios no podemos ser “neutrales” son aquellas en que pueblos oprimidos enfrentan al imperialismo, donde sin dudas nos ubicamos en el campo militar de los oprimidos contra los opresores, sin que esto implique ningún compromiso o apoyo político a su dirección. Además del gran ejemplo histórico de Vietnam (contra los imperialismos japonés, francés y norteamericano desde la Segunda Guerra Mundial hasta 1975), es el caso de la guerra civil en Nicaragua (1978) que derrotó al dictador Somoza (1979) en la revolución nicaragüense, y el caso de la guerra civil salvadoreña en los ‘80, donde nos ubicamos claramente del lado del FSLN y el FMLN militarmente. Así también en las guerras de liberación nacional como Angola (1961-1975) y Mozambique (1964-1974) contra el imperialismo portugués (o más tarde en el caso de Angola contra la Sudáfrica del Apartheid), Argelia (1954-1962) contra el imperialismo francés. También es el caso de la justa y progresiva resistencia palestina a la opresión israelí, pese a sus direcciones nacionalistas burguesas o islamistas.
De la misma manera nos ubicamos sin dudas en el campo militar de la nación oprimida en caso de agresión militar imperialista como en el caso de la Guerra de Malvinas (1982), la Guerra del Golfo contra Irak (1991), o las invasiones yanquis a Afganistán e Irak (2001 y 2003). Los revolucionarios pelearemos con un programa completamente independiente de la dirección (en estos casos de sangrientas dictaduras) que apunte a barrerla al calor de la propia lucha contra el imperialismo, pero no dudamos del campo militar en que nos ubicamos.
Por eso los revolucionarios debemos evaluar cada guerra en particular de forma marxista y teniendo en cuenta que es “la continuación de la política por otros medios” para determinar la ubicación concreta y la política y el programa a levantar de acuerdo a los intereses del proletariado y de la revolución socialista internacional.
Diego Dalai, Simone Ishibashi
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