martes, diciembre 17, 2013

La ciencia, las “carreras científicas” y las revistas especializadas de “lujo”

“Por qué revistas como ‘Nature’, ‘Science’ y ‘Cell’ hacen daño a la ciencia” [1] es el título de un reciente artículo de R andy Schekman [RS], un biólogo estadounidense ganó el Nobel de Medicina de 2013, publicado en The Guardian.
Soy científico, declara RS. El mío, señala en términos muy clásicos, “es un mundo profesional en el que se logran grandes cosas para la humanidad”. Empero “está desfigurado por unos incentivos inadecuados”. ¿Por qué? Porque “los sistemas imperantes de la reputación personal y el ascenso profesional significan que las mayores recompensas [que no cuestiona] a menudo son para los trabajos más llamativos, no para los mejores”. Este es el punto. Aquellos científicos que responden a estos incentivos, señala autocríticamente, “estamos actuando de un modo perfectamente lógico —yo mismo he actuado movido por ellos—, pero no siempre poniendo los intereses de nuestra profesión por encima de todo, por no hablar de los de la humanidad y la sociedad”.
La analogía de RS: todos conocemos lo que los incentivos distorsionadores han hecho a las finanzas y la banca. “Los incentivos que se ofrecen a mis compañeros no son unas primas descomunales, sino las recompensas profesionales que conlleva el hecho de publicar en revistas de prestigio, principalmente Nature, Cell y Science”. Se supone, continúa, que estas grandes publicaciones, “de lujo” las llama, son el paradigma de la calidad, “que publican sólo los mejores trabajos de investigación”. Por ello, y dado que los comités encargados de la financiación científica y los nombramientos académicos “suelen usar el lugar de publicación como indicador de la calidad de la labor científica”, el tener publicaciones en estas revistas suele “traer consigo subvenciones y cátedras”.
Sin embargo, desde su punto de vista crítico, “la reputación de las grandes revistas solo está garantizada hasta cierto punto”. Publican artículos extraordinarios; de acuerdo. Pero “eso no es lo único que publican” y, además, “tampoco son las únicas que publican investigaciones sobresalientes”.
Hay más. Las revistas señaladas o publicaciones afines “promocionan de forma agresiva sus marcas, de una manera que conduce más a la venta de suscripciones que a fomentar las investigaciones más importantes”. Al igual que los diseñadores de moda que crean bolsos o trajes de edición limitada, la comparación es de RS, “saben que la escasez hace que aumente la demanda, de modo que restringen artificialmente el número de artículos que aceptan”. Estas “marcas exclusivas”, la expresión el del Nobel, “se comercializan empleando un ardid llamado “factor de impacto”, una puntuación otorgada a cada revista que mide el número de veces que los trabajos de investigación posteriores citan sus artículos”. El presupuesto científico-cultural aceptado acríticamente es que “los mejores artículos se citan con más frecuencia, de modo que las mejores publicaciones obtienen las puntuaciones más altas”. La medida está viciada: “persigue algo que se ha convertido en un fin en sí mismo”, y que, de nuevo una comparación financiera, “es tan perjudicial para la ciencia como la cultura de las primas lo es para la banca” (sin serlo, por otra parte, diría un ejecutivo de banca desde su óptica estricta).
Es habitual, recuerda RS, que muchas revistas “de nombre” lo fomentan, que una investigación sea juzgada “atendiendo al factor de impacto de la revista que la publica”. Empero como la puntuación de la publicación es una media, observa con razón RS, dice poco de la calidad de una determinada y concreta investigación. Puede tenerla o puede estar cubierta por el valor medio.
Además, las citas que se efectúan están relacionadas con la calidad científica “pero no siempre”. Un artículo puede haber sido “muy citado porque es un buen trabajo científico”, o bien, lo que no es lo mismo, “porque es llamativo, provocador o erróneo”. El punto es importante: “los directores de las revistas de lujo lo saben, así que aceptan artículos que tendrán mucha repercusión porque estudian temas atractivos o hacen afirmaciones que cuestionan ideas establecidas”, lo que influye en la práctica científica real, en los trabajos que realizan y realizarán las comunidades científicas. Se crean “burbujas en temas de moda en los que los investigadores pueden hacer las afirmaciones atrevidas que estas revistas buscan”. Pero, señala RS, “no anima a llevar a cabo otras investigaciones importantes, como los estudios sobre la replicación”.
En casos extremos, el atractivo de “las revistas de lujo”, la expresión también es de RS, “puede propiciar las chapuzas y contribuir al aumento del número de artículos que se retiran por contener errores básicos o ser fraudulentos”. Ejemplos de ello: “Science ha retirado últimamente artículos muy impactantes que trataban sobre la clonación de embriones humanos, la relación entre el tirar basura y la violencia y los perfiles genéticos de los centenarios”. Y lo que quizá es peor, añade RS: “no ha retirado las afirmaciones de que un microorganismo es capaz de usar arsénico en su ADN en lugar de fósforo, a pesar de la avalancha de críticas científicas”. No todos los disparates se publican, pues, en Social Text o en revistas de ciencias sociales, esas que algunos científicos naturales y muchos filósofos-epistemólogos suelen mirar por encima del hombro y, de entrada, con perspectiva hipercrítica y descalificadora.
Hay una vía mejor, es la tesis de RS, “gracias a la nueva remesa de revistas de libre acceso que son gratuitas para cualquiera que quiera leerlas y no tienen caras suscripciones que promover”. Nacidas en Internet, estas revistas pueden aceptar “todos los artículos que cumplan unas normas de calidad, sin topes artificiales”. Muchas (es decir, no todas) están dirigidas por científicos en activo “capaces de calibrar el valor de los artículos sin tener en cuenta las citas”. Él mismo lo ha comprobado “dirigiendo eLife, una revista de acceso libre financiada por la Fundación Wellcome, el Instituto Médico Howard Hughes y la Sociedad Max Planck”, donde, afirma, se publican trabajos científicos de talla mundial cada semana.
Los patrocinadores (en parte, financiación privada) y las universidades (públicas o privadas) también tienen un papel en todo esto, señala finalmente RS. “Deben decirles a los comités que toman decisiones sobre las subvenciones y los cargos que no juzguen los artículos por el lugar donde se han publicado”. Lo que importa, señala con obviedad, “es la calidad de la labor científica, no el nombre de la revista”. ¿Y cómo se lleva a término un principio básico de esta naturaleza? ¿Qué científicos pueden juzgar teniendo e cuenta únicamente la calidad de los trabajos científicos del, digamos, opositor o demandante de financiación?
Lo más importante de todo: “los científicos tenemos que tomar medidas. Como muchos investigadores de éxito, he publicado en las revistas de renombre, entre otras cosas, los artículos por los que me han concedido el Premio Nobel de Medicina”. Pero ya no más afirma RS. “Ahora me he comprometido con mi laboratorio a evitar las revistas de lujo, y animo a otros a hacer lo mismo”. ¿Están todos los científicos en activo en condiciones de tomar esta actitud? ¿No existen peligros semejantes en la opción que RS señala?
El sueño humanista-neoliberal parece apropiarse de la aguda mente de RS a continuación: “al igual que Wall Street tiene que acabar con el dominio de la cultura de las primas, que fomenta unos riesgos que son racionales para los individuos, pero perjudiciales para el sistema financiero, la ciencia debe liberarse de la tiranía de las revistas de lujo”. No hay cuestionamiento del sistema; se trata de pulir algunos defectos, algunas “locuras”. La consecuencia del camino defendido, en opinión de RS, sería una investigación mejor que sirva de mejor modo no sólo a la ciencia sino también a la sociedad.
No estoy en condiciones de asegurar qué concepto de sociedad tiene en mente el Nobel de 2013.
El comentario de Javier Sampedro [2] sobre la reflexión de RS merece ser tenido también en cuenta.
Nuestro mundo se rige por la ciencia en mayor medida de lo que creemos, afirma JS. “Un gobernante puede creer que su raza -o su aldea, ya puestos- es superior a las demás, pero no podrá salirse con la suya sin una ciencia independiente y de calidad que lo apoye”. Del mismo modo, “un magnate pagará un montón de dinero para hacer creer a la gente que su pasta de dientes, su fuente de energía o sus medios de comunicación son superiores a los demás”, pero fracasará, asegura JS en tesis de alto riesgo, si no puede aportar evidencias científicas (¿cómo se aportan evidencias científicas de que unos “medios de comunicación son superiores a los demás”?). En opinión del científico-periodista de El País, “los alimentos que comemos, la información que creemos y los medicamentos que tragamos dependen crucialmente de una ciencia solvente, honrada y evaluada con criterio y transparencia”. No está nada claro esa dependencia crucial que señala- Sea como fuere, tenemos ese ciencia se pregunta.
El último premio Nobel de Medicina, recuerda, cree que no. “La mayoría de los galardonados con esa cima de las distinciones científicas dedican su visita a Estocolmo a mayor gloria de sí mismos, o simplemente a hacer turismo. Schekman ha preferido montar un pollo”. Uno importante si hemos de ser justos, en opinión de JS. Su resumen: las grandes revistas científicas de élite distorsionan el proceso científico o, lo que es peor, “ejercen una “tiranía” sobre él que no solo desfigura la imagen pública de la ciencia, sino incluso sus prioridades y su funcionamiento diario”.
Para reforzar su punto de vista, RS, recuerda Sampedro, “ha anunciado su decisión solemne de no publicar nunca más en Nature, Science y Cell, las tres revistas científicas con más índice de impacto, una medida de su influencia en otros científicos”. Su intención, en arriesgada opinión de JS, es denunciar, “con unas dosis de autocrítica que se echan de menos en la clase política y otras” señala, “las distorsiones que esas grandes editoriales científicas ejercen sobre el progreso del conocimiento”. Schekman denuncia que la admisión de un texto puede estar sujeta, lo que es más que una simple sospecha, “a consideraciones de política científica, presiones o incluso contactos personales”.
Peter Lawrence, un biólogo de la Universidad de Cambridge,no solo apoya las tesis de Schekman sino que viene sosteniendo posturas similares desde hace 10 años. Lawrence y otros científicos, comenta JS, “han escrito artículos en las revistas científicas y presentado quejas ante los centros de decisión, pero no han logrado gran cosa, ni siquiera elevar el tema a la opinión pública”. Lawrence está contento de que Schekman haya aprovechado su premio Nobel “para remar contra corriente e intentar empujar lo que considera una buena causa. La autocrítica es inmanente a la ciencia: es lo que mejora sus experimentos y teorías, y lo que puede mejorar sus formas, su financiación y su comunicación pública”. Más Lawrence: “Muchos investigadores son plenamente conscientes de cómo la evaluación del trabajo científico y su tasación por los burócratas está asesinando la ciencia. Por supuesto que todos somos culpables de haber representado nuestro papel, y así lo admite el propio Randy (Schekman); pero es bueno que esté utilizando su premio Nobel para publicitar sus opiniones, y espero que ello incremente la percepción pública de por qué la ciencia ha perdido su corazón”.
Lawrence, por cierto, escribió un artículo de referencia sobre el asunto hace unos diez años y curiosamente en una de las revistas criticadas, en Nature. “Cuando lo escribí en 2003, recibí casi 200 cartas, en su mayoría de jóvenes que sentían que los sueños que les habían llevado a convertirse en científicos habían sido rapiñados; el punto principal, entonces y ahora, es que los artículos científicos se han vuelto símbolos para el progreso en la profesión científica, y los verdaderos propósitos de comunicación y registro están desapareciendo”.
No es el único científico en mantener esta opinión. “Otro científico relevante que apoya la protesta del Nobel Schekman es Michael Eisen, profesor de la Universidad de California en Berkeley y uno de los fundadores de Public Library of Science (PLoS), la primera y principal colección de revistas científicas publicadas en abierto”, con una voluntad de transparencia que les ha llevado “a hacer pública la identidad de los dos o tres científicos, o reviewers, que revisan los manuscritos y deciden sobre su publicación”. El comentario de Eisen: “Lo que ha dicho Randy (Schekman) es importante. Si otros científicos siguieran esa vía, podrían enmendar muchos problemas de la comunicación científica en un solo movimiento. Hablando como alguien que ya abandonó esas revistas (Nature, Science y Cell) hace 13 años, y que ha estado intentando convencer a sus colegas para que hagan lo mismo desde entonces, me temo que la estructura de incentivos que Randy denuncia es tan poderosa y ubicua que ni siquiera el liderazgo de un premio Nobel tan brillante y respetado podrá disolverla. Si realmente queremos arreglar las cosas necesitamos que todos los científicos ataquen el uso de las publicaciones para evaluar a los investigadores, y que lo hagan siempre que tengan ocasión: cuando contraten científicos para su propio laboratorio o departamento, cuando revisen las solicitudes de financiación o juzguen a los candidatos a una plaza”.
JS comenta que solicitó su perspectiva a los editores de Nature, Science y Cell. Sus respuestas:
Monica Bradford, editora ejecutiva de Science. “Nuestra política de aceptación no se rige por consideraciones de impacto sino por el compromiso editorial de proveer acceso a investigaciones interesantes, innovadoras, importantes y que estimulen el pensamiento en todas las disciplinas científicas”. La revista Science se publica por la AAAS (Asociación Americana para el Avance de la Ciencia), organización sin ánimo de lucro, “y trabaja duro para garantizar que la información científica revisada por pares se distribuye al mayor público posible... los presupuestos para el número de páginas y los niveles de aceptación de manuscritos han ido de la mano históricamente; tenemos una gran difusión, e imprimir artículos adicionales tiene un gran coste económico”.
Emilie Marcus, de Cell: “Desde su lanzamiento hace casi 40 años, Cell se ha concentrado en una visión editorial fuerte, un servicio al autor de primera fila en su clase con editores profesionales informados y accesibles, una revisión por pares rápida y rigurosa por investigadores académicos de primera línea, y una calidad sofisticada de producción. La razón de ser de Cell es servir a la ciencia y a los científicos, y si no logramos ofrecer esos valores a nuestros autores y lectores, la revista no prosperará; para nosotros esto no es un lujo, sino un principio fundacional”.
JS señala que las revistas de primera fila, las “de lujo” en expresión de RS, reciben tal cantidad de manuscritos cada semana que, por simples consideraciones materiales, “tienen que rechazar cerca del 90% de esos trabajos”. La cuestión sería, en principio, un mero dilema editorial “si no fuera porque la carrera de cualquier científico, sobre todo de los jóvenes, depende estrictamente del número de publicaciones que consiga con su investigación, en particular en las grandes revistas de más impacto.”
Tal vez haya que pensar también en otra forma de entender la ciencia, la “carrera” científica, no a partir forzosamente de la supervivencia del más apto, del más listo y del que más y “mejor” publica. La tentación al fraude como es sabido, las corruptelas y empujoncitos al compañero, la ocultación de temas e investigaciones que son míos y sólo míos, son más que evidentes en este marco.

Salvador López Arnal

Notas:

[1] http://sociedad.elpais.com/sociedad/2013/12/11/actualidad/1386798478_265291.html
[2] http://sociedad.elpais.com/sociedad/2013/12/11/actualidad/1386797483_412515.html

Salvador López Arnal es nieto del cenetista asesinado en mayo de 1939 –delito: “rebelión militar”-: José Arnal Cerezuela.

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