sábado, diciembre 28, 2013

¿Qué se puede escribir ante la muerte?

¿Qué se puede escribir ante la muerte? ¿Qué se puede escribir ante la muerte de un ser querido, debería ser la pregunta? ¿Qué sensaciones expresar? ¿Qué cosas transmitir? ¿Cómo mostrar el dolor y la tristeza? ¿Qué es querer a alguien?
Hoy se cumplen tres años de la muerte de mi vieja. Hace un año escribimos (escribí debería decir) esto. Esas líneas se habían escrito (valga la redundancia) a pocas semanas de la muerte de mi vieja. Era una forma de decir cuánto la extrañaba y cuanta extrañaba sus condenas constantes a mi militancia. Cuanto extrañaba ese decir “no vas a ningún lado con eso que estás haciendo”. Una amiga me dijo que cargaban mucha tristeza. Es más que cierto.
Y a pesar de eso, de tanta crítica y de tanta condena, a veces -como le decía a mi compañera ayer- me siento con unas ganas enormes de ir a verla, de tomarme el colectivo, de llegar a Alta Gracia, hasta esa casa que ya no existe, o por lo menos no existe para nosotros (para mis hermanos y yo) y contarle algo. Algo. Lo que sea, cualquier cosa, desde la última materia de la facultad hasta que hace un calor de mierda.
Y la verdadera mierda es no poder hacerlo. La verdadera mierda es poder subirse al bondi, cruzar la ciudad, llegar a una puerta que no es la puerta de todos estos años y no verla. No encontrarla para decirle sólo una pavada.
Se pueden escribir muchas cosas sobre la muerte. Saramago escribió uno de los libros más geniales que leí en mi vida. Saramago nos hizo “querer” a la muerte. Ver su enorme “labor humanitaria”, su sentido, la irracionalidad de su ausencia. Serrat pudo escribir una de las canciones más bellas sobre la muerte. Uno mismo mirando a la muerte de costado. A la propia. A la que pisa nuestro huerto. Pero ese tipo de escritos sólo se reservan a genios de la talla de Saramago o Serrat.
Y sin embargo la muerte sigue siendo tan mierda en esta sociedad. Sigue siendo el fin. Sigue siendo el día a día para miles o millones que no paran de morir injustamente.
Hace pocos días se fue la vieja de un amigo. Imposible no sufrirlo, no sentirlo casi como propio. Hace casi veinte años que nos conocemos y compartimos más que amistad. Es mentira que veinte años no es nada. Una absoluta farsa. Y aunque casi no conocí a la Pocha, imposible no sentirla como propia por momentos, imposible no sentir que era mi vieja, o la vieja de muchos de nosotros. Esa vieja que, a pesar de todo, te “bancaba”. Esa vieja que te puteaba y te decía que estabas perdiendo el tiempo, pero te bancaba igual. Esa vieja que era de fierro y era re-frágil a la vez. Esa vieja que estaba, que estuvo.La Madre de Gorki sin llegar a serlo.
Se pueden escribir muchas cosas y ninguna sobre la muerte. Se puede decir de todo sin decir nada y escribir líneas y líneas sin afirmar absolutamente nada. Eso hacemos en este momento. Pero lo hacemos porque hace falta hacerlo. Lo hago para ser preciso. Siempre escribo en plural en este blog. Hoy no. Es mi vieja. Es la Pocha, pero no la de todos.
Se pueden escribir muchas cosas sobre la muerte. Como dijimos una vez, el problema es desde donde se escribe. Qué guía nuestra pluma, o nuestro teclado, o nuestros dedos.
Será por eso que acá escribimos sobre la muerte como escribimos sobre todo. Escribimos desde la izquierda, desde la revolución, desde la lucha, desde la loca idea de barrer con todo lo establecido. Desde ahí le damos al teclado.
Y por eso pensamos, o pienso (eso es lo correcto decir, porque este es un blog colectivo) la muerte como parte de la vida. Como lo que viene. No hemos visto muchas muertes. Vimos, sufrimos, sentimos, la de Mariano Ferreyra. Cada 20 de octubre nos llenamos de odio por esa muerte. Pero hemos visto, aún, pocas.
Trotsky escribió ante la tumba de su amigo Kote Tsintsadze que “Tsintsadze fue la viva negación del arribismo político, es decir, de la tendencia a sacrificar los principios, ideas y objetivos de la causa a los fines personales. Eso de ninguna manera se contrapone con la sana ambición revolucionaria. No, la ambición política cumple un gran papel en la lucha. Pero revolucionario es aquel que subordina totalmente su ambición personal al gran ideal, aquel que se somete y se hace parte de él. Durante toda su vida y en el momento de su muerte Tsintsad­ze repudió sin misericordia el coqueteo con las ideas y la actitud diletante hacia éstas por ventajas personales. Su ambición fue la inconmovible lealtad revolucionaria”.
Engels escribió, ante la tumba de Marx, que “Marx era, ante todo, un revolucionario. Cooperar, de este o del otro modo, al derrocamiento de la sociedad capitalista y de las instituciones políticas creadas por ella, contribuir a la emancipación del proletariado moderno, a quién él había infundido por primera vez la conciencia de su propia situación y de sus necesidades, la conciencia de las condiciones de su emancipación: tal era la verdadera misión de su vida. La lucha era su elemento. Y luchó con una pasión, una tenacidad y un éxito como pocos”
¿Cómo terminar un post que no es un post? No lo sé. Un blog tiene todas las ventajas de ser una especie de ventana propia al mundo. Uno puede escribir de política, como lo hace siempre, de ideología o de teoría. Puede escribir lo que sea, incluso esto, que no sabemos que es, salvo la expresión de profundos sentires que anidan ahí, adentro, en el cuerpo, en la cabeza, en donde sea.
Sólo una cosa sabemos (para ser más preciso, sé), escribimos desde la lucha, desde Marx y desde Tsintsadze. Somos luchadores, revolucionarios, trotskistas, bolcheviques. Y lo somos más allá de la muerte.

EC

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