lunes, junio 06, 2016

Un peleador contra el racismo y la guerra imperialista



“Se parece mucho más a un Nureyev que a un peleador de tabernas”

Norman Mailer

“¡Cassius Clay!”, gritó el oficial a cargo del centro de reclutamiento de Houston. Nadie se incorporó. Dos veces más repitió el hombre su llamado, pero Muhammad Ali permaneció sentado. Transcurría el año 1966, en plena guerra de Vietnam. Cuando un juzgado citó al entonces campeón mundial de los pesados para que respondiera por su negativa a incorporarse al servicio militar, él envió una carta que entre otras cosas decía:
“¿Por qué habría de disparar yo un fusil contra los vietnamitas? Ellos nunca me han llamado nigger, nunca me colgaron de un árbol, nunca me lanzaron sus perros. Si he de morir ha de ser aquí… ¡Ustedes son mis enemigos!”
Amigo de Malcom X, el luchador negro que proclamaba el combate armado contra la opresión de su pueblo y llamaba “Tío Tom” al pacifista Martin Luther King, Ali había nacido en 1942 con el nombre de Cassius Marcellus Clay: “Mi nombre de esclavo”. Ali jamás permitía que lo llamaran “Cassius Clay”, y su rival Ernie Terrell lo supo cuando pelearon en 1967. Terrell, durante los días previos a la pelea y en el pesaje, insistentemente lo llamó “Clay”. El combate fue para él un martirio. Ali no quiso noquearlo y en cambio lo castigó tenazmente durante 15 rounds mientras a cada golpe le gritaba: “¿Cómo me llamo?” “¿Cuál es mi nombre?”
Esa rebelión contra la convocatoria a las armas tuvo para él consecuencias directas e inmediatas: un tribunal lo condenó a cinco años de prisión -quedó libre bajo fianza- y a pagar una multa de 10 mil dólares. Una hora después de la sentencia, le fueron quitados los títulos de campeón de la Asociación Mundial de Boxeo y de la Comisión Atlética de Nueva York. También se le quitó la licencia para boxear y le fue retirado el pasaporte. Esa postura de Ali contra la guerra precedió a la de la mayoría de los organismos de derechos civiles: Martin Luther King, por ejemplo, solo un año después repudió la invasión a Vietnam, cuando se multiplicaban las bolsas con cadáveres norteamericanos y las manifestaciones antibelicistas; y, desde ya, crecía la popularidad de Muhammad Ali por aquella actitud.

Boxeo y lucha política

Las manifestaciones contra la guerra coincidían con una lucha política intensa dentro del pueblo afroamericano. Ali había tomado su nombre en homenaje a Elijah Muhammad, líder de Nación Islámica, el grupo al que también pertenecía, conflictivamente, Malcom X. Hubo allí rupturas y separaciones que involucraron al campeón pesado, pero en cualquier caso la lucha contra la discriminación racial y contra la agresión norteamericana a Vietnam estuvo en el comienzo impetuoso de la penetración islámica, a nivel de masas, en territorio de los Estados Unidos. Y el papel de Ali en aquellos hechos no fue menor, favorecido obviamente por su enorme popularidad. Ya antes de negarse a servir en las fuerzas armadas, había hecho una gira, en 1964, por diversos países de África, desde Ghana a Egipto, en medio de guerras independentistas y de liberación nacional.
Cuando volvió a boxear en 1970, después de que la Corte Suprema aceptara su alegato de objeción de conciencia para cumplir sus obligaciones militares, ya no era el mismo boxísticamente. Había perdido la velocidad que sustentaba su estilo, pero sería entonces, ya disminuido, cuando alcanzaría su magnitud más grandiosa, cuando libraría esas batallas feroces contra George Foreman, Ken Norton o aquellas tres peleas históricas contra Joe Frazier.
Políticamente tampoco era el mismo. En 1969, mientras estaba suspendido, había roto con Nación Islámica. Continuó siempre su defensa de los derechos civiles del pueblo negro, pero ahora con una actitud más moderada, más proclive a la que había sostenido Martin Luther King que a la de Malcom X; por lo demás, ya ambos líderes negros habían sido asesinados, Malcom en 1965 y Luther King en 1968. Antes de ese regreso habrían sido impensables las reuniones que luego tuvo con James Carter y Ronald Reagan, o que George W. Bush lo condecorara.
Fue, con toda seguridad, el mejor boxeador de todos los tiempos. Podía tener la agilidad, la elegancia, velocidad y eficacia de un Ray Robinson o un Ray Leonard, pero él era peso pesado y el campeón mundial de los pesados bien puede ser considerado el hombre más fuerte del mundo. Y si el hombre más fuerte del mundo se parece más a un Nureyev que a un peleador de tabernas, se sobreentiende que se está ante alguien único.
Y la historia política de los Estados Unidos, y la del pueblo negro por su liberación, guardarán para él el registro de aquel latigazo público: “¡Ustedes son mis enemigos!”.

Alejandro Guerrero

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