La Reserva Federal de Estados Unidos anunció ayer el plan más agresivo de estímulo financiero desde 2008, cuando comenzó la Gran Recesión.
Por un lado, ha puesto los tipos de interés a cero y, por otro, realizará compras de activos en las bolsas por valor de 700.000 millones de dólares.
¿Para qué servirá esto y para qué no?
La nueva bajada de tipos de interés no aporta casi nada. Teóricamente, persigue que la financiación sea más barata para las empresas y hogares y que así no se derrumbe el gasto en consumo e inversión.
Pero en las actuales circunstancias, y con los tipos ya por los suelos, será una medida bastante inútil.
Las empresas bajarán la inversión por la expectativa de caída de las ventas y de los beneficios en una posible nueva fase de recesión y por los efectos del coronavirus. Y los hogares por la pérdida de ingresos, de movilidad y por el temor a que vengan tiempos peores.
Con tipos más bajos, los bancos deben dar más créditos para obtener la misma rentabilidad y eso, si es que ocurre, empeorará su solvencia.
Y, en todo caso, hay que tener en cuenta que los tipos a cero son los de referencia, los que aplique la Reserva Federal a sus operaciones con la banca privada. Pero esta última luego presta a los tipos de mercado que son bastante más elevados. Sobre todo, los de operaciones que dirigidas a las empresas y hogares en mayores dificultades y, por tanto, con más riesgo de provocar fallidos.
Poner a cero los tipos de referencia en medio de una emergencia sanitaria y cuando no se tiene seguridad de que los bancos trasladen la mayor liquidez a la economía productiva, sino a mejorar su balance, es como tratar de empujar con una cuerda o tratar de salir uno mismo de un hoyo tirándose de los pelos. Es imposible.
Por otro lado, gastarse 700.000 millones de dólares en comprar activos sí va a tener efectos inmediatos y muy claros: salvar el patrimonio de los grandes poseedores de acciones y bonos, es decir de las grandes empresas y de las personas más ricas del planeta.
Desde 2008, realizando periódicamente estas compras, la riqueza del 10% de los hogares más ricos ha subido unas 115 veces más que la del 10% más pobre. Y es lógico.
En los últimos años, las grandes empresas han obtenido beneficios extraordinarios que han dedicado en buena parte a comprarse sus propias acciones o activos financieros de todo tipo, y los bancos centrales han ido comprando títulos sin parar. Los algoritmos que dominan casi el 70% de las operaciones de compra y venta y que están programados solo para lograr ganancias especulativas han hecho el resto. Y la consecuencia de todo eso ha sido que las cotizaciones se hayan disparado. Cuando las cosas han empezado a cambiar y las burbujas se desinflaban, el pánico hizo de las suyas y los inversores han reclamado que la Reserva Federal intervenga para evitar el derrumbe.
Mi previsión es que esta intervención y las que seguirán van a producir efectivamente una recuperación de las bolsas. Incluso es posible que una nueva onda súper alcista. Pero si en el futuro inmediato reaparecieran nuevas chispas de inestabilidad (¿alguien se atreve a descartar algo así?), el remedio será peor que la enfermedad y se produciría un cataclismo histórico.
Es verdad que las medidas de ayer no son las únicas excepcionales. El gobierno de Trump había reducido el presupuesto dedicado a combatir pandemias y en Estados Unidos hay 34 millones de personas que no cobran si se dan de baja, otros 30 millones sin seguro médico, 500.000 sin hogar y 2,2 millones en cárceles con condiciones higiénicas regulares. Eso hace que la extensión de la pandemia pueda ser allí extraordinaria y mucho peor de lo que se está diciendo. De ahí que se haya tenido que anunciar que se multiplicarán gratuitamente las pruebas y algunas ayudas a las personas y empresas, pero es tarde y las ayudas son de momento insuficientes. Desde luego, mucho menores que las que van a recibir los grandes inversores y los bancos.
Para evitar el desplome de las economías se necesita poner selectivamente el dinero en los bolsillos de la gente afectada y en la caja de las empresas, y recuperar el flujo en los procesos económicos básicos, en la producción, la distribución y el consumo. Y eso ni lo van a hacer bancos que lógicamente buscan su propia rentabilidad, ni los grandes inversores que van a recuperar su riqueza cuando le compren sus activos depreciados.
Hace faltan ayudas directas, hace falta una banca pública que se encargue de proporcionar esa financiación extraordinaria en situaciones de emergencia y un estímulo fiscal y productivo gigantesco, de la misma proporción del desastre que se avecina.
La Reserva Federal lo ha dejado claro, como ya pasó en la Gran Recesión: la bolsa es antes que la vida y los ricos van primero.
Lleva razón el presidente Trump cuando, después de anunciarse estas medidas, dijo que «Los mercados deben estar muy contentos». Los mercados sí, la gente normal y corriente no.
En Europa, mientras tanto, se reúne hoy el Eurogrupo. Mañana comentaremos lo que se acuerda, aunque lo que se sabe no nos permite ser optimistas.
Juan Torres López, Catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla. Autor de numerosos libros y trabajos científicos entre los que destacan últimamente Los amos del mundo. Las armas del terrorismo financiero y Lo que debes saber para que no te roben la pensión, escrito junto a Vicenç Navarro, y la última edición de Economía Política, un conocido manual de introducción a la economía. Su web es Ganas de Escribir.
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