martes, marzo 24, 2020

¡Fuera Bolsonaro! ¡Por el derecho a la vida: gobierno de los trabajadores!



Para vencer la batalla contra el coronavirus.

El dominio político del capital en la fase de su declive coloca permanentemente a clase trabajadora en situaciones al borde de la barbarie. La crisis económica mundial llevó al límite el proceso de retrocesos en las condiciones de vida de las masas trabajadoras brasileñas. El golpe del 2016 abrió un período de ataques sin precedentes a las conquistas de los trabajadores, ampliando la precarización del trabajo, el desguace de los servicios públicos y la reducción del presupuesto (salario indirecto) de las áreas sociales, con el establecimiento del techo de los gastos públicos, para garantizar el pago de los intereses sobre la deuda pública usuraria.
En medio a la más severa recesión de la historia brasileña y a una epidemia de desempleo, el régimen capitalista brasileño dio origen a un fenómeno político bizarro y sombrío. La llegada de Bolsonaro al poder fue la manifestación política de una profunda descomposición del Estado capitalista y al mismo tiempo la tortuosa reacción de las entrañas de ese mismo aparato estatal contra el riesgo de desintegración, con el objetivo de preservarlo. El agravamiento de la crisis mundial hizo que esa tentativa acabara acelerando el proceso de putrefacción. En la profunda perturbación provocada por los sucesivos golpes de la crisis, la gran burguesía, la pequeña burguesía parasitaria, el evangelismo mercantilista, el aparato represivo del Estado y sectores desclasados embarcaron en una aventura cuya aspiración común es el desmantelamiento total de las conquistas históricas de la clase trabajadora, incluyendo las libertades democráticas.
El primer año del gobierno Bolsonaro-Guedes - mismo con la preciosa ayuda del Congreso y de los partidos patronales en la aprobación de la reforma de la Previdencia - mal consiguió producir un crecimiento miserable del 1,1%, en el contexto de un desempleo oficial del 13% y de una precarización del trabajo sin precedentes en el último siglo. Los cortes en los presupuestos de la salud, educación y políticas sociales fueron todavía más profundos, sin disfrazar el objetivo de desintegrar y atomizar a la clase trabajadora para tornarla en una masa amorfa y desestructurada, con un monstruoso ejército de reserva siempre al servicio de la esclavitud capitalista. Este impulso es visto por muchos en la izquierda como una seña de vitalidad y fortalecimiento del régimen, cuando lo que muestra es en verdad una absoluta incapacidad para dar cualquier respuesta a las exigencias más elementales para poder hablarse de civilidad. La salvajería diaria de un lumpen elevado a jefe de Estado no es nada menos que el espejo de la falencia moral y política de la clase dominante brasileña, que finge verla como el efecto colateral de un fenómeno político tan folclórico como funcional a sus intereses.
En la avalancha causada por el coronavirus, donde ningún régimen está seguro, el Brasil es uno de los lugares donde la tendencia al colapso del orden social encuentra su expresión más aguda, como indican las caídas del real y del mercado accionario brasileño, entre las más pronunciadas de todos los grandes países capitalistas. La peculiaridad de la crisis del coronavirus contiene en su seno un salto de conciencia de los trabajadores que tendrá como eje de desenvolvimiento la movilización y la demanda masiva por el derecho a la vida y a la salud, de la misma forma en Brasil como en todos los países. La incapacidad de garantizar ese derecho y la acción sistemática de la clase capitalista para negarlo de todas las maneras posibles, a fin de limitarlo a un negocio privado - con retrocesos acumulados a lo largo de décadas que están gravados en la conciencia de las masas - será puesta al desnudo en el drama en curso. Las conmociones que se anuncian quedarán marcadas a fuego en la historia del Brasil y del mundo en las próximas semanas.
El COVID-19 ocurre en una fase de la crisis mundial que apenas aguardaba la señal para detonar la flagrante contradicción entre la parálisis productiva crónica y una masa colosal de capital ficticio totalmente insustentable, a un nivel más profundo, la contradicción entre la naturaleza social de la producción y la apropiación privada de los beneficios. Desde la crisis financiera del 2008, los bancos centrales han actuado como un pulmón de acero en el rescate del gran capital y del sistema social en agonía, para darle una sobrevivencia parasitaria y monstruosa con plazo de validad. Llegó la hora del acierto de cuentas, colocando delante de los ojos de las masas explotadas de todo el planeta el agotamiento histórico del orden social capitalista.
Las perspectivas sombrías de la situación brasileña anterior encuentran una seña irrefutable en la masiva salida de capitales del mercado brasileño - récord histórico en 2019 (US$ 44,5 mil millones), que todavía fue superado por un nuevo récord histórico ese año (US$ 44,8 mil millones hasta el 6 de marzo), ¡en menos de 70 días y antes del crash global! Temiendo una explosión de la caldera social en el país, el régimen solo aumentó, de todo el presupuesto nacional, los recursos destinados a los militares (110 mil millones de reales, aumento del 11%), a los que también concedió un régimen especial previdencial lleno de privilegios. En la crisis, los milicos brasileños garantizaron su propio “Mensalão”, a costas del hambre popular. Mismo esto no fue suficiente. Los fracasos de Bolsonaro y de Guedes los transformaron en agentes del debilitamiento de la autoridad del Estado, lo que fue provocando divisiones cada vez más serias en el seno del aparato de las Fuerzas Armadas.
El apoyo militar a Bolsonaro responde inicialmente a la visión de un ala dominante em la cúpula del Ejército para enfrentar la crisis histórica del capitalismo brasileño a través de un completo alineamiento con el imperialismo americano. Las características del experimento Bolsonaro abrirán serios cuestionamientos sobre la estabilidad del régimen como un todo. La condición de últimos garantes de la preservación del Estado capitalista llevó a un ala entera de los militares a distanciarse del gobierno, cuyo porta-voz es el general Santos Cruz (“Las Fuerzas Armadas no caen en cantos de sirenas de WhatsApp”, El País, 5/3), el general de mayor prestigio y autoridad sobre las tropas - ya considerado enemigo por la cloaca bolsonarista y hace pocos días amenazado de muerte.
Una alternativa "democrática" al gobierno fascista, con algunas salpicaduras nacionalistras-burguesas, fue lanzada y estaba ganando seguidores en el escenario pre-coronavirus, con un programa que proponía sacar la economía del pozo con el fin al techo de gastos públicos y un plan de inversiones. La riña de gallos entre el Congreso, Bolsonaro y Guedes sobre el Presupuesto Impositivo y la paralización del gobierno para elaborar los proyectos de reforma administrativa y tributaria fueron la expresión política de las divisiones dentro de la burguesía brasileña, con reflejos en la base del gobierno, y también de la escasez de medios políticos de Bolsonaro para imponer un rumbo. Fue eso lo que lo llevó a llamar a las personas a las calles contra el Congreso y el Supremo Tribunal Federal, bajo la bandera "foda-se" (que se joda) del general Heleno.
La crisis en los mercados internacionales y la llegada del coronavirus arruinó cualquier posibilidad de encaminar todo ese desastre. El dólar a 5 reales coloca a millares de empresas endeudadas al borde de la quiebra e inviabiliza la producción que depende de insumos importados – más allá de incomodar a la pequeña burguesía "patriótica", tornando más caros sus preciados viajes al exterior. El grito de “Fora Bolsonaro” en los balcones de los edificios en San Pablo frente a la manifestación del 15/3 y el pedido de impeachment en la boca de Janaína Figueiredo y Miguel Reale no hacen más que dar voz a una tendencia de darle la espalda a Bolsonaro que ya estaba instalada.
En ese pantano político, e con la bendición de Trump, Bolsonaro pretende explotar la crisis abierta por el avance del coronavirus para ejecutar su proyecto de cerrar el régimen e implantar una dictadura Bonapartista en regla. La grotesca acusación de fraude en el primer turno de las elecciones del 2018 que estrenó durante la visita a los Estados Unidos fue la señal de una tentativa anunciada de auto-golpe, que está abierta. La segunda quema de archivos del año (Bebianno), esta vez relacionada a crímenes de campaña, y a los cantos "espontáneos" en las manifestaciones proto-fascistas en Brasilia pidiendo un nuevo AI-5 (decretos de la dictadura militar 1964-1985) y el uso del artículo 145 de la Constitución para cerrar el Congreso, no dejan margen para dudas. La escena de Bolsonaro apretando las manos a su jauría prueba que la catástrofe sanitaria que se aproxima será explotada para procurar completar las condiciones para tal operación, intentando manipular la acción del Estado durante la propagación de la epidemia con esa finalidad.
El negacionismo del coronavirus de Bolsonaro no es apenas una muestra de ignorancia o delirio; también existe un cálculo político. El Brasil es el país más afectado por la epidemia en América Latina, y el que tomó menos medidas para contenerla. Para el bolsonarismo - ellos lo dicen abiertamente - la crisis debe ser usada como un arma contra el "sistema", un eufemismo para referirse al régimen de libertades democráticas. El raciocinio por detrás es el mismo de Boris Johnson o Trump: permitir que la epidemia se expanda sin control, instalar la desesperación a la muerte, y conseguir, en estas circunstancias excepcionales, una concentración excepcional de poder en el Ejecutivo, al servicio del rescate del gran capital y al costo de miles o millones de vidas.
Según estimaciones del Banco Central reveladas por el propio Guedes, la velocidad de contagio en Brasil es superior a la de Italia o la de China, pudiendo infectar hasta el 80% de la población (Folha de S. Paulo, 16/3). Un estudio de la Universidad de Oxford advierte que la epidemia puede costarle al Brasil hasta 478 mil muertes (The Intercept, 17/3). La política genocida del gobierno apunta a dejar correr a rienda suelta a la crisis e intervenir con el único criterio de poder utilizarla para perseguir aquel objetivo político. El "Mito" deja el caos avanzar para, en un segundo momento, intentar militarizar toda la vida social, con la desmoralización de las organizaciones de la clase trabajadora como blanco privilegiado. La barbarie como política oficial del Estado.
Que esta es la verdadera política de gobierno frente al coronavirus fue revelada en una reunión entre el Ministerio de Salud y la Secretaría de Salud de Sam Pablo, el estado más afectado por la epidemia. Especialistas que hacen parte del comité de contingencia del coronavirus en San Pablo no fueron consultados sobre la estrategia gradualista del gobierno paulista, adoptada luego de una reunión con el Ministerio, reveló la Folha (14/3). Esto obligó al Ministerio Público de San Pablo a pedir que la capital y el estado den justificativas técnicas para no adoptar medidas a fin de evitar las aglomeraciones. Pero los técnicos paulistas dejaron claro que la estrategia no tenía ningún apoyo científico y estaba a contramano de las recomendaciones de todos los especialistas.
Del lado de Guedes y del "mercado financiero", la falta de pudor compite con el de Bolsonaro, al utilizar la tragedia social del coronavirus como arma para extorsionar al Congreso. Los bancos y grandes fondos especulativos exigen que la respuesta al coronavirus sea la aprobación de una sola vez de toda la agenda de ataques a los trabajadores (privatizaciones, reforma administrativa, etc.), A la sombra de la desesperación general. Un proyecto genocida escondido bajo el disfraz de "política económica", creado por un grupo de canallas que son festejados como "equipo de lujo" por la burguesía, sus partidos e instituciones. Esto incluye a la prensa burguesa, con la red Globo a la cabeza, que, haciéndose de opositora, todavía hoy repite ese mantra ridículo y continua a ser un apoyo fundamental para Guedes y su jauría.
En condiciones normales, Bolsonaro tendría que asumir el liderazgo, reuniendo todos los poderes y partidos del régimen para enfrentar la crisis del coronavirus. Las manifestaciones del 15/3, en tanto, fueron un movimiento arriesgado en la disputa con el Congreso por el control del proceso político, en un momento en que todos saben que, sin una acción coordinada, la lucha del orden vigente contra la epidemia está perdida. El delirio fascista (que tanto gusta de tiros) no consigue ver el gigantesco tiro por la culata que la imagen de un Bolsonaro posiblemente contaminada con COVID-19 puede tornarse al apretar la mano de centenas de personas en la Plaza de los Tres Poderes. A pesar del barullo de la mafia bolsonarista, el avance de la peste será la fuerza motriz por detrás de un creciente repudio del gobierno por parte de las masas populares. La lucha de clases en Brasil está entrando en una fase brutalmente convulsiva, combinando una disputa ciega por la sobrevivencia económica y política a partir de arriba, y una lucha en masa por el derecho elemental a la vida a partir de abajo. Lo que está en cuestión no es un mercenario infame que ostenta su abyección desde la cumbre del poder, ni siquiera un gobierno o una crisis de las "instituciones". Asistimos diariamente a la inescapable evidencia de la absoluta contradicción entre la continuidad del régimen social y las necesidades presentadas a os trabajadores para encontrar una respuesta al desafío del coronavirus - literalmente, la vida y la muerte.
No es un cambio circunstancial de rumbo económico o político lo que está en juego, sino la existencia física de millones, aquí y ahora. Amenazas de esta naturaleza no son extrañas a la experiencia de los oprimidos del Brasil, muy por el contrario. Apiñados en los centros urbanos, en las favelas e caseríos pobres, los explotados brasileños han sido lanzados, generación tras generación, a la lucha por la sobrevivencia y a la explotación más salvaje sin encontrar otro horizonte que no sea la reproducción siempre empeorada de un agujero negro capitalista sin fondo. La respuesta del poder económico y político al coronavirus condensa en un momento histórico único la radiografía de un régimen moribundo, imposible de esconder debido a la gravedad y urgencia del problema. El desenvolvimiento de esta crisis precipitará la convergencia de las más variadas camadas de la población trabajadora en torno de una conciencia común de que delante de la peste solo hay un resultado que puede ser aceptado: vivir, y para vivir es necesario vencer.
Lo que está por venir puede ser ilustrado por lo que sucedió con el primer caso grave de coronavirus en el país. Después de que una mujer internada en el hospital Daher en Brasilia (en el Lago Sur, residencia de la elite y de los políticos brasileños) desenvolvió un síndrome respiratorio agudo, esta fue transferida para un hospital público, pues el privado “no estaba preparado para atenderla”. El episodio debería ser suficiente para que el Estado asumiese la administración de aquel hospital para colocarlo al servicio de emergencia sanitaria. Pero la Agencia de Salud Suplementaria y el Ministerio son controlados hace décadas por los acuerdos (bancos), por las empresas privadas y por el lobby de los médicos que gerencian estos negocios. Juntamente con sus representantes políticos, esos intereses son responsables por el desguace del Sistema Único de Salud (SUS), por el número limitado de camas de UTI en el sistema público (16 mil para más de 150 millones de trabajadores, 95% de los cuales estaban ocupados mismo antes de la crisis) y por el déficit crónico de profesionales de la salud en municipios pobres. En un país donde reformas anti-laborales lanzaron a la mayoría de los trabajadores al mercado informal, cerca de 50 millones de personas no tendrán otra opción sino salir a las calles para ganar el pan del día, sin chance de tomar medidas profilácticas para evitar el contagio.
Los trabajadores de la salud son los que van a vivir en la primera línea de esta catástrofe de tres cabezas que nos amenaza –la pandemia, el colapso capitalista y la descomposición del estado brasileño-. Todos los gremios deben colocar en la agenda la solidaridad con los trabajadores de la salud y transformarla en un eje de unidad y organización. Las iniciativas deben ser multiplicadas, enfatizando que los recursos necesarios para derrotar al virus solo pueden ser garantizados con la clase trabajadora como líder de la nación, y que las necesidades para defender la vida solo pueden ser atendidas por un frente único de las organizaciones obreras, tomando el control de la lucha contra la enfermedad en las propias manos. Es momento de desarrollar una movilización política sistemática, dirigida a toda la población, relacionando las tareas para enfrentar la epidemia con la denuncia de las responsabilidades de la clase capitalista y sus representantes políticos por la escases y precariedad de los medios materiales para enfrentarla.
Brasil está en vísperas de una situación pre-revolucionaria, con lo cual la clase trabajadora brasileña entra en el torrente de la revolución latinoamericana que tiene a Chile rebelado como su expresión más avanzada. Un proceso donde todos los pueblos enfrentan el mismo desafío en condiciones muy semejantes, por la cual la experiencia viva de la lucha para enfrentarlo será un patrimonio a ser compartido y generalizado en la hora. Las organizaciones de trabajadores, movimientos sociales y partidos de izquierda brasileños precisan unificarse en una campaña política en torno de un conjunto de demandas inmediatas, con una estrategia de poder independiente.

Atención universal de salud gratuita. Duplicación del presupuesto de salud. Expropiación de clínicas privadas para que Sean administradas por el SUS. Tests de diagnósticos gratuitos para toda la población.

Nacionalización de la industria farmacéutica y de os equipamientos médicos bajo control de los trabajadores. Distribución gratuita de máscaras, alcohol en gel, elementos de higiene y canastas básicas. Jornada laboral de 6 horas para trabajadores de la salud. Empleo inmediato de todo el personal necesario para la lucha contra la epidemia, bajo el régimen de la CLT (Consolidación de las Leyes del Trabajo).

Expropiación de inmuebles de grandes empresas y terrenos desocupados para garantizar la habitación y las condiciones sanitarias a las familias trabajadoras. Revocación de la reforma laboral. Escala móvil de salarios y jubilaciones por inflación. No a las horas extras. Distribución de las horas de trabajo sin reducción salarial en todas las categorías.

Defensa del derecho a huelga. Prohibición de despidos. Pago integral de los salarios.

No al pago de la deuda externa. Nacionalización del sistema bancario y del comercio exterior bajo el control de los trabajadores.

Fuera Bolsonaro. Huelga general. Asamblea Constituyente Soberana. Gobierno de trabajadores.

Evandro Maia
22/03/2020

Publicado en Boletim Classista N°19, marzo de 2020

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