El 7 de mayo de 1824 se estrenó en Viena, Austria, la Novena Sinfonía del compositor alemán Ludwig van Beethoven; sus amigos anuncian el estreno como una “causa nacional”. Nueve años antes, el emperador Napoleón había sufrido su derrota definitiva en Waterloo por las tropas británicas al mando de Wellington. Después de la Revolución Francesa, Napoleón había pretendido revertir el sistema republicano de Francia, retorna al régimen imperial e invade Europa. Defraudado por su prepotencia y belicismo, Beethoven decide quitarle la dedicatoria de la 3° Sinfonía, originalmente titulada “Bonaparte”, cambiándola por “Eroica”. En ese mismo año, 1815, el Congreso de Viena rediseña la nueva Europa con un tratado entre las cuatro potencias vencedoras: Prusia, Rusia, Austria e Inglaterra, con el objetivo de reponer el poder político a la burguesía. Beethoven compone una cantata conmemorativa para ese Congreso de Viena.
El sueño romántico de la hermandad universal
Beethoven, como casi todos los grandes artistas y escritores europeos de la época, se hallaba enrolado en la corriente del Romanticismo, en su caso, el alemán, que había dado origen a dicho movimiento con Wolfang Goethe, a fines del siglo XVIII. Los románticos adhieren al pensamiento del Iluminismo francés y los ideales de la Revolución Francesa de 1789 sintetizados en la consigna “Liberté, Égalité, Fraternité” (“Libertad, Igualdad, Fraternidad”). Asimismo, conciben como valor supremo a la singularidad subjetiva, con sus sentimientos y pasiones. Coherentes con ello, a partir del Romanticismo el compromiso político de artistas y escritores se instala como valor ético y estético, trasponiendo incluso fronteras geográficas. Lord Byron, el gran poeta inglés, murió en batalla luchando por la independencia de Grecia contra el imperio otomano, en 1824 (año del estreno de la 9° Sinfonía); Chopin, de origen polaco, pero residente en Paris, agravó los padecimientos de su tuberculosis ofreciendo conciertos para recaudar dinero a favor de la lucha polaca contra la invasión rusa.
La 9° Sinfonía: una transformación musical
El Romanticismo implanta nuevas formas literarias y artísticas. Beethoven, quien era igualmente admirado como rechazado por los cambios formales que proponía, introduce por primera vez en una sinfonía las voces solistas y el coro, además de la tradicional orquesta. Para interpretar la “Coral” son necesarias como mínimo 150 personas. Era preciso transformar el arte para preparar una nueva sociedad y al coraje artístico de Beethoven no le importó romper las reglas ni afrontar las dificultades, incluso, de su propia sordera.
Adapta estrofas del poema “Oda a la Alegría”, del también romántico Friedrich Schiller, para coronar el final de la composición que comienza con la convocatoria “¡Oh amigos!”. La idea de la hermandad universal del género humano, inspirada en la Declaración de los Derechos del Hombre de la Constitución francesa de 1789 -que era el modelo de las incipientes democracias europeas-, solo podía manifestarse en una creación musical que diera cuenta, mediante su forma, de la capacidad y la necesidad de la cooperación colectiva.
Europa: entre la Alegría y la Guerra
Beethoven cumplió el sueño de componer un maravilloso himno a la Alegría, como opuesta a la tristeza y el odio. Convoca a la amistad y el amor entre los seres humanos sin hacer distinciones de clase, de origen nacional ni ninguna otra. Así logra esa magnífica arquitectura musical que abre en las gargantas el deseo de respirar nuevos aires. No obstante, abre también espacios ideológicos donde residen, simultáneamente, su grandeza y su error.
En la actualidad, la “Oda a la Alegría” de la Novena Sinfonía efectivamente es el himno de la Comunidad Económica Europea y fue declarada Patrimonio Universal. El profesor Esteban Buch, autor de "La Novena de Beethoven: una historia política", explica en una entrevista a la BBC de Londres que se trata de una composición adaptable a diferentes circunstancias: "Esa idea muy simple de la solidaridad universal es lo que llega al sentimiento de la gente y son las razones para cantarla". Además, es fácil de recordar y el sonido tiene un aire popular.
El problema es que, por la magnificencia de esta obra, durante los 200 años transcurridos desde su estreno, ha sido utilizada por muy distintas opciones políticas. Hitler la hizo tocar en su cumpleaños, en 1937, apoyado por Goebbels, su ministro de Propaganda, que la consideraba adecuada al ideario del nazismo. En 1974, la recién independizada República de Rodesia (hoy Zimbabue), que impuso un régimen de apartheid, adoptó la oda como himno nacional. A pesar de ello, en la vertiente opuesta, los estudiantes que protestaron en la plaza Tiananmen en 1989, contra el régimen estalinista-burocrático chino, y fueron todos masacrados, también la entonaban; ese mismo año fue cantada durante la caída del muro de Berlín y antes lo fue en Chile, contra la dictadura de Pinochet.
La “universalidad” de la especie humana reivindicada por el Romanticismo, sin mención a la división en clases y la opresión de las masas trabajadoras por la burguesía capitalista, bajo formas denominadas democráticas, significaba un avance con respecto a las retrógradas monarquías. Pero las burguesías, incluida la francesa republicana, fueron dejando de lado la fraternidad, la igualdad y la libertad. Por lo contrario, su sistémico afán de lucro fue devorando y destruyendo cada una de las fuentes de la vida (el trabajo, los sentimientos, el arte, las ciencias, las palabras), hasta llegar en nuestro siglo XXI a la destrucción del medio ambiental como recurso productivo.
Una canción para el futuro
En la presente Europa de la OTAN aliada a los Estados Unidos que ya hicieron uso de la bomba atómica, la Alegría romántica no tiene cabida, porque es la Europa implicada en la guerra por el reparto de los mercados mundiales, con amenaza de armas nucleares. Esa realidad política actual no refuta aquella dimensión moral de los artistas románticos, pero implica la urgencia de destruir revolucionariamente al capitalismo causante del hambre y las guerras. Recordemos aquel compromiso, coraje y voluntad que ellos tenían, si queremos recuperar la “Alegría” para las grandes masas de oprimidos. Hasta quizá los pueblos del mundo puedan hacerlo cantando: “¡Oh amigos, dejemos esos tonos! ¡Entonemos otros más agradables y más alegres! (…) ¡Todos los seres humanos serán hermanos!”, de la Oda a la Alegría.
Eugenia Cabral
20/05/2024
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