La clase obrera es inmensamente poderosa.
El paro nacional tiene un importante efecto pedagógico: muestra, en primer lugar, la realidad simple e ineludible de la riqueza nacional, perteneciente a todas las clases sociales, tiene un único origen, que es el trabajo humano. Los distintos voceros capitalistas reconocen esta realidad cuando valoran los costos del paro. La cuenta que realizaron muchos voceros oficiales, que parte de dividir el producto bruto de la argentina por mes por 30, para atribuirle a un día, “sin producción” este costo, (que da 2380 millones de dólares) contrasta, como lo señaló Nicolás Dvoskin, con un día de pago de salarios, que a 500 dólares mensuales promedio para 20 millones de trabajadores, da un total de unos 333 millones de dólares.
Si se atribuye al trabajo la totalidad de la riqueza nacional, entonces se reconoce que la ganancia tiene su origen en la explotación del trabajo y no, como sostienen los teóricos patronales, de la “remuneración al capital”. Como objetivamente el trabajo es responsable de la totalidad de la producción, un hecho que el paro nacional pone crudamente en evidencia, los voceros patronales se encargan de enrostrarle las pérdidas. Pero si los trabajadores son responsables de la totalidad de la riqueza nacional, ¿Por qué cobran miserias?
Simple, descontada la porción que va a reponer el desgaste de maquinaria, capital fijo y materia prima, el resto es plusvalía, que se transforma en ganancia, (ganancia empresarial, renta de la tierra, e intereses al capital). El reconocimiento de los voceros oficiales de esta realidad, cuando analizan las pérdidas sobre el paro, desmiente toda la catarata de insultos contra la teoría marxista.
La constatación de que las relaciones que establece el ser humano en el trabajo y la producción son la base de la sociedad humana es una premisa fundamental del marxismo, pero bajo el capitalismo esta realidad elemental aparece trastocada. El trabajador es alienado del producto de su trabajo, que se le enfrenta como una realidad ajena y que lo domina. El capital aparece como una realidad con vida propia. En el paro, los trabajadores ponen las cosas en su lugar, hasta tal punto que los voceros capitalistas deben reconocer esta obviedad, que se empeñan día a día en negar para perpetuar la esclavitud del trabajo asalariado.
Mas desmentidas
Los voceros del gobierno también se desmintieron a si mismos en otro punto. Patricia Bullrich sostuvo que la gente quiere ir a trabajar. Pero el día antes, el gobierno anunció que descontaría el día de trabajo a quienes no concurrieran. O sea, el gobierno aplica una coerción sobre el trabajador para que concurra al trabajo al mismo tiempo que sostiene que la concurrencia es “voluntaria”. En el análisis del paro, especialmente en el sector comercial minorista, este punto es fundamental, porque sobre un sector desorganizado pesa la extorsión patronal con el despido o con el no pago de salario sobre salarios de miseria, o con los nefastos “premios al presentismo” que buscan imponer las patronales en todos los ámbitos.
Es que el paro no tiene nada que ver con la “libertad” individual. Es una acción colectiva, como tal, opone el poder del colectivo obrero al de la patronal. Cuando los trabajadores bloquean el acceso a una planta, como el gobierno pretende penalizar, están garantizando colectivamente poder oponer su fuerza de clase al poder de la clase patronal, que va a pretender quebrar las medidas de huelga bajo toda forma de aprietes. En la relación uno a uno, el trabajador frente a la empresa está totalmente desvalido. Por eso el movimiento obrero se organiza para oponerle el poder de fuego del colectivo obrero a la presión patronal.
A fin de cuentas, lo que reconocen las presiones patronales es que no se trata de “libertad” individual, sino de la explotación mas despótica, acentuada porque bajo la presión de la crisis el capital busca forzar a aceptar una desvalorización de la fuerza de trabajo, un incremento en los ritmos de producción y un recorte de todo tipo de derechos.
La lucha de clases no es un choque de opiniones “democrático” ni una encuesta, es una lucha entre fuerzas sociales irreconciliablemente hostiles. En esta lucha, la clase obrera es inmensamente poderosa, porque puede controlar la producción social y agrupar a las masas del país. La política de la burocracia sindical, de paros aislados, negociación, desgaste y desorganización de los lugares de trabajo, coloca parte de esa fuerza al servicio de un arbitraje que a fin de cuentas termina siempre beneficiando a los sectores patronales. El clasismo, por otro lado, organiza a los trabajadores con sus métodos de clase para desplegar el conjunto de la fuerza del movimiento obrero, para luchar por cada uno de los reclamos y finalmente para terminar con la explotación capitalista.
Juan García
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