El kirchnerismo dio la batalla repartiendo a veces indiscriminadamente subsidios, cargos públicos, burocratización de las instituciones (Instituto Nacional del Teatro), cooptación (organismos de Derechos Humanos) y, en algunas ocasiones, concediendo derechos largamente esperados (Comisión Nacional de Bibliotecas Populares). Todo ello para ganar simpatías obligatorias y silenciar críticas a sus netas concesiones al capitalismo nacional e internacional, con la mayor cordialidad posible.
El movimiento liberticida, en cambio, opta directamente por la asfixia o el cierre de los organismos estatales de cultura, mediante desfinanciación y despidos de trabajadores. Opta por reclamar una incursión abusiva en el evento mayor de la literatura argentina que es la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, hasta el punto de hacer enfadar a un posible aliado como Alejandro Vaccaro. También intenta liquidar al CONICET y otras instituciones científicas.
Desde el punto de vista estético, Milei acude al uso de lenguaje soez y al insulto, propio de las dictaduras y de todo tirano que se precie de tal. Insultan los caporales agrarios a sus peones; insultan los sargentos a los soldados conscriptos; insultan los proxenetas; insultan los tratantes de personas, los esclavistas; insultan los femicidas y los filicidas. Milei desprecia el lenguaje racional y aunque sea mínimamente democrático. Comete plagio de autores en su último libro, un delito considerado rastrero tanto por los escritores como por los intelectuales de todas las ramas.
Pero ¿estamos ante una “batalla cultural”, o ante un ataque despiadado a la cultura, en sentido amplio, de un país? No es lo mismo. Se da la batalla cuando se desea transformar un contexto cultural buscando otro superior. Por ejemplo, los escritores españoles durante la Segunda República (1931-1939, incluida la guerra civil) batallaron contra “la España de charanga y pandereta, / cerrado y sacristía, / devota de Frascuelo y de María, / de espíritu burlón y alma inquieta”, como dijo Antonio Machado. Pues bien, la mayor parte de esos escritores terminaron como mínimo exiliados, si no asesinados, como Federico García Lorca y otros, durante la guerra civil española, a manos del franquismo, una de las versiones del fascismo europeo.
Una batalla no es la guerra, pero puede ser el inicio de una. En las guerras, los muertos son siempre de los oprimidos y explotados, salvo que logren realizar una revolución triunfante. Preparémonos para ganar esta batalla.
Eugenia Cabral
23/05/2024
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