Este marzo de 2024 se cumple el 105 aniversario de la revolución soviética húngara, una experiencia de gobierno que duró 5 meses, hasta agosto de 1919. Un acontecimiento que, junto a otros hitos, como el acorazado Potemkin, la revolución rusa, y la aplastada revolución espartaquista en Alemania, han forjado la conciencia política de miles de militantes, e incluso la estética de la revolución, el vínculo emocional con ella.
La derrota de la República Húngara de los Consejos, que siguió a la de la breve República Soviética Bávara, entre abril y mayo de 1919; y a la abortada revolución alemana con el asesinato de Rosa Luxemburgo y Karl Liebnekcht en enero de 1919, fue el último intento de llevar al centro de Europa el modelo de la revolución rusa. Un modelo basado en el golpe de mano certero en un momento de crisis política, y en el que tanto los trabajadores como los soldados estaban movilizados y organizados en consejos. Como en Rusia, en Hungría estaban hastiados de la guerra; multitud de sus soldados se habían rebelado y regresado como desertores, andando, en carros, desde los frentes lejanos hasta su país. Allí se unieron a los trabajadores que se habían declarado en huelga general, y se hicieron con el poder. ¿Qué falló después?
Hungría, su revolución, no aceptaba la perdida de territorios dictada tras la gran guerra, y fue atacada por los ejércitos checoslovaco y rumano, espoleados por las potencias occidentales, que no deseaban que la chispa rusa extendiera el incendio por toda Europa. Eso obligó al gobierno revolucionario húngaro a dedicar recursos a la guerra, de la que el pueblo estaba harto, lo que le restó apoyo popular. Además, sufrió un intento de golpe de estado militar, que le obligó a crear un organismo de represión interna, que tampoco le hizo ganar adeptos. Todo muy similar a lo sucedido en Rusia. Las fuerzas húngaras no consiguieron derrotar a los ejércitos intervencionistas, y éstos entraron en agosto en Budapest, y desató la represión. El luego eminente filósofo, Gyorgy Lukacs, Comisario Popular de Instrucción Pública, huyó a Viena. El máximo dirigente, que ocupó el cargo de Comisario Popular de Asuntos Exteriores, el comunista Bela Kun, también; y de allí a la URSS. Bela Kun desempeñó un papel relevante en la Internacional Comunista, donde discutió a menudo, con franqueza, con Lenin, que corregía sus tendencias ultraizquierdistas. Fue detenido en Moscú en junio de 1937 en las llamadas purgas, acusado de espionaje para Alemania, y conspiración trotskista, fue uno de los pocos que se mantuvo firme ante las torturas sufridas durante más de dos años de prisión, y nunca admitió los cargos. Fue fusilado en noviembre de 1939.
Claroscuros de la historia, ¿para qué sirve recordarlos? Contaban aquellos que habían visitado a Bertold Brecht en su exilio danés, donde se refugió tras escapar de la Alemania hitleriana, que en la pared de su estudio tenía colgado un cartel que decía “La verdad es concreta”. Parecida a la frase “La verdad es siempre revolucionaria” que Antonio Gramsci llevó a la cabecera del semanario comunista italiano “L´Ordine nuovo” que dirigía. El interés actual de esta visita a la Hungría de 1919, que forma parte de nuestra historia, es que debemos hacerlo bajo este prisma de la verdad cruda, sea la que sea. Haciéndolo, convertimos ese ejercicio de historia en un examen para el presente. El movimiento comunista tiene un historial ejemplar de sacrificio, de lucha, de honestidad (y los comunistas españoles del PCE sin tacha), sobre todo en aquellos países donde no llegamos al poder. Pero también hubo aberraciones cometidas por otros en los gobiernos, en lugares lejanos, pero usando su nombre; en regímenes pasados, pero también en otros presentes, aún vivos. A un preso comunista en la cárcel de Burgos, en medio de una sesión de torturas, los policías franquistas, henchidos de odio y desprecio, le preguntaron: “¿Y tú por qué luchas?”. El preso, herido en su dignidad, recobró su lucidez y les contestó: “lucho por una sociedad en la que nadie le pueda hacer a usted lo que usted me está haciendo a mí”. Ése debe ser un precepto sagrado para nosotros, en cualquier circunstancia.
Bela Kun, fue víctima de un tiempo en el que la obra colectiva, la discusión, el debate libre, habían sido sustituidas por el ordeno y mando de una sola persona, algo que es inaceptable como marxistas. Mirar a Bela Kun, a la Republica Soviética Húngara con la verdad, es honrarlos y cumplir los deberes, para presentar unas credenciales impecables ante la sociedad. Para enfrentarnos a cualquiera, hoy, orgullosos, sin rubor. Para excitar aquel antimilitarismo que llevó a la revolución a la gente hastiada de la guerra; y llenar los caminos de Israel, de Ucrania, de miles de desertores, como aquellos que regresaban a Budapest en el ocaso de la I Guerra Mundial.
Bertold Brecht también decía una frase que redondea su magistral desempeño en la dialéctica: “En interés de la propaganda deberíamos señalar aquellos problemas para los que aún no tenemos solución”. Ésa es la actitud, verdad, humildad, con la que podremos volver a ser vistos por el pueblo como lo fueron aquellos primeros comunistas de la historia, pioneros que proponían un emocionante viaje hacia un mundo nuevo, hacia una libertad plena.
Miguel Usabiaga | 06/05/2024
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