Nuevamente la Casa Blanca pone la mira en el continente. Más presión y más intromisiones buscan resquebrajar los procesos de cambio que desafían la hegemonía estadounidense.
Por Leonardo Montero | Desde la Redacción de APM
El 27 de abril pasado la Agencia Periodística del Mercosur (APM) publicó los contactos mantenidos por miembros del Comando Sur del Ejército de Estados Unidos con funcionarios del gobierno de la provincia argentina de Chaco. Con el pretexto de ayuda humanitaria, miembros de elite del grupo incursionarían en la zona de El Impenetrable, afectado por graves inundaciones. El gobierno de esa provincia reconoció que el Comando Sur y la embajada estadounidense capacitan a miembros de Defensa Civil como parte del “Programa de Fortalecimiento del Sistema Provincial de Emergencias”.
Siete días antes, APM informó acerca de los cursos de capacitación brindados por funcionarios del programa de Asistencia en Antiterrorismo del gobierno estadounidense a un grupo de oficiales de la Policía Federal Argentina. En esa ocasión, el embajador estadounidense en Buenos Aires, Earl Wayne, donó para la fuerza una serie de equipos para la lucha contra el terrorismo valuados en 150.000 dólares.
La semana pasada la injerencia estadounidense en Argentina nuevamente se hizo notar. Esta vez, como parte del programa Gringo-Guacho 2008, las Armadas estadounidense y argentinas realizaron una serie de operativos conjuntos en el Mar Argentino. Wayne y varios militares estadounidenses participaron de los ejercicios a bordo del portaaviones nuclear George Washington. El transcurso del portaaviones también incluye Brasil, Perú, Ecuador y Colombia. Su destino final serán las costas japonesas.
La realización de este operativo fue sancionada por el Congreso argentino en el año 2007. Según la Fundación Nuestro Mar, la Comisión de Defensa de la Cámara de Senadores aprobó la partida de casi 250.000 pesos para la realización de los ejercicios en el portaaviones nuclear.
Los representantes argentinos justificaron los operativos como parte de un entrenamiento para los pilotos de la Fuerza Aérea ya que el país no cuenta con un portaaviones de las características del Washington. Se sabe que los pilotos argentinos realizan este tipo de prácticas en conjunto con la Armada de Brasil que cuenta con el portaaviones Sao Paulo. Entonces ¿porqué no continuar los entrenamientos como se hace habitualmente?
En cambio, los funcionarios estadounidenses no logran esconder sus objetivos de fondo, basados en que se movilizan por su “lucha contra el terrorismo global”. En declaraciones al diario argentino Clarín, el jefe de la flota estadounidense, Philip Cullum, aseguró que los principales problemas que aquejan al mar son el terrorismo, el tráfico de drogas y de personas y la piratería. Además, aseguró que “ninguna armada del mundo puede hacer frente sola a estos desafíos, por lo que son necesarios operativos como estos”.
¿Ejercicios militares u operativos “antiterrorismo”? Las acciones llevadas adelante por la Casa Blanca en su historia reciente dan respuesta a este interrogante.
Este acontecimiento sumado a los dos acontecimientos mencionados al comienzo de este artículo, llevarían a concluir que Argentina se ha convertido en un escenario donde Washington ha desplegado su doctrina de la Guerra de Baja Intensidad (GBI).
Esto se justifica teniendo en cuenta algunos de los conceptos claves de la GBI. En un trabajo publicado en la Revista Electrónica de Relaciones Internacionales, Patricia Kreibohm en su artículo “La doctrina de la Guerra de Baja Intensidad: del intervensionismo norteamericano a la formulación de una nueva categoría de conflicto”, identifica seis tipos de misiones potenciales para las fuerzas estadounidenses: defensa interna en el extranjero; proinsurgencia; operaciones contingentes en tiempos de paz; contracción al terrorismo; operativos antidroga; y operaciones de mantenimiento de la paz.
¿En qué marco hay que entender estas acciones llevadas a cabo por Estados Unidos en Argentina? ¿Cómo concebir estos acercamientos en materia militar a la región?
Resulta evidente que el avance de Estados Unidos sobre la región y el Caribe se ha recrudecido en los últimos meses. Varios hechos dejan al descubierto esta nueva ofensiva.
El caso más resonante fue la violación al territorio ecuatoriano por parte del ejército colombiano en la cual se asesinó a varios militantes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). La presunta participación de la inteligencia estadounidense en el ataque es una sospecha generalizada.
Luego de esto, no sólo que Washington apoyó la ilegal acción colombiana sino que junto al gobierno aliado de Álvaro Uribe montó una campaña contra los gobiernos de Venezuela y Ecuador tratando de desprestigiar los procesos de canje humanitario que con éxito llevaban a cabo Hugo Chávez y Rafael Correa. Aún hoy los hombres de la Casa Blanca insisten en las acusaciones por el supuesto contacto de estos gobiernos con las FARC.
Por otra parte, el desarrollo de los hechos sucedidos en Bolivia en las últimas semanas dejó al descubierto que detrás de las campañas realizadas por la oligarquía de Santa Cruz se esconde el apoyo de la Embajada de Estados Unidos en La Paz. De la mano del embajador Philip Goldberg se sembró un terreno de desestabilización contra el gobierno de Evo Morales.
El ilegal referéndum llevado a cabo el 4 de mayo en Santa Cruz, es una muestra cabal de cómo se utiliza el arma de la confrontación y la división para poner trabas en los procesos de cambio que llevan adelante los gobiernos independientes del poder estadounidense.
No por casualidad antes de desembarcar en Bolivia, Goldberg desempeñaba funciones en la zona de los Balcanes, donde el proceso de división de la ex Yugoslavia no se detiene.
En concordancia con estos acontecimientos, días atrás el Pentágono de Estados Unidos anunció formalmente la reactivación de la Cuarta Flota destinada a dirigir operaciones en Centroamérica, el Caribe y Sudamérica. El objetivo de esta decisión es ampliar la lucha contra el “terrorismo” y el “narcotráfico”.
A partir del primero de julio la flota retomará las funciones que fueron interrumpidas en 1950 cuando el fantasma del nazismo estaba enterrado. Ahora el objetivo es indisimulable: enviar una señal de poder a los gobiernos de la región. En particular, la mira apunta a Venezuela y Brasil quienes promueven diferentes políticas de defensa que nada tienen que ver con las promovidas por Washington.
Se entiende que el conflicto del gobierno colombiano con las FARC fue el detonante para que Estados Unidos decidiera ampliar su ofensiva en la región. La posibilidad de que Ecuador ponga fin a las actividades de la base militar estadounidense de Manta obliga a la Casa Blanca a buscar nuevos espacios desde donde desplegar su estrategia.
En declaraciones realizadas al diario argentino La Nación el jefe del Comando Sur, James Stavridis, aseguró que “no hay ni habrá una capacidad ofensiva en la Cuarta Flota”. Según Stavridis, la flota esta destinada para cinco misiones: “respuesta a desastres naturales, operaciones humanitarias, de asistencia médica, contra el narcotráfico y cooperación en asuntos de medio ambiente y tecnología”.
Cabría preguntarle a Stavridis ¿una flota militar sin capacidad ofensiva? Submarinos, un portaaviones, barcos y cientos de hombres a bordo ¿sin capacidad ofensiva? A menos que sean barcos de papel, las declaraciones de Stavridis parecen broma.
Por último, durante la pasada semana se llevó a cabo en Washington la 38ª Conferencia sobre las Américas organizada por la Casa Blanca y el empresarial Consejo de las Américas. En ese marco, el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, volvió a apuntar sus cañones contra Cuba.
Luego de conversar con disidentes cubanos, Bush desestimó cualquier posibilidad de flexibilizar el brutal bloqueo a la isla y atacó al gobierno de Raúl Castro.
Aprovechando la oportunidad, Bush pidió al Congreso de su país que apruebe el Tratado de Libre Comercio (TLC) con Colombia y justificó el pedido teniendo en cuenta la lucha que mantiene Bogotá con las FARC, y por la influencia de un “vecino antiestadounidense como Venezuela”.
A Bush parece no importarle que los congresistas se niegan a ratificar el TLC, hasta que Colombia exhiba mayores progresos en materia de derechos humanos. Por otra parte, la justificación de Bush carece de sustento teniendo en cuenta, que el mandatario estadounidense mezcló su política belicista con un acuerdo meramente comercial.
Además, el líder estadounidense demandó a los legisladores que aprueben la partida de 1550 millones de dólares para financiar el llamado Plan México (o Iniciativa Mérida) y profundizar la lucha contra el “narcotráfico”. Es decir que Bush esta pidiendo un arma más para asfixiar a Latinoamérica.
Por último, en esa misma conferencia, el secretario de Estado adjunto para las Américas, Thomas Shannon, advirtió sobre la influencia de Irán en América Latina. Shannon afirmó que Teherán está haciendo alianzas en la región y que podría utilizarlas para mantener una amenaza contra Estados Unidos en caso de conflicto.
El funcionario contó que cada vez que conversaban con algún gobierno acerca de Irán, le recordaban el atentado a la mutual judía AMIA en Buenos Aires en el año 1994. Hay que recordar que Argentina acusa a la República Islámica de entorpecer la investigación por los ataques. Por otra parte, Shannon manifestó que hay grupos armados en la región que mantiene vínculos con Teherán, aunque no aclaró cuáles grupos, ni qué tipo de relaciones.
En conclusión, todos estos acontecimientos tienen que servir para alertar a los gobiernos latinoamericanos acerca de la creciente ofensiva que los halcones de Washington están desarrollando sobre el hemisferio.
No hay dudas de que los procesos de integración en materia de defensa, que se proyectan entre algunos países del subcontinente despiertan el ofuscamiento de la Casa Blanca, que intenta reasegurarse el control operacional sobre lo que ellos denominan “su patio trasero”.
Con pequeñas operaciones, con campañas mediáticas o con abiertas amenazas, el mal vecino del Norte ataca nuevamente. Hasta qué punto llegará la presión, no se sabe. Pero los gobiernos latinoamericanos deben estar alertas porque la historia nos ha enseñado que cuando se lo proponen, los halcones pueden no tener límites.
lmontero@prensamercosur.com.ar
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