sábado, marzo 07, 2020

Peronismo y feminismo en la historia: mitos y verdades



La reemergencia del movimiento de mujeres y la creativa apropiación que de éste hicieron las nuevas generaciones impactó sobre un mapa político que vio interpeladas sus identidades en torno a la relación con el feminismo.

Cuestiones como el aborto legal, la educación sexual integral, la separación de la Iglesia y el Estado, etc. se revelaron como factores de incomodidad para la mayoría de las fuerzas y coaliciones políticas. Para muestra, recordemos que en los agitados días de tratamiento parlamentario del proyecto de IVE solo el Frente de Izquierda exhibió una sintonía fina entre la calle y el congreso votando "100 % verde", coherencia que ninguna coalición política estuvo en condiciones de mostrar. Como se sabe, las razones de la misma no fueron de coyuntura ni de oportunidad política sino que se sustentan en los avatares de una larga tradición teórica y práctica que desde sus inicios encontró a la izquierda revolucionaria impulsando la lucha y organización de las mujeres por sus derechos y teorizando sobre los fundamentos de su opresión. Así nació el feminismo socialista, ligando la lucha contra la opresión patriarcal a la lucha contra la explotación capitalista.
Pero hay tradiciones políticas que tuvieron una relación mucho más contradictoria, y en gran medida reñida, con la lucha feminista. Es el caso del peronismo, que históricamente transitó un lugar de incomodidad en relación a las cuestiones de género.

¿Qué ofrece el legado peronista a las nuevas generaciones que irrumpen a la lucha por sus derechos?

Cuando en pleno ascenso de la marea verde Cristina llamó a inscribir el feminismo en la identidad peronista, reclamando un peronismo "nacional, popular, democrático y feminista", rápidamente activó la aparición de una serie de iniciativas que buscan generar una narrativa política e histórica inscripta en una nueva épica de la concesión de derechos que tendría como sujeto político al peronismo.
Es el caso, por ejemplo, de la edición del libro El peronismo será feminista o no será nada, de Araceli Bellota, o Feminismo y peronismo. Reflexiones históricas y actuales de una articulación negada, que sale al cruce contra la idea de disociación o contradicción entre el peronismo y los feminismos buscando demostrar la “existencia de prácticas tanto históricas como recientes de proximidad", en palabras de su compiladora, Estela Díaz. En igual sentido, en el reciente artículo de Florencia Angilleta en Le Monde Diplomatique, se reivindica lo que se define como una “larga, tensa y muy productiva relación entre las demandas de las mujeres y el peronismo”, construyendo un peronismo casi “fundador” de las conquistas de género bajo el objetivo político de mostrar que estas tendrán un nuevo capítulo con Alberto Fernández, que para la autora “ha ubicado al género en el centro de su agenda de gestión”. [1]
Lo cierto es que en relación a la lucha por los derechos de las mujeres el peronismo experimentó profundas tensiones entre las aspiraciones y experiencias de sectores de su militancia y la dirección del movimiento. Tensiones que, a su vez, se enmarcaron en la tensión más general de la relación entre el Estado y el movimiento de masas articulada durante los gobiernos peronistas. De hecho, la dinámica de lucha por demandas desde abajo y la imposición de una épica de la concesión estatal desde arriba es casi constitutiva de la relación histórica entre el peronismo y la lucha por los derechos de las mujeres, y vuelve a emerger como cuestión en disputa al interior del movimiento feminista frente al gobierno de Alberto Fernández. Los usos del pasado, una vez más, al servicio del presente. Pero hagamos un poco de historia.

Las mujeres exigen votar

Uno de los hitos que signaron la relación entre peronismo y feminismo fue la sanción en 1947 de la ley de sufragio femenino, a la que se agregó dos años después la ley de Patria Potestad compartida que estableció la igualdad de derechos entre hombres y mujeres en las decisiones sobre los asuntos de los hijos e hijas. De conjunto, el reconocimiento de estos derechos civiles y políticos fundamentales para la mujer marcaron momentos claves dentro de la retórica de la ampliación de la ciudadanía desde el Estado que articuló el peronismo, que personificó en la figura de Eva la garantía de esos derechos.
Lo cierto es que la lucha sufragista contaba con una larga tradición nacional e internacional desde el siglo XIX, siendo las pioneras las militantes feministas y socialistas que, pese a contar con direcciones de composición de clase media, tenían una preocupación permanente por organizar a las mujeres obreras (las anarquistas, aunque hicieron grandes aportes a la organización de las mujeres, frente al sufragio tuvieron una posición más ambivalente como parte de su negativa más general a construir partidos políticos).
Uno de los emblemas de esta lucha había sido Julieta Lanteri, que en 1911 se convirtió en la primera mujer en votar, y que luego junto a la socialista Alicia Moreau de Justo había fundado el Centro Feminista, una de las organizaciones más activas en la lucha por los derechos de las mujeres. Fueron las socialistas las que no sólo presentaron una y otra vez proyectos de ley de sufragio femenino sino que organizaron manifestaciones, mítines y huelgas que implicaron duros enfrentamientos con el régimen y la policía a lo largo de los años.
«Lo cierto es que la lucha sufragista contaba con una larga tradición nacional e internacional desde el siglo XIX, siendo las pioneras las militantes feministas y socialistas.»
El peronismo vino a recoger esa demanda y la utilizó al servicio de fortalecer su base social de apoyo, operando una negación de la tradición anterior. En la concentración de la CGT luego de la sanción de la ley, Evita afirmó: “El sufragio, que nos da participación en el porvenir nacional, lanza sobre nuestros hombros una pesada responsabilidad. Es la responsabilidad de elegir. Mejor dicho de saber elegir (…) En momentos de gravedad, los hombres argentinos supieron elegir al líder de su destino e identificaron en el general Perón todas sus ansias negadas y burladas por la oligarquía (…) ¿Podremos acaso las mujeres argentinas hacer otra cosa que no sea consolidar esta histórica conquista? Yo proclamo que no!” [2]
Como forma de encauzar el apoyo de las mujeres hacia el peronismo, Eva encabezó en 1949 la creación del Partido Peronista Femenino (PPF) como rama del movimiento peronista, que se organizó territorialmente a lo largo del país en Unidades Básicas Femeninas (UBF). Lejos de impulsar la autoorganización de las mujeres, el PPF fue férreamente controlado por el partido y el gobierno a través de la figura de Eva.
El PPF jugó un rol clave en la organización nacional de la campaña electoral de 1951 donde el voto femenino se expresó mayoritariamente por el peronismo. Pero de la histórica representación femenina obtenida en el Congreso de 1952 (un inédito 25 %) ninguna de las pioneras feministas ingresó a las Cámaras. El peronismo operó así una ruptura con las tradiciones más combativas del histórico movimiento feminista, a las que fue desplazando en pos de una empresa de organización de la mujer desde el Estado que reforzó los ideales de la domesticidad y el respeto al orden social establecido.

¿Politización de lo doméstico o domesticación de lo político?

El PPF fue un articulador entre las políticas estatales y la organización de la familia concebida como célula básica de la sociedad. Desde las Unidades Básicas Femeninas, entendidas como una extensión del espacio doméstico, se hicieron campañas para la organización del consumo de los hogares en pos de cumplir con las pautas del Segundo Plan Quinquenal, se organizaron clases de apoyo escolar para los hijos y se enseñaron “oficios femeninos” como corte y confección. Para esto, se repartieron masivamente máquinas de coser, bajo la idea de que los márgenes de independencia económica a los que pudiera acceder la mujer debían obtenerse no por la promoción de su ingreso al mercado laboral (que se mantuvo retraído en la etapa) sino propiciando su trabajo desde el hogar.
En efecto, el ideario y la política peronista reforzaron el ámbito doméstico como destino natural de la mujer. En La Razón de Mi Vida, en el apartado La fábrica o el hogar, Eva plantea “(…) el primer objetivo de un movimiento femenino que quiera hacer bien a la mujer… que no aspire a cambiarlas en hombres, debe ser el hogar. Nacimos para constituir hogares. No para la calle. La solución nos la está indicando el sentido común. ¡Tenemos que tener en el hogar lo que salimos a buscar en la calle: nuestra pequeña independencia económica… que nos libere de ser pobres mujeres sin ningún horizonte, sin ningún derecho y sin ninguna esperanza! Yo, imitándolo siempre, me permito decir que para salvar a la mujer, y por lo tanto al hogar, es necesario también elevar la cultura femenina, dignificar el trabajo y humanizar su economía dándole cierta independencia individual mínima.” Esto se acompañaba a su vez con el refuerzo de una concepción patriarcal de la estructura familiar, social y política.
«El Partido Peronista Femenino fue un articulador entre las políticas estatales y la organización de la familia concebida como célula básica de la sociedad.»
En Revoltosas y Revolucionarias. Mujeres y militancia en la Córdoba setentista, Ana Noguera cita a Martínez Prado “(…) se produjo una particular conjunción de un ideario patriarcal y paternalista y al mismo tiempo popular e igualitarista (…) se participaba en la vida pública, pero sin hacer política, sino ayuda social; se luchaba por los derechos de las mujeres (…) pero sin luchar contra el hombre, su natural jefe y compañero”. [3]
Por su parte, Marysa Navarro destaca en su biografía Evita, que al exigir a las mujeres una subordinación absoluta a las directrices de Perón, Eva les pedía que no pensaran por sí mismas y que cambiaran la obediencia al padre o al esposo por otra figura masculina más poderosa todavía [4]. Se suele señalar que, más allá del conservadurismo de sus postulados, la política del peronismo hacia la mujer vehiculizó una politización de su actividad en los hechos, inclusive una politización de la domesticidad, como sostiene la especialista en Historia del peronismo y las mujeres Carolina Barry [5]
Sin dudas, se trata de un proceso contradictorio, que estimuló el ingreso a la política de miles de mujeres y que no estuvo exento de tensiones internas que adquirieron distintas expresiones a lo largo de las décadas. Lo que está en discusión, sin embargo, es a la promoción de qué política invitó el peronismo a las mujeres, y cuáles fueron los efectos de ese legado.
Si el primer peronismo operó una estatización de las organizaciones obreras con el objetivo de contener la conflictividad social mediante una política que combinó la concesión de importantes derechos laborales y regulación estatal de las relaciones capital-trabajo con la represión a comunistas y socialistas (ver Discurso de Perón ante la Camara de Comercio de Buenos Aires en 1944), la política hacia la mujer no puede separarse de este objetivo estratégico más general. La política del peronismo en este terreno tendió a domesticar la acción política de las mujeres, reivindicando el sacrificio y la subordinación como valores fundamentales tanto en el ámbito del hogar como respecto del gobierno. Así, se buscó limar cualquier contenido impugnador de las relaciones sociales y se operó una ruptura con el legado y las prácticas del histórico movimiento feminista animado por las socialistas y anarquistas en post de la imposición de la figura de Eva.
La militancia de la mujer se concibió como reforzadora del orden social, tanto a nivel de las relaciones de género como de clases. Una política opuesta por el vértice a la relación entre lucha por los derechos de la mujer y transformación profunda de las estructuras sociales impulsada en la Revolución Rusa. Allí no sólo se obtuvieron derechos civiles elementales para la mujer sino que se avanzó en experiencias de socialización del trabajo domestico para sentar las bases materiales de la emancipación femenina, buscando ligar la pelea por la igualdad ante la ley entre hombres y mujeres con la transformación radical de todos los elementos que pusieran obstáculos a la consecución de la igualdad ante la vida, base fundamental e imprescindible de la politización de las mujeres.

"Evita no usa pañuelo"

En un artículo en la Revista Anfibia de María Alicia Gutierrez y Marta Rosemberg homónimo de este subtitulo, las autoras cuestionan el uso de la imagen de Evita con pañuelo verde que hizo Juliana Di Tullio. Dicen "La foto de Evita con el pañuelo verde que preside el artículo Ganar o perder es un gesto de apropiación fantaseada, tanto del pañuelo como de la figura mítica del peronismo. La ilustración habla de la intención de hacer emblema y sentar propiedad del pañuelo verde. Incorporar al acervo peronista la lucha por el derecho al aborto al modo de si ´Evita viviera...´es totalmente indecidible." Metieron así el dedo en la llaga de la construcción de la figura de Eva como líder feminista.
Efectivamente, los gobiernos peronistas fueron activamente opuestos al derecho a elegir de las mujeres, tratándolo como un hecho delictivo y contradictorio con los valores de la maternidad que difundía el Estado como servicio privilegiado de la mujer a la grandeza de la nación. En La Nación Argentina, justa, libre y soberana, libro oficial de 1950 que sintetiza el programa de gobierno de la primera presidencia de Perón se plantea que: "El aborto criminal constituye una práctica amoral y delictuosa", incluso si la realiza un médico, y que el gobierno da prioridad a la protección del niño en gestación a través de los centros maternos infantiles entendidos como "la máxima garantía de protección para el ser que llegará".
Esto se inscribía en una concepción más general donde el aborto era planteado como una política de control de natalidad del imperialismo. Así, la nefasta carta difundida en 2018 por dirigentes políticos y sindicales peronistas mientras se trataba el proyecto de IVE afirmando que éste estaba “en línea con el acuerdo con el FMI” y apostaba a “la disminución de los pobres mediante prácticas eugenésicas”, le hace más justicia histórica a Eva y la política de los gobiernos peronistas que el ilusorio montaje de Di Tullio.
En este debate, no faltaron quienes sostuvieron que los valores de Eva se explican por los límites de las concepciones de la época. Pero para entonces la lucha de las mujeres por el aborto ya contaba con una larga historia y en un año tan temprano como 1920 la Revolución Rusa ya había establecido el derecho al aborto legal y gratuito, no sólo poniendo fin a toda criminalización a las mujeres sino garantizando la realización de abortos en los hospitales estatales. Para eso, claro está, se propusieron reorganizar el conjunto de las relaciones sociales y le pusieron fin a siglos de una simbiótica relación entre la autocracia zarista y la Iglesia ortodoxa rusa, separando la Iglesia del Estado. ¿Y el peronismo? Veamos.

Iglesia y Estado ¿Asuntos separados? Educación y anticoncepción en tiempos peronistas

En torno a la compleja relación histórica entre Iglesia y peronismo, gran parte del progresismo peronista ha decido quedarse con el momento de mayor tensión, cuando Perón sancionó el derecho al divorcio en 1954 y la Iglesia militó activamente el apoyo social al golpe gorila de 1955 (en gran medida a partir del descontento por la suerte de “canonización” de la figura de Eva que promovió el peronismo desde su fallecimiento y que le disputaba a la Iglesia la espiritualidad de los sectores populares). Lo cierto es que antes de eso la relación entre ambos estuvo signada por una alianza estratégica: preservar las bases del orden social, la moral familiar y las costumbres.
El golpe de 1943 (del que emergió la figura política de Perón) posibilitó el acceso del integrismo católico a las decisiones en materia de política educativa, lo que tuvo su punto alto en la modificación de la ley 1420, permitiendo la impartición de la religión católica como materia ordinaria en los planes de estudio: “en todas las escuelas públicas, de enseñanza primaria, secundaria y especial (…) quedando excluidos aquellos niños cuyos padres manifiesten expresa oposición, por pertenecer a otra religión, respetándose así la libertad de conciencia. A esos alumnos se les dará instrucción moral.”
La Iglesia jugó fuerte en las elecciones de 1946, llamando a sus fieles a no votar por los partidos que incluyeran en sus programas la enseñanza laica, lo que implicaba un apoyo al peronismo que se comprometió a sostener la educación religiosa. Así lo hizo Perón una vez convertido en presidente, impulsando en el año 1947 la sanción de la ley n° 12978 que ratificaba el decreto de 1943. Los argumentos de los diputados peronistas en el Congreso se fundaron en los principios del catolicismo integrista: identificación entre hispanidad, catolicismo y nacionalidad; la idea de la religión como fundamento del cuerpo social y del liberalismo/laicismo como elemento de su desintegración.
Pero la importancia de la enseñanza religiosa no residía para el peronismo sólo en la recuperación de una tradición, sino en la posibilidad de introducir un elemento tendiente al orden y la armonía social “... el trabajador argentino se siente solidario con la enseñanza religiosa en las escuelas, amén de apreciar la trascendencia de la misma en lo que se refiere principalmente a la formación de la conciencia y a la jerarquización de los sentimientos como factores de orden y disciplina [...] La enseñanza religiosa, al suavizar las asperezas entre los hombres, coopera eficientemente a destruir todo asomo de anarquía y atropello...” fueron las palabras de Díaz de Vivar, designado por Perón para conducir el debate parlamentario. Argumentos similares, amparados en la “religiosidad del pueblo argentino” escuchamos por parte de diputados y senadores peronistas frente al debate parlamentario del aborto.
«El golpe de 1943 (del que emergió la figura política de Perón) posibilitó el acceso del integrismo católico a las decisiones en materia de política educativa, lo que tuvo su punto alto en la modificación de la ley 1420, permitiendo la impartición de la religión católica como materia ordinaria en los planes de estudio.»
Luego del interregno que implicó la ruptura política de la Iglesia con Perón esta alianza estratégica se volvió a expresar en la convulsiva década del 70, cuando luego de 18 años de proscripción política peronista los sectores dominantes abrieron el camino al retorno de Perón al poder como figura capaz de ponerle fin al ascenso revolucionario que se vivía en el país.
Allí, en pleno ascenso de la militancia juvenil y de las mujeres que empezaron a nutrir las organizaciones políticas en general y al peronismo en particular, Perón volvió a hacer importantes concesiones a la Iglesia. Mientras organizaciones como Montoneros intentaron operar una radicalización de la figura de Eva eliminando de sus discursos los embates contra las feministas, en la práctica la política del gobierno atacaba directamente los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, tópicos centrales de la segunda ola feminista.
A inicios de 1974 Perón puso importantes límites al acceso de la pastilla anticonceptiva: pasó a regularse su comercialización, exigiendo para su venta una receta por triplicado, y se suspendió su distribución. Los consultorios de Planificación Familiar que funcionaban en los hospitales fueron cerrados, prohibiendo las actividades vinculadas con el control de la natalidad en los espacios públicos. Esto estaba en línea con la encíclica Humanae Vitae lanzada en 1968 por el Papa Pablo VI que prohibía el uso de anticonceptivos. Incluso las vertientes más “de izquierda” de la Iglesia como el movimiento de curas tercermundistas que radicalizó su accionar en los 70, tuvieron una posición conservadora en relación a los derechos de las mujeres.
Como señala la historiadora Karina Fellitti, desde las páginas de Cristianismo y revolución, publicación del movimiento cristiano tercermundista, se llamaba a no desobedecer la encíclica papal, denunciando la pastilla como un instrumento de control de natalidad al servicio del imperialismo.
Imposible no pensar en quienes desde el peronismo y sus afines hoy impulsan la construcción de un feminismo popular conciliado con la Iglesia, presentándola bajo un “rostro social” de la mano de los movimientos sociales a los que está ligada mediante dirigentes como Grabois, abierto opositor al derecho al aborto al igual que el Papa. El agradecimiento que Fernández le dedicó especialmente a éste último en su discurso -en un contexto donde lo necesita en su rol de garante de la contención social frente al ajuste en curso-, obliga a poner una alerta sobre las concesiones que estará dispuesto a hacer a la Iglesia a costa de nuestros derechos como el aborto legal, libre, seguro y gratuito.
Conviene no olvidar que la contención social y la negación de los derechos de las mujeres fueron tareas históricamente ligadas, que vieron en la relación Iglesia y peronismo más encuentros que desencuentros.
Hoy, mientras desde muchos sectores se embellece la experiencia histórica peronista, no faltan quienes desde versiones más progresistas, aún reconociendo su carácter histórico contradictorio y no exento de aspectos reaccionarios, plantean que hay que disputar la creación de un nuevo peronismo reconciliado con la lucha feminista. Se apuesta así como único horizonte posible a la construcción de una coalición amplia y heterogénea de sectores que estarían en disputa para definir las políticas estatales.
Como si toda construcción impugnadora de esta estrategia estuviese irremediablemente condenada al fracaso de recaer en una perspectiva liberal, se pretende borrar la rica tradición del feminismo socialista que animó las experiencias más disruptivas de organización de las mujeres y que hoy es un legado vivo frente a una crisis mundial que no hace más que precarizar nuestra existencia.
Al mismo tiempo, la integración de referentes del movimiento de mujeres al Estado como estrategia de obtención de derechos busca dialogar con la extendida y legítima expectativa en la conquista del derecho al aborto para encauzarla hacia una ilusión en el Gobierno. De este modo, se busca embellecerlo, omitiendo denunciar que se sustenta en una alianza con la Iglesia –que este 8 de marzo buscará mostrar fuerza en las calles contra nuestros derechos-; las cúpulas sindicales entregadoras que nos dan la espalda y los sectores más reaccionarios del PJ como el archi-celeste Mayans, jefe de la bancada del Frente de Todos en el Senado; lo que no hace más que debilitar al movimiento de mujeres y colaborar en su intento de domesticación y estatización.
Frente a esto, tenemos la tarea de oponer la fuerza de nuestra acción organizada e independiente del gobierno y sus alianzas eclesiales. Porque nunca nadie nos regaló nada, y cada una de nuestras conquistas fue arrancada por la lucha de quienes nos antecedieron. Este 8 y 9 de marzo, hagamos temblar la tierra.

Paula Schaller
Miércoles 4 de marzo | 19:17

[1] Florencia Angilletta, Cuando tiembla la casa del poder, Le Monde Diplomatique, edición 248, fenrero 2020.
[2] Ver AAVV, Cien años de historia obrera e la Argentina. 1870-1969, de Ediciones IPS.
[3] NOGUERA, Ana, Revoltosas y Revolucionarias. Mujeres y militancia en la Córdoba setentista. Editorial UNC, Córdoba, 2019.
[4] NAVARRO, Marisa, Evita, Edhasa, Buenos Aires, 2018.
[5] Ver BARRY, Carolina, “El Partido Peronista Femenino. La gestación política y legal”, Nuevo Mundo, N 8, 2008.

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