martes, abril 14, 2020

El derecho a la pereza, de Paul Lafargue: un texto para recordar en estos días



Lecturas en cuarentena.

“No son vacaciones”, repiten los gobernantes del mundo. No vaya a ser que el encierro forzado ya no en lugares de trabajo sino en casas y barriadas –que en los sectores populares, y no solo, puede ser otro infierno-, llegara a confundirse con un largo domingo reparador. Y sobre todo no vaya a ser que olvidemos la compulsión al trabajo. Para esto importa poco la diferencia que va del home office –que se pinta como autoexplotación solo porque la mano del patrón es invisible en el hogar- o el régimen en el comercio y la fábrica en tiempos de pandemia: el trabajo es un deber sagrado. “Dignifica”, como decía el general.
Contra la tesis que lo presenta como derecho, Paul Lafargue -dirigente de la II Internacional Obrera y yerno de Marx- escribió El derecho a la pereza (1883), un libro que recupera la tradición del panfleto para refutar la masa de argumentos y sentido común -construido sobre la base de las arengas de buenos burgueses, dueños de fábricas, curas, funcionarios de Estado- que invierten el mundo y nuestra conciencia: el derecho al trabajo es el derecho a la miseria.
Tras las derrotas de las revoluciones de los pueblos y, sobre todo, de la Comuna de París, Lafargue advierte que “una extraña locura se ha apoderado de las clases obreras de las naciones donde domina la civilización capitalista”, enajenación que se manifiesta en “el amor al trabajo, la pasión moribunda por el trabajo, llevada hasta el agotamiento de las fuerzas vitales del individuo y de sus hijos”.
El autor acumula citas, ejemplos, ironías, paradojas y detalladas descripciones del brutal sometimiento de hombres, mujeres y niños en los talleres. El trabajo asalariado es, entonces, “aberración mental”, “envilecimiento”, “miseria”, “corrupción” física y moral. Entonces, se pregunta: “¿Por qué no distribuirlo uniformemente [el trabajo] en los doce meses y obligar a todos los obreros a contentarse con seis o cinco horas por día durante todo el año, en vez de indigestarse con doce horas durante seis meses? Seguros de su parte cotidiana de trabajo, los obreros no se celarán más, no se golpearán más para arrancarse el trabajo de las manos y el pan de la boca; entonces, no agotados su cuerpo y su espíritu, comenzarán a practicar las virtudes de la pereza.”
Mientras todavía rebotan las declaraciones de un gobernador tejano que ordena a los trabajadores del mundo a ir al trabajo, esto es, ir al muere, o cuando la voz unánime de la burguesía repite: “¡trabajen para aumentar la riqueza social!”, vale la pena echarle una lectura a este clásico del proletariado.

Santiago Gándara

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