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domingo, abril 12, 2020
Salud privatizada y ajustes: dos grandes escollos en la lucha mundial contra la pandemia
La pandemia ha puesto de relieve la vulnerabilidad del sistema de salud de Estados Unidos, que, como es sabido, ha pasado a convertirse en el epicentro de la propagación del virus. La medicina norteamericana es abrumadoramente privada. La red pública es marginal. Esta estructura de la salud ha sido un factor gravitante para explicar las dificultades y carencias de dicho país para enfrentar el brote.
El sector privado dominante ha reducido los servicios para aumentar las ganancias. Según la Asociación Estadounidense de Hospitales, el número de camas de hospitales disminuyó un extraordinario 39% entre 1981 y 1999. Este recorte se prolongó hasta nuestros días. El objetivo era aumentar las utilidades mejorando la proporción de camas ocupadas. Los sanatorios son organizados a imagen y semejanza de una empresa capitalista y lo que prima es la rentabilidad y no las necesidades y previsiones en materia médica y sanitaria. El afán por achicar los inventarios de modo de reducir el costo que representa un capital inmovilizado que reina en el mundo de los negocios y que está incorporado como máxima en las corporaciones modernas ( just in time) ha sido trasladado al campo de la salud. El principio reinante fue disponer exclusivamente de lo imprescindible en lo que se refiere a insumos, camas e infraestructura de modo de minimizar costos al máximo. Bajo esta premisa, el estándar considerado ideal era tener el 90% de las camas ocupadas. Pero bajo este criterio, los centros de salud ya no tenían la capacidad de absorber la afluencia de pacientes durante epidemias y emergencias médicas.
Como resultado, solo hay 45,000 camas de UCI (terapia intensiva) disponibles para lidiar con la inundación proyectada de casos graves y críticos de coronavirus. En comparación, los surcoreanos tienen más de tres veces más camas disponibles por cada mil personas que los estadounidenses. Según una investigación de USA Today, “solo ocho estados tendrían suficientes camas de hospital para tratar a 1 millón de estadounidenses de 60 años o más que podrían enfermar con Covid-19”.
Entretanto, la red pública de salud local y estatal tiene un 25% menos de personal hoy que en la crisis financiera de 2008 y sus presupuestos se han reducido un 10% en términos reales.
Trump también cerró en 2018 la Oficina de Pandemias de la Casa Blanca, un departamento creado por Obama después del brote de ébola de 2014 para garantizar una respuesta nacional rápida y bien coordinada a las nuevas epidemias. La Casa Blanca asegura que sus labores fueron reasignadas a otros departamentos pero el desmantelamiento estuvo acompañado por la salida de especialistas. Un mes antes de su disolución, el director del Consejo Nacional de Seguridad, John Bolton, despidió al subdirector a cargo de la respuesta a posibles epidemias, el almirante Timothy Ziemer, que no fue sustituido.
Un capítulo especial son los geriátricos que también mayoritariamente funcionan bajo la órbita privada. La rentabilidad que tiene una parte importante de esas intuiciones se basa en la precariedad de su atención y en el pobre nivel de sus servicios que se sustenta en salarios bajos, falta de personal y reducción ilegal de costes. Decenas de miles de personas mueren cada año por la negligencia de los centros de atención para atendedor como corresponde las patologías y enfermedades de sus residentes y por el fracaso de los gobiernos en hacer responsable a la administración de los centros. Muchos de estos geriátricos encuentran más barato pagar las multas por violaciones sanitarias que contratar personal adicional y formarlo adecuadamente. Aparte, y fundamental, los bajos salarios que se les paga a los trabajadores de los geriátricos, hacen que estos tengan más de un trabajo: salen de una institución para entrar a trabajar en otra similar, con horario completo o parcial. Ellos mismos trasladan el virus de un geriátrico a otro, rompiendo toda cuarentena. Bajo estas condiciones, los hogares y residencias para ancianos se han convertido en un foco explosivo de propagación del virus y en particular de la mortalidad pues afecta a la población de mayor riesgo.
Además está la gran industria farmacéutica, que realiza poca investigación y desarrollo de nuevos antibióticos y antivirales. De las 18 compañías farmacéuticas más grandes de EEUU, 15 han abandonado totalmente el campo. Los medicamentos cardiológicos, los psicofármacos y los tratamientos para la impotencia masculina son los que generan mayores beneficios, no los tratamientos contra las infecciones hospitalarias y de alcance más generalizado. Una vacuna universal contra la gripe, es decir, una vacuna que se dirige contra las partes inmutables de las proteínas de la superficie del virus, ha sido posible desde hace décadas, pero nunca se consideró lo suficientemente rentable como para ser una prioridad. Dichas pandemias han sido pronosticadas con anticipación por los epidemiólogos, pero no se hizo nada porque eso no era lucrativo o para ahorrar recursos en medio de los planes de austeridad puestos en marcha por los gobiernos capitalistas de turno.
Europa
En los últimos 30 años, los sistemas de salud pública en Europa, a su turno, han sido diezmados y privatizados y eso está en la base del desborde sanitario que enfrentan para hacer frente al brote.
El gasto público en salud en Alemania es superior a los 3.800 euros per cápita, mientras en Italia es de 1.900 y en España de 1.600 (año 2018, Datosmacro.com), esto se refleja en la menor cantidad de muertes durante la pandemia (2000 fallecidos, contra 19.700 de Italia y 16 mil de España). Alemania dispone de 28 mil camas de terapia intensiva y 25 mil respiradores y testea masivamente a la población para detectar los casos asintomáticos. Un modelo parecido al que se aplicó exitosamente en Corea del Sur, lo cual contrasta con otras potencias europeas que han escatimado recursos en la materia.
Un caso, por cierto, emblemático es el de Gran Bretaña, donde se constata escasez de personal y unidades de terapia intensiva.
Fundado después de la Segunda Guerra Mundial, el Sistema Nacional de Salud de Gran Bretaña (NHS) se financia con el dinero de los contribuyentes y es de acceso gratuito para todo el país, que históricamente ha sido materia de orgullo para su población. Pero el NHS está resentido, tras años de austeridad presupuestaria y achicamiento del Estado por parte de gobiernos del Partido Laborista y del Partido Conservador. Actualmente, enfrenta una escasez de alrededor de 100.000 trabajadores de la salud, personal médico y de enfermería. Antes del coronavirus, los hospitales ya funcionaban al 90% de su capacidad. La tendencia en el ámbito público, fue aplicar los mismos criterios de rendimiento de matriz comercial que describimos en la medicina privada de Estados Unidos y sus resultados funestos están a la vista.
La política de austeridad se ha hecho sentir en toda Europa y uno de sus blancos principales ha sido Italia que es probablemente una de las claves que explica las dramáicas dificultades para hacer frente a la pandemia. En los últimos 4 años, los diferentes gobiernos de turno redujeron en 37.000 millones de euros el presupuesto destinado a salud.
Límites insalvables
Lo expuesto hasta aquí es suficiente para ver los límites insalvables de los estados capitalistas para hacer frente al virus. Los recursos fundamentales, aun en plena pandemia, hoy están reservados para el rescate del capital y no para enfrentar la catástrofe sanitaria y social. La privatización de la salud, que tiene en el modelo yanqui una de sus expresiones más emblemáticas, socava las condiciones para una batalla en regla contra este flagelo. La organización capitalista de la salud bajo el principio del lucro es incompatible con la vida y salud de la población. Esto requiere la centralización de todos los recursos de la salud, tanto pública como privada, en manos del Estado, de modo de establecer una planificación y un uso racional de los mismos a la altura de las necesidades, lo que debe ser acompañado por un reforzamiento de las partidas destinadas a ese área. Es decir, el camino y orientación opuesta a la que hoy vienen llevando adelante los estados capitalistas.
Pablo Heller
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