Las pandemias no solo producen miedo. Si bien son problemas biológicos complejos, son también eventos sociales y culturales.
Estamos a mediados del siglo XIX y varias epidemias azotan la Península. Se trata de cuatro enfermedades: el tifus, el cólera, la malaria y la fiebre amarilla, que rápidamente están infectando la geografía ibérica. Es 1848, y usted y los suyos deben parar esta emergencia, construyendo la red ferroviaria, purificando el agua, construyendo hospitales e investigando para evitar la propagación de estas infecciones por el territorio español. Solo así podrán salvar a la humanidad y hacer historia (de la medicina). Esta es la trama que presenta el juego Pandemic Iberia (a la venta desde 2016), una edición especial del conocido juego Pandemic. Sin laboratorios científicos, trajes de peligro biológico ni forma de hacer llegar vacunas o medicamentos por aire, este juego presenta una ficción histórica de cómo solucionar una epidemia muy interesante, aunque, a mí juicio, un tanto limitada.
Una de las ausencias en este juego de mesa es la cuarentena. A principios de febrero de 2020, Fernando Simón, director del Servicio de Emergencias del Ministerio de Sanidad en España, explicaba en nota de prensa que el caso detectado en Mallorca —entre los cinco primeros— no implicaba riesgo para nuestro país. Me enteraba por un sarcástico post en Twitter del doctor Aginagalde (@_AdrianHugo) que comentaba: “Esto de transferir la titularidad del Lazareto de Mahón quizá no fue tan buena idea”.
¿Qué es el Lazareto de Mahón al que se refiere el doctor Aginagalde? Como describe el sociólogo Quim Bonastra de la Universitat de Lleida, el Lazareto del puerto de Mahón, construido a finales del CVIII a petición de Carlos III, se ideó como una ciudad-servicio (no como urbe en sí misma), siguiendo el ejemplo del Lazareto de Marsella, Francia. La idea —previa a la teoría microbiana de la enfermedad actual— era construir un lazareto en un punto estratégico de concurrencia de comercio y tráfico portuario, que diera cobertura a la costa mediterránea española y pudiera estar al servicio de cualquier necesidad de cuarentena.
En Asia, sugiere el profesor Lynteris, el acto de utilizar mascarillas es un gesto que comunica solidaridad durante una pandemia, en una comunidad vulnerable y dividida a causa del miedo
En Pandemic Iberia, cualquiera de las cuatro infecciones disponibles en el juego podrá llegar únicamente por vía marítima a las Islas Baleares, desde Barcelona, Tarragona o Valencia. No hay mención a las conexiones con otras partes del mundo, ni al comercio, ni al transporte marítimo más allá del Mediterráneo. Como miembro de la Segunda Expedición Filantrópica Real, en la España de mediados del siglo XIX, y sin ningún tipo de medicamento o tecnología biomédica actuales, las y los jugadores deben evitar la propagación de la enfermedad, eliminando rutas de contagio. Lamentablemente, ni el lazareto ni la cuarentena en Menorca están presentes en esta historia.
En la España actual y real, no la de ficción, el Lazareto de Mahón es un lugar lleno de historia, visitable, pero fuera de funcionamiento con fines sanitarios desde hace un siglo. Testigo de epidemias de fiebre amarilla y tifus en el siglo XIX, en la década de 1910 vería llegar el último barco en cuarentena.
La historiadora de la Universidad de Castilla-La Mancha, María Isabel Porras, hacía hace unos días una interesante comparación entre la situación actual con la contención del coronavirus COVID19 y el brote de gripe de 1918-19, conocida como la gripe española. Al preguntarle sobre las medidas de profilaxis recomendadas, describía que prácticamente son las mismas que entonces: aislamiento de personas enfermas o sospechosas de estarlo, la cuarentena, la clausura de actividades colectivas (festividades, centros escolares, eventos multitudinarios, etcétera), desinfecciones, uso de mascarillas o lavado de manos.
El tiempo ha transcurrido, efectivamente, y podríamos imaginar que el desarrollo tecnológico y/o terapéutico (como las vacunas) del último siglo podría proporcionar otras formas de control o protección ante epidemias de este tipo. Sin embargo, como bien considera la profesora Isabel Porras utilizando como ejemplo la pandemia de gripe H1N1 de 2019-2010, de poco sirve que dispongamos de los medios terapéuticos o profilácticos apropiados, si la población no tiene acceso a ellos.
De manera brillante, el doctor Javier Padilla también ha comentado acerca de la problemática económica que presenta una epidemia como esta y las medidas recomendadas por los expertos en salud pública enumeradas más arriba. No deberíamos dejar de subrayar que las recomendaciones de salud pública tienen efectos macro y microeconómicos. No acudir al trabajo, para frenar la transmisión del virus, cuando se está enfermo no es algo que todos nos podamos permitir. Como describe Padilla, tener una buena higiene de manos requiere disponer de las posibilidades materiales para ello. Acudir a un centro de salud si se sospecha de infección necesita de disponer de un sistema de salud que reciba esta consulta (y que no se cobre a miles de dólares, como está ocurriendo en EE UU). Que una epidemia pueda frenarse, y evitar que afecte mayoritariamente a las personas más vulnerables, requiere movilizar a una población entera. De acuerdo con Padilla, sin una infraestructura sanitaria robusta, la eficacia de estas medidas es probablemente cuestionable.
Un ejemplo de que las pandemias no solo despiertan pánico es un sondeo, de nuevo de El País, que indica que en España es mayor el interés que la preocupación por el COVID19 entre la población
Las pandemias producen más que solo miedo. Si bien son problemas biológicos complejos, para los que los expertos médicos deben prepararse, a su vez, las pandemias son también eventos sociales y culturales. Las pandemias son objeto de curiosidad y entretenimiento, como en juegos de mesa como Pandemic Iberia o Virus, videojuegos como Plague Inc., series de televisión como The Walking Dead, o películas como Contagion, Twelve Monkeys o I Am Legend). De la misma manera, son objeto de expresión de miedo, solidaridad, activismo y expresión crítica, objeto de conversación en pequeñas comunidades, o en redes sociales como WhatsApp, Twitter o Instagram.
Un ejemplo de que las pandemias no solo despiertan pánico es un sondeo, de nuevo de El País, que indica que en España es mayor el interés que la preocupación por el COVID19 entre la población. Algunas de las respuestas a este sondeo (realizado entre el 27 y el 28 de febrero de 2020 a unas 600 personas) son realmente curiosas. La mayoría de las personas que han respondido ha indicado que, frente a la creciente preocupación por el COVID19, han mejorado su higiene,han evitado aglomeraciones o han evitado comprar productos provenientes de China. Una proporción pequeña de personas ha indicado que ha comprado una mascarilla. El coronavirus se encuentra en nuestro día a día en estos momentos. Buscamos información sobre ello, hablamos de ello, bromeamos con ello, etcétera.
Solo hay que echar un vistazo por redes sociales como Twitter o Instagram para ver algunas otras reacciones a este brote epidémico por parte de diferentes comunidades en España. Quizás la primera historia viral del pasado mes de febrero fue la de la campaña tras hashtag #nosoyunvirus, con imágenes como la del abogado Antonio Liu Yang en Twitter, o el músico y escritor Chenta Tsai en Instagram, artísticamente conocido como Puto Chino Maricón, en la que aparecía en una pasarela de moda con el mensaje “I am not a virus” escrito en negro en su pecho. A principios de febrero, aparecía la cuenta de Twitter @CoronaVid19 que sigue proporcionando un punto de humor a la cuestión desde hace semanas, hasta el punto de que Andreu Buenafuente entrevistó a la persona que está supuestamente detrás de la cuenta el lunes 2 de marzo de 2020.
En Instagram, a lo largo del mes de febrero, varias influencers (no solo en España), como Gala González, compartían vídeos en sus stories alertando del desabastecimiento de mascarillas en Italia o en España, así como imágenes con una mascarilla. La compra compulsiva de mascarillas es también algo más que una señal de pánico irracional frente a la posibilidad de una pandemia. Pese a que las mascarillas por sí solas no se ha demostrado que sean profilácticas (los expertos siguen coincidiendo en que lo más importante es lavarse las manos para evitar el contagio), la compra compulsiva de mascarillas que está teniendo lugar a lo largo del mundo tiene su contexto cultural e histórico, como describe el antropólogo Christos Lynteris, de la Universidad de Sant Andrews (Escocia) en un artículo en el New York Times. “El mundo está enfrentando una disrupción en el mercado de equipo para protección personal”, advertía a principios de febrero el doctor Tedros, director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Como las conocemos hoy, estas mascarillas antiepidémicas fueron inventadas en China, durante el brote de peste neumónica en la región de Manchuria en la segunda década del siglo XX. En China, actualmente, estos objetos sirven para mucho más que para la protección personal, ya que son también un símbolo de modernidad biomédica y de solidaridad durante una epidemia. Por ejemplo, durante la epidemia de SARS de 2002-2003 tuvo lugar el primer episodio de uso masivo de mascarillas como protección personal antiviral en Hong Kong y en otros lugares. Estas imágenes de multitudes con mascarillas sin duda se convirtieron en iconos de la pandemia en Asia a lo largo de todo el mundo. En Asia, sugiere el profesor Lynteris, el acto de utilizar mascarillas es un gesto que comunica solidaridad durante una pandemia, en una comunidad vulnerable y dividida a causa del miedo.
Sea pánico, preocupación, entretenimiento, curiosidad, o solidaridad, lo que te mueva a leer más sobre el COVID19, aquí estás, leyendo hasta el final. Ninguna de esas razones es trivial, a mi entender, sino lo que prueba que las pandemias fenómenos profundamente sociales.
Cristina Moreno Lozano
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