“Michel no hizo nada para ayudarme”, se quejó Eduardo Cunha poco antes de perder su mandato de diputado nacional por aplastantes 450 votos contra diez en su defensa y nueve abstenciones.
“Michel” es Temer, el presidente ungido a raíz de un golpe institucional desencadenado precisamente por Cunha, cuando era el todopoderoso presidente de la Cámara de Diputados. Al perder su quinto mandato de diputado, Cunha también perdió sus fueros de privilegio. Cae, a partir de ahora, en las furiosas manos del provinciano juez de primera instancia Sergio Moro. Bandolero compulsivo, con una nutrida secuencia de juicios abiertos en el Supremo Tribunal Federal, Cunha se transforma ahora en un ciudadano de a pie. Y a juzgar por la conducta de Moro, lo esperan sentencias de pesadilla. La cantidad de decenas de años de cárcel a que será condenado no se cuenta ni con los dedos de dos manos.
Le queda una salida, la única para suavizar su futuro de sombras: delatar. Luego de ser defenestrado por sus pares, Cunha rechazó la idea de adherir a la tan polémica modalidad de la “delación premiada”, en que el condenado tiene sus condenas sustancialmente disminuidas a cambio de contar lo que sabe y todo lo que interesa a los fiscales y a la Policía Federal. Dijo, con la soberbia habitual, que no tiene qué delatar porque no cometió crimen alguno.
Bueno, cometió muchos, diversificados y graves. Aseguró que está escribiendo un libro, relatando todos los detalles del largo proceso de juicio político que abrió, por pura venganza personal, contra la ex presidenta Dilma Rousseff. “Todos los diálogos, toda la trama”, anticipó, para en seguida decir que espera ganar mucho dinero con el libro.
A interlocutores de su confianza (como si en el mar de lama en que se transformó la política brasileña la palabra “confianza” todavía tuviese algún espacio…), Michel Temer dice que no abandonó a su aliado. En tono de lamento, dice que era casi nada lo que habría podido hacer.La verdad es otra, y nada ni nadie logrará ocultarla. Para Michel Temer y los que se engancharon en el poder, tan pronto se abrió contra Dilma Rousseff el juicio en el Congreso el escenario cambió y Cunha, antes elemento esencial, perdió utilidad. Con su consolidada (y más que justa) fama de símbolo perfecto de la corrupción, pasó a ser una figura incómoda. Sobrevivió por un tiempo, pero su condena estaba más que anunciada.
El problema ahora es otro: a lo largo de una carrera política construida en las sombras, sus archivos son implacables. Si cuenta lo que sabe y lo que hizo y lo que hicieron sus aliados y comandados, destroza a medio Congreso. Esa era su fuerza para dominar a dos centenares de diputados de escasa o nula significancia y fuerza. Fue traicionado. Ahora, es su fuerza para librarse de décadas de cárcel. Y, claro, su venganza.
Desde principios de 2015, inicio del segundo mandato de Dilma Rousseff, ese político de trayectoria gris y fuerza descomunal se lanzó a las estrellas. Dominando como nadie los regimientos y reglas jurídicas de la Cámara, maniobró a sus anchas. Acosó y boicoteó al gobierno, se hizo aliado esencial de Michel Temer y su grupo, ostentó su poderío político con la misma osadía que su mujer, Claudia Cruz, una ex presentadora igualmente opaca de la TV Globo, ostentaba gastos millonarios, absolutamente incompatibles con el patrimonio y la renta de la pareja. De carteras de cinco mil dólares a clases de tenis de 60 mil en seis meses, hubo de todo. Nada parecía tener límite para la mujer que comentaba alegremente con sus amigas que estaba entrenándose para ser primera dama, mientras el marido insinuaba claramente que para él, ni siquiera el cielo era un límite.
Bueno, ese tiempo se acabó. Los diputados todos (se calcula en poco más de 200) a los cuales Cunha, en sus buenos tiempos, financió campañas y facilitó negocios nada republicanos, lo abandonaron, con la solitaria excepción de los diez que votaron contra la suspensión definitiva de su mandato y los otros nueve que se abstuvieron de votar. También los medios hegemónicos de comunicación, la banca y el empresariado que elogiaban su desempeño cuando presidía la Cámara y boicoteaba el gobierno de Dilma ahora lo tratan como lo que realmente es, un ladrón voraz y vulgar.
Se acabó el ciclo de poder del corrupto más poderoso de estos tiempos tenebrosos que vivemos en mi país.
Empieza ahora otro tiempo de pesadillas para Michel Temer y el grupo que compone su “núcleo duro”. Todos responden a investigaciones o causas judiciales de corrupción, a empezar por el mismo presidente. Cunha sabe todo de todos.
Podrían, es verdad, haber intervenido para que a Cunha le tocase una punición más blanda. Habría sido un escándalo de dimensiones siderales.
Al abandonarlo a su propia suerte, corren el riesgo tremendo de ser denunciados con amplitud igualmente sideral de pruebas. En esa apuesta, quien más perdió ha sido el país. Temer sigue buscando una legitimidad inalcanzable. Sabe que es y será, para siempre, la más contundente y visible herencia de Eduardo Cunha, el corrupto que a última hora fue abandonado y traicionado por sus pares y por sus cómplices.
Y que sabrá vengarse. O al menos insinúa que sabe.
Eric Nepomuceno
Página 12
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